jueves, 6 de enero de 2011

2792.- JORGE BROTONS


Jorge Brotons es poeta y pintor.

Ha publicado los libros El tiempo raro (El Cep i la Nansa edicions, Barcelona, 2003), La raó de les sèquies (Afers, València, 2006), Bloc al circ (5é Certamen literari Clara Alzina, Sabadell, 2007) y Hoy era martes (Papers de Versàlia, Sabadell, 2008).

Sus poemas han sido publicados diversas plaquettes de Papers de Versàlia, en las revistas Reduccions(88) y Kafka.

Es también autor de los libros infantiles Helena de Troia (Dèria editors, 2007) y A la cuina amb les tres bessones (Salsa Books/Cromosoma, Barcelona 2005).

Como pintor ha realizado una exposición en el Taller Arimón (2008)






Convocada la velocidad en esta esquina: calle Arimón con Muntaner (su semáforo intermitente de colores, su papelera) —por poner un ejemplo, uno de ellos, de tantos que alberga esta ciudad.
Convocada a decir verdad justo en el punto redondo y quieto que marca la alcantarilla (¡no, por Dios, no la levanten!), la verdad acordada de lo que es mi dolor ahora, de lo que es mi tiempo ahora, de lo que es, la velocidad de las piedras.








Cuando digo eso pretendo decir ese rumor subterráneo, el invisible olor, el aroma de la alegría:

parece lo que es —porque es: el día, anaranjado, mostaza, el nervio de las jornadas llamadas a encanto, inasibles a las tristezas, sencillas: por ejemplo: esa cena que no tendremos, un beso derivado del petróleo: menudencias para hoy, un día de vista alegre
de llamada a gloria, de previsible corolario —intercambio de salivas nerviosas y saladas con la luz encendida, esta vez para que nos compartan los vecinos (y lo digo sin rencor, sin atisbo de provocación) para que nos oigan alto, para que nos escuchen, para que sepan.

Cuando digo eso pretendo decir ese encanto de los días, de recién primavera, acuñados en moneda de cambio para las noches, cuando se entrelazan lecturas y emociones; cuando sin querer se hacen agua para el sediento sed para el amanecer (y lo digo sin rencor, sin atisbo de provocación.)

Por eso, si me preguntan no negaré haber dicho eso, no lo negaré si alguien requiere de nosotros, si a alguien le llega el siseo subterráneo, el invisible olor,

el nervio de las jornadas llamadas a encanto.










Mi vida se ha ido borrando tras de mí según un mapa exacto.
¿Cuánto tiempo resistirán los recuerdos?
Yehuda Amijai

Se levanta uno por la mañana en una habitación de hotel completamente iluminada por el vestigio de unas fachadas. Eso es lo que tiene de bueno amanecer en el barrio antiguo de una ciudad con historia; cualquier ciudad es correcta, cualquiera vale para ello
mientras tenga un barrio antiguo que borre las huellas del pasado,
los marcadores de su memoria. Se levanta uno por la mañana en uno de esos lugares y lo bueno que tiene es que —como las piedras que le rodean, siente que borra su huella y deja paso a una desconocida y nueva arqueología de sí mismo. Eso es lo bueno que tiene: que pasa sin saber cómo, tomándose un café en una plaza soleada al lado de la persona a quien amas.



Vayamos por partes, y comprobemos la irrenunciable soledad de mi cuerpo, y convengamos juntos que ese dolor quieto e indecible
es aún hoy su única razón de ser.












A veces hablo conmigo y mi interlocutor sugiere balances de vida. Acostumbramos a no estar de acuerdo, aunque celebramos cada noche nuestro particular ocaso. Así traspasan los días: una copa de vino y un preludio. Y por las mañanas, una gota cristalina de luz proclama el deseo de petrificar ese aliento, en la menuda dicha de un viaje vertical de agua matutina.


(Inéditos)


No hay comentarios:

Publicar un comentario