(1853-1926)
Leocricia nació en Santa Cruz de La Palma el 18 de agosto de 1853. Era hija de José Gabriel Pestana Brito -depositario del Ayuntamiento de la capital palmera- y de María del Rosario Fierro Camacho. Ambos eran naturales y vecinos de esta ciudad. En el bautismo -celebrado en la parroquia matriz de El Salvador el 11 de enero de 1854- se le puso el nombre de Leocricia Segunda de las Angustias. Se daba la curiosa circunstancia que tuvo otra hermana de igual nombre y que había fallecido a los 14 años de edad. Su madrina fue María de los Dolores Pestana, su tía.
El domicilio familiar ocupaba el número 43 de la Calle Real de Santiago, actual número 53 de la calle Pérez de Brito. No queda nada de la antigua fábrica, puesto que actualmente se ha erigido nuevo edificio sobre los antiguos solares. Cuando la niña contaba 5 años, su padre murió prematuramente a los 48. Su madre y tres de sus cinco hermanos (dos de ellos habían ya fallecido) vivieron muy unidos desde entonces. Más tarde moriría su madre y sus hermanos Cristina (la mayor) y José Gabriel. Quedaban tan sólo Leocricia y su hermano Segundo Gabriel. Vivirían en la misma casona hasta la muerte de éste.
A la edad de 44 años, se casó con Dionisio Carillo Álvarez, un año más joven que ella. La boda tuvo lugar en El Salvador y fue el arcipreste de La Palma, Benigno Mascareño Pérez, el que oficiara la solemne ceremonia. Se hallaba presente también el secretario del Juzgado, José Manuel Pérez y Paz. Así dejaba constancia del hecho en el Registro Civil.
Leocricia fue una incansable lectora que, desde que era pequeña, había sentido una gran fascinación por la poesía. Sin embargo, sólo componía sus versos en la intimidad de su cuarto, sólo para cubrir una necesidad vital, para su satisfacción...
El 13 de mayo de 1874 fue una fecha muy importante en su vida. Esa noche tuvo lugar una reunión masónica en la "Quinta Verde", hacienda extramuros de la ciudad, en el Barranco de los Dolores, propiedad de su querido hermano Segundo desde el 30 de noviembre de 1864. Éste la había comprado a Antonio Álvarez Rodríguez. Un numeroso grupo de masones y otros tantos indigentes de la ciudad habían sido invitados a la casona. Tras el banquete, Leocricia ayudó a servir los postres junto a un grupo de doncellas y damas de la capital. Improvisó este conocido brindis en forma de octava. Tenía 20 años.
"Brindo por el sentimiento
Más grande que el alma encierra
Y que derrama en la tierra
Consuelo a la Humanidad;
Que se agita en todo el pecho
Do late un corazón:
Brindo por el buen masón,
Brindo por su caridad".
Si bien la Francmasonería en nuestra Isla no admitía en su seno a las mujeres, esta espontánea improvisación de Leocricia dio pie a suponer que la poetisa era masona. A lo largo de toda su vida demostró tener simpatía y admiración por esta confraternidad. Su hermano sí era un consumado masón y cuando enfermó, muchos miembros de la misma estuvieron atendiéndolo, cosa que siempre agradeció Leocricia.
Existió una leyenda que envolvía la "Quinta Verde" y alcanzaba a sus habitantes. Bien es sabido que en la capilla de la mansión había permanecido la impresionante imagen del Señor de la Caída (actualmente puesta al culto en la parroquia de San Francisco de Asís de esta capital) después que su ermita fuera pasto de las llamas en 1827. Por ello se trasladó allí la milagrosa efigie. Se consideraba que el Señor era el dueño de la Quinta desde entonces. Por eso, cuando llegó la ley de desamortización dictada por Mendizábal, el masón Segundo Pestana Fierro, hermano de Leocricia, adquirió la heredad en subasta pública. Se produjo entonces el latrocinio con el desahucio de la imagen, lo que llevó a la consternación popular y el inicio del mito.
La solemne y multitudinaria procesión llevó al Cristo Caído desde su oratorio hasta el templo del extinguido convento de la Inmaculada Concepción, hoy San Francisco. Se decía que aquella acción sería castigada por Dios y caería la furia divina a todos aquellos que lo habían ultrajado. El presagio era claro: ninguno de los dos hermanos llegaría a disfrutar de su nueva pertenencia, conseguida por tales "perversos" medios. Se pensó que la cruel enfermedad que acabaría con la vida de Segundo y la soledad que consumió a Leocricia eran los presagiados resultados de la materialización de la fatal profecía.
Sin embargo, había una explicación para ello. El oratorio, destruido por el fuego y ubicado en la antiguamente denominada Calle Real del Puente del Medio, era patronato de una rama de la poderosa familia Massieu, saga que era también propietaria de la hacienda. Ésta había sido vendida por Rafael Massieu Béthencourt, avecindado en Las Palmas, a Antonio Álvarez Rodríguez por escritura pública que pasó ante José Benítez, notario de la capital. De éste la adquirió Segundo Pestana un mes más tarde. Es decir, que jamás la finca fue propiedad de la Iglesia ya que se trataba de una pieza de mayorazgo, es decir, imposible de cambiar, vender o enajenar. Se transfería siempre a los primogénitos de la saga. Además, cuando Rafael Massieu la había vendido a Antonio ya se hallaban en vigor las leyes que dejaron sin efecto las vinculaciones de bienes.
Tal y como reza una moderna inscripción colocada en el patio del conjunto, la "Quinta Verde" constituye uno de los mejores ejemplos existentes en Canarias de quinta suburbana, es decir, de hacienda y casa de campo próxima a la ciudad, construida como lugar temporal de descanso y recreo por sus primigenios dueños. La leyenda continúa: "El conjunto, que incluye el palmeral superior, presenta configuración aterrazada, formada por diversas huertas escalonadas, escalinatas, vías y portadas de piedra que se adaptan a la topografía del terreno con un orden natural admirable. A sus singulares valores arquitectónicos y paisajísticos hay que unir además su importancia histórica, cultural y literaria, como lugar de reunión de la Logia masónica existente en la Isla y residencia de significativos poetas como Nicolás Massieu Salgado (1720-1791) y Leocricia Pestana Fierro (1853-1926)".
En el periódico local El Iris, cuando Leocricia contaba con 28 años de edad, salió publicado su primer poema en un trabajo especial que conmemoraba los dos siglos del fallecimiento de Calderón de la Barca. El soneto se titulaba A España:
"Aunque no fuera la nación potente
Que del moro humillara la arrogancia,
La que salvó animosa la distancia
Por buscar otro mundo en Occidente,
La que acostumbrada contempló la gente
Admirando su indómita constancia,
Ceñirse con Sagunto y con Numancia,
Coronas de laurel su altiva frente.
Si la patria no fuera de Pelayo
Y honrarse no pudiera en la memoria
La jornada inmortal del Dos de Mayo,
Bastará, España, para honrar su historia
Que mostraras brillante como el rayo
De Calderón la perdurable gloria."
Leocricia, tras la muerte de su hermano Segundo, heredó la "Quinta Verde", extraordinario remanso de paz y verdor en el Barranco de Nuestra Señora de Los Dolores, extramuros de la ciudad. Se da la circunstancia de que un gravamen pesaba sobre la mansión y su finca: una hipoteca a favor del abogado Federico López Abreu, alcalde de la capital palmera. Leocricia, imposibilitada económicamente de hacer frente a esta gran deuda, no tuvo más remedio que llegar a un acuerdo con el edil. Consistía en que le cedía la propiedad, pero -como bien informaba Pérez García- "se reservó para su uso la parte alta de la casona y los jardines inmediatos".
Al fallecer Leocricia, pasó el pleno dominio de la finca a López Abreu, quien la transmitió posteriormente a María del Carmen y José López Martín, sus nietos.
El Boletín Oficial de Canarias núm. 89, de 9 de mayo de 2005, publica el decreto 70/2005 por el que se declara Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento, la Quinta Verde. Hoy, aunque es propiedad del Ayuntamiento capitalino, está convertido en "Aula Abierta de Educación Ambiental", a través de un convenio firmado con el Cabildo para la puesta en uso de las instalaciones, rutas guiadas...
Tras haber habitado en este precioso paraje durante varias épocas de su vida, en 1898 decide instalarse definitivamente en ella. El rencuentro de Leocricia -ya casada- con su amado edén le produjo una gran alegría. Escribió "al llegar a la casa de la Quinta Verde (para mí muy querida) tras largos años de dolorosa ausencia..." El soneto en el que plasmó su inspiración fue titulado A mi corazón.
"Llegué... ¡La vuelvo a ver...! Y aquí en mi pecho
Con fuerza, corazón, potente lates,
Adalid que aguerrido en los combates
Al campo de batalla hallas estrecho:
Intrépido palpitas, aún maltrecho
De tus penas de ayer, á los embates...
Que hoy sirvan tus heridas de acicates
Para ansioso buscar aun á despecho
De amargas y queridas remembranzas,
Una playa de amor y de ventura,
Que al mar de tu dolor ponga su valla;
Y si el hado tan solo en esperanzas
Trueca su afán de paz y de ternura...
Herido corazón... no llores ¡¡calla!!"
Luis Morera ("A la Quinta Verde", Taburiente, 1987) cantaba "...La Quinta Verde es un jardín donde la luna hace el amor y las estrellas desde el cielo le van susurrando un canto en crepúsculo de mar y mariposas de cristal del cielo bajan para ver el verso que al amanecer dejó prendido al rosal la Dama del traje blanco..."
Leocricia se erigió en un importante referente para los republicanos insulares, en su ídolo indiscutible. Seguidora del Librepensamiento, de la Libertad y de la Justicia, en su intranquila personalidad se dieron varias contradicciones. Por ejemplo, se consideraba una mujer anticlerical, pero en el fondo era una gran creyente. No soportaba que nadie criticara o hablara mal de la Iglesia. Se vestía incluso de negro riguroso cada Viernes Santo, de luto por la muerte de Jesucristo. Incluso había colgado sobre su cama un cuadro de Nuestra Señora de los Dolores, en cuya esquina existía una redondilla escrita por ella y dedicada a su Virgencita Dolorosa:
"Mater Dolorosa.
María, por tu bondad,
Meditando tus Dolores,
Logramos los pecadores
El fruto de tu piedad".
Se decía que la Iglesia estaba en contra de Leocricia. La Iglesia de la época condenaba la separación de Iglesia y Estado, la libertad de expresión y de prensa, el socialismo, el racionalismo, la democracia... y otros muchos ideales que Leocricia defendía. Se decía que la Iglesia era anti-Leocricia, no Leocricia anti-Iglesia.
Su clara influencia en los republicanos de la época se plasma en varias invitaciones y esquelas que recibía Leocricia. Una de ellas, firmada por veintisiete señoras de la capital palmera, le fue remitida para dignificar con su asistencia un acto de homenaje en honor de Voltaire. Fechada el 19 de febrero de 1914 rezaba:
"Sra. Dª Leocricia Pestana de Carrillo.- Distinguida señora nuestra: Las que suscriben, constantes admiradoras de la poesía y pensadora a quien tienen el honor de dirigirse, y que se proponen concurrir a la Velada, homenaje al amplio espíritu que se llamó Voltaire, solicitan el valioso y necesario concurso intelectual de V. para lo que será una hermosa y significativa fiesta.- A la vez, ruéganle encarecidamente su asistencia al acto, ya que es V. la más alta y digna representación de nuestro sexo, que no puede ni quiere permanecer insensible a los requerimientos de la Razón, que para la mujer abre mejor senda de aquella de la Fe, vieja y tortuosa.- Aceptad el testimonio de sincero afecto de vuestras paisanas".
La primera firma que aparece en esta invitación es la de Evangelina Hernández Armas (1885-1971), esposa del empresario Manuel Rodríguez Acosta (1883-1961). Éste fue destacado librepensador y republicano que fue detenido al iniciarse el Alzamiento Nacional el 18 de junio de 1936, como directivo de la Unión Republicana de La Palma.
Leocricia no acudió a la velada, pero -como informaba la prensa local- envió una bella carta dirigida a las damas que tan amablemente la habían invitado y que fue leída por Luis Felipe Gómez Wangüemert (1862-1942), célebre periodista "brillante, astuto, polémico y mordaz".
Lorenzo Rodríguez, en sus crónicas, informaba de que "el periódico que por esta época se publicaba en esta población con el título de El Iris, publicó un número extraordinario de literatura y poesía, una de las cuales es la siguientes, que hemos preferido para poner, no porque sea mejor que las otras, sino por ser de una mujer". Y a continuación transcribe el mismo soneto titulado A España al que hice referencia anteriormente.
Otro de los ínclitos personajes de la época, el escritor Félix Duarte Pérez (1895-1990), informaba de que los versos de Leocricia, "de un clasicismo irreprochable, tenían acentos conmovedores, estrofas definitivas, primores de técnica y sonoridades de himno redentor". Pérez García añadía en su estudio sobre la poetisa que "en ellos había un soplo de rebeldía contra todas las mediocridades, una propuesta latente, discreta y sentida hacia la hostilidad del medio en que le tocó vivir".
Pérez García describía así a la dulce poetisa palmera: "Leocricia, que detestaba que la retratasen, fue una mujer de estatura mediana, delgada, de buen carácter y buen trato, culta y de excelentes cualidades, a la par que fina, agradable, delicada, y muy acicalada en su persona; vestía a la moda de su juventud, con trajes de colores, largos y con cola..."
Suárez Bustillo la describía así: "Leocricia era de estatura media, en torno a 1,60, delgada, pelo recogido y siempre bien peinada, frente despejada y ancha, piel rosada, fina, agraciada de cara, de sonrisa graciosa, voz deliciosa, mirada ardiente, agradable, delicada, sensible. Muy pulcra en su persona. Vestía a la moda de su juventud, con trajes de color negro o blanco, largos y con cola".
Las crónicas informaban también de que le gustaba sobremanera recibir invitados en casona de la "Quinta Verde", sobre todo a aquellos intelectuales que, de paso por la capital palmera, ya habían mostrado interés especial por hablar con ella, conocerla y aprender y departir con ella gratas conversaciones. Estas visitas eran acompañadas con frecuencia por un gran amigo de Leocricia, el ilustre entomólogo palmero Elías Santos Abreu (1856-1937) que, además, era su médico.
Otro de los importantes personajes que estudiaron la obra de Leocricia fue el publicista Sebastián Padrón Acosta, quien, al profundizar en la producción de las poetisas canarias, quiso comenzar con ella. La consideró "un espíritu inquieto, una mujer enamorada de la libertad y de la belleza, amante de la independencia y propulsora de la cultura de su isla; un alma lírica y arrebatada que se entusiasmaba leyendo los discursos de Castelar". El mismo crítico opinaba que sus magníficos sonetos estaban imbuidos del espíritu de Voltaire, indicando que, uno de los que más sobresalían era el titulado A la Sociedad Amor Sapientae:
"Con férreo diente la corteza dura
De nuestra madre tierra, audaz destroza
El arado que mano vigorosa
Va impulsando por árida llanura.
Al desgarrar cruel su vestidura
Deja en el surco la cimiente hermosa,
Que mañana la lluvia generosa
Transformará en guirnaldas de verdura.
Así también, sin que te arredre el peso,
"Amor Sapientae", tu saber prodiga
Surcos, abriendo el pensamiento humano,
Que en el extenso campo del progreso
¿quién no piensa al coger la rubia espiga
En la mano feliz que sembró el grano?"
José Apolo de las Casas (1894-1975) -profesor de Pedagogía en el Colegio de Santa Catalina y titular de una plaza de magisterio en la Escuela Real, también de la capital palmera- sitió una especial curiosidad sobre la poetisa palmera. La observaba desde la Huerta Nueva, con prismáticos, "y le parecía una musa, un ensueño, una divinidad pintada de blanco, que leía, leía sobre la ladera del barranco toda la literatura liberal desde la Revolución Francesa en adelante; que el año de 1789 era para ella un altar, un lábaro, un sol sin límites". Este célebre personaje isleño -que colaboraba también en la prensa local y dirigía el periódico falangista Escuadras- pretendía averiguar el alcance literario y el valor poético de la obra de Leocricia. Le parecía muy escasa puesto que sólo conocía: dos poemas sencillos, cuatro sonetos y un brindis. Llegó a decir: "debe existir algo más o aquí hay algo raro".
Otro personaje de la época, Crisóstomo Ibarra, que también escribió sobre ella, también de joven contemplaba a la dama desde lejos "aquella figura de mujer, blanca y pálida como un lirio o una magnolia, que se deslizaba bajo las luces crudas del sol por entre los rosales y las enredaderas que trepaban por los muros de su jardín, siempre escoltada por dos rubios felinos que iban rozando su falda, larga como una túnica grieta..." Años más tarde, tendría la suerte de visitar a Leocricia en su mansión. Quería conocer de cerca de esta mujer aislada de todo, sola...; sin embargo no era así según ella misma, pues se sentía acompañada constantemente de sus flores, sus gatos, sus sueños, sus libros, sus versos...
Efectivamente, entre sus libros Leocricia era feliz. Una gran biblioteca -excepcional para la época- repleta de libros era el lugar mágico de su casona y el preferido para recibir a las visitas. Era una sala luminosa y alegre, llena de flores y de sabiduría, de historias, de poesía... Pérez García escribía: "la anfitriona, de rostro fuertemente maquillado, observaba a sus visitantes tras unas gafas de gruesos cristales con unos ojos que revelaban su inteligencia; entonces hacía gala de su trato afable y afectuoso. Su cultura era vasta; sus ideas, firmes y claras, que no vacilaba en exponer; consideraba a la mujer española esclava de la Iglesia y llena de prejuicios, y criticaba con toda pasión toda tiranía..."
Después de que en 1898 se trasladara a vivir a la "Quinta Verde", se la vería bajar al centro de la ciudad en muy contadas ocasiones. Así, al año siguiente, "la culta psicóloga" visitó a su suegra Rosario Álvarez Romero en su casa de la Calle Real con motivo de su enfermedad y posterior fallecimiento. Todos los miembros de su familia se iban muriendo uno a uno: se quedó sola. Así, su retiro se vería cada vez más acentuado a medida que iba envejeciendo.
Sin embargo le seguían llegando invitaciones para que participara en veladas y le seguían solicitando su colaboración con algún poema. Sólo entonces ofrecía algunos versos para justificar su ausencia. Sin embargo asistió a algunas, como en la noche del 29 de diciembre de 1909 "...en nuestro teatro se celebró una velada literario musical en honor del poeta Emiliano Duke y Villegas. En ella formó parte la ilustre poetisa Leocricia Pestana de Carrillo..." (Germinal, enero 1910). También, el 11 de enero de 1905, se celebró otra velada en honor de Leocricia y otras. Leocricia esta vez sí se presentó.
En otras ocasiones, como dijimos, no fue así. Entonces solía suplir su presencia física con su célebre obra y su dulce poesía. Así, por ejemplo, envió un soneto para que fuese leído en la Biblioteca Cervantes el 19 de marzo de 1912 con motivo de la celebración de una velada literario musical en conmemoración de las Cortes de Cádiz. Leocricia no acudió y lo leyó Antonio Rodríguez Méndez. Otro soneto fue enviado a la Sociedad "Sangre Nueva", para excusar su ausencia a un acto en el que fue invitada en 1914. Fue leído por el afamado y polémico periodista Antonio Acosta Guión (1886-1972).
Otro poema titulado Deprecación fue leído en el Real Nuevo Club Náutico el 19 de febrero de 1909. El acto, al que fue invitada pero no acudió, tuvo lugar para recaudar fondos para los damnificados de los terribles terremotos que arrasaron Calabria y Sicilia. La población se movilizó y la Sociedad "Amor Sapientiae" inició una suscripción a beneficio de las víctimas. El alcalde Manuel Van de Walle y Pinto organizó un baile de máscaras en el Circo de Marte. El periódico local Germinal publicaba aquel soneto:
¡Oh, Dios del Sinaí, fuerte y celoso,
Que envuelto en la nube que la luz colora,
Ostentas en la diestra vengadora
De tu cólera el rayo poderoso;
Que al soplo de tu aliento rencoroso
Infecundas la tierra productora
Lo mismo que al malvado, al virtuoso.
Calma ya de tu ira los rencores,
Vierta el iris de paz apetecido
Sobre las ruinas del inmenso osario
Sonrisa de celestes resplandores,
Y hoy que te llama un pueblo dolorido,
Responde por piedad, Dios del Calvario!"
La sociedad "Juventud Republicana", situada en la calle Pedro Poggio. Actualmente el solar donde se hallaba ubicada la fábrica señala el número 7. Siguiendo los deseos de la difunta, se la enterró en el cementerio civil dos días después del óbito. Quería descansar con los restos de su marido, al que jamás olvidó. Siempre le mandaba flores con unos versos, muchos escritos en sus pétalos.
Fue inhumada en 1926. Es curioso cómo en 1930, los encargados del cementerio confirman que no recuerdan dónde está enterrada. En el cementerio civil sus datos nunca fueron registrados. Desapareció cualquier pista, cualquier vestigio. Y así hasta nuestros días. La leyenda rodeó en la vida y en la muerte a esta ilustre dama, de la que se decía, fue "mucho hombre esta mujer" (Gómez Wangüemert)
Así, una de las mujeres más preclaras que ha dado La Palma, solidaria, caritativa, sonetista excepcional y célebre intelectual, abandonó -por fin- su amada "Quinta Verde", su amada Isla de La Palma, para desaparecer para siempre, dejándonos sólo una estela de leyendas, un pequeño catálogo de poemas, tal vez muchos aún por descubrir.
Pérez García concluía su crónica sobre la legendaria poetisa:
"Desplegó Leocricia sus potentes alas y alcanzó las más altas regiones de la fama, del público reconocimiento de la intelectualidad canaria como sonetista excepcional, de su liderazgo como prototipo de mujer palmera, liberal y librepensadora".
Gómez Wangüemert (1862-1942) había escrito -recogido por De Paz Sánchez-: "...Para ella fue, algo así como una prisión la tierra de su nacimiento, a la que sin embargo amaba, anhelando su redención. La Palma fue jaula en la que apenas trinó públicamente, dolida de la indiferencia y de la estulticia de cuantos no supieron o no quisieron comprenderla y quererla. En la intimidad de su retiro que era templo para nosotros, fueron pocos los devotos, pocos los que conocieron su fortaleza, su hombría, su indignación frente a determinados problemas religiosos, sociales y políticos. Y fueron pocos, también, los que de vez en vez, escucharon reverentes de entusiasmo, sus sonoros y limpios versos, palpitantes de rebeldía..."
El Ayuntamiento de la capital palmera perpetuó el nombre del "más grande de los poetas femeninos de Canarias" al inaugurar una calle en el Barrio de Benahoare el 31 de mayo de 1984. Curiosamente, es así como se llamaba entre los masones a su hermano Segundo Gabriel. Hermano y hermana, por fin, juntos para siempre.
Para Domingo Acosta Guión (1884-1959), poeta librepensador de gran fecundidad, ella fue:
"...Solitaria de un mundo espiritual,
Se remontó al azul del ideal
Como algo que se esfuma o que se pierde...
¡Y se durmió en un sueño de justicia!
¡El último embeleso de Leocricia
En el misterio de su "Quinta Verde!"
Isla de La Palma publicaba en 1909 un extenso artículo sobre la señora, que terminaba así, como nuestro trabajo:
"...Leocricia Pestana: yo te saludo. Al entrar con vacilante paso en los intrincados caminos de la vida, llama poderosamente la atención tu sobresaliente figura, que ni tu excesiva modestia ni el destierro al que voluntariamente te has condenado, han podido oscurecer en lo más mínimo. Yo quisiera poseer la pluma de Víctor Hugo, de Lamartine o de Galdós, la inspiración de Zorrilla, de Lope de Vega o Espronceda para escribir tu biografía y decir a las generaciones venideras: He aquí a Leocricia Pestana; enaltecedla, no borréis jamás su nombre de los anales de la Historia, enseñad a los que os sucedan a rendir culto ferviente a su memoria. Palmira, febrero 27"
Son varias las personas que, tras su muerte, decían haber visto en la mansión y sus jardines algunas luces y extrañas siluetas, incluso a una figura de mujer vestida de blanco con un candil encendido por entre las palmeras en noches de luna llena... la leyenda se iba alimentando de generación en generación... al igual que llegó el "lugar de búsqueda de tesoros secretos a cargos de desesperados y listos de turno que cavaron las paredes, las fuentes y pozos secos, los jardines y paseos enmarañados que rodearon la imponente mansión".
Por todo lo dicho, y sobre todo, por todo lo que no se ha dicho, Santa Cruz de La Palma debería de albergar una congregación anual cada 4 de abril de todas las poetisas y ¿por qué no también poetas? ¿y por qué sólo canarios? como perpetuo y merecido homenaje a la gran Leocricia Pestana Fierro, la "Dama vestida de blanco", una extraordinaria figura injustamente olvidada de nuestra Historia.
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