Miguel Valdivieso Belmás
(Cartagena, 1893 - Madrid, 1966) fue un poeta español perteneciente a la generación del 27.
Funcionario de Correos, entre 1920 y 1939 residió en Murcia, donde estuvo relacionado con el grupo de la revista Verso y Prosa. Tras la Guerra Civil, sufrió la habitual depuración. La posguerra la pasó en Tarancón y Cuenca. En esta última ciudad, a la que llega en 1949, funda la revista El Molino de Papel. Su obra completa, publicada póstumamente, consta de cinco libros: Destrucción de la luz, Sino a quien conmigo va, Números cantan, Los alrededores y Formas de la luz.
Buen lector de los clásicos, a los que homenajea a menudo, su mayor influencia es la de Jorge Guillén, prologuista de la edición póstuma:
Con su propio bagaje espiritual se asocia Valdivieso -desde su retiro- a la generación que, además, cronológicamente le correspondía. Entonces y después leyó Cántico. Y más tarde, Clamor. La compañía de aquel libro contribuye a establecer la propia personalidad, y aquella influencia fue asimilada y superada. Acorde a su época, buscó siempre la concisión sin extremar la elipsis. Si cultivó la imagen con agilidad, no fue nunca número de circo mitológico. Su interés apasionado por la realidad inmediata le pone en relación con los escritores de los tristes decenios. Y a su cabeza, el genial Miguel Hernández [...]. Es natural que Valdivieso hubiese pensado en pedir un prólogo al poeta Ángel Crespo, con tanto sentido de la tierra y las cosas.
De Jorge Guillén toma un gran amor a la precisión expresiva y a la forma cerrada, pero carece de su prosaísmo y de su tentación hacia lo abstracto.
Obra poética
Obra completa (prólogo de Jorge Guillén), Carboneras de Guadazaón: El Toro de Barro, 1968.
A una calavera de mujer
Abstracta y sin primavera.
Ya hueso sencillo y mondo
Que se pierde por el fondo
De una eternidad cualquiera.
Aquí, extinguida la hoguera.
El cuerpo deja su fruto
—Hueco, exacto, liso, enjuto—
Sin vías de tentación.
Estéril espectación
Del tiempo. Ahora absoluta.
Hasta aquí llegó el hombre con las rosas,
el barro, la ventura y el ruido,
alegre de sentirse concebido
como los animales y las cosas.
De hablar a las estrellas y las losas
de mi cielo y de mi patio a las que pido
sólo continuar lo que ya he sido
con un poco de Dios y otros de diosas.
¡Qué pequeño el espacio y qué pequeñas
las horas, si las vives o las sueñas
cuando van a morirse con el día!
Este epílogo os dejo (es casi nada)
de una vida sin odio y sin espada.
No diréis que no fue suerte la mía.
Aleluyas de don Miguel de Unamuno fragmento
Para convertir en vivo
lo que no era sensitivo,
fabricaba don Miguel
pajaritas de papel.
El no quería morir
sino eternamente ir.
y Don Miguel se murió
diciendo que si y que no.
He bebido en tu luz, mordí tu fruto
Y he plantado en tu huerta.
Ay, la pena que tizna lo que toca
Ay, la pena que tizna lo que toca
y el cuchillo afilado que nos hiere,
a este grupo de amigos que te quiere
para hablar su dolor les falta boca.
Y les duele el aliento, y vendavales
sonoros en sus pechos hacen nido
al quedarse sin ti, que al cielo has ido
entre nubes de versos inmortales.
Labrador de más aire, por la altura
te sembraste a ti mismo con empeño
que el mundo, como surco era pequeño
para guardar, intacta, tu hermosura.
Perito en lunas, por el rayo herido,
tu alma –silbo de luz– a Dios has dado,
y un eco de tu voz nos has dejado
que imposible ha de hacer siempre tu olvido.
Como en tu obra dijiste tu elegía
y hoy el verso español está de luto,
la Academia te rinde su tributo
comulgando, Miguel, con tu armonía.
Durmióse tu canción de primavera
Durmióse tu canción de primavera
frente al latino mar, cuyo lamento
colmó de caracolas y de viento
el planto funeral de la ribera.
La fronda de la almunia limonera
y el río que a tu infancia dio su acento
hoy elevan el claro monumento
que te ofrece mi cítara ligera.
Oh, alado Paladín de la Poesía,
quebrada en plenitud de ruiseñores
fue tu fugaz iniciación de un día.
Reciba tu memoria mis loores
y esta amorosa soledad umbría
de mis aves, mis versos y mis flores.
FOSA COMÚN
El hombre abstracto a solas
con sus huesos.
¡Qué confusión de bodas
inesperadas!
Las ventanas de ayer están cerradas,
consumidas las velas,
los corredores negros y vacíos.
Ancha tierra a los huesos
que se pudren debajo del armario.
Yo, yo sólo soy.
Hortelano de Orihuela
dedicado a Miguel Hernández
Yo también soy Miguel, pero no Hernández.
Ni hortelano de mieles y de abejas.
Soy Miguel fatigado de mi traje
y el peso de la tierra.
Tuve lo que tuviste, lo que tiene
el aire de Levante de promesa.
Dije que sí a la vida y a la muerte,
sin pedirles respuestas.
Hice lo que se hace cuando el mundo
no es una cosa eternamente nuestra.
He bebido en tu luz, mordí tu fruto,
y he plantado en tu huerta.
Tú caíste ligero de tus alas,
llevando entre las manos la cabeza
herida por el techo de la casa
y los muebles de arena.
Dios te ampare, Miguel, Dios nos ampare
al calcular la suma del planeta:
Tú, más Dios, más el toro, más el ángel.
He perdido la cuenta.
Sueña por fin divinamente solo,
claro Miguel del libro y la palmera.
Miguel de la hortaliza sobre el hombro
y en las manos la idea.
La Lluvia fragmento
Y ha de vivir como un poco viento.
Forzoso es respirar el aire cerca.
Es aire del que hace Dios un hombre
Y lo sostiene a su pesar en vela.
Entro, salgo.
Soledad
en negro y blanco.
Decid cómo se cazan las sirenas
y se aniquilan los insectos.
No tenemos el orden que separe
la paloma del cuervo.
Tenemos sólo tierra entre los dientes,
una ventana abierta al esqueleto,
fuerzas para el amor
y amores sin empleo.
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