Yanarys Valdivia Melo
(Ciego de Ávila, CUBA 1987), es una autora que apuesta por la poesía, a través de los versos intenta develar el mundo, el entorno adyacente, para mitigar esa necesidad de comprenderlo y sentirse cómoda en él.
Esta joven poetisa ha sido reconocida con varios galardones por su oficio escritural y, aunque expresa haber tenido suerte en los certámenes, sus versos se alzan por sí solos, traspasando, incluso, los lindes del país.
La mujer que escribe, esa que levanta la voz desde sus textos, cuenta con publicaciones dentro y fuera de la isla, lo cual le ha proporcionado criterios muy particulares en relación a la poesía como género literario, acerca del fenómeno editorial y otros temas afines a la literatura que —afablemente— ha aceptado compartir a través de esta entrevista. Aprovecho, entonces, su carisma y amabilidad y lanzo las preguntas en virtud de conocer un poco más a esta escritora cuya única pretensión —asegura— ha sido la de escribir.
Poeta y artista de la plástica. Miembro de la AHS. Obtuvo en el 2009 el Premio “Raúl Doblado” con su cuaderno 365 palabras (Ed. Ávila, 2010). Textos suyos aparecen en la revista Videncia, así como en las antologías La isla en versos (Ed. La Luz, 2011 y 2013) y La calle de Rimbaud (Ed. Aldabón, 2013).
UNA SOMBRA SE DEFINE DESDE MI SOMBRA
El árbol se ha metido en mis manos,
La savia ha subido a mis brazos,
El árbol ha crecido en mi pecho
Para abajo.
Ezra Pound
Mi madre sembró un nuevo árbol a la sombra del mío.
Lo ha introducido sin ningún cuidado en la tierra,
libre de plagas.
El árbol anterior ha sido cortado,
creció con mi edad, deforme.
Mi madre no supo podarme a tiempo
y mis ramas se extendieron sin conocer reglas,
ni las delicadas formas de sus tijeras.
El Pino y yo fuimos ahondando nuestras raíces,
contrarios al sol, en busca de soledad y de silencio.
Un arbolillo crece junto al mío,
burlándose del desmembramiento,
de su tiempo prolongado de libertad.
Mi madre va a descuidar también su nuevo árbol
que lentamente igualará la sombra de mi cuerpo, recién podado.
Mi madre no supo podarme
y crecí dentro del árbol, sofoqué su corazón dentro del mío,
volamos juntos en la inexactitud de la madera,
nos confesamos amores al oído
y fuimos cómplices de la luna, el desarraigo.
Mil novecientos
Desde que la concepción del espíritu en materia
y el amor a lo medianamente material fue escrito en papel.
Cuando los nombres fueron trucados
hasta el punto de no ser ya importante de donde vienen los niños,
de donde procede esta materia putrefacta pegada al suelo.
El yo siempre es bueno a nuestros ojos, pero ¿y el mundo?,
puede incluso no ser importante, he ahí el engaño en nuestra concepción
de ese yo impreciso.
¿Puede ser reprochada la existencia en el principio de la semilla?
El viaje por esta redondez sin abolladuras, esta insana perfección.
Lo cierto es que no logramos saber como ser uno mismo,
la multiplicidad de lo deforme y que es tan parecido a lo normal.
Yo soy, es algo tan lejano de mi misma.
Nunca he visto el todo como parte de esta nueva realidad
que me transforma, me decide, me borra tan armoniosamente
como la seguridad del principio y final del piano, su dimensión reconocida.
El yo pudiera ser su contrario y el reflejo
de lo que este arroja sobre la invención humana.
El poema es también un mal viviente
su totalidad cabe entre mis manos
y la melodía es infinita.
Descarga emocional
Estoy tan lejos, tan aburrida de la luz
y de todas las noches por venir.
Hace más de trescientos sesenta y cinco días
que no escribo una palabra que abra mi vida,
un sonido que invoque a mis recuerdos.
Los amigos van quebrándose.
Estoy tan lejos, tan aburrida del futuro
que pronunciar una sola de estas palabras
va siendo totalmente innecesario.
Todo a mi alrededor es herrumbre y polvo,
óxido rojo inunda las calles
y mi cuarto va desapareciendo entre el moho
y la basura de un tiempo mejor.
He fumado hasta el cansancio
intentando convencerme de que soy fuerte
y nunca podría el vicio contra mi convicción
de ser algo bien aislado de esa tentación.
Escucho del otro lado de los teléfonos
conversaciones privadas de otras gentes
y a veces las mías propias como si fuesen ajenas.
Estoy tan lejos y turbada ante mi propia desidia
y el significado de la misma
cuando logra instalarse para siempre
en todo lo que observo.
Estoy arrepentida de mis supuestos logros
y lo que he conseguido,
según me dicen: es bueno todo lo que has hecho
este año.
Y no estoy feliz.
Soy tan patética que solo me decido a escribir
cosas absurdas
en momentos tan absurdos como este
y me contento con releer viejos correos,
con nueva mirada como recién hechos
y he encontrado su voz, ahora tan lejana.
Soy tan patética,
y estoy arrepentida, turbada y aburrida
ante mi propia visión del mundo y de mi misma
como el resto.
Ahora tan lejos que no puedo verme, escucharme,
ni sentirme.
Estoy sola.
La rutina del escritor
Pintar el cuarto y la autoestima
para desempolvar viejas estanterías,
los versos y las noches, las palabras.
Definir de tantos libros cual no es imprescindible,
porque hay que vender para comer
y no existe otra cosa.
Ya los libros tienen el dominio del cuarto,
de toda la casa que no es tuya.
La rutina del escritor se hace compleja
cuando hay que pasar las horas
mirando al techo de una oficina cerrada, con poca luz,
desconchada por el tiempo, cuando siempre se empeño
en hacer algo diferente y terminó delante del buró con jefe
como la visión de sus antecesores,
entonces el escritor se convierte en el gran hipócrita de su propia vida.
Hay que trabajar en este lugar que antes fue una casa, ahora derruida
“Una vieja con colorete”
como la llamamos los que la vemos a diario con su pintura nueva.
El oficio dentro de esa rutina es también orinar de pie
en esos baños antiguos que contienen viejas maquilladas,
baños con olores profundos.
Para el escritor orinar puede ser también el poema y
otras cosas innombrables.
Lo más envidiable de esta rutina es cuando
en esas cajas oscuras, poco ventiladas
que contienen también tales ancianas,
se está por fin solos y la lectura puede trasformarlo todo
hasta eliminar las paredes y aún el techo permanezca
sin caer sobre si mismo.
Cuando el chisme y el comentario de la novela de las tres ya es lejano,
pues hoy la tropa está diezmada y hay que permanecer
porque puede pesar el rojo sobre el bolsillo del escritor al final del mes.
La rutina del escritor se logra mejor en las noches, frías o cálidas
no importa.
El escritor es amante de las altas horas, del amanecer en otros lugares
que no sean tan estrechos
y justificar con su actuación diaria,
el hecho de vivir y escribir contra toda bandera.
Oficios
El amolador de tijeras es lo único diferente,
Sobrepasa a la memoria.
Mi intención no es la excusa recién afilada,
las tijeras, su destreza deslizándose
al tacto con la superficie metálica,
no, él no puede hacerme feliz de ese modo.
El amolador es lo único hermoso
que desaparece en el olvido.
Amo su melodía extraña, se abre en mi cerebro,
como las flores.
Él es el único capaz de jugar con mi pasado.
Recordar la música, las figuras de antaño,
el viento que pasó, la soledad,
lo que no pudo evocar el sonido.
La melodía inusual del gesto,
lo escuchado,
no sé por qué,
me ha hecho regresar.
Alguien habla de las flores
Quise hablar de la anuencia de las flores, de su verdad definitiva.
Pero es difícil conservar la forma, el color de los muertos.
Quise hablar de la permanencia de las flores, pensé encontrarlas en el viaje, sentir el aroma de lo que está muriendo.
Pero solo encontré a quien comercia con su suerte, su apreciada levedad, solo encontré papeles, facturas, restos de hojas mustias, alguien que habla de las flores ya condenadas a la tierra, al silencio de unas manos asesinas.
¿Cómo conservar intacto el cadáver de una flor, la idea?
Las flores se venden, como cadáveres del amor, echados al mar sin ningún sentido.
Escena de época
Cuando un amigo muere,
es como si la sabiduría de los ancianos
dejara reposar su mano cálida sobre mi cabeza.
Muere, y termino el trabajo que iniciamos juntos,
con maderas preciosas y sin clavos
un acabado ataúd para su escasa figura.
El invierno no podrá azotar el follaje,
la fronda del Roble que descansa sobre su cuerpo desnudo,
esa semilla que comienza habitando mis márgenes,
para convertirse en este árbol.
Un amigo es un bosque,
solo que no podemos escoger del entorno,
entre la foresta virgen o la madera violada.
Deudas
He perdido el rumbo, mi identificación,
la cartera donde guardo todas mis notas,
los recibos cobrados por la poesía,
con fechas antiguas, desde el comienzo.
Junto a ellos guardaba también todas las palabras,
ya consumida, la tinta,
la suma del aire acumulado con los años,
algunas sonrisas y lágrimas para mis amigos;
también la burla y compasión de muchos, la ausencia,
el perdón de los que escuchan en silencio
y un poco de soledad.
Dedicatorias, autógrafos, palabras dulces al oído.
Allí guardaba todo,
en esos recibos del color de las enciclopedias,
de limones desecándose, de lágrima de sol,
por si vuelves,
por si regresan a cobrarme
todo lo que debo.
EPÍLOGO
Período de duelo,
una constante que signa mi existencia.
Gafas oscuras, para no ser descubierta,
cliché repetido hasta el cansancio por nosotros.
Hubo muchas palabras,
luego el silencio se apoderó de nuestras manos.
Nos ahogamos entre la lluvia de nuestros ojos
y la cama que ahora te abandona.
El amor, como yo, se fue alejando
hasta que ya no pude reconocer las señales
que me guiaran de vuelta.
Me perdí y conmigo arrastré
a los que siempre me sedujeron.
Si no existe la perfección del amor
mi destino está sellado.
Me convertiré en la sombra de mí misma,
en el recuerdo de la inocencia,
en los retratos que perdí intencionalmente,
en la tristeza y en algo solo
que se deteriorará con el tiempo.
Publicado en la revista Gaceta Virtual 104
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