sábado, 6 de marzo de 2010

MARIAN RAMÉNTOL SERRATOSA [002]


Marian Raméntol

(Barcelona, el 27 de Febrero de 1966).
Miembro del grupo poético LAIE (2004-2009)
Directora de la revista La Nausea desde el año 2006.
Miembro del grupo musical O.D.I. desde el 2006.
Miembro del colectivo artístico Grup Tremó (2010).
Miembro del grupo poético-pictórico-musical Oxímoron (Piropoesía y música cuántica) (2008-2010). 

Su obra ha sido traducida a: Estonio, Armenio,Búlgaro, Alemán, Italiano, Portugués, Inglés y Rumano, 

Ha prologado los siguientes libros:  

Poemas y otros Poemas de José María Pinilla Ballesteros (2010).
Algún día todo habrá pasado de Cecilia Ortega. Poemario. (2010).
En la luz no hay más que unos ojos entornados de Jaume Vendrell (2012). 
Entre Pliegues de Paco Carrascal (2014) 
La Cabaña de Sarco Lange (2015) 

Ha participado en el VIII Festival Internacional de poesía Moncayo (Zaragoza), I Festival Internacional de Poesía y Microrrelatos de Viladecans 2011, 18ª Festival internacional de poesía de Curtea de Arges (Rumanía), V y VI Encuentro Internacional ELILUC (Miami-Florida) y ha sido invitada al Festival internacional de poesía de Cluj (Rumanía) y al Festival Internacional de Pereira (Colombia).

Ha realizado las siguientes residencias artísticas: 

Metáfora, en busca del lenguaje único. Proyecto conjunto con Cesc Fortuny i Fabré en el que se experimenta con imagen, sonido y palabra en perpétua mutación. Instalaciones del Konventpuntzero, (Colònia Rosal, Berga, Agosto 2011).
El luto de los colores.  Proyecto pictórico-poético integrado por Jaume Vendrell, Cesc Fortuny i Fabré y Marian Raméntol. Acrílico sobre lienzo sin bastidor de 2 x 2 m. Instalaciones del Konventpuntzero, (Colònia Rosal, Berga, Septiembre 2011). 
Ha realizado también los siguientes talleres:
Taller de escritura creativa audivisual, impartido por el cineasta Samuel Sebastian. 2012.
Tutoría en verso libre, supervisado por José María Pinilla Ballesteros. 2004-2005.
Tutoría Rapsodia, supervisado por Carlos Serra Ramos. 2004-2005.
Actualmente, en el ámbito literario, combina su actividad de dirección de la revista cultural La Náusea con la traducción de poetas contemporáneos italianos, la corrección y maquetación de poemarios, la impartición de clases de poesía en verso libre; y en el ámbito musical elabora con el proyecto O.D.I. la banda sonora y la producción de audio tanto para cortos como para largometrajes.

Obra publicada:

Primaria, decisiva e inaprensible. Edita: Alkaid Ediciones. Abril 2015.
Avui fosquejo morta & El silenci plou sobre les pedres. Edita: Ediciones Alvaeno. Agosto 2013. Edición en catalán que incluye dos poemarios, Avui fosquejo morta, de Marian Raméntol y El silenci plou sobre les pedres de Francesc Fortuny i Fabré.
Mu mürgine arm, mina ei ole loogika. Edita: Tartu Ülikooli Kirjastus. Marzo 2012. Edición bilingüe estonio-castellano. Selección de poemas de las obras "Hay un área de descanso un poco más abajo de mi vientre", "Duología poética", "No hubo apenas mar en el desnudo abierto de tus ojos", "Los muñecos diabólicos de mi caja de pájaros" que comprende el período 2006-2010. Selección y traducción a cargo de Jüri Talvet. 
Con mi nombre doblado sobre la cama. XVIII Premio Nacional de poesía Acordes. Edita Ayuntamiento de Espiel. Córdoba.2011.
Poemas 2011. XXVII Concurso de poesía Ciudad de Zaragoza. Accésit Pancartas incendiarias en mi pecho. Edita Ayuntamiento de Zaragoza.
Maldiciones del lado de la sombra. En coautoría con Cesc Fortuny i Fabré. Audiolibro-objeto. La Náusea Audiolibros (2011).
Los muñecos diabólicos de mi caja de pájaros. IX Premio Vicente Núñez de Poesía. Edita Diputación de Córdoba. (2010)
No hubo apenas mar en el desnudo abierto de tus ojos. VIII premio de poesía Leonor de Córdoba. Colección Daniel Leví. Asociación Cultural Andrónina. (2009).
Duología Poética, Un blues no es suficiente razón para morir y Pretendo que una guerrilla de poemas ataque de improviso el ático de dios. (Ediciones Atenas, 2008)
Comiendo Pelos Como Herejía Poética. (Ediciones Atenas, 2008)
Hay un área de descanso un poco más abajo de mi vientre. (Ediciones Atenas, 2006)
La Noria del Festejo. (Ediciones Atenas, 2005)

Presente en las siguientes antologías:

 Serile cu poezie si prieteni. Antología poética coordinada y dirigida por Mircea Oprita Editura Limes. 2015 (Cluj-Rumanía).
Alquimia del Fuego. Antología heterogénea de poesía, prosa, poética y microrrelato. Am argord Ediciones. 2014.
35 noches para un sueño. Recopilación de relatos en homenaje a Javier Tomeo. Onix Editor. 2014.
Poesys. Antología del 18ª Festival Internacional de poesía de Curtea de Arges. Rumanía. Julio 2014.
Un poema una voz, una voz un poema. Ed. Olifante Ediciones de Poesía. Audiolibro. Antología. Selección de poemas y voz; Elena Peralta. Octubre 2012.
Maratón de Escritores. Ed. Visión Libros. 2011
Tres Heridas. Antología de nueva poesía amorosa española.Selección de Carlos Vitale. Traducción al armenio de Hakob Sinmonyan. Presentación de Cristina Consuegra. Octubre 2011.
Antología Vilapoética. I Festival de poesía y microrrelatos de Viladecans. Abril 2011.
Antología multicultural del Horizonte Contemporáneo. (Romanía). Junio 2010.
IV Premio Poesía de Miedo. Colección Papeles del Trasmoz. Olifante, Ediciones de poesía (2009).
Arde en tus manos. Selección de poemas galardonados en la Cuarta convocatoria Myrtos de Poesía. (Edita: Asociación Cultural Myrtos, 2009).
VIII Festival Internacional de Poesía del Moncayo. (Olifante, Ediciones de poesía, 2009).
Domicilio de Nadie-Muestra de poetas barceloneses. (Isla Negra Editores,Puerto Rico, 2008).
Versos Diversos- Grupo poético LAIE- (Ediciones Atenas, 2007).


EL LUTO DE MIS DÍAS RECIÉN REGADOS 

El dolor silba por todas mis horizontalidades,
escapa desnudo de pájaros y melodías,
se agranda por la lentitud de mis huesos,
enciende su hermosura
infectada de crepúsculos y mece mi cobardía
en un intento de extraer la pureza
de su acto amoroso.

Pero el cuerpo se resiste,
espía la orfandad atravesada en los labios,
aprisiona el aire agotado en los balcones
y lo retrae hacia el depósito del pecho,
con los pómulos de la tristeza en la boca,
dispuesto a proyectar su nombre traslúcido
lejos del naufragio,
más allá de la latitud del miedo,
listo para reunir a la muerte
que convoca madrugadas y lanzarla
sobre la discordia de los colores, sobre el aceite
diluido de los corazones en conserva
y sobre esta enfermedad de escarchas
que suma apósitos amarillos
en el luto de mis días recién regados.
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Poema dedicado a todos cuántos defienden la no adjetivación en los poemas.
Yo contrariamente defiendo la adjetivación "ingeniosa" como necesaria.



DESNUDA SOBRE UN HORIZONTE ANÉMICO SIGUES ARBOLÁNDOTE

Siempre te vistes de punto y final,
sales de ti misma para reconocer tus junturas
como si un viaje hacia los labios
fuera posible a ras de agua.

Saberte innumerable te hace más real, 
vagamente perdida en el fulgor
marmóreo de los secretos que te dilatan,
respiras islas, mares suspirantes, 
grandes porciones de luna, y descansas
sobre la tarde todo el peso del silencio.

Desnuda sobre un horizonte anémico
sigues arbolándote, como si este frío azul
no fuera a fallarte nunca, 
como si la raíz del mundo 
te anudase al bisbiseo de tu nombre, 
al olor grave de este segundo seco
y su eterno parto.



ME AGACHO SILENCIO ABAJO

A Jordi Virallonga Eguren

Afincada en las horas bajas,
donde los pórticos despiden a las sombras
demasiado maduras,
y el desmayo de las calles
se escribe en el último murmullo del estanque,
allí, en el rincón residual de una mirada,
extiendo los brazos
hacia el pecho ardido
de un sol innecesario.

Suspendida y entelada,
amamanto azules primigenios
mientras mi casa traslada su penitencia.

Deshago la boca arrastrada de la noche
para que el mundo no duela, para que 
los hijos seniles no se arañen los pies,
jugando - con catástrofes de chapas torcidas-
a inyectarse el frío y a apuntar bien lejos,
con ametralladoras de leche rancia
y munición labial sin apetito.

Me agacho silencio abajo, muy abajo,
para que todo pase, pero no pasa nada.




EL MAR, LA MUERTE Y LAS ALUCINACIONES

El sedal tira de mi nuca y conmigo emerge
una colonia de letras deshidratadas
columpiándose sobre besos de esponja,
playas impermeables 
sometidas a caricias blancas y lisas 
en un mundo embalado y sin estrenar.

Emergen también los abrazos estrechos 
y un montón de bocas
inclinadas para sorber excesivamente
el cansancio de la espuma.

Y en el fondo abisal del corazón
queda el inventario de los huesos,
los accidentes labiales 
ensartados de párrafos simples, 
la claustrofobia de las hojas sin firma, 
el sedimento sanguíneo que va formando
poemas sin freno, palabras solubles
y delgadas, inviernos sin desenterrar.

En realidad, todo queda sumergido
en el morral de pesca, el substrato 
acuático de mis manos, la apariencia
de este cielo flotante,
la gramática del dolor, el alma de hombros
encogidos, el cebo marinado de verdades infinitas, 
el mar, la muerte
y las alucinaciones.



EXTREMADAMENTE NÁUFRAGOS 

El dolor se añade a sí mismo
y llora sobre mi lápida.

Un atardecer de manteca
se extiende sobre las rebanadas 
de mis días oscuros, 
y  todo se vuelve indivisible,
el sexo recién lavado y distinto
para cada muerte,
la pizca de sol que me queda
bien apretada en la nuca,
agua para el amor y para el odio,
sal para los nombres 
extremadamente náufragos
que apenas alcanzan tu casa, tu vientre.

Todo se anuda en el séptimo escalón
de mi ceguera, en mi aplomo al ignorar
tu sabor desandado, la aceleración de tu huella
hacia el cero orondo y perfecto de un latido.

Todo se funde en ese crepúsculo inmenso 
que deglute mi sangre y me nombra al revés,
entonces deseo tan sólo
desaparecerme, 
despacio, 
bajo tus alas muertas.



ESE INSTANTE VORAZMENTE INÚTIL

Ya no puedo poseerte, no he vuelto
a desdoblar tus mañanas
en las pupilas inertes del día
ni en la demanda de las nubes
cuando penetran mis escondites,
no entreveo, en la resignación del sol,
tus manos infinitas.

Procuro inflamarme  
para atenuar el invierno de este mar perenne,
sigo buscando tu religión en mi silencio,
pero no hay abrigo en la altura del dolor, ni muros
suficientes para evitar la ceniza arrodillada,
el ácido capaz de empalidecer un pedazo de muerte,
ese instante vorazmente inútil.

Me pierdo
en la tragedia líquida de tu nombre,
floto sobre las horas y un peligro agudo
me roba el vacío,
unta mis labios con la piedad irreparable de la espuma,
ilumina mis suburbios con un aroma tan frágil,
que resulta un pobre talismán para mis fantasmas,
un acueducto torpe y mal intencionado,
donde dejarme evacuar
lenta e indescifrablemente.



MI INFINITO FINAL

Túmbate en mis ojos
aparta la sangre de colores 
que chorrea a diario por la tráquea de la tarde
salta  de una edad a  otra 
y acaríciame con ese lenguaje atonal
que presencia el linchamiento de mis besos 
y  atropella mi urgencia detenida
entre paréntesis y tiempo roto.

Como albañil en esta ciudad encorvada
que llevo en la cintura, 
con sus muros tentaculares desbravados, ácidos ,
 y con todas las nubes en la garganta, 
haces de la voz,  entierro seco, y de la luz, 
gatillo perfumado. 

Eres ya mi incalculable futuro,
pero yo quiero que seas 
mi infinito final.



ABULTADO Y REPLETO DE FLUIDOS

Buscas la lluvia estéril de mis ojos 
en el almacén de este cielo cuarteado,
o en la saliva del cerebro
donde las nubes
estrenan un  lápiz labial para besarme.

El azul te arde en la nuca y esperas
a que la muerte lo llene de estrellas de paja
para poder recordar el oleaje del mundo
y llenar de arena la boca de las tumbas.

Sigues buscando la sangre en tu fusil,
la pólvora salífera con la que conjugar los huesos.
Regresas de la memoria de tu padre,
abultado y repleto de fluidos
que entregarás a mi carne como en un temporal 
porque sabes que no hay vida
en las extremidades de tus barricadas.

Necesitas mis lunas seminales, 
mi lengua de ciudad recién nacida, los balbuceos
de estos chupetones locos, de estos besos con truco,
de la audacia de mis nombres sin armadura,
para propulsar tu esquelética sombra
hasta el crepúsculo del pecho.

Lo sabes 
y buscas  la leche 
que te permita entrar en el invierno
y la humedad que pronostica la cúpula inalcanzada
de la más eterna de las noches.



TODO CUANTO EMBRAGA EN MI NOMBRE

El genoma  de mis verbos suda y huele a grillos,
sin dientes, pero sin un solo paso suicida,
pide tristezas a domicilio y un amor underground 
aprovecha para entrevistarlo
en una habitación de pequeña tirada
y publicar sus besos delgados en los dominicales.

Pero al conjugarme, el acopio de cromosomas 
se horizontaliza  y mi peso 
sin drama, sin bicarbonato y sin estómago,
-cada vez más hermético- 
aúlla mi silueta manipulada, esquelética , 
como un borrador de ataúd a mi medida.

Así que poco interés tendrá para el mundo
la información genética del depósito de chatarra
donde duermen mis estrofas de segunda mano,
ni  la fase terminal del carburador 
que pone en marcha un sólo verso, 
si todo cuanto embraga en mi nombre
depende de la hermosa aceleración del peligro 
y el desahucio inminente del  freno
fuera y dentro del poema.



UN POEMA NO SUELE DECIR LA VERDAD DE NADIE

¿De qué sirve remendar un verbo apático
si el poema nos engañará hasta la muerte?

Alto voltaje en una toalla húmeda, su pulso
rítmico nos marca el paréntesis idóneo entre axiomas,
el temblor de su nuez 
cuando resume el azul de los nombres,
la acentuación fónica de los océanos,
 o cualquier otra nadería. Siempre es así,
con la credibilidad hinchada y redonda
sobrevuela, en ropa interior,  o vestido de gala,
todos los paisajes que huelen a tragedia,
todos los suicidios menores de edad
y cuantas calles sin salida 
devore con su marcha fúnebre. 

Un poema no suele decir la verdad de nadie,
tan solo hinca sus dientes en el charco, 
nos retuerce y proclama a voz en grito 
su  potestad literaria y nuestra muerte poética.



ALLÍ ABAJO HUELE MÁS A SANGRE

Las moscas son pizcas furiosas de vida
Charles Bukowski

Entre mechones de estrofas 
se hace viejo mi personaje.
Uno cualquiera, marginal por vocación.

Con la lágrima desenfundada
apunta  al infierno mientras descuelga  los diablos 
de más allá del cristal,
con el fusil atiborrado de nubes, 
y un amor tullido haciendo cola
en la quinta sombra de mi muerte, en la quinta muerte
de una sombra, una cualquiera, marginal por vocación.

Y así se aguja mi persona, 
que ya ha perdido una sílaba mientras se dirige al matadero
con un montón de letras en negrita 
subrayando la entrepierna.

Y lo noto. 
Allí abajo huele más a sangre, porque ahora,
la estrofa sabe contar, y no se le escapa la mediocridad
de mi argumento , ni los alaridos
que rezuman por pletóricas grietas,
ni los naufragios imberbes y  borrachos
que tanto me saben amar.



NO SÉ SI PODRÉ HACER UN PACTO CON LA MUERTE

Olvido el trébol que me clasifica,
necesito mover los polos e inventarme
cataclismos de esmeraldas, barcos vagabundos
capaces de abrirme la sangre,
de llenarme de tierra la respiración.

Quisiera desaparecer verde y tranquila,
con mi vientre estrenando su traje de buzo,
mientras anoto el cuchicheo de los peces
y vacío de recuerdos el paladar. 

Quisiera irme horizontal
como lo hizo ella, con la partitura del azul 
entre los pechos y el misterio de sus ojos
ocultando mi caminar descalzo.

No sé si podré hacer un pacto con la muerte
pero mis mares
serán campanas en mitad del tiempo
y multiplicaran los pantanos 
en su nombre.



TUMBAS PARA FLORES PINTADAS

Si pudiera volvería a destruir tu lunar, 
esa peca de agua sobre el pecho.

Pero no puedo convertirme 
en ladrón de marionetas, 
aunque en el gueto de mis ojos
haya tumbas para las flores pintadas,
una casa de muñecos con parches en las sienes,
y un montón de mariposas 
con los colores reventados
mordiendo la inocencia que nos queda.

Al océano le bastó con una sola declaración 
como veneno afilado, y fuiste liquen hereje,
rompecabezas irresoluble en mi garganta,
orquesta violenta de humedades
que me mueren lentamente, 
y me dejan escrita sobre un azul inaceptable.



CUANDO LA PALABRA VUELA MUCHO MÁS LEJOS DE LAS CEJAS DEL REALISMO Y SE AGOLPA EN LA SIEN, ES NECESARIA UNA SIESTA SOBRE UN CAMPO SEMBRADO DE OREJAS.


I

El alma pederasta de este cielo
usa bolitas de alcanfor entre las nalgas.
Frota su hinchado estómago
contra las rechonchas caritas que hacen de las catedrales
el lugar idóneo para esconder los hematomas de los años.


II

Los errores se sirven con dos de azúcar
en las pupilas de los santos.
Hace tiempo que descubrí que mi Dios no tiene orejas.


III

El infierno pasa sus vacaciones
en el interior de las campanas.
Lo descubrí el último verano
cuando pusieron a mi nombre
las escrituras de una preciosa parcela
en la rivera del cielo,
por llorar
la muerte de un cuervo crucificado.


IV

Y quiero ser testigo de cómo el horizonte
desagua ácido sobre las sílabas
de un idioma tan antiguo, tan silencio,
que siempre se acuerda de nombrarnos.
Es amable a pesar de su dislexia.


V

Al fin y al cabo,
será trabajo del forense descubrir las marcas
que identifican al sol como un asesino en potencia.
Sé que el cortejo fúnebre venderá
pedacitos de mi muerte en cucuruchos de colores.


VI

Lo que aun queda de mi está muy cansado.

He contado uno a uno los agujeros de mi esófago
y el aire fugitivo repite siempre la misma letanía:
“No hay camisas de fuerza disponibles”.
Y por más que me empeñe,
la lista de espera sigue sin visitar al dietista.


VII

Nunca podré redimir los huesos
que nacieron con esta lengua tan hereje.


VIII

Me llaman loca desde que mi sudor es amante
de las balas que fornican a diario
con el aliento esperpéntico de Dios.


IX

Me pediste cuencos para recolectar la mies
y te ofrecí la imponente vacuidad de una calavera.

Ni siquiera te fijaste que, además, sonreía.



LA RENUNCIA DE ENTREPIERNAS BOQUIABIERTAS

Palmeras urbanas de mala madre,
lustrándose las botas en Las Ramblas,
mientras paseo con mis pechos, calle abajo
hasta la plaza donde leo a Vitale,
Gaspar o Moga,
frente al disco duro de mi frente.

Todos los registros se encabritan
de lujuria bajo este sol licuado
que pinta árboles en Júpiter
y cortavientos en el agua muerta.

La mirada prehistórica de un baobab imaginario
me devuelve a mi tiempo, torpe,
a mis hijos dalinianos, de encías leonadas
y tan altos, que convierten el abedul en
una fruta submarina que aún no tiene nombre,
capitán de peces plastificados.

Y detrás de todo, las voces perfectas
de los padres de mis padres,
que inauguraron la renuncia
de entrepiernas boquiabiertas,
bajo letanías de algarrobos y oliveras
y nos legaron las llagas en las manos
y el pan para la cena.

Y sigo calle abajo, pasada la plaza,
con mi colección de rostros anónimos en el bolsillo,
exiliada del carnaval y los geranios,
y dispuesta a morir despacio.



EN LOS LÍMITES DE LA PÁGINA EL CALOR
SE HACE LIQUEN ENTRE MIS MUSLOS.

Con la oreja pegada a la rejilla de ventilación oigo
a los ángeles fuera de esta celda,
y me compadezco de los minutos
que faltan para mi muerte.

Ha llegado la hora
de que los grilletes apresen la ceguera del alma.

Veo lo que quiero ver, nadie es ciego
cuando lame por casualidad la sangre
abrazada a las sobras de la vida
y se convierte en música
si los otros lenguajes fallan,
vemos las cuerdas del pentagrama, mentimos,
y todos los nombres se caen.

En los límites de la página, el calor se hace liquen
entre mis muslos, que suplican un poco de semen
para matar el hambre de las manos,
hartar al dios que llora en el infierno,
y ensuciarnos las encías con el sexo de los charcos,
a contraluz todo es más cruel.


DESDE EL LÍMITE DEL RECUERDO
HASTA LA RELIGIÓN DE SUS BRAZOS

A mi madre,
que ya siempre será de agua.

Los besos póstumos nacieron para doler,
y a mi me grita el vientre cuando te dejo mojada
y vuelvo a la vida dentro de tus ojos acabados,
flotantes como tu cuerpo para siempre.

Esos ojos de gesto tan pequeño, sonríen
desvestidos bajo la bisagra de los párpados.

Con la hipoteca de agua
que nunca acaban de pagarle al mar,
llevan el mundo en el aire,
callados como lluvia en la arena de julio,
como incendios bellísimos, catedrales feroces,
inviernos confundidos en los siglos de unas manos,
y la sangre despierta subida al caballito de lo vivo
o lo muerto.

Yo la veo y la mirada se anticipa
desde el límite del recuerdo hasta la religión de sus brazos,
donde las calles olvidan los bordillos, el tiempo
nortea más allá de las conjugaciones del horizonte
y las nubes desnudas
ofrecen velocísimas sus labios sin cielo,
apretados.

Me quedo suspendida, grave,
una isla dormida sobre el margen izquierdo del milagro,
sin partos de frambuesa y sin verdades.

Con las cicatrices creciéndose hacia atrás,
clavando alfileres en el origen del misterio,
espero de nuevo esa carne triste, súbita,
amada sobre el frío de una soledad perfecta,
blanca y eternamente suave
durante el norte de todas las horas que me queden.



DESNUDA ANTE UNA NIÑA CON PECAS EN LOS OJOS

Me he jugado al póquer todo mi abecedario,
barajando una y otra vez las sílabas malditas
pero al final, ni el mejor prestidigitador
me hubiera salvado de la banca rota,
y he vuelto a quedarme desnuda
ante una niña con pecas en los ojos.

Para entretenerla,
he saltado a la comba con el crepúsculo
y el horizonte nos ha mordido de nuevo las rodillas.

He jugado al escondite por calles de jabón
que reían y engordaban para dejarla pasar,
por plazuelas vestidas de madre
a la salida de una Iglesia en zapatillas
-larguirucha y un poco enferma-
donde el único feligrés era el silencio
contando chismes a las estatuas.

Se le ha desecho una trenza justo en la esquina
donde se pierde casi siempre la fe,
y más desnudas todavía,
hemos puesto a secar el corazón
para que la pena se nos vaya por la nariz
mucho más lejos de las cejas.

¿Para qué seguir mendigando?

Todavía queda un trozo de alma que llevarse a la boca
vocablos nuevos dispuestos a multiplicar
geografías que nos quepan en las manos.
Sé que lo puse en alguna parte,
quizá en el cajón donde la poesía juega
a hacer litografías con las arritmias,
o quizá en aquel trozo de papel un poco torpe
que es alérgico al verbo de los pechos
y anda a tientas, con los pezones desmayados.



EL TATUAJE DE LA NOCHE, EN LA NUCA

El mediodía en el pasillo lleva llorando
una semana por su cadáver,
presiente el tatuaje de la noche, en la nuca,
tiene heridas de aire en el pecho y la cabeza rota,
palabras acostadas, enfermas como fetos
en la mano de un Dios abrazado al mármol,
y un mundo demasiado grande,
regateándole la vida a dentelladas.

Lo que queda de él se enciende bocabajo,
mientras se pregunta si es difícil
vivir en el giro preciso de la luz
cuando el silencio es la piel de las cosas
y duele mansamente
entre los escombros de la voz.

Si doliera en el asombro del muro,
en la sangre de cemento o en el rostro
de la ternura exiliada
podría dibujar hijos de miel en los rincones,
pero saber morir en el goteo que nos llama,
con la boca educada y la mirada en los huesos,
es como querer iluminar un hoyo
en el dintel del cielo cuando sobra el aire.



PALABRA, TAN SÓLO UN ACRÓSTICO
CONTRA LOS GÉRMENES DEL ALMA.

Veloz y oscura en las deflagraciones, ácida
como el mejor antiséptico
contra los gérmenes del alma,
así tus pezones se revuelcan en el blanco
y tu cuerpo abierto amanece en la sangre,
desconchado en un réquiem de arenas
y acantilados, en una reunión de océanos
sin azules de los que alimentarse.

Hecha de volcanes, sin más seña de identidad
que el trazo torpe de los años, me persigues
a lomos de mi madre, con el vientre expuesto
a la delgadez de mi lengua y a su poder abrasivo
que todo lo licua.

La tinta ya no es un medio
para disimular los muñones,
tampoco sirve la esperanza para taparle la boca
a los agujeros. Al pie del libro, sólo queda
el desnudo del pecho, acentos mendicantes
en busca de un rincón de tu página
donde orinar tranquilos y echarse a dormir
sobre el estiércol.

Perdiste hace tiempo tu estatura.
Alargaste demasiado el cuello, princesa.
Las mayúsculas eyaculan tu miseria acentuada.
Antes de ti, hubo azúcar en el veneno para ratas.
Basta la necesidad de la muerte para que la tierra te huela.
Rocío exiliado, pobre simulacro de tu antiguo olor.
Ahora estás tan desnuda que te sobra espacio en lo que queda.



NO SE CALLA EL AGUA

Cuando algo se olvida, calla el agua.
Felipe Benítez Reyes

La herida tiene siempre su lugar exacto,
desde antes de haberla supuesto
su nombre es real entre las piernas,
en las conversaciones del silencio repetido
y en el mapa que atesora la geografía de la sangre.

Con el cielo por calidoscopio
y la mejilla vuelta hacia la tumba del aire,
rezamos para que se calle el agua
pero los párpados pensativos
abren resquicios de espuma
sobre los ojos naufragados en alguna lágrima.

El poema llueve
y deja la escarcha borrosa sobre el mundo,
sobre el vacío de la niebla y las horas rendidas
en la intermitencia de un charco, el poema
se cae de futuros rojos y valientes amarillos,
de juventudes frías y payasos muertos, se cae
y huele a duelo nómada, a equivocación nerviosa de la luz,
como un holograma de su estructura dolorosa
que nos nombra,
y no se calla el agua, no se calla.



CON EL ROSTRO CERRADO Y EL AGUA EXTENDIDA

El único canto que parte en dos el día
es la lava nacida en mis ojos,
ese cansancio lavado una y otra vez
y los pasos que desandan mi ciudad,
cuando los hijos tienen miedo
y abren la boca
para tragarse al hombre.

Con la dentadura cerrada sobre la vergüenza
la mañana entra de pronto, saliva ríos de mercurio
subida al dolor que lleva andando mucho tiempo,
con el vientre cansado, sin cama,
cae sobre la acera
y esa luz hervida que ayuda a morder despacio,
a matar despacio, le dibuja una nueva boca cereal
al cielo derrotado, grita la morfología del peligro
con las manos hinchadas de tristeza
y el cuerpo apretado en la ventana.

Una chaqueta vieja, silenciosa,
borrada como mi madre,
con el rostro cerrado y el agua extendida,
me trae unos ojos que han llorado en mí
el sabor de la desaparición, y un mar retirado
en su silencio.

Poema publicado en el número 26 de la revista
“Alora, la bien cercada”. Enero 2010.



PASEANDO LA PIEL POR UNA CIUDAD PRESTADA

Naciste en la saliva, mujer de ojos flacos.

Oigo los altavoces que te cuelgan de los pechos
pero el mimbre de luz mojada
que te ha desatado el rostro
va formando ataúdes en el aire
y la vida te evacua, como un bulto seco
con la muerte fermentada en la mejilla.

Vives en la urgencia habitable, mujer de cejas trapecistas.

En qué laguna has abierto tu carne
a los besos inalámbricos, a los alacranes
que vienen a peinarte los labios derramados
sobre el silencio, a los fantasmas arrepentidos
de escuchar siempre lo que no dices.

Quizá tu tumba sea un incendio, mujer de vientre obrero.

Vas vacía a los parques, paseando la piel
por una ciudad prestada de gestos inaudibles
y cuerpo inconsolable, tan parecida a ti
que aunque te mire de lejos,
entra por tus ojos vivos
y subraya a los muertos que te cuelgan de la falda.



CORTAFUEGOS ENTRE LAS CEJAS DE CIEN AÑOS

La calle se aprieta la barriga
para retener las vísceras de asfalto, ese sudor
que nos navega desde las ventanas, desde la piel
de nuestro hermano, desde la maleta
donde la noche guarda sus desaires,
testigos de la lluvia crecida,
mojados de ternura y escándalo.

La esquina de un horizonte bajito,
se sujeta la cabeza para parir bancales,
trenes de carga, brazos apilados,
pechos con el sol encima, así las piedras
son entonces casas de luz con el amor quemado,
cortafuegos entre las cejas de cien años,
un lenguaje lateral de metralletas jóvenes
apuntando al panadero, experto en amasarle
los huesos a la muerte, un pétalo sin sombra
que sorbe poco a poco el rojo de las almas
y que también apunta, esta vez a un cuerpo cerrado
por el tiempo, y todos ellos conteniéndose,
apretados y sin nombre, en la trinchera pétrea
de una mujer de escarcha.



UN VIOLÍN MIRA CÓMO SE PEINAN LOS MANIQUÍES

El aire menstruado interrumpe mi ventana,
intenta teledirigir el lagrimal, el vientre
y el pulmón de las paredes que guardan
mis distintos cuerpos, mi colección de niebla
y mis fotografías en el agua.

Pero la tristeza es una enfermedad de crecimiento,
un francotirador expresionista de letras solas,
heridas y descoyuntadas,
una generación de nudos puntuales,
de cielos hundidos en las manos
que nos regalan costras de cuarzo
con las que adoquinar el corazón.

Un violín mira cómo se peinan los maniquíes
y comprende el desamparo de la sangre
la tremenda brevedad de un nombre
alrededor de los ojos murales, de las calles rápidas,
de la luz llovida a mordiscos,
y de esa niña
que se acaricia los pechos bajo las alas.



EN LA INFINITA QUIETUD DE TU MILAGRO

El oído en llamas, pegado a la lluvia,
herida monosílaba que cuando abre los brazos,
aquieta la carne sobre el mundo
como un pájaro muerto.

La lágrima en orden de combate,
se despeña monocroma
por el cadáver anónimo de un pecho,
cierra de golpe las cortinas de la tarde,
y dispara a bocajarro
traducciones del miedo hacia los poros.

No puedo reflejar ese azul extraño
de la cicatriz que dejaron tus ojos
sobre el lomo del mar,
se me cayó el pincel en el infierno
y ahora el corazón bebe en solitario
el dolor de los peces, mi nombre desleído,
y ese horizonte flojo que rebota en mí
sin darme tiempo a creer
en la infinita quietud de tu milagro.



LA FORMA SOLITARIA DE UN NOMBRE EN EL ESPEJO

La vida, de ojos abiertos, memoria prenatal,
de mares resumidos
que nos empalan con la navaja erecta,
hasta que los cuerpos se desatan
y se apagan como un fósforo,
esa, la de harina,
la que me habla de las miserias de la lluvia
cuando acaricia los tejados,
del susurro del pelo negrísimo de la noche,
y de todos los ladrillos que nos unen por la espalda,
esa, la llevo subida al lomo,
para edificar futuros malheridos,
labios interrogantes,
otoños mudos para atrincherarse
e infancias apuntando
hacia la forma solitaria de un nombre en el espejo.

No suena muy bien ni muy dulce,
suena más bien a niño viejo,
a orillas estrechas, a dolor perdido, a anhídrido
carbónico en bocas de musgo, a palabras
arriesgadas mucho mayores que yo,
atentas al presente que pasa inadvertido
y se me lleva como mujer, como eucalipto,
como frase incompleta y por ello invencible.



EL TERROR DE UN VASO DE LECHE IMPOSIBLE

Casas interrumpidas, aire que amordaza
los suburbios barridos a diario,
para subir limpiamente y en fila,
con el cordón umbilical de la esperanza
aún entre las manos,
por esa piedad de alquiler
cuyos lentos escalones llevan al horizonte.

Muros intensivos, guardianes de caras muy feas
y cansancios inaplazables que dejan dramáticos pegotes
en el pecho, la decencia aquí sufre locura transitoria
y pasa la noche en la comisaría
de esa ciudad un poco incorporada sobre la muerte,
donde se le otorga amnistía al hambre,
y por una entrepierna decrépita y dos panes
bendiciendo su blandura
se desentierran los huesos del músculo
que aún se cree vivo en voz muy baja.

Sus vísceras no son distintas a las que caminan
por la habitación de al lado, no huelen a mártir
y saben rezar con el peso del cielo en los ojos,
pero todos sabemos que para algunos,
los nombres miserables se expatrían, la vida
se compra siempre de segunda mano,
invariablemente hay una tumba desnudándose,
un espejo en llamas,
el terror en un vaso de leche imposible
y un bautismo metálico
que les deja de nuevo
a quilómetros luz de la mañana.






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