FÉLIX SATTORI ROMÁN
(Trinidad, Beni, Bolivia, 1893 – Santa Cruz, Bolivia, 1975).- Poeta y periodista.
Se desempeñó como profesor y director de colegio. Creador de una de las revistas más importantes benianas ‘Moxos’ (1936). Director del diario ‘La Gaceta del Norte’ (1922-1924). Su producción literaria ha sido recopilada por Arnaldo Lijerón Casanovas.
César Chávez Taborga (1974) describe el aporte literario de Sattori en los siguientes términos: “Su producción poética, fecunda, no ha logrado el libro impreso, lamentablemente. Sólo periódicos y revistas difunden su obra primigenia. Poesía sencilla y evocativa la suya, es también luminosa y sugerente porque sabe descubrir en el paisaje algunos ‘estados del alma’ que traduce sin afectación, casi monologado”.
Pablo Dermizaky, al hacer una reseña de la cultura beniana (1975), comenta sobre Sattori: “sus versos tienen un común denominador: la belleza de la forma que depura el sentimiento en cadenciosas rimas. Espíritu selecto, la poesía fue para Sattori una devoción intelectual y un género de vida”.
Uno de esos versos, titulado ‘El poema de la angustia’, dice en fragmentos: “Mi alma atormentada largo tiempo / por deseos largo tiempo comprimidos, / asomábase a los labios, / asomábase a las sombras / en acecho de un amor irrevelado. / Mas la noche era muy negra / y mi pena era más pena. / Mi pena era más negra / que la pena de la noche / en la selva poblada de luciérnagas. / Mi noche era muy noche / que la noche infinita del Averno”.
LIBRO
Antología: Félix Sattori Román (Aproximación a su obra literaria, ed. A. Lijerón, 1992).
Soirée
Tibia y clara es la noche. El palacio está de fiesta;
ya las locas parejas inundan el salón,
y vaga en el ambiente el preludio de una orquesta
que añora de Versalles las fiestas del Trianón.
Y mientras que se escucha el sonar de las botellas,
se aviva el escenario con profusión de luz;
los gallardos mancebos pasean a las doncellas
que ostentan pedrerías y brocados de Ormuz.
Risueñas las hermosas relucen ya sus galas,
es cada una de ellas bulliciosa y cortés;
se aprestan las parejas cual sílfides con alas,
y brindan los muchachos las copas de Jerez.
Entre el sexo galante de frívolas palabras,
las miradas son flechas que van al corazón;
y en medio del entusiasmo, con sus risas macabras,
aplauden las coquetas las gracias de un bufón.
La dama más honrada de una gentil comparsa
blasona de prudente si la asedia un galán;
y se aristocratiza con le champán de la farsa...
y llegan semiocultos Don Cupido y Satán.
¡Oh, huéspedes paganos, que perdidas ofrendas,
entre otras cosas aúreas, venís a proponer;
vosotros sois los héroes de todas las leyendas,
y estáis donde los hombres deifican a la mujer!
La Paz, 1915
A la media noche
A la media noche
al filo de mi espada
frente a tus ojos velados
por tules de silencio.
A la media noche
tus encantos
luces de obsesión
en mis sueños románticos.
Los dedos finos
de tus manos puras
lirios de la luna
en la media noche.
Cirios del deseo
los túrgidos pezones
de tus senos rosados.
Y junto a la estatua marmórea
mi ansia hiperbórea
rompiendo el vaso
de la media luna
en la media noche.
El poema de la angustia
Por la senda obscurecida
iban lentos los jamelgos.
Iban lentos bajo el peso de los sueños
como sombras de misterios nuestros cuerpos.
La noche estaba negra.
Nada más que dos luceros
—los luceros de tus ojos
que guiaban el sendero—
alumbraban nuestros sueños.
Tus ojos en la noche eran cirios encendidos.
los cirios luminosos de tu alma
coruscaban en la noche
la noche de mi angustia.
Mi alma atormentada largo tiempo
por deseos largo tiempo comprimidos,
asomábase a los labios,
asomábase a las sombras
en acecho de un amor irrevelado.
Mas la noche era muy negra
y mi pena era más pena.
Mi pena era más negra
que la pena de la noche
en la selva poblada de luciérnagas.
Mi noche era más noche
que la noche infinita del Averno.
En la noche sin estrellas
iban lentos los jamelgos,
y dos sombras de misterio
en la senda se juntaban.
Tras la luz coruscante de tus ojos
se acercaban en las sombras
los fluidos de dos cuerpos,
y las sombras de dos almas
en la noche se juntaban...
¡Oh, la noche de mi angustia!
¡Tragábamos la noche, éramos de la noche,
y tú eras mía en la noche de mi pena!
Tierra verde, tierra camba
Tierra verde, verde, verde,
verde de esperar machetes.
Verde con sueños de siglos.
¡Tierra camba, camba, camba!
Aguas que vienen del Ande
besan tu entraña ignorada,
pasan buscando otros lares
y se aduermen suspirando.
¡Que nunca lleguen hombres
a perturbar este sueño,
tierra verde, verde, verde
tierra camba, camba, camba!
¿Cuándo abrirás nuevos surcos
y tendrás cielos nuevos?
¿Cuándo habrás de redimirte,
tierra camba, camba, camba?
La duda
Esto de acostumbrarse a querer
sin querer,
para terminar queriendo
y no queriendo.
Esto de no saber iniciar
la partida
con la bien Elegida
para mujer.
Y siempre querer
y siempre luchar
sangrando la herida...
¡Un eterno dudar
es toda la vida!
Yo he visto unos ojos
En la tarde cálida
de un día domingo,
yo he visto unos ojos
sobre una tez pálida.
Ojos hechiceros,
negros y profundos,
bellos, luminosos,
como dos luceros.
Ojos refulgentes,
grandes, atrayentes.
Ojos que acarician.
¡Ojos que electrizan!
Ojos en que vaga
algo de misterio,
de dolor secreto,
pena y cautiverio.
Miran soñadores,
y parece hablaran
de tristezas hondas,
ensueños y amores.
Junto a unos cabellos
negros como el ébano,
sobre una tez perla
lanzan sus destellos.
¡Qué fulgor más lindo
sobre esa tez pálida,
en la tarde cálida
de un día domingo!
Los bueyes de mi tierra
Estos bueyes de mi tierra
parecen hombres esclavos.
Cabizbajos, taciturnos,
uncidos al carretón
cargado, tosco, pesado,
simbolizan el ambiente,
la pobreza, la inacción.
A veces alzan la testa
como si fuesen altivos.
Pero cae sobre su frente
el chasquido que hace roncha
y en la epidermis asesta
rojos puntos suspensivos.
¡Son tan mansos!... van jalando
lentamente la carreta
—¡Jí... Usa! ¡Jí...Jí... Usa!
les grita el carretero
y el látigo los azuza,
aunque en el charco se hundan
en los días caniculares
y hasta en las noches sin luna.
¡Qué filosofía profunda
encierra esa vil pereza!
Paso a paso, caminado,
Van rumiando su tristeza.
Y esa tristeza se aduna
a esta mi angustiosa pena
de ver que en mi tierra hermosa
—de amor propio, toda llena—
aún existe la coyunda,
símbolo de otros tiempos
de servidumbre y cadena.
Al atardecer
Como canta el ruiseñor
ella canta...
son sus notas tan suaves
de tristeza o de dolor,
cual si el ritmo de las aves
estuviese en su garganta.
Ella canta
como canta el ruiseñor.
Y en las tardes, cuando canta,
melancólica,
le revela grave al piano
cual si fuera un arpa exótica
la inquietud de su alba mano.
Mano fina...
Ella canta
en las tardes, melancólicas,
como canta el ruiseñor.
El huerto olvidado
En la paz aislada de este viejo huerto
donde los amantes un día se unieron,
hay graves misterios y hondas nostalgias
de amores locos que ha tiempo fueron...
Ya resuena un eco de palabras muertas
donde florecieron las idealidades.
Ya todas las rosas de oro del ensueño
fueron deshojadas por las tempestades.
Hay en cada sombra ignorados secretos,
hay en cada senda perfumes de idilio,
comunión de penas de los que se aman
con amor supremo hasta en el exilio...
Hay lamentaciones de sedientas bocas
que un día besaron con amor lunado.
Son plegarias tristes que el viento se lleva
con las hojas secas del huerto olvidado.
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