Luis María Marina
(Cáceres, 1978), es poeta. Ha publicado los poemarios "Lo que los dioses aman" (2008) y "Continuo mudar" (2011) y un libro de crónicas, "Limo y luz. Estampas luminosas de la ciudad de México" (2012). Ha traducido y antologado al poeta portugués Alberto de Lacerda ("El encantamiento", 2012). Ha vivido en México y vive actualmente en Lisboa.
(Cáceres, 1978), es poeta. Ha publicado los poemarios "Lo que los dioses aman" (2008) y "Continuo mudar" (2011) y un libro de crónicas, "Limo y luz. Estampas luminosas de la ciudad de México" (2012). Ha traducido y antologado al poeta portugués Alberto de Lacerda ("El encantamiento", 2012). Ha vivido en México y vive actualmente en Lisboa.
CHELMNO 2008
frente a tanta vacía belleza sólo la palabra silente
el sonido inefable lo nacido
el riachuelo
tras un delicioso paseo desde el andén de una vieja estación
es necesario cruzar un afluente del río ner riachuelo
de gélidas aguas que aún muestran signos del reciente
deshielo
flujo de vida pura negra leche de celan
el emplazamiento
la arquitectura del espacio es a primera vista notable
una extensión vacía sobriamente dispuesta clásica en sus dimensiones
que nunca superan la medida humana
bello uso de la perspectiva que atrapa al ojo
y en torno impenetrable
una densa muralla de pujantes coníferas perfila
los límites de lo que convencionalmente llamaremos la plaza
su forma rectangular trae la memoria de algunos de los más bellos espacios
concebidos por la mente humana
la pequeña plaza abierta entre la residencia real y el grupo del cóndor
en macchu picchu
la acrópolis
los vosgos
en fin monte albán
los restos
sobre el pasto reverdeciente
se intuyen huellas primeras de la presencia humana
cuidadosamente borradas pacientemente destruidas
basamentos de piedra que levantan apenas unos centímetros del suelo y dibujan la geografía imaginaria de los únicos cuatro edificios
también
los rieles abandonados
las mariposas
con la incipiente primavera polaca han vuelto las mariposas
sucias aún grises de invierno y torpor
por tus ojos las ve pavel friedman quien escribía en terezin en 1942
aquella mariposa fue la última, no viven aquí las mariposas
y más allá de todo esto de tanta vacía belleza
sólo la palabra inefable
alguien pregunta si quedarán aún partículas en suspensión
alguien recuerda que lodz era la segunda ciudad de la polonia ocupada y que el gueto albergó según las estimaciones a 350.000 judíos
alguien pronuncia los nombres mordechai podchlebnik y simon srebnik
supervivientes únicos de chelmno
habla también tú me interpela celan
qué tu queda algún tú
yo
tendrá razón álvaro de campos y es morir la única conclusión
(Del libro ‘Lo que los dioses aman’.
El Tucán de Virginia, México, 2008)
Centro histórico
Quién no Después de pasear una mañana cualquiera
Por Francisco I. Madero
Ha entendido que la Lengua de los mendigos
No admite traducciones Que ni siquiera la ce nos separa
Oída en ellos tan similar a la nuestra
Que los dialectos que la habitan no son los de las razas
Ni blanco ni indio ni mestizo
Cómo desconocer Que su suciedad No es de este mundo
Que su derrota no humilla porque tú la compartes
Quién a la vista de sus pies purulentos
De sus garras de águila calva
No sueña con una operación de estética
Anunciada a todo color en una enorme pantalla de plasma
Sobre la fachada modernista de Radio Nowhere
Qué ojos son capaces de renunciar a la codicia de su atavío
Cómo no arrodillarse ante su santidad alcohólica
su desnuda demencia
Atento
Continuo Mudar
Luis María Marina
Editora Regional de Extremadura,
España, 2011.
Los diálogos de Marina
Por José Ángel Leyva
Uno de los rasgos más profundos y distintivos, si no el que más, del siglo XXI es el fenómeno de la migración y el cambio; no obstante, debemos reconocer que la humanidad, el hombre es en esencia el mismo que afila de semejante modo el instrumento y el arma, como lo hicieron los primeros nómadas homo faber. Luis Marina da en el clavo desde el título, no solo por haber atinado a darle nombre a su libro, sino porque logra colocar al lector en dirección de su naturaleza o condición mutante. Ese continuo mudar que Rimbaud expresara de un modo semejante: Yo, es otro.
Luis Marina es, legítimamente, un ciudadano del siglo XXI y un español de la democracia, de esa España que experimentó y experimenta como pocas naciones una metamorfosis cultural inaudita y extraordinaria. No es gratuito el título de su poemario, como no lo es la fragmentación voluntaria que le da sentido a la estructura de la obra, a cada una de sus seis partes.
Luis Marina traza coordenadas que nos indican las rutas de su tránsito verbal. Sapiencia y curiosidad impulsan la propuesta estética de Continuo Mudar, que no es propiamente en los bordes de la realidad inmediata o en la altura de la percepción remota. Ante todo, atiende a la conversación y a la lectura, a la imaginación y al nombre. La técnica y los instrumentos de su aparato discursivo responden a tales fuerzas o cualidades. El poeta se coloca en el centro del diálogo, de la alteridad, de la dialéctica de su propia respiración y su mirada. Imágenes y sonidos fundan las regiones emotivas e intelectuales del autor.
Conocí este libro en sus primerísimos y germinales balbuceos. Ya eran visibles sus marcas arquetípicas y sus referencias extradiegéticas, es decir, identificables en la realidad, como lo eran también las esferas ficcionales al servicio de la poesía. Una poesía que no narra sino expresa la geografía cambiante y el trasiego temporal, intermitente, de sus probables personajes, o de sus posibles criaturas abstractas. Era ya desde entonces un diagrama fragmentario que aspiraba a convertirse en libro, pero dominado aún por la atomización y lo centrífugo. Descubro ahora, al tener en mis manos la edición extremeña, que logró trascender sus propias trampas dialogales para verterse en un discurso compacto, firme, capaz de convencer al mismo tiempo que provoca, perturba diría yo, con sus recursos intertextuales y sus audaces líneas conversacionales que toman distancia de la propuesta estética que ha dominado a la última poesía española afanada en hacerse accesible a la grandes mayorías. Esa poesía que a nosotros poetas y lectores hispanoamericanos se nos aparece como repetitiva y exhausta.
Un yo mutante recorre las páginas de este poemario. Un yo de varios, de diversas máscaras, o sea personas que sueñan o emiten voces del pasado, de un ayer que multiplica y divide sus ayeres. No es un recurso vanguardista, como se podría pensar de manera fácil, sino la consecuencia de una actitud auténtica, congruente con la lectura de su tiempo. Allí reverbera la tradición judeo cristiana, con sus ecos místicos y barrocos, se advierten resonancias de la Generación del 27, de la del cincuenta, de una avidez bibliográfica hecha digestión. Podría por ello también pensarse que este libro son varios libros, pero uno concluye que es un solo libro que centrifuga sus registros plurales, sus búsquedas y hallazgos. Esa mudanza que se extiende y se concentra en extensiones, que afirma y se niega en el origen, en el padre, en el reconocimiento del hijo, que es memoria y es mañana. Desde las Coplas de don Jorge Manrique por la muerte de su padre, hasta la Muerte del mayor Sabines, hay una conciencia de pérdida y de renovación, de caducidad y de emergencia: “Este mundo es el camino/ para el otro, que es morada sin pesar;/ mas cumple tener buen tino/ para andar esta jornada sin errar”. En estas líneas de Jorge Manrique reside la lucidez del poeta Marina, quien emprende también la evocación del padre como una vía hacia la revelación de sí mismo y de sus otros.
Luis Marina monta la bestia civilizatoria del presente para transportarse y trasladarnos a atmósferas anacrónicas, a situaciones arcaicas donde sólo nos deja atestiguar el gesto de la despedida del judío polaco Stefan Ernest en su diario: En una zanja de la zona alemana, mayo 1943, o lo gruñidos locuaces de Los perros de Lissa a través de un tercero, a quien no le consta lo que dicen, pero nos coloca ante el cuadro: “los lobos no se fueron, porque en sus ojos llevaban el futuro.” Así, el pasado nos mira desde el desvanecimiento de sus formas y sus luces, reafirmando el presente y a la vez haciendo notar su impronta.
Un ir y venir coherente en elipsis, sugerencia de jergas diversas en tiempo y en espacios, en diálogos y monólogos reflexivos, en voces teatrales, guiños pessoanos; todo ello es el mudar continuo de un poeta que se sabe, que se busca.
Perros de Eyssa
o
Visión de lobos en City Lights, San Francisco
Preguntaron a un anciano par el camino que
conducía al abad Antonio.
“En la caverna del león vive una raposa”, respondió.
Dichos de los Padres del desierto
dicen los perros
que llegaron antes que las calles y autopistas; antes que los puentes, túneles,
rieles y estaciones; antes que los puertos, grúas y muelles; antes que los
propios perros llegaron los lobos
dicen los perros
nunca los vimos llegar, aquí los hallamos, como hallamos montañas y árboles,
fuentes, pacíficos ganados, cañadas, valles, desiertos, cañones y ese sol
oscuro, casi negro, tal como hallamos noche y día, Bien y Mal
dicen los perros
que venían de una denota antigua, de una guerra perdida y ganada muchos
años atrás; callados y heridos venían, y despojados de su condición de
héroes, y de la palabra; adiestrados y pacíficos venían, con una extraña
pasión de silencio y no ser, náufragos de hombres pasados, los lobos
dicen los perros
que, atónitos, los contemplaron caminar en círculos y con sus excrementos
marcar las aceras, sentarse a todas las mesas a las que no eran invitados,
ocupar las bocas de metro y los peajes, las entradas y salidas, los bancos de
los parques públicos, la sombra de robles y eucaliptos, construir en los atrios
de los templos sus madrigueras hediondas, rezar interminables plegarias por
la salvación de sus almas, lobos beatos confesándose: “Me acuso, Padre, de
haber pecado queriendo ser perro”, lobos absueltos
dicen los perros
que los lobos asediaron la ciudad desde dentro, como peste no declarada,
como síntoma equívoco, como presagio de una destrucción que no llega
dicen los perros
que muchos días abrieron las puertas de la ciudad a los lobos; abrieron las
puertas e hicieron promesas falsas, requerimientos, exhortes y amenazas de
belfo y garra, pero los lobos no se fueron, porque en sus ojos llevaban el futuro
cuando llegué a la ciudad y el día brillante iba tras de mí y no existían plazas ni espacios abiertos
vi
lobos cercados, lobos indefensos, negros lobeznos asediados por una torva
jauría, miles, millones de perros albos y centelleantes ojos dispuestos en
perfectos círculos concéntricos, esperando la señal para abalanzarse sobre
ese lastimoso pedazo de carne negra y digerir entre sus romos colmillos su pasado
Canción del viajero
Ya no te engañas:
pagaste cuanto te fue concedido.
Cada instante de solaz, años de costosa pericia,
de hambres, de hastío.
Cada real tálamo, noches sin cuento oyendo la estulta
conversación de los gañanes que te guardan,
cabreros de la sagrada estirpe,
mancebos macerados por la poluta fruición.
Y siempre, bullendo bajo la piel, la más funesta culebra.
¿Quién a la vuelta ha de creeros si el joven bardo que cantara
las hazañas de una guerra fugaz y honrosa es
hoy un trasto senil de glauco silencio
y cetrinas manos?
¿Cómo semejantes empresas validarán
si quien las loa es incapaz de proclamar:
“Esto lo nombro como testigo de vista”?
¿Qué risotadas no silenciarán su verso,
que los años no han hecho más sabio, sutil, armónico?
¿Qué levantado rumor no refutará vuestra canción,
de rencor y vejez ulcerada?
Mas, hoy, el imán del retorno
hala vigoroso tu pecho.
No enturbiaron los giros de la clepsidra la visión de aquella
costa:
raíz, centro y ala.
Tampoco, los augurios que te escoltaban aquel día.
Coloridas entrañas de bestias diligentemente alimentadas.
Sutiles versos que algún cortesano mercó, discreto,
en el oráculo.
Dioses colmados de corrientes humores.
Si ninguna moneda reclaman en pago de tu retorno
es porque en tu cuerpo han cobrado ya sobrado peaje.
Lo que de ti regresa es sólo cascarón pobre,
descoyuntada cuaderna.
Poco resta para abordar esta otra barcaza, ya dispuesta.
Nada para que todo, cada cosa, vuelva a ocupar su sitio.
continuo mudar
nada aplaca la avidez de los baúles
la sed eréctil de los jarrones
o el afán retráctil de los clavos
nada calma el bullir de la memoria
serán los infinitos libros juzgados y
tras el inmisericorde escrutinio
condenados a la clausura de
las cajas de cartón
ahítas de herejes y santos
por igual
se doblarán las camisas blancas
y marchitarán los alzados cuellos
vencida toda filosofía o moda
por su humilde condición:
segunda y también ajada
piel
mostrarán las domesticadas mesas,
melancólicas como aparejos antiguos,
caricias donde hubo esquinas
todo lo bañará un mar de untuosa
tristeza
y raíces ensangrentadas:
aun en lo insignificante
reducida a lodo ha de quedar
la divina naturaleza de las cosas
campos —maestro, ¿esto es todo?
caeiro —maestro, ¡todo es tan poco…!
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