Alan Smith Soto
Poeta nacido en Costa Rica. Ha publicado Fragmentos de alcancía (1998), Libro del lago - Ediciones Árdora Exprés (2015) y editado Vida y muerte: poesía de Robert Creeley (2000). Dirige actualmente la revista Anales Galdosianos y es Profesor de Literatura Española y Comparada en Boston University.
[Dos ambulancias]
Dos ambulancias
en la calle estrecha:
a unas pocas casas,
un viejo
mira la escena,
se cubre la cara
con una bolsa de papel
como para una compra pequeña.
[Olivo sin cruz]
Olivo sin cruz
tuerce su siglo;
en sus ramas grises
cada verde sílaba
de carne y semilla
guarda su derrame.
Olivo sin cruz
testigo
del espanto
del disparo
alguno fallido
hallo en tu nervio.
¿No es tu tallo
símbolo de paz?
¿Y qué de
tu bálsamo?
Derrámalo
olivo, sobre
el suelo;
tu salud antigua
bendiga este campo.
Cuando los olivos
eran jóvenes,
antes del primer
moho en algún pan,
y de la tira rota
en la sandalia,
tendían en sus ramas
blancos linos
aún sin empaparse
de nada más
que agua.
Entre el olivo y el torso
con labio
no media ni un palmo
recibe y no produce
violencia
puja jugo dichoso
subyuga al que
se acerca
descalzo,
con el cántaro
de la necesidad.
Allí donde está el cuerpo,
allí se juntarán las águilas (Lucas 17,37)
Yo no soy un hombre de posibles
tampoco soy un hombre
de probables,
sino del caminar
marimba a cuestas,
sino de la cadera en los lagares,
sino de cuando
estruja el justo
el negro,
o da el penúltimo
en el valor
del blanco.
Cuando el papel
ardió
fuera del útero,
y se supo ajena
la rodilla,
parecía la tarde
ocurrir fuera,
cuando la cueva entera
hería su piedra
a una cierta distancia de la madre,
y ya no fue posible
la mentira
en una sola gota de madera.
Cueva con sábana
Adonde llegó
corriendo
en cal alada,
ya se había desnudado
de su muerte,
y colocado,
doblándola,
la paz en un rincón
doméstico de piedra,
antes de que
la ausencia allí presente
fuera una blanca sábana de tiempo.
Lo sé,
que estuve en esa cueva
por donde la montaña ululara.
Fragmentos de alcancía (1998)
Tempo
No está mal, me comentan, los sonetos
¿pero a quién se le ocurre, hijo mío,
pisándole los pies al nuevo siglo
encerrar en tercetos y cuartetos
el estruendo angular de estos momentos,
en los que, desde el pan al amorío
(si por suerte hay casa para el frío)
se encuentran en los abismos cibernéticos?
Basta, basta, muchacho, de antiguallas.
Recordarás las ametralladoras
a lo largo del siglo que se acaba
que con cacofonías desgarradoras
pies trocaicos y cuerpos destrozaban
¡Cómo escribir con sangre de palomas!
En el fondo del mar de arena fina
En el fondo del mar de arena fina
una ostra entreabierta es lastimada
y con su salivilla irisada
al grano intruso con dolor lamina.
Es ámbar en su muerte la resina
que del pino era sangre derramada,
antes espesa savia alborotada
hoy temperada piedra cristalina.
Con ejemplos de natural belleza
de callados orígenes heridos
quiero reconocer a mi poesía
por estos balbuceos que su destreza
labra de mis recuerdos doloridos
monedas y fragmentos de alcancía.
La hiena, en cuyo cuello
La hiena, en cuyo cuello
meto la navaja,
la que, con otros perros,
atacó la casa
mal restaurada
donde murieron padre y madre
antes de meterse en sus sábanas
de pabellón perdido en hospitales
muchos años antes
de su pelo rapado
y su hombro vulnerable.
La muerte tiene de miel
La muerte tiene de miel
ojos de gato,
y sonríe su hambre
tapada infantilmente por mi mano.
Ningún abrazo es el último
si no
el de su manto.
Esta mañana a las diez
Esta mañana a las diez
bajé al mar, y estaba
poblada la playa de sombrillas,
y su frágil amparo
las familias;
el hombre y su barriga
la madre desdoblando una toalla
y la niña que llena
de sus sueños el cubo con la pala.
El hombrón
Despatarrado, rojo, calvo, grande
tumbado al sol, al lado de su esposa
que sentadita bajo la sombrilla
parece velarlo con cansancio,
el hombre chuletón duerme o finge
y apartado, está solo en el silencio
invadido de la pequeña caverna de su cráneo.
En la playa
La niña quinceañera
desnudó sus tetas;
eran, probablemente, las más bellas
del mundo;
un niño de cinco años, de espaldas a la mar,
paralizó su juego ante el brillo dorado;
abrió los ojos grandes, y su boca pequeña,
y una sandalia colgaba
de su mano;
mirándola, mirándola,
alcanzó sus talones
la punta de saliva
de una ola brillante.
Leyó esa tarde:
y las calles de la ciudad
serán llenas de muchachos y muchachas
que jugarán en las calles (Zacarías, 8, 5).
Libro del lago - Ediciones Árdora Exprés.
Segundo día del año
Allí está el halcón
bajando en diagonal sereno.
Y tú, ardilla en la rama de este arbusto,
mirándome,
comiendo a dos carrillos,
mordisqueando el manjar
que sujetas con tus manos
pasmosamente humanas.
El Lago
Apenas sin brisa,
palíndromo de cielo y
cielo
Coser y Cantar
El cormorán está
en el agua
sin cormorán
el agua está con cormorán
sin cormorán
Atardecer en el lago
Del agua oscura
verde negra y ciruela
cerca de la orilla
al centro, de rosado
oro
pasó el cisne blanco
azul.
Ouroboros
El círculo
me va dando su
luminoso hombro
en el paseo.
.
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