miércoles, 11 de noviembre de 2015

MARLENE RETANA GUIDO [17.471] Poeta de Costa Rica


Marlene Retana Guido

Costarricense, 1955.
Ha participado en los talleres del Cìrculo de Poetas Costarricenses de 1975 a 1978, con los maestros Laureano Albán y Julieta Dobles,  y luego en el Taller del Grupo Literario Poiesis del 2013 al 2015, coordinado por el poeta Ronald Bonilla.

Licenciada en Filología Española de la Universidad de Costa Rica, Profesora de la Enseñanza del Español y la Literatura en la misma universidad. Trabajó durante 10 años en edición de materiales audiovisuales y programas radiales en la Asociación Demográfica Costarricense Ejerció la docencia en centros educativos de secundaria y en universidades estatales (UNED Y UNA) durante 26 años. Poemas suyos fueron incluidos  en el suplemento Àncora del periódico La Naci+òn, 1977, asì como en  las Revistas:  UNA LITERATURA, Nº 2, 1981,  Revista NEW WAVE, nº 10, Universidad de Colorado, Boulder, Department of Spanish and Portuguese. 1984,  Ademàs poemas suyos fueron seleccionados para  la Antologìa Bitácora abierta, 31 latidos en el andèn, 2015.  
Conserva inéditos dos poemarios más, uno de los cuales está en proceso de edición. También  prepara su primera colección de cuentos. Y escribe poemas para niños.



SELECCIÓN DE POEMAS
Del libro ESTALACTITAS DEL TIEMPO


ESTALACTITAS DEL TIEMPO

Piedra suave que el tiempo modela
con su tenaz labor de pájaro,
en lianas infinitas,
endurecida escama,
raíz invertida hacia lo germinal
donde lo negruzco y el olor a tierra
asciende con su tallo al calor,
a la vida,
a tocar las brasas del aire,
a imitar la curvatura del abrazo,
doblegado siempre hacia el amor,
a poblar los sitios del beso y su ardorosa huella,
a detener la piedra del insomnio
que rueda hasta el cansancio,
a herir la sustancia oscura
y escurrirla en ríos, aguas oxidadas,
a despejar las nieblas y liberar sus pájaros.

Son estalactitas de mi historia.
Es el mineral en las palabras.
El canto que anima el corazón de los objetos.

Alocados labios
besando a las piedras
y sus grietas inseguras.
Manos de granito
que sangran en dunas,
hielos en el salvaje
vuelo de las olas.
Es esta voz profunda que despierta al tiempo.
Son mis estalactitas,
instrumentos de dolor, cuando las toca el agua,
tintineantes huesos en las brisas del mar,
fantasmales murciélagos
adheridos a la noche;
son mías quizá
en el espíritu que siembra su marfil vegetal
en almácigos terrestres,
que colgarán sin tiempo en la palabra.


MADRE AYER

Ayer no te mirabas al espejo.
En algún rincón, el delantal
gimoteaba sus olvidos.
¡Tantos ruiseñores adormilados
fueron los artilugios en tus manos
que el hambre frenaba con su apuro!

 Ayer vendías tu alegría con la escoba.
Barre que barre el polvo de las risas,
los afanes del lápiz tirados al descuido,
el gesto ansioso del cuaderno,
la arena alegre del trasiego del recreo.

Ayer te sorprendió
la jornada regresiva de la hormiga,
mientras vos apenas continuabas castigando
a escobazos la mañana
que se tornaba en claroscuro.

Ayer abriste la cerradura vespertina
y guardaste en silencio los enseres;
despedías al fin tu jornada de campanas.

Después saliste a la noche de luciérnagas.

Aquí te esperaban los abrazos
y su locura empolvada
en la sorpresa de las puertas,
la lujuria del hambre
ya ennegrecida
en los sartenes.

Pero ayer no te mirabas al espejo.



LA BOTERA

La mujer botera rema
con su esperanza
en el estero de Puntarenas
y bate el sol
entre las aguas.

Lleva ñame,
plátanos y sal
y viaja hacia el ocaso
de sus hijos.

Detrás queda
como en migajas la tarde
y la noche que la persigue
como perro hambriento
se ampara entre sus muslos  morenos.

La mujer botera
es esta alegría esfumándose
entre espumas.

Cada remo hendido en el agua
será de nuevo un golpe 
que anuncia la mañana.

Y entre la litera de su viejo cansancio
calienta en su entrepierna
la soledad de sus memorias.



PIEL INDÍGENA

Los tobillos indígenas aún sublevan
el rito de la noche con sus danzas,
allá en los pueblos.
Ya no hay luchas armadas,
pero sí un fuego que trepa en su alegría
para encender la niebla o declarar la paz 
en el  humo laborioso de los ranchos.
Y en la ciudad, estoy 
con mi sangre desnuda
que clama por estar allá,
pero mi piel indígena
bulle bajo el vestido.

Yo quisiera conversar
en mi lengua nativa,
saborear los sonidos de su pulpa,
despertar en su fruto
el amor de la palabra,
y no habitar el cascarón
 de este lenguaje de nostalgias.
Pero mi piel indígena
se subleva lenta bajo el vestido.
Yo quisiera modelar el sol 
desperezado de codicia
en los metales,
y que la fragua de este barro
me regrese a los ancestros.

Pero mi piel indígena
se torna ocre debajo del vestido.
 Me gustaría deshacer el hielo de la hoguera
para calentar el amor en esas noches 
cuando la luna se esconde
y solo existe la luz de los rostros.
Y se apagan las voces del grillo.
Y las manos encienden 
la hora de acariciarse
allá en las comarcas del silencio.
Pero esta rebelión de mi piel indígena
 en mi vestido
sangra con su lágrima de jícara.


LA VELA

Voraz espiral que derrama 
parafina ardiente
sobre el silencio nuestro.

Es la vela siempre rendida 
a la emulación del amante,
porque enciende los pezones a mi noche,
aquí, en mi cuarto, con el oficio imperioso
del prepucio de la llama,
de hacer que el candor se expanda
hasta dejar tu cuerpo imaginado 
exhausto de ternura.
Y tú me engulles con tu amor a besos
palmo a palmo,
como si fueras la serpiente macho 
que pudiese cambiarme la historia.
El macho que me amó entre las sombras móviles 
de la llama.



Del libro: TRAPOS PARA EL DESCONSUELO



MI VENTANA

Este amanecer es diferente,
como si estallara el color de los jardines
y derretido iluminara mis paredes. 

El presente me encandila con sus goznes
y mi ventana emerge
añejada en la vigilia.

Empiezo a escuchar sus músicas,
el golpeteo de las alas de los pájaros,
el canto sublevado en la tijera
que intenta cortar mis nudos.

Siento un sabor extraño en el recuerdo,
a óxido en la brisa,
y mi sangre se revuelve
rebelde en la nostalgia.

Acudo al cariño de los pétalos,
a su docilidad,
lenguaje fresco, recién cortado,
a la costumbre de hablarle a mis mascotas,
a este corazón declinando amarillo en el misal.

¡Ah, la forma de abrazarme con los árboles
y cómo se conduelen ahora de mis lágrimas
si no es invierno!

Entonces, cuando hablaba con el ave
y su timidez en brincos por mi patio,
cuando hablaba con la sombra indigente
de los parques,
hasta la soledad oculté
en la concha de tortuga de mi cuarto.

Ahora ya no hablo.
Confieso que el futuro
se me ha hecho más cercano
y ya me cuesta colocarle sueños.
Ya nadie escucha,
aunque les hablo a gritos.

Tengo miedo de quedarme a solas,
con este dolor de pájaro
en la garganta;
temo que se cierre esta  ventana.



LA GIOCONDA ROBADA

                                                                                Conmigo,
                                                                                se volvió loca la anatomía,
                                                                                soy  todo corazón,
                                                                                y palpita en todas partes.
                                                                                        Maiakovshi.(Homenaje)

Tú amabas a esa Lili,
 a tu Lili,
y ella crecía a tu sombra
en las orillas de la ebriedad
como si hubiese sido un lirio
segado por las luces y las fiestas.

Tú amabas a esa Gioconda
que no podías robarle a otro jardín.
Ella bailaba con su música en el desdén
y columpiaba su indiferencia
mientras tú prometías
ser la nube en pantalones. 

Tú amabas a esa pintada, bronceada,
a la que no podías arrancar de tus silencios,
por ella tocaste la flauta
de tu propia columna vertebral
y  desdeñabas a Margarita…
(si Goethe se hubiera dado cuenta).

Prometías entregar
 tu alma como bandera
al planeta proletario,
no sabías si en tus huesos
acabaría tu vida
o más bien te esperaría la gloria,
y cada vez que el futuro te convocaba
con su guiño de ojo
para preservarte en el canto, poeta,
tu corazón estaba de visita
en las plazas y las calles,
en las fábricas y no sólo en la casa -
así lo decías en algún verso tosco.

Al final migraste del dolor,
vencido,
con la  bala que te apagó la sed,
que eternizó a tu Lili
y esparció la duda tenaz
con su pólvora 
y tus silencios fueron descendiendo
uno a uno
por esas tumbas sin fondo.

Acaso la sangre en tus versos
señalara algún culpable,
acaso la verdad sola
apuntara siempre con su revólver,
pero solamente te encontraron 
una punta de navaja
con aquella sentencia:
Que no se culpe a nadie.

Sí,  el barco del amor se había estrellado 
en la tempestad cotidiana
y solo quedaron tus palabras.
Estamos en paz, decía tu nota,
y no viene a cuenta un listado
de mutuos dolores, penas y agravios.



LA OTRA PENÉLOPE

I

(Abandono anunciado)

Ulises desplegó sus redes,
derramó malquerencias
por la casa,
y con todo el odio posible
en su cuerpo y su desdén,
tomó su bote de remos anclado
a la orilla del crepúsculo,
y se hizo a la noche para siempre.


II

(Después de la ausencia)

Las plegarias de la sombra caen
sobre Penélope abatida,
sentada bajo el árbol de sus soledades,
y con fuego de veranera entre sus manos
tejió y tejió la noche con el día,
hilvanó silencios con horas desahuciadas
mientras 
los calendarios consumían,
poco a poco sus soles.


III

(El acoso)

Los pretendientes admiraban en la playa
su cabellera suelta en incendios
como un faro del puerto
que convoca.
Penélope por las noches en su cofre
de maderas legadas por los mares
depositaba collares de nácar y caracoles
regalados por ellos en señal de trato.
Penélope era una flor de codicia
en la arena
dibujada por oleadas de manos
y labios y piratas.


IV

(Penélope y la pobreza)

Doblada espiga su cuerpo
a contraluz del crepúsculo,
así la sorprendían las horas
en su oficio de hormiga.

Penélope, la pescadora,
cuántas veces miró
somnolienta el rostro
a las madrugadas,
sin fuerza ya
para recoger las redes.

Penélope, la piangüera,
que enterró en el barro sus vanidades.
Y echada sobre las tardes 
desafió siempre las miríadas de zancudos
por unas cuantas pianguas de alegría.

Penélope, la vendedora,
apostada en las tardes porteñas
contra el horizonte
que suma y que resta las monedas
entre desencantos.


V

(Otro fin de Penélope)

Endurecida,
con su traje de escama,
sirena de las calles, vencida por el  sol
acude a la cita con el tiempo,
y  otra sirena de cola 
habitada de palabras inmensas
desde el último salto de su ciudad perdida
la toma de la mano
                    y la lleva al malecón 
                                        de estos versos.







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4 comentarios:

  1. Me encantó esta poeta. Con todas las letras. Gracias por presentarla...

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  2. Bellla selección de mi amiga de siempre, Marlene Retna, poeta de toda la vida que hasta ahora publicará sus primeros libros. abrazos.

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  3. Mi amiga se distingue por la claridad florida de su verso, por la sencillez convertida en flores y por el devenir de su verbo claro y preciso. Felicitaciones

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