miércoles, 20 de octubre de 2010

1544.- JULIO AUMENTE



Julio Aumente Martínez-Rücker 

(Nació en Córdoba, España, 29 de octubre de 1921 y murió en Córdoba el 29 de julio de 2006), poeta español perteneciente al Grupo Cántico.

Fue el poeta más independiente del grupo, el más remiso y el último en publicar, y le interesaba más la vida que la literatura; de ahí el carácter experiencial y vivencial de su lírica. Nunca mitificó la poesía y poseía una excelente faceta desconocida, la de pintor. Entre sus amigos destacaban Pablo García Baena, al que conoció desde la misma escuela, y el psiquiatra y ensayista Carlos Castilla del Pino. Su casa cordobesa, cuidada por su hermana, estaba llena de plantas, cuadros y flores; cuando se lee su poema "La vita non á senso..." se entra en un mundo de lujo y artificio, que es el suyo. Es la obra de uno de los grandes poetas de la sensualidad y la imaginación.
Su trayectoria poética comienza en El aire que no vuelve, un libro entre clásico y modernista, con abundancia de sonetos y metros alejandrinos, endecasílabos y eneasílabos. En estos versos habla de Córdoba y de sus iglesias, la Mezquita-Catedral, envuelto todo ello en una atmósfera suntuaria. En Los silencios hay cierto influjo de la poesía de Vicente Aleixandre y de Luis Cernuda. En El aire que no vuelve se encuentran varios tipos de poemas, unos que poseen una especie de belleza fría o estática y otros que son más vividos, fruto de una experiencia vivida, real. Desde 1958 hay un mutismo total en su poesía. Es la época de la eclosión de la poesía social. Julio Aumente, como el resto de los integrantes de Cántico, sufre de un silencio majestuoso. Por la pendiente oscura, fechado en 1947 y 1965, recoge textos de sus comienzos poéticos, coetáneos de sus dos libros anteriores. Formalmente siguen abundando alejandrinos y endecasílabos, composiciones en verso blanco y verso libre. El tema que trata abundantemente es el del amor terminado, perdido. Evoca el paso del tiempo, el amor a la belleza. En La antesala los críticos vieron el gongorino paladeo de las palabras, la ironía de Manuel Machado y la nostalgia de Juan Ramón Jiménez aunándose en un modo expresivo y muy personal. Aumente introduce en sus poemas elementos coloquiales, banales. Aparece el humor.
El canto de las arpías (prologado por Villena, igual que "La Antesala") significa en cierta medida la ruptura con los miembros de Cántico. El poeta se aleja de la estética dominante en el grupo y asume su propia palabra poética. El poeta ama y se envuelve en el amor y siente y se expresa sin ningún tipo de pudor ni vergüenza. Esa pérdida del reparo, del rubor, ese deseo de mezclar lo personal con lo literario, le dan una dimensión nueva a su poesía. Se convierte en un diletante sin complejos, en un hombre abierto que ha comprendido que la vida es para vivirla sin falsedades. Habla de Gianni, su amor. En este libro alternan los momentos sublimes, versos que parecen haber sido escritos en papiros exquisitos en algún palacio de la nobleza más rancia, con momentos prosaicos en que el poeta se arrastra por lupanares, por miserables garitos de miseria. Julio Aumente se aleja tras su actuación y demuestra su gran personalidad poética tan diferente del resto de los componentes de Cántico.
En su libro Rodolfo el patinador el poeta abraza la vida, sacudiéndose las retóricas al uso y se inclina por una poesía directa, realista, dura, como si de música bakalao se tratara, mostrando una insólita frescura que no cuadra con su ya provecta edad. Porque detrás de cada verso hay sensibilidad y ternura en grandes dosis. Se trata de una poesía sincera, dura, cruda, pero no exenta de lirismo. El poeta ha cambiado su forma de ver las cosas, mucho más crítica ahora, y la sátira que antes se insinuaba en sus versos tiene ahora una mayor presencia.

Bibliografía del autor

El aire que no vuelve Madrid: Rialp, 1955.
Los silencios Madrid: Rialp, 1958.
Por la pendiente. oscura (1947 - 1965) Sevilla: Calle del Aire, 1982.
La antesala (1981-1983; prólogo de Luis Antonio de Villena, Madrid: Visor, 1983
Verde laurel para Michele, Málaga: Jarazmín, 1984.
De los Príncipes Sevilla: Renacimiento, 1990.
El canto de las arpías;prólogo de Luis Antonio de Villena. San Lorenzo de El Escorial: Ediciones Libertarias-Prodhufi S. A., 1993.
De las cabras o Amor y psiqui Málaga: Consejería de Cultura y Medio Ambiente, Delegación Provincial, 1992
La entrevista y otros poemas, Córdoba: Cuadernos de la Posada, 1994.
Poesía completa, 1955-1999; seguido del libro inédito Rollers; edición de Rafael Inglada y prólogo de Luis Antonio de Villena. Madrid: Visor, 2004.



Paisaje con campanas

Son ya las seis y media y es domingo. Febrero
trae uno de sus días soleados y dulces
en los que ya se siente rozar la Primavera.

Desde este mirador veo Córdoba: sus torres
y sus casas bañadas en el sol de la tarde,
con un silencio apenas roto por unos pájaros
o por llantos de niños en las casas cercanas.

A veces toda la ciudad vibra entera
y el aire es dulcemente rasgado
por la campana de un convento que toca a Vísperas.
Primero es el Císter, luego la Encarnación,
lejos se oyen apenas Santa Isabel y el Corpus.

Después viene el silencio a dominar de nuevo.
Por la campiña se vuelve el aire tenuemente violeta
y en la sierra los montes oscuramente azules,
¿acaso no es la tarde como una nueva aurora?
San Jerónimo cubre su perfil de naranjas.

Un rumor de caballos sube desde la calle.
Las campanas repiten su llamada insistente
y los pájaros huyen de las torres. El Ángelus
se extiende en toda Córdoba entre sol y silencio.

En la blanca azotea de un convento apartado
del mundo por ligeras celosías de madera,
una monja recoge las ropas ya secadas.

La última campana ha cesado. Imperceptiblemente
la tarde va dejando jirones de sí misma
en las cumbres más altas de Sierra Morena.

Lejos hacia Granada las luces van huyendo
y ni un rayo de sol queda ya en los tejados.

Los jardines ocultos van despertando al frío
y de un balcón oscuro surge un rumor de música.
La noche viene lenta casi como la muerte
que se espera, no llega y de pronto ha llegado.



PASEO MARÍTIMO

Un mar está lejano,
acaricia arrecifes.
Pez o rojo coral
en luz clara reviven.

Doras con tu presencia
el tibio, el puro, el cálido
dulce y húmedo viento.
En tu cuerpo descanso.

Tus ojos son el mar,
el mar eres tú mismo
-bronce aún débil-, un cielo
pesa en tus hombros, vivo

cuerpo amado. La arena
-luz que se entrega atodos-
sobre las piedras blancas
reverbera sus oros.

La luna en su menguante
roja se nos ofrece
como fruta lejana
que estrellas paladeen.

Tú estás allí y el mar.
Yo aquí frente a la tierra
con su forma tangible
que nos separa espesa.

Nos desune, gravita
lo sólido. Interpone
su densidad, distancia.
Nos va borrando nombres.

Oh, dulce amor, recuerdo
para siempre. Qué limpios
los que el aire me trae,
memoria sin olvido.

Viento de aquella mar
salado en nuestra sangre,
déjame en el presente.
Calla el alma. No sabe.





Al filo de las noches

Un cuerpo que se entrega no es difícil hallarlo.
Eso eras tú, un hermoso cuerpo divino y vivo.
Una breve cintura, un racimo dorado
en tus ojos brillando entre los ríos de Agosto.
Pero es fácil que un cuerpo fulja como una gema
si como amor se mira, con verdadero amor.
Amor y no esa débil pasión que muere a un tiempo
con el último goce de los cuerpos vencidos.
Para mí la palabra, para ti la caricia;
para mí la sonrisa y el arco de tus cejas,
para mí el fruncimiento de tu labio rosado,
superior, tibio, altivo, carnal, condescendiente.
Pero el amor no muere porque nunca ha nacido
en ti, que languideces al tocar de los dedos.
Tú buscas el secreto, la dulzura, el peligro
del momento robado al filo de las noches.
La amistad para ti, o el amor, eran sólo
nombres a que invocar en las horas perdidas.





Sarcófago de Córdoba

Allí se reclinó el cuerpo cansado
de aquel que buscó y no halló la absoluta belleza,
verde jardín que refresca el surtidor,
no más, no más sino dormir eternamente.
Filósofo abúlico o dacio mílite,
noble patricio o emperador divinizado,
en tan deslumbrador rectángulo de mármol
rosado mineral, tal si de Paros,
con luz lunar iluminada luce
vegetal o animado relieve caliente e inmortal
en cuya puerta, innominada, resquicio cierto incita
a traspasar el dudoso dintel ignoto.
Puerta indecisa que separa
sucio mundo presente de un más dichoso prometido;
Hades funesto así lo aceptas sin pavor alguno,
senda de luz y silencio abierta ante tus pies,
niebla acogedora te envuelve en tu mortal deceso,
esplendor evanescente que hace traslúcido el frío alabastro.
Sarcófago de Córdoba que en ti mismo devoras
cruel ciudad desdichada a la vulgaridad entregada con desidia.
Descansa ahora y luego resucites,
corta fusión perecedera,
para de ti volver, alta realeza,
polvo o aire, del agua, triunfal de nuevo en ti reconvertirme.



DE POÉTICA

Torna voluble el facistol girante
de talladas caobas enceradas y oscuras,
donde en pintados pergaminos lucen
árboles genealógicos hasta Olimpos sublimes.
Comnenos, Lusignan, Valois, Hohenstaufen,
Hungría y Aragón, Plantagenet-Anjou;
es tal tanta belleza suntuaria que habría de ser mentira
–real verdad y mentira del hombre o de la historia, quién la sabe–.
Pues sí, amigos, poética concurrencia,
lucháis como jauría hambrienta por vana dominación.
Tomad mi parte, pavoneaos en el jardín de la fama.
Sin ambición, me quedo errante en mi pasado, en mis salones…




SONETO A CÓRDOBA

Amarillo el limón, la palma ardiente,
la granada de sangre, la dorada
naranja en el vergel, la perfumada
higuera, traen su aroma del oriente.

En las romanas piedras de tu puente
un arcángel destella luz alada,
¡oh silenciosa Córdoba callada,
dormida en el rumor de la corriente!

Esmeraldas de fuego, en tus jardines
bajo el sol que calcina en el estío,
esbeltas torres a la brisa elevas.

Y un fondo de guitarras y violines
tu sierra cantan, tu glorioso río,
lauros de plata que en tu frente llevas.




A LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Derrama el val su verde vena umbría
sobre el monte que oculta su tesoro.
Cubren de piedra espadas, en sonoro
cinturón de labrada argentería.

Apresuran los ángeles el día
la mañana turquí, la tarde oro,
amanecer de ámbar. Fulvo coro
hacia el sepulcro eleva su armonía.

Y en dulce escala asciende de la vega
Príncipe sin diadema, voz celeste,
relámpago de gracia que nos ciega.

Cristo resucitó. La madrugada,
-áspid mortal de sueño-, en los jardines
cuaja diamantes con su luz helada.



SONETO AL ARCÁNGEL SAN RAFAEL

El zéjel y su amarga pedrería
Para el doncel el labio enamorado
La ciudad rinde al cielo y su enviado
El rubí ardiente y la esmeralda fría.

Su pompa carmesí despliega el día
Escarlata su manto delicado
En el río y sus ondas, sujetado
A tan fugaz imperio y monarquía.

Sobre torres de oro coronadas
En las candelas rojas de los cielos
Imágenes te erigen centinela.

Claro tú por la luna y sus espadas,
Arcángel con nostalgia de sus vuelos,
El pez de plata y la fulgente espuela.






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