Adonis
Bión de Esmirna
Bión de Esmirna, el último poeta pastoril griego cuyo nombre conocemos. Vivió a finales del siglo II a. C. y es práctica habitual unirlo al poeta pastoril Mosco de Siracusa. No sabemos prácticamente nada de su vida. Según el anónimo Lamento por Bión (atribuido a Mosco), vivió en Sicilia y murió por envenenamiento. Escribió en hexámetros, en dórico literario, y conservamos diecisiete fragmentos de sus poemas (algunos de los que puede que estén completos). A partir del Renacimiento se le ha atribuido el Lamento por Adonis, destinado quizá a ser recitado en un festival. El elemento pastoril en su obra es escaso, pues la mayor parte de sus poemas son de tema amoroso, tratado con desenfado.
Idilio de Bión a la muerte de Adonis
A Adonis lloro; falleciera Adonis,
El bello Adonis; los Amores lloran.
No más, oh Cipria, en los purpúreos velos
Ya te reclines, mas de negro luto
Cubierta, desdichada, alzarte debes,
Golpear tu seno y repetir a todos
En ronca voz: «Murió el hermoso Adonis.»
Lamento a Adonis; los Amores lloran.
Yace en los montes el hermoso Adonis,
Herido por el diente el blanco muslo,
Muslo más blanco que el ebúrneo diente.
Cipria recoge su postrer aliento.
De los nevados miembros se desliza
La negra sangre; ya sus ojos cubre
Sombra de muerte; sus mejillas deja
La blanca rosa, y el ardiente beso
También muere con él, que no Ciprina
Olvidará; pues siempre el beso es grato
Aun de los muertos labios recogido.
Mas no le goza Adonis; moribundo
No vio cómo Citeres le besaba.
Lamento a Adonis; los Amores lloran.
Atroz herida el muslo ha traspasado
Del bello Adonis; otra más profunda
Lleva en su corazón la alma Citeres,
En torno al cazador sus fieles perros
Lanzaron de dolor tristes aullidos,
Y las Ninfas oréadas lloraban.
Afrodita, el cabello destrenzado,
El peplo roto y sin sandalia, corre
Por las opacas selvas; las espinas
Hieren su pie, se tiñen en su sangre.
Gimiendo en altas voces al mancebo
Asirio llama por los valles hondos,
De esposo repitiendo el dulce nombre.
Brota la sangre del herido muslo
De Adonis, y tiñendo los costados,
Trueca en purpúreo su color de nieve.
Lloran, ¡ay Citerea! los Amores;
Perdió el varón hermoso y la belleza;
Hermosa fue mientras viviera Adonis,
Mas perdió con Adonis la hermosura.
¡Ay! ¡ay! resuenan las montañas todas,
Adonis, ¡ay! repiten las encinas,
Y el dolor acompañan de Citeres
Los sacros ríos, las montanas fuentes;
La flor se tiñe de color sanguíneo,
Y en tanto en las ciudades y en los campos
Alza Ciprina lúgubres cantares.
¡Ay, Citeres! murió el hermoso Adonis.
Murió el hermoso Adonis, dice el eco.
¿Quién, ¡ay! el triste amor no lloraría
De la Cipria infeliz? Cuando hubo visto
La cruda herida de su caro Adonis
Y la sangre del muslo destrozado,
Los brazos extendiendo, así decía:
«Detente un punto, desdichado Adonis;
Quiero abrazarte y por la vez postrera
Quiero enlazar tus labios con los míos.
Levanta la cabeza un punto solo,
Bésame en tanto que te dure el beso,
Corra desde tu pecho hasta mi boca
Y penetre tu aliento en mis entrañas,
Para embriagarme con tan dulce filtro;
Yo beberé tu amor, y el postrer beso
Conservaré, como guardar pudiera
Al mismo Adonis. Pero tú, cuitado,
Huyes de mí muy lejos, ¡ay, Adonis!
Desciendes a Aqueronte, a la morada
Del negro rey, del implacable Dite;
Y yo, infeliz, soy diosa, yo no puedo
A la infernal mansión seguir tu paso.
A mi esposo recibe, Persefone,
Tú más feliz que yo; toda belleza
A tu reino desciende; las desdichas
Todas vinieron sobre mí; lamento
Al muerto Adonis, y temor, oh diosa,
También me aqueja de que tú le ames.
Yaces, varón dulcísimo; cual sueño
Se deslizó mi amor; abandonada
Queda Citeres; despreciados quedan
En los altos palacios los Amores;
Pereció con Adonis el áureo cinto.
¿Por qué, hermoso, la caza perseguías
Y a las hambrientas fieras acosabas?»
Tal se lamenta Cipria; los Amores
Repiten: falleció el hermoso Adonis.»
Tanto de lloro Pafia derramaba
Cuanto de sangre Adonis; de la tierra
Flores brotaron; la encendida rosa
De la sangre, del llanto la anemone.
Lamento a Adonis; los Amores lloran.
No más lamentes al perdido esposo
¡Oh Cipria! en las montañas, que ya Adonis
Yace en frondoso y regalado lecho;
Aún ocupa tu lecho el muerto Adonis.
Bello, aunque muerto, descansar parece
En apacible sueño; ponle ahora
En los ricos tapices, en las telas
De oro labradas, do contigo, Cipria,
De noche disfrutó dulce reposo.
Ámale aún, y con guirnaldas ciñe
Su sien, de flores mil entretejidas,
Todas marchitas desde que él muriera.
Cúbrele de arrayán, de mirra baña
Y arábigos ungüentos su cadáver.
Todo aroma perezca, que el perfume
De sus labios también se ha disipado.
Descansa Adonis en purpúrea alfombra;
Rodéanle llorando los Amores;
Por Adonis cortaron sus cabellos;
Uno el arco destroza otro la aljaba,
Otro rompe las flechas voladoras,
Quién desata de Adonis el calzado,
Quién el agua conduce en vasos de oro,
Quién los muslos le lava o con las alas
Infundirle pretende aliento nuevo.
Lloran, ay Citerea, los Amores.
Su antorcha apaga en el umbral Himene,
Desteje y lanza la nupcial corona;
Ya no resonará su alegre canto;
Ay, ay, repetirase solamente,
Ay, Adonis y aun más, ay, Himeneo,
Lloran las Gracias de Cinira al hijo,
Y repiten: «Murió el hermoso Adonis»
Con lamento mayor que el de Ciprina.
A Adonis llaman las sagradas Musas,
Y escucharlas quisiera, mas no puede,
Porque no se lo otorga Persefona.
Termina el largo lloro, Citerea,
Alégrate en convites, que otro año
Tornarás al dolor, bella Afrodita.
[Estudios poéticos
Marcelino Menéndez Pelayo]
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