MILAN RÚFUS
Milan Rúfus (10 de diciembre, 1928 - 11 de enero 2009) fue un poeta eslovaco, ensayista, traductor, escritor y académico.
LA POESÍA DE MILAN RÚFUS
Poemas traducidos de Milan Rúfus, extractados de la TESIS DOCTORAL que presenta ALEJANDRO HERMIDA DE BLAS para la obtención del Título de Doctor en Filología (Filología Eslava) en la Universidad Complutense de Madrid.
MILAN RÚFUS: ANTOLOGÍA POÉTICA
ADIÓS, SEÑOR BAUDELAIRE
No, hermosa Dorothea.
En noches como esta no nacen los poemas.
En noches como esta florecen las fleurs du mal,
verdes, salvajes como sus ojos.
No, no voy a morder sus espesos cabellos,
no voy a mascar sus trenzas.
Yo he visto hoy, hermosa Dorothea,
cómo el acero de la vida
se retuerce en las manos más duras.
En el fantástico horóscopo de las estrellas
que lucen en los ojos humanos,
he conocido qué es angustia
y qué es poesía.
No puedo
romper el poema como un barquito
en las agudas puntas de sus pechos,
muy por debajo de la superficie de sus noches,
más negras que sus trenzas.
He aquí que millones de gente de mi sangre
cavan la tierra,
siembran,
riegan,
en los ojales sobre el corazón
se ponen
las flores del bien.
HUMANIDAD
Relampaguea en silencio, amortiguadamente.
Y de los campos no se oye un pájaro.
Al cereal, tímidamente ondulado,
le duele tanto antes de madurar.
La severidad silenciosa de la tierra
palpa hoy las blanduras de la espiga
y las siegas se preparan hace tiempo.
Cuando maduremos, cuando maduremos...
Pero tú no perdones, poema.
Hágase tu justicia.
BALADA DE OTOÑO
Agua fría cae de las quebradas natales.
Susurra el crepúsculo en la oscura lejanía.
Barre el viento el cielo bajo,
barre con sangrienta escoba.
Como un patio donde, una mañana de octubre,
se ha echado a llorar un cordero aterrado,
para ungir la boca del otoño
con su nuca cortada por el cuchillo.
El día se endurece. Y la prudente noche
no pone el pie en sus caminos.
Toscamente echa sobre esas manchas oscuras,
toscamente echa serrín amarillo de estrellas.
En silencio la tierra, y en silencio están las alturas.
El llanto de oveja se me ha secado en los labios.
Una luna pequeña, rojiza como una zorra,
sorbe ruidosamente el agua del lago.
ENCUENTRO EN LA RINGSTRASSE
Un habla desconocida, como música cercana,
me llegaba de su boca y fluía despacio,
daba vueltas en torno a mi frente perpleja.
Y luego nos besamos.
Un castaño susurró en la cálida noche muda.
Sonaban a lo lejos los tranvías.
En todas partes, Dios, es amable la tierra.
Y en todas partes la mujer es bella.
Como espiga en la tormenta se inc/ma en mi hombro,
como una espiga llena y vencida.
Los relojes de las torres dieron las diez
y alguien pasó a nuestro lado.
Miró, se paró en la calle silenciosa.
Luego sonrió desde lejos.
Pero yo nunca antes había visto
a un hombre sonreír con tanta amargura.
Y se fue caminando, con veintiocho años,
inclinando los hombros de un modo extraño.
Y en el largo silencio nocturno
golpeaba el pavimento su pierna de madera.
POETA EN PRISIÓN
Sé una fuente en tu tierra natal.
Fue un mal encono, una treta. Cobarde
trampa de buenas intenciones, y falsa y ciega,
que con fuerza bruta rodearon la pila,
-y los que de ella bebieran hasta el vértigo
limpiaron deprisa la boca con mano tímida-,
echaron tierra y pusieron encima una piedra,
dando este testimonio: sí, sí
no corre.
Sé una piedra en tu tierra nataL
Quien en la piedra pone el corazón,
en algún lugar profundo, del origen más hondo,
oye cantar un agua peregrina,
quien en la piedra pone el corazón.
Porque es el agua la hermana gris del poema
que en lo hondo canturrea el silencio de la tierra.
E igual que con el puño no ahogarás la canción,
en la tierra profunda no desviaste el agua.
E igual que con el puño no ahogarás el agua,
del pecho del hombre no harás caer la canción.
UN INSTANTE CON LA ALEGRÍA
Desperté. De la mañana caía harina
invisible en las crestas de los gallos.
Una extraña y repentina alegría desconocida,
en la mate blancura, con paciente arqueada
me frota la cara.
¡Ah, la ternura tras la sonrisa!
Así la oveja madre, sobre el heno humedecido
del cálido establo, lame con áspera lengua
a su prole gestada en el miedo.
POÉTICAS
Vacío después de la música.
Vacío después de los tentáculos.
¿Qué es lo que quieres? Hay la antena, hay el radar
Hay cosas, calculables con precisión,
con las que encontrarás al hombre.
Y lo oyes sobre la tierra,
sobre el agua y allá arriba, en la no-tierra...
(Y con las cuales no se oye nada
en ese espacio donde Beethoven sordo
tan sólo pasaba por las teclas
como el propio destino,
oyendo sin más, sabiendo sin más. Pero esto sucedió.)
Vacío después de la música.
En ese vacío después de los tentáculos
la poesía,
arroyo saltarín,
se corta y corta y busca,
en amplias líneas hace girar el curriculum vitae,
o en estrechas,
como por escalones,
desciende
de sí misma,
ofrece:
asonancias, aliteraciones,
parábolas y, ciertamente, encabalgamientos
-crujido de huesos, dulce rechinar,
esa música al menos patas arriba-,
y muchas cosas calculables con precisión.
Así busca, así mira.
Se hace pantalla con la mano.
Para que no se diga, se hace pantalla un poco más
con la sombra inmóvil de un inmenso brazo inmóvil
(Los molinos de la música se yerguen sin mo verse
en el tiempo en calma. ¿De qué...?)
HOMBRE
De tal modo ya no cree en nada, que cree
que la diferencia entre vida y muerte
es sólo una diferencia de oficio.
Que la vida modela tiernamente la arcilla,
mientras la muerte es tallista.
Pero al fin,
al fin y al cabo es sólo oficio.
De dos ciegos que, por pasar un rato largo,
llenan con él, como una herrada, la casualidad
de ser.
PRONTO
Aún es lino
el pañuelo de Verónica
y ya crece bajo la cruz.
Demasiado pronto
nos marcas, impaciente.
Tú venga a golpean Ni siquiera
eludes al niño. Para tu abrigo de pieles
compras incluso la piel del nonato
y, con tiza duramente cortada,
dentro de las madres, aún a oscuras, señalas...
Recibes al huésped.
Y, escupiéndole ya ante el portón,
le dices: pase.
ÁRBOL EN INVIERNO
Desnudo y ofendido,
como si en este momento esperase la ejecución,
está erguido
y deja pasar todo por fuera.
El viento y la lluvia.
Como agua por el plumaje
resbalan por él los días, y no abre
a nadie la puerta el callado exiliado.
Sólo dentro, tras la persiana,
junto a la blanca vela del líber,
vive lo suyo, lee los días.
Y ni la sombra, ni siquiera una sombra
en la cortina lo traiciona,
sentado tan en silencio.
CAMPANAS
También tú oyes ya de vez en cuando
a la muerte chasquear el seco látigo.
E intentas adivinar si está lejos
o cerca la tumba.
Suena la campana de tu patria.
Un molde. La fra y el amor
fundieron en él tu figura.
Fuente memoria. A tientas
sacias tu sed, y ya que refleja,
lentamente lees de la superficie
tu propia cara. Miras bien, te lavas la suciedad
y te limpias el sudor, lo oscuro de la ardua
que no has dado y que te han robado.
Y así le pides a la patria muerta:
Sé paciente, aguanta bajo nosotros.
Y acompáñanos en este tiempo difícil.
Como las madres en silencio mueven los labios
cuando el niño dice un poema.
ARCILLA DE PRIMAVERA
Duerme con la mano de Dios en la cabeza.
Duerme escrita del camino al bosque.
Una oscuridad muy/oven penetra en ella.
El rocío de marzo, como un borrador,
le limpia los garabatos de las ruedas,
la temblorosa escritura labriega.
La arcilla es sabia, sabe su alfabeto.
Tiene ojos fieles y amarillos como un perro.
Cuando llevan de mañana los caballos frescos,
igual que a unas hijas abraza sus cascos.
HENOS
Están esquilando una oveja.
Lo esponjoso, lo blando
va cayendo, y nubecillas ligeras,
que un niño levantaría en los dedos,
aterrizan allí
La oveja está tranquila.
Tiene atadas las patas con la cinta del camino
y sabe que debe.
Cielo sobre nosotros,
sé paciente y alumbra un poco.
FRENOS
Con la mandíbula apretada y rechinando,
un hombre se resiste. Cargado hasta arriba
con una carga que lo clava en el suelo.
En la cabeza, como un sombrero de cardenal,
tiene un pan. (También la dureza es su levadura.)
Por eso grita y, al sostener, hace daño.
Y pobre del camino por el que pasa.
Como un tatuaje arrastra el carril tras de sí
Y pobre del camino... Perdona, caminito.
Pero su ira es nuestra bendición
BALADAS POR EL ALMA DE LOS ANIMALES
I
Aquel que en el silencio antes de la coral
ha oído suspirar los fuelles del órgano
sabe que hasta el canto es trabajo. Como todo.
No hay descanso. Los pesados costados de los bueyes
suben y bajan: ya el órgano
se dispone a sonar.
Se estremecerán
los tubos bajo esa fuerza
que no sabe que lo es, y sólo de paso
empuja un pedrusco hasta los cimientos del mundo
mientras sueña con algo muy distinto.
Oh, calladas cabezas con el laurel
endurecido en cuerno, qué poco les gusta la gloria.
II
Sobran palabras ahí fuera. En las profundidades
domina el silencio, dado con justicia
a los animales y a los dioses.
Alegría. Muerte.
Dolor y amor.
Padre nuestro,
con cuatro nudos de silencio nos atas
como un pescador la red. Y los escurridizos pescaditos de las palabras
son sólo el botín, mi poeta. Con una piedrecilla
querrías tirar una estrella del cielo.
Y no caerá ni al fondo del silencio
donde callan los cuadrúpedos.
CAMPANAS
Suelen despertarme las campanas.
Sueño un país.
Todo se estremece. Como un barco blanco
se desliza por él de ola en ola
una luz. La buscada.
Abro los ojos. Veo tanta oscuridad
que se me llenan de lágrimas.
Así me duermo.
CAMINO
Sé tus cosas. Lo indiferente lo escupimos.
Comprendo tu reproche.
Todo se graba en la memoria de la tierra
y no hay lugar para lo poco profundo.
Todo tiene su hondura. Lo sufrido.
Y el camino siempre se clava en la carne.
La tierra recuerda. Y advierte a los dioses
que por ella traquetearon las ruedas.
MIGUEL ÁNGEL
Llevar la carga y cantar.
Tú sabías
quién lleva a bautizar la belleza.
Nosotros ya no.
Nosotros no sabemos, sólo conocemos.
Cómo se da cuerda al reloj
Cuántos huesos tiene la ballena. Y el poema.
Oh, cada vello, tres veces contado,
en el cuerpo de la belleza. ¿Para qué, para qué?
La sensatez, con la que crece
la nada; igual que telarañas en los ojos; y el poeta,
jinete arrojado, a partir de una huella de herradura
quiere crear el caballo.
Angustia, cansancio...
Como niños en el bosque nos hemos perdido en mucho.
Y la belleza, que con Dios se tuteaba,
hoy se cuenta a sí misma
cosas confusas, extrañas.
LA MUERTE
Sólo por delante es terrible la muerte.
Por detrás
todo es de pronto hermosamente inocente.
Como una máscara de carnaval en la que
después de medianoche puedes coger agua
y beber o, sudoroso, lavarte.
Sólo cubres con la mano los huecos de los ojos.
Y eso es lo último que aún confunde.
DESTINO
La cabeza vendada
de Guillaume Apollinaire
inventa un poema.
Olvidados del cuerpo
te seguíamos, destino.
Y la espina en la planta del pie
no la sentíamos. El callo en la palma de la mano
formaba parte de ella como un sexto dedo, y sin él
no era nuestra.
Así se enrosca el cuerpo,
se adapta. Como una herradura
nos doblan a medida
de lo inaprehensible.
Y nosotros lo pedimos.
August Renoir
se ata al pincel:
un instante más, Señor,
átanos aunque sea a la cola
del caballo de Troya.
LOS NIÑOS
A un tiempo con ellos, hermanos menores de los animales.
Saben aún lo que nosotros ya no sabemos.
Sólo agua pura y transparente beben,
soplan la basura y escupen la suciedad.
Las cabecitas sobre la hierba,
tendidos las más de las veces,
como a un enfermo escuchan al mundo.
Qué les dice, eso nunca lo revelan.
Lo llevan bajo la camisita igual que las manzanas
del árbol del vecino.
Poco a poco comienzan a entristecerse. Adivinan el día
en que de cada uno se marcha
el principito a caballo, llevándose el cetro
y la manzana.
Y en realidad eso es el fin.
Lo que viene después ya se repite.
Desde el principio dado a medida del hombre.
Esa posición fuera de juego.
Y el cansancio. Y la angustia.
LOS CARRETEROS
Un lento susurro, el diálogo
de la rueda con la piedra, me conmueve.
En un silencio de iglesia tose el día
antes de empezar. Escucho.
El crujido abismal de las cosas que serán.
Restallido de semillas, de látigos.
Comienza la cacería.
Ya avanzan los ojeados, se apresuran. Ante ellos
salen volando los panes como codornices.
Ya marchan los carros. Amanece.
ANCIANA COGIENDO LEÑA
Aún tira de ello, todavía aguanta
el carrito de huesos a la doliente carretilla.
Como un sable herrumbroso la ha sacado el verano
por el trecho de vida que aún queda.
Señor, no nos deseches y úsanos sin miedo.
Úsanos hasta el último momento.
Con dureza, como a una colilla: así písanos el cuerpo
hasta que se apague, hasta que ya no sirva,
y no nos dejes morir lentamente.
SEGADOR
Hasta el cuchillo tiene su maestro.
La piedra para la guadaña.
Así el jinete ensilla el fuego.
Coge el rayo en las manos como una lanza.
Toca, mientras tanto, con el cuerno de búfalo
lo arcaico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario