Le prime imprese del conte Orlando, de Lodovico Dolce.
Ludovico Dolce
Ludovico Dolce o Lodovico Dolce (Venecia, 1508 o 1510-Venecia, 1568), fue un gramático, editor y escritor polemista italiano.
Dolce nació en el seno de una antigua familia veneciana. Tuvo que dedicarse a la edición (con Gabriele Giolito), por tradición familiar. Asimismo se dedicó al teatro.
Se casó con una actriz teatral, Polonia, y tuvo dos hijos. Mantuvo relaciones con los escritores de su tiempo y se vinculó a las academias de entonces. Así estuvo en el círculo de Pietro Aretino, con el literato Niccolò Franco y con Girolamo Ruscelli. Tuvo cierto éxito con sus libros, aunque sin alcanzar a vivir de sus ventas.
Fue un polígrafo que trabajó a lo largo de su vida en 358 ediciones, muchas de ellas con textos traducidos por él. Destacan el Decamerón de Boccaccio (1552), el Canzoniere de Petrarca, y la Divina Commedia. De los recientes, es destacable su edición de Orlando Furioso.
Su Osservationi nella volgar lingua (1550), es uno de los tratados de gramática italiana del siglo XVII, que retoma y reorienta la famosa Prose della volgar lingua de Pietro Bembo (1525).
Obras
Sogno di Parnaso con alcune rime d'amore (1532)
Il ragazzo (1541), comedia
Hecuba (1543), tragedia
Thyeste/Thieste (1543 y 1547)
L'Istituzione delle donne {1545}
Fabritia (1549), , comedia bajo influjo de Plauto.
Giocasta (1549), tragedia
Libri delle osservationi nella volgar lingua (1550), en línea con las ideas de Bembo.
Le trasformazioni (1553)
Medea (1557)
L'Aretino o Dialogo della pittura (1557)
Dialogo dei colori (1565)
L'Enea (1568).
ELEGÍA DE LA PULGA
Señor compadre, el vulgo de envidioso
Dice que Ovidio escribe una elegía
De la pulga, animal tan enojoso,
Y miente, que no fué, ni es, sino mía;
No toda de invención, más traducida
De cierta veneciana fantasía.
Va, mutatis mutandis, añadida;
Porque la traducción muy limitada
Suele ser enfadosa y desabrida.
¡Oh pulga esquiva, fiera y porfiada,
Enemiga de damas delicadas,
Tú que puedes saltar cuando te agrada,
Quién tuviese palabras tan limadas,
Bastantes á decir de tus maldades,
Fierezas memorables, señaladas!
Tú haces pruebas grandes y crueldades,
Y aun creo que tú sola, entre animales,
Sabes más que la mona de ruindades.
Haces atrevimientos, y qué tales;
Dejas amancillada una persona,
Que parecen de lepra tus señales.
Por tí el más cuerdo, en fin, se desentona;
Vives de humana sangre y siempre quieres
Comer á misa, á vísperas y á nona.
Entre nosotros vas, y eres quien eres,
Siempre á nuestro pesar, y no hay ninguno
Que se pueda guardar cuando le hieres.
No sabemos de tí lugar alguno;
No eres fraile, ni abad, ni monacillo,
Ni hembra, ni varón, ni apenas uno.
Eres una monada, eres coquillo,
Eres un punto negro, y haces cosas
Que no osaran hacerse en Peralvillo.
Das tenazadas ásperas, rabiosas,
Al rey como al pastor, al pobre, al rico,
Y al príncipe mayor enojar osas.
Picas, no sé con qué, que todo es chico:
Dejarnos has al menos en picando,
Como deja el abeja, el cabo y pico.
Está el hombre durmiendo, está velando,
Tú sin temor y sin vergüenza alguna,
Le vas con tus picadas molestando.
El simplecillo niño allá en la cuna,
La delicada monja alia en el coro,
A todos tratas sin piedad ninguna.
No buscas cetro, reino, ni tesoro;
Mas hartaste de sangre de cristianos,
Que no lo hace un perro, un tureo, un moro.
Derritiéndose están los cortesanos,
Mostrando el pecho abierto ante, las damas,
Los hígados ardiendo y los livianos,
Y tú, malvada, en medio de sus llamas,
Los haces renegar y retorcerse,
Pudiéndolos tomar allá en sus camas.
¿Hay hazaña mayor que pueda verse,
Que ver al más galán, si tu le cargas,
Perdiendo gravedad, descomponerse?
Traidora, si te agradan faldas largas,
¿Por qué dejas los frailes religiosos?
¿Por qué no los molestas y te alargas?
Aquellos son bocados más sabrosos,
Allí me las den todas; tus denuedos
Allí pueden hacer tiros donosos.
Si por tomarte van los hombres quedos,
Cuando piensan que estás dentro en la mano,
Con un salto te vas de entre los dedos.
El que piensa engañarte es muy liviano,
Porque vuelas sin alas más ligera
Que el pensamiento de algún hombre vano.
Una razón, una palabra entera
Sueles interrumpir, mientras durmiendo
Te muestras insolente, airada y fiera.
¡Ay pulga! á los alanos te encomiendo,
Que aun esto que decir de tí me resta,
A bocados me vas interrumpiendo.
Pues no os he dicho nada de la fiesta
Que pasa, si se os entra en una oreja;
Allí es el renegar, mas poco presta
Allí va susurrando como abeja;
Méteos en el cerebro una tormenta,
Cual debéis ya saber, que es cosa vieja.
Mas entremos ¡oh pulga! en otra cuenta,
Y no te maravilles si me ensaño,
Que no es mucho que el hombre se resienta.
Dime falsa cruel, llena de engaño,
¿Cómo osas tú llegar á aquel hermoso
Cuerpo de mi Señora, á hacer daño?
Mientra el sueño le da dulce reposo,
Presuntuosa, tú le estás mordiendo,
O vas por do pensallo apenas oso.
¡Qué libremente vas gozando y viendo
Aquellos bellos miembros delicados,
Y por do nadie fue, vas discurriendo!
La cuitada se tuerce á tus bocados;
Mas tú, que vas sin calzas y sin bragas,
Entras do no entrarán los más osados.
No puede ser, malvada, que no hagas
Que ser pulga desee el que sintiere
De cuál envidia el corazón me llagas.
Parezca mal á aquel que pareciere;
Yo querría pulga ser, pero con esto,
Que me torne á mi ser cuando quisiere.
Porque en aquella forma, ni era honesto,
Ni pudiera agradar á mi Señora,
Ni á mí, y me quedaría hecho un cesto.
Lo que fuera de mí, contemplo agora,
Y siento de dulzura deshacerme,
Y aun tal parte hay en mí que se mejora.
Lo primero seria luego asconderme
Debajo de sus ropas, y en tal parte,
Que me sintiese y no pudiese haberme.
Allí me estaría quedo, y con gran arte
Miraría aquel cuerpo delicado,
Que de rosas y nieve se reparte.
¡Qué falso estaría yo y disimulado
Gozando, ora del cuello, ora del pecho,
Andando sin temor por lo vedado!
Un Sátiro, un Priapo estoy ya hecho,
Pensando en aquel bien que gozaría,
Viéndola desnudar para irse al lecho.
¡Cuan libremente, qué á placer vería
Todas aquellas partes, que pensando
Me enderezan allá la fantasía!
Pero quien tanto bien fuese mirando,
¿Cómo pudiera estar secreto y quedo
Que aun agora, sin serla, estoy saltando?
Mas pusiérame seso al fin el miedo,
Hasta que se saliesen las criadas,
Que aun esperar, pensándolo, no puedo.
En sintiendo las puertas bien cerradas,
Dejando aquella forma odiosa y fiera,
Siguiera del amor otras pisadas.
Tornárame luego hombre, y no cualquiera,
Mas un mozo hermoso y bien dispuesto,
Robusto dentro, y muy galán de fuera.
Llegara muy humilde ante ella presto,
La boca seca, la color perdida,
Ojos llorosos y alterado el gesto.
Dijérale: mi alma, entrañas, vida,
Mi corazón, redaños y asadura.
Y mi ¿cómo se dice? mi querida.
Vos estáis sola, y si queréis á escuras;
Yo me muero por vos más ha de cuanto;
No dejemos pasar estas venturas.
Pero por no causarla algún espanto,
Antes que la hablara alguna cosa,
Escupiera ó tosiera allí entre tanto.
Ella más avisada y maliciosa
Que muía de alquiler entendería
Por las señas, y el texto por la glosa.
Allí era el desgarrar la parlería,
Y el afirmar con treinta juramentos
Que era todo verdad, cuanto diría.
Pintárale mayores mis tormentos
Que la torre que el asno de Nembrote
Comenzó con tan vanos fundamentos.
No le hablaría con furor ni al trote,
Antes grave, piadoso y afligido,
Porque no me tuviese por virote.
Dijérale: «Señora, yo he venido
Aquí; solos estamos, sin que alguno
Lo vea, ni jamás será, sabido.
Yo soy mozo, vos moza, y no hay ninguno
Que nos pueda estorbar que nos holguemos;
El tiempo y el lugar es oportuno.»
Mostrara gran pasión, hiciera extremos,
Suspiros, pasmos, lágrimas, cosillas,
Con que suelen vencerse como vemos.
Si la viera sufrir tales cosquillas,
Y callando mostrar que lo otorgaba,
Allí fuera el hacer las maravillas.
Mas si airada la viera, ó que gritaba,
Tornándome á ser pulga en un momento,
Del peligro mayor me aseguraba.
Allí fuera de ver su desatiento,
Cuando acudiera gente á socorrella,
Sin hallar de mí rastro ó sentimiento.
Mas siendo, como es, sabia, moza y bella,
Antes quiero creer que tan segura
Ocasión no quisiera así perdella.
Que no es honestidad, sino locura,
No gozar hombre el bien que está en la mano
Sin poner honra y vida en aventura.
Pero yo os voto á Dios, compadre hermano,
Que si la seftoreta no callara
Que no fuera el dar voces lo más sano.
Porque ya podéis ver si recelara,
Tornándome á ser pulga, y si pudiera
Asentarle diez higas en la cara.
Siendo pulga, volando, me metiera
Debajo de la ropa, y como un fiero
León, toda á bocados la comiera.
Entrárale en la oreja, lo primero,
Hiciérala rabiar, y por nonada
Entrara en parte do pensallo muero.
Tuviérala despierta y develada;
Y apenas hay en ella alguna cosa
Donde no la asentara una picada.
Y ella que es tan soberbia y enojosa,
Mal sufrida, colérica, impaciente,
Fuera harto de verla así rabiosa,
Viendo que tuvo una ocasión presente,
No habiendo de dormir, para holgarse,
Y que así la perdió súbitamente.
¡Qué hiciera de torcese y de quejarse!
Pues ¿quizá que dejara de picarla?
Ni por verla llorar ni lamentarse.
Hallarme por el rastro, ni esperarla
Si viniera á tomarme, era excusado:
Yo bien sé cómo habia de molestarla.
Mas, compadre, ¿no veis do me ha llevado
El cuento de la pulga, y lo que ofrece
Un pensamiento á un triste enamorado?
Esta contemplación, que así parece
Al tesoro que el duende á veces muestra,
Ó riqueza que en sueños se aparece.
No por eso penséis, por vida vuestra,
Que estoy fuera de mí, ni desvarío,
Porque seria opinión harto siniestra.
La corriente me trujo, y como el río
Sigo tras el furor que así me fuerza,
Como quiere el perverso hado mío,
Haciendo que á una parte y á otra tuerza.
Traducción: Diego Hurtado de Mendoza
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