Dan Chiasson
Nacido el 9 de mayo de 1971, en Burlington, Vermont. Es un poeta americano, crítico y periodista. Es autor de cinco libros.
Ha recibido los premios: Whiting Writers' Award, Pushcart Prize, y una beca de la Fundación Guggenheim.
Crítica
Chiasson, Dan (2007). One kind of everything : poem and person in contemporary America. University of Chicago Press.
— (1993). The fidgets of remembrance: three reflections on Robert Lowell's late poetry. Amherst College.
Colecciones Poesía
Chiasson, Dan (2002). The Afterlife of Objects. University of Chicago Press. ISBN 978-0-226-10378-5.
— (2007). Natural History: Poems. Random House, Inc. ISBN 978-0-375-71115-2.
— (2010). Where's the Moon, There's the Moon: Poems. Alfred A. Knopf. ISBN 978-0-307-27217-1.
— (2014). Bicentennial. Alfred A. Knopf.
Antologías
H.L. Hix, ed. (2008). New Voices: Contemporary Poetry from the United States.
Cosas que vi con mis propios ojos
Vi a un hombre decidido a convertirse en pájaro, y luego
perder sus plumas, una por una, y volverse mujer.
Vi a un centauro conservado en miel, llevado
a través de la ciudad por un empresario vociferante.
Un día festivo, un hombre se dejó caer en el banquete
y vomitó vino dulce de sus genitales.
Nos empapó la ropa a todos y nos tiñó la piel.
Su hilaridad siguió hasta que el vino se hizo sangre.
Cuando estábamos empapados con su sangre, el hombre murió.
Hubo caos y muchos gritos en el salón.
Hay tribus en la India que aúllan cuando están felices.
Vi a una mujer dar a luz cien hijos.
como gotas cayendo de un grifo o maletas
en la cinta transportadora de equipaje.
Si te quedas muy quieto y te acuestas en un campo, pronto tu cuerpo
se cubrirá gorriones, pero un pequeño movimiento
y se alejarán volando, te dejarán desnudo
y se dispersarán por todo el cielo encima de ti.
Things I saw with my own eyes
I saw a stout man turn into a bird, then shed
his feathers, one by one, and become a woman.
I saw a hippocentaur preserved in honey, wheeled
through town by a bellowing entrepreneur.
On a feast day, a man lay down upon the banquet
and spewed forth sweet wine from his genitals.
It soaked everyone’s clothes and stained our skin
hilarity ensued, until the wine turned to blood.
When we were soaked with his blood, the man died.
There was chaos in the hall, and much howling.
Tribes in India howl when they are happy.
I saw a woman give birth to a hundred children,
like drops from a dripping faucet or luggage on
a luggage carousel. If you are perfectly still
and you lie down in a field, soon your body
will be covered by sparrows, but move an inch
and they fly away all at once, leaving you naked,
and scatter everywhere above you in the sky
Todas las historias del mundo: Dan Chiasson
De los poetas jóvenes de Estados Unidos, Dan Chiasson es el que más me interesa. Es sensible e inteligente, y esa es una ardua mezcla. Ya en el extinto Silo había expuesto su tinta. Ahora lo reciclo, con mi poema favorito, el último de su segundo libro Natural History (Knopf, 2005), que acabo de traducir en formato preliminar (es un decir para excusar las pifias).
Sale...
“ASUSTADO POR EL MÁS LEVE CHILLIDO DE UN CERDO, Y CUANDO ESTÁ HERIDO, SIEMPRE RETROCEDE.”
Lo que vimos el día del festival: infanterías de juguete
con lanzas de verdad, venas de verdad, un soldado de verdad
salió en retirada del campo de la feria dejando un hilo de sangre
en la forma en que un pincel atraviesa un lienzo;
travesuras menores, en la periferia; mi amigo vio
a un hombre sacarle los ojos a un elefante con una pala,
y el elefante gritó, Oh, asesinato, mirad que me asesinan!
Como lo hacemos nosotros—sin palabras, cómico, como un coro de kazoos:
es eso la poesía? O es la poesía escoger la palabra más rara,
por ejemplo “carbonizado” en lugar de “quemado”—
como en “carbonizado en el fuego”? La vida real es tan cruda
que hiere; todo en sí mismo; tal vez las palabras deberían
protegernos de la vida real.
Tal vez las palabras deberían ser un escudo en lugar
de un espejo; y tal vez los poemas deberían ser
un escudo ornamentado, como los escudos
que los dioses hacían para sus soldados favoritos,
sus hijos y sus amantes. Los poemas deberían ser
como los rostros de la gente cerca de una fogata:
un poco ciertos, para poder verificarlos,
pero ante todo bellos. O como
granadillas: difíciles de abrir al principio
pero, una vez abiertos, llenos de dulces gránulos
de significado. Una vez, cuando fui bañado en vino
como parte de un desfile militar de la victoria,
estuve morado por un mes—
me gustaba mi apariencia de esa forma,
como una gigantesca semilla de granadilla!
Eso es lo que un poema debería ser:
realidad reconocible, pero seca,
una señal de que alguien aquí sintió gozo,
alguien aquí dejó de sufrir,
por un minuto de su vida no sintió dolor,
la guerra se acabó, la mortandad se acabó
y él no estaba muerto ni mutilado.
Yo me gustaba así. Recuerdo
que pequeño, luego de haber hecho sus ofrendas
a la luna, en la orilla del río, mi madre me puso a dormir y susurró,
“Federico”—porque ese es mi nombre—“Federico,
vos me salvaste la vida; mami quería morir
antes de sentirte removiéndote en su interior.”
Me hizo sentir de maravilla. Después de eso,
nunca me sentí otra cosa
que completamente central en su vida—
qué regalo fue eso. Supongo que entiendo
mis años futuros a la luz de nuestra intenso
lazo, mis horas esperando por ella afuera
de la oficina del despachador, el tiempo en que ella
salía con un tipo con expediente criminal
y pronto descubrió por qué—la sostuve
esa vez, esa vez ella era la ternerita
y yo la mamita. Ella era una especie de guitarra
en la cual se aprendía el perdón, sus armonías
y, sí, incluso sus acordes malogrados.
Y aprendí a compadecerme de los poderosos—
mi entrenador, forzándome a inhalar un cigarrillo,
era a su vez forzado, por poderes
más grandes que él, a forzarme;
así que lo hice, aunque me dolieran los pulmones,
aunque mis pulmones se sintieran después como papel de lija.
Casi escribo “papel de aflija” ahí; no es raro
cómo trabaja la mente?, porque
mientras relleno esta hoja con palabras
me siento afligido al pensar en él encendiendo
ese cigarrillo, colocándolo entre mis labios,
con un furioso aplauso, nuestra extraña
intimidad, y mi alivio—Dios mío
pensé que me iba a tragar ese fuego
y convertirme en fuego. Déjenme que les cuente
sobre mi hermana Sarah y una costumbre
que hace mucho se ha perdido: Sarah
fue contratada para ser sustituta
en el Circo de Bridgeport. Esto fue antes
de la guerra, o más bien, entre las guerras.
El animador, que aún no era famoso, inventó
un nuevo acto en la cuerda floja: un toro grande
cargaría a una vaquita pequeña a lo largo
de la cuerda, sosteniéndola en un gorro
que colgaría de su tronco, la vaquita acostada
en un moltón de colchas, gimiendo.
El público estaba pasmado: nunca
habían visto a un elefante cargar
otro elefante por el cielo,
a través de la casi invisible cuerda
de bramante. Pero una vez que el toro cruzaba
y bajaba las escaleras, pues—
sorpresa! Del gorro salían
un par de terneras en dirección a la pista!
“Sarah la Sustituta” hizo rico al circo.
El destino final de ese circo no requiere
ser aquí referido: ese incendio fue una tragedia,
es lo único que puedo decir; y por cierto
que no fue culpa de mi madre. Los recuerdos
de Sarah están esparcidos por todo
mi apartamento; algún día los voy a enmarcar;
algún día el mundo conocerá
su nombre y quizá me asociará con ella
de alguna forma discreta. Soy consciente
de que en algunos lugares incivilizados
donde los hombres gruñen unos a otros
y no conocen el habla, no conocen la poesía
ni ninguna de las otras artes que nos ennoblecen,
lo elefantes aún son cazados por sus colmillos;
yo mismo me hice sacar los míos tan pronto
como tuve el dinero, y contraté a un artesano
para que tallara en ellos la historia de mi vida—
ahí hay un icono de la luna; un icono
del río; tres figuras juntas representando
a Sarah, a mi Madre y a mí; una bandera
para mostar mi amor por mi país...
pero ya he hablado mucho. Además,
las cosas que la gente acumula para decir
“Esta fue mi vida”—no es sólo que sean aburridas,
es que además son algo asquerosas, incluso
si alguna vez fueron parte de su cuerpo. Es así
con la poesía? Espero que no, puesto que todo el día
yo escribo mi poesía, mi “papel de aflija.”
Que otros digan si soy de bronce o no, que digan
si este Federico es un poeta o un hacedor de garabatos.
The Elephant
How to explain my heroic courtesy? I feel
that my body was inflated by a mischievous boy.
Once I was the size of a falcon, the size of a lion,
once I was not the elephant I find I am.
My pelt sags, and my master scolds me for a botched
trick. I practiced it all night in my tent, so I was
somewhat sleepy. People connect me with sadness
and, often, rationality. Randall Jarrell compared me
to Wallace Stevens, the American poet. I can see it
in the lumbering tercets, but in my mind
I am more like Eliot, a man of Europe, a man
of cultivation. Anyone so ceremonious suffers
breakdowns. I do not like the spectacular experiments
with balance, the high-wire act and cones.
We elephants are images of humility, as when we
undertake our melancholy migrations to die.
Did you know, though, that elephants were taught
to write the Greek alphabet with their hooves?
Worn out by suffering, we lie on our great backs,
tossing grass up to heaven—as a distraction, not a prayer.
That’s not humility you see on our long final journeys:
it’s procrastination. It hurts my heavy body to lie down.
Dan Chiasson, "The Elephant" from Natural History.
"Swifts"
By Dan Chiasson
1. Fist
It is impossible for me to remember
the cozy room I slept in as a child.
Somebody made my bed up to be paradise.
It was hard for me, a hard night, when I entered art.
The tendons in my wrist are visible.
What will I do now I have made this fist?
To loosen it feels weird, anticlimactic—
a misuse, a misunderstanding, of fists.
That's how it was with me that night.
And so, mysteriously, I lost my sweetness.
Weird, to feel intended for violence,
when what I wanted was an hour of rest.
2. Wind
Find some other reason to sway, forest;
old people get bent over
from vitamin deficiencies; trees,
take them as your inspiration.
For I have neither time nor energy
any longer to write poems, to make feeling
out of what, without me, is silent;
I find your standing there disgusting.
And you, reader, I see you nod your head,
treelike, appraising these lines;
I find your standing there—
not disgusting, but not inspiring either.
3. Tree
All day I waited to be blown;
then someone cut me down.
I have, instead of thoughts,
uses; uses instead of feelings.
One day I'll feel the wind again.
A moment later I'll be gone.
4. Cause
Whitman wrote this, before he started writing poetry.
He was a journalist for years, you know;
a radical, a partisan for some ridiculous cause.
He wrote this to support—or was it to condemn—a cause.
It doesn't matter since he wasn't Whitman yet.
Now that he's been Whitman for so long, it would.
5. Effect
Everything scatters as the night wears on:
but you, don't scatter, will you?
I think we could make this night last forever.
With our joined heads, like mathematicians,
we could work all night, so that
where night once was, work would be; and night,
as long as work went on, would never end.
It is starting to sound a little tiring:
all this working, just to stave off morning.
6. Sound, 2 a.m.
A minute ago I was a child coughing: having had
too much of everything today, except for air.
Now I am an animal, feeling, tonight, perplexed—
I fled the outside, the cold, the lack of food;
I meant to enter a house, which I connect with warmth,
which my body told me was the appropriate move.
Instead I entered a person's mind. Like the child,
I am trapped: I have no will, no life to call my own.
7. Swifts
Reality isn't one point in space.
It isn't one moment in time—
look at time, a spool of twine
one minute, idle in a sewing kit,
the next minute a shooting star.
Reality is an average of moods,
strike that, a flock of birds,
strike that, a single bird
tracked through dense forest:
you can lose it for hours or days,
but it isn't lost. You tired of the metaphor.
8. Caress
The tendons flattened and the knot untied.
You could do anything, then, with your hand;
you could forget the fact you had a hand.
This lasted, or so you were tempted to think,
for years; winter didn't matter,
yet spring arrived as a blessing to your body.
Sweetness, or what passed for it, returned;
and then, like an anchor yanked suddenly
from the sea, your muscles clenched.
Dan Chiasson's poems appear in The New Yorker, Paris Review, Threepenny Review, and elsewhere.
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