Crédito de la foto: ©Xavier Dubois
Heather Dohollau
(Treherbert, Gales, 1925 – Saint Brieuc, Francia, 2013). Ser una poeta británica de expresión francesa es tan sólo una de las múltiples paradojas que encerraba su vida. En la voz elegante de Dohollau subyace la mirada paciente y sosegada que apacigua la euforia y sin embargo la incita. Una mudanza de espacio trajo en la vida de Heather otra de lengua, habitante de islas y rincones, madre de siete hijos y vital reivindicadora de su libertad, nacional y privada, su obra deambula.
A Heather Dohollau le interesa la verticalidad, la perspectiva, la distancia; todos los elementos que estructuran el paisaje. La forma, el volumen, lo que no está, lo que desaparece salvo por un atisbo de la vista. Los poemas de Dohollau están imbuidos de un sentido del asombro y de una serenidad que se expresa en imágenes inusitadas, inquietantes, delicadas y a veces oraculares. Una presencia extraña, otra, divina, vibra en sus versos. A su poesía le interesa la desaparición: no lo desaparecido, sino el momento de transición en el que se pierde de vista lo que está. Y del choque de ese sitio de luz confrontada consigo misma se desprende una forma tangible de transparencia.
Texto y traducción: Víctor Bermúdez
Poemas de Las lágrimas de Cartago
de Heather Dohollau
El plato de la madre
En la mesa frente al mar
comiendo ojos
al borde de los sueños
en el balcón angosto
donde se hace vértigo
el espejo incierto
de un cielo sin sobras
plato ofrenda
nutrir del vacío el día
antes de compartir la flor
del plato de la madre
ese en el que la vida
se aleja de lo próximo
en la alcoba iluminada
Morning glory
Olivos e higueras de Berbería
sobre una tierra plana hasta el muro del mar
la mano alzada de Dios en una seda de silencio
azul de volubilis gloria de la mañana y de la tarde
miradas enlazadas de vuelta hacia la orilla amada
risas claras y espuma inmortal
Cementerio marino
Blancura de muerte
piedras alzadas sobre la cabeza
y a los pies de las mujeres
que han velado
esta península
donde la puerta del mar
es su entrada
allí donde estamos
entre los cardos musicales
y los huesos de la luz
rodeados de rocas insignias
Plaza del Cairo
Una pequeña plaza
a la sombra de los árboles
que trenzan en el cielo
un techo murmurante
para los pájaros profetas
sobre un suelo de silencio
el tiempo pasa
y los dedos disciernen
bajo el abrigo de las palabras
la redondez de un instante
La barca de los pájaros
Nunca en el ancla
bajo el acantilado de las palabras
entre ascenso y caída
hacia el azul de abajo
y un cielo que se inclina
más allá de los árboles
Ícaro perpetuo
la cabeza en el agua
y los pies que arden
por un recuerdo del sol
queda la salvadora red
del canto de los pájaros
la presencia alada
de un soplo suspendido
y los velos alzados por la luz
para mantener el rumbo
sobre una estrella ausente
Las lágrimas de Cartago
Perlas negras de fuegos extintos
— El cristal de los anillos
encontrados en esta playa de memoria extensa
y allá donde se enrollan como gato que duerme
— Negrura que lleva felicidad
temblaba una lágrima
La rosa de los vientos
En inglés el guía decía: a wind-flower
y yo veía una anémona de madera frágil
en lugar de este rastro en la piedra del suelo
de una rosa de los vientos en los pétalos agudos de distancia
de flechas viniendo de lejos hacia el blanco inmóvil
de una nada vacía de la polvadera de todo
Sidi bou saïd
Los callejones de un laberinto de claridad
una plegaria blanca y azul
que se eleva y desciende
por las puertas selladas
las entradas en zigzag
como la voz de un muecín
hacia el centro oculto
y por todos lados flores
como espejo de una fuente
sobre las pendientes del aire
(Versión original en francés)
Les larmes de carthage (1966),
du Heather Dohollau
Le plat de la mere
A table devant la mer
Mangeant des yeux
Au bord des rêves
Sur l’étroit balcon
Où turne en vertige
L’incertain miroir
D’un ciel sans reste
Assiette offrande
Nourrir du vide le jour
Avant le partage fleur
Du plat de la mère
Celle dont la vie
S’en va au loin du proche
Dans la chambre claire
Morning glory
Oliviers et figuiers de Barbarie
Sur une terre plate jusqu’au mur de la mer
Main levée de Dieu dans une soie de silence
Bleu de volubilis gloire du matin et du soir
Regards enlacés de retour vers le rivage aimé
Rires clairs et écume immortelle
Cimetière marin
Blancheur de mort
Pierres levées à la tête
Et aux pieds des femmes
Qui ont donné suite
Dans cette presqu’île
Où la porte de la mer
Est son entrée
Là où nous sommes
Parmi les chardons musiciens
Et les os de la lumière
Entourés de rochers porte-noms
Place du Caire
Une petite place
A l’ombre des arbres
Qui tressent au ciel
Un toit murmurant
Pour les oiseaux prophètes
Sur un sol de silence
Le temps passe
Et les doigts discernent
A l’abri des mots
Une rondeur d’instant
La barque des oiseaux
Jamais à l’ancre
Sous la falaise des mots
Entre montée et chute
Vers le bleu d’en bas
Et un ciel qui se penche
Par delà les arbres
Icare perpétuel
La tête dans l’eau
Et les pieds qui brûlent
D’une mémoire du soleil
Reste le filet sauveur
Du chant des oiseaux
La présence ailée
D’un souffle suspendu
Et les voiles levées de lumière
Pour maintenir le cap
Sur une étoile absente
Les larmes de Carthage
Perles noires de feux éteints
— Le verre des bagues
Trouvées sur cette plage de longue mémoire
Et là où elles s’enroulent comme chat qui dort
— Noirceur qui porte bonheur
Tremblait une larme
La rose des vents
En anglais disait le guide : a wind-flower
Et je voyais une frêle anémone des bois
Au lieu de ce tracé dans la pierre du sol
D’une rose des vents aux pétales aigus de distance
De flèches venant de loins vers la cible immobile
D’un rien vide de la poussière de tout
Sidi bou saïd
Les ruelles d’un labyrinthe de clarté
Une prière blanche et bleu
Qui monte et descend
Par les portes scellées
Les entrées en chicane
Comme la voix du muezzin
Vers le centre caché
Et partout des fleurs
En miroir d’une source
Sur les pentes de l’air
.
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