Fernando de la Lastra
Fernando de la Lastra Bernales (Santiago de Chile, 1932 -1990). Poeta y cronista. Colaborador de los diarios “El Mercurio” y “La Segunda”.
Publicó los libros “Retorno al aire” (1955), “39 poemas” (1957), “Desde la lumbre” (1960) y “Feria de juguetes” (1984).
Fuente: “Falleció el escritor Fernando de la Lastra”. (El Mercurio, 10 octubre 1990).
Retorno al aire
Autor: Fernando de la Lastra
1954
CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1955-03-19. AUTOR: ELEAZAR HUERTA
En un prólogo o “pórtico” de Cruchaga Santa María, nos dice este algunas cosas acertadas sobre los poemas escritos por Fernando de la Lastra: que realiza el verso libre con evidente facilidad, que no denota influencias precisas de otros líricos. Mientras juzgan el aspecto técnico, los creadores son excelentes críticos.
Ya es más discutible la opinión del creador cuando entra a captar la esencia sutil de otro. O lo ve a través de sí mismo o, sencillamente, no lo ve. Así, Cruchaga Santa María habla del “ardoroso mensaje”, del “angustiado esfuerzo espiritual”, del “pesimismo” y del “desamparo”, notas que caracterizan a su propia poesía plenamente, pero que no son, a mi entender, lo esencial del joven Fernando de la Lastra.
En Lastra, hay una complacencia en el juego verbal que es sensualidad idiomática, junto a un gusto por lo limitado y pequeño. Comparado con el gigantismo metafórico y la violencia expresiva de De Rokha o del Neruda de su buena época. Lastra es el rococó de aquel barroquismo. ¿Qué nos dice de “La hormiga”, por ejemplo? El tema es ya pequeño, pero el tratamiento poético se complace en su misma limitación.
“Eres el mar en una gota de agua”.
...……………………..
“Diosa de las miniaturas.
Imponderable puritana…”
Para terminar exclamando: “porque llevas la felicidad / en no sé qué parte / de tu carga”.
Al cantar otro tema, “La garza”, convierte en esteticismo y mitología la soledad, la melancolía, la garza y el lago. Saborea todos estos motivos, al par que lo inesperado de las significaciones o bien los esdrújulos:
“Mitad cuello. Mitad cuerpo.
Hierática y translúcida,
se purifica, insonora y mística
la garza
sobre el reflejo”.
Su mundo metafórico le impide ver el lado social. “El minero” es:
“…hijo de los túneles,
pez vagabundo de las rocas…”
Y al pescador le pregunta de qué parte de la arena, de qué rincones de la merluza extrae la pureza cristalina de su mirada.
Hay momentos en que nos da cierta frialdad parnasiana. No necesita mármoles ni arqueología para sentir y hacer sentir lo perfecto. Mas también –epígono del barroquismo- canta lo abigarrado. En “Valparaíso”, que es “el mundo en miniatura” (¡Siempre el afán por lo pequeño!) ve casas coloreadas, colgantes y absurdas; “la calle empedrada y pesimista / con el niño andrajoso y sonriente”; es Walt Whitman al revés.
Cuando adopta la postura romántica –los poemas que llama “Con mi sombra”- nos habla de su tristeza, pero advertimos después que en esta ocasión quiere encontrarse a sí mismo. Y cunado empieza a hallarse rehúye la desesperación.
“No. No todo muere.
Ese perfume, esa suavidad
y esa efímera pureza
que te dio la flor
perdurarán en tu alma”.
Definitivamente, hay en Fernando de la Lastra una busca de la belleza por evasión. Él ha definido su poética al decir, en “Valparaíso”:
“Los ascensores,
para ver mejor el cielo
y más de lejos la existencia”.
39 poemas
Autor: Fernando de la Lastra
Santiago de Chile: Impr. Electra, 1957
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1957-09-22. AUTOR: FRANCISCO DUSSUEL
En 1955 este joven valor de las letras chilenas se aventuró publicando “Retorno al aire” (Poemas, 1955, Edit. Carlos Soria, Santiago de Chile).
Nuestro juicio aparecido en la revista “Atenea” fue severo, casi despiadado, hecho más lamentable aun por tratarse de un ex alumno, recordado siempre con especial afecto. Son los gajes del oficio, expuesto se busca solo la verdad artística, o por lo menos la que uno intuye como tal.
“39 poemas” recoge la expansión de un yo muy diverso al que en aquel entonces comentamos. El poeta ha superado en gran parte ese ceño adusto, penoso y terso que Coke captó tan bien en el retrato incorporado en la obra. Ahora lo vemos más sereno, más apacible, aunque afloren los quemantes interrogantes relacionados con la angustia existencial. No se trata, por cierto, de un devenir psíquico sin horizontes. En el proceso de catarsis espiritual vivido por el joven poeta, se advierte un acceso más definitivo hacia la luz, que no ha logrado todavía iluminar todas las tinieblas, pero que promete ser un amanecer radiante, cuando la posesión [sea] plena.
Fernando de la Lastra es un temperamento intravertido. Hay motivos para ello. De ahí nace la tendencia tan marcada a perseguir con ansiedad la raíz oculta que capta la savia, el sentido inescrutable que muchas veces se proyecta hasta el misterio, la “razón de la sinrazón” que Pascal solo enraíza en el corazón y que sin embargo debe también hacerse extendida a toda aspiración humana.
Desde el primer poema “Cuando mi cuerpo ignore lo que estoy diciendo”, el poeta nos invita a meditar. Silencio en las carnes, lirios que huyen, risas de abismo, cuerpo sumergido en el polvo, sienes […], palabras huecas, río congelado en las venas. Es una visión triste, [deprimente], que antes feneció en la “nada” y hoy en cambio se transforma en “Luz”.
“Acudid en vertiente aquel día
a romper los colores de la alborada
que habrá brotado la Luz
de mis rincones más grises”.
Los dos poemas siguientes “Trayectoria” y “Después” ahondan en la desintegración del cuerpo, para colocar en primer plano un pesimismo, superado sí, pero que tiende a aparecer. Ante “una calavera mirando la luna, como monumento póstumo” podría alguien pensar que ya todo ha terminado. No. El poeta está recordando, delineando su evolución espiritual. Por eso los tres poemas incluidos bajo el título “Encrucijada de la inquietud” permiten captar un contenido subjetivo, orientado hacia lo religioso, que más adelante adquirirá matices más definidos. “El dolor” en breve, denso y bellamente poético. Nos ha llamado la atención cómo ha sabido aunar en un todo la resonancia vital, la intuición estética y la ascensión del espíritu. No tememos decir que junto a “Insensiblemente”, con que finaliza la obra, constituye lo mejor de su creación artística, permitiéndonos al mismo tiempo esperar días más luminosos.
En “Nosotros” decae lastimosamente […]. El poeta desfallece en el “prosaísmo” pernicioso de tanto vate vulgar. Frente a la nobleza de otros poemas percibimos aquí cómo la intuición de la idea no abarcó también lo formal de su expresión literaria.
“Así como nosotros
que nos jactamos de manejar
aeroplanos o de darle alimento
a los gansos”.
Esto es tan desagradable estéticamente hablando como gran parte de los versos premiados en los “Juegos de Poesía” de 1956. Todo el embeleso anterior, originado en el crepitar de metáforas originales y extrañas, que no son por cierto un atavío superficial ni un adorno arriesgado, desaparece de súbito para dar paso a estas triviales estrofas. Falta la lenta elaboración estilística, la ingrata labor artesana, tan alabada por Horacio, para llegar a la perfección estética.
“En el umbral de la sombra” el poeta evoca momentos de intensa emoción. Es el amor ausente, que muere y renace, pero dejando siempre un “torturado viento” de amarga nostalgia. Hay una “ausencia desbordada”, “heridas que no duelen”, “mar sin inmensidad”, “viento que no es mensajero: Nada”…
Así piensa en “Poema al vacío”, “Desesperada tarde”, “Cuando pensé que podían venir…” para finalizar en “Ventisca”, poema desparramado, expresión adolorida de la pálida niña diluida en un “azuloso-arrebol”. A la plasmación sincera de vivencias, sucede luego un mosaico de cuadros realistas, con tímidas alusiones subjetivas. No interesan mayormente.
Retorna a su yo para condensar en “Pesimismo” y “Cuando la duda me tomó las manos”, la ansiedad de su espíritu atormentado, que “Insensiblemente” va tras la orilla segura, en donde podrá gozar definitivamente de lo eterno. Por ahora ya tomó la senda recta que conduce hacia Dios. El proceso de purificación es lento; “un peregrino ha de llegar a las cavernas” y derramar la luz y el bálsamo; las quebradas y los senderos han de ser.
Desde la lumbre
Autor: Fernando de la Lastra
Santiago de Chile: Eds. del Grupo Fuego, 1960
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1960-09-15. AUTOR: ANÓNIMO
Algunos de los versos que aparecen en este libro están dedicados a la mujer amada, cuyas excelencias canta el poeta repetidamente. Otra vez, en fin, el autor traza una comparación entre ella y él; he aquí el resultado:
“Soy un murciélago enceguecido por el día
Eres un poema que ningún poeta escribió.
Eres una noche clara llena de sortilegios
Soy un piano que le canta al dolor...
Eres una sílaba que define la alegría.
Soy el musgo impuro que del barro brotó.
Soy un día de verano lleno de lluvias.
Eres una muchacha pletórica de sol...”
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