Angelo Poliziano
Angelo Ambrogini, llamado Angelo Poliziano por el monte Pulciano, donde nació (Montepulciano, 14 de julio de 1454 - Florencia, 24 de septiembre de 1494), fue un humanista y poeta italiano.
Perdió a su padre en una vendetta y a los diez años marchó a Florencia a educarse; niño prodigio, de asombrosa sensibilidad, en el círculo mediceo aprendió latín y griego con notables filólogos; a los dieciséis años podía escribir versos en griego y a los dieciocho tradujo los libros II, III, IV y V de la Ilíada en hexámetros latinos, dejando atrás los intentos previos de Leonardo Bruni y Lorenzo Valla. Eso atrajo la atención de Lorenzo de Médicis, que le hizo secretario privado suyo en 1473. Tradujo además al latín el Enchiridion de Epicteto, el Cármides de Platón y algunas Historias de Heródoto. Fue el primer filólogo occidental que pudo rivalizar con los inmigrantes griegos en el conocimiento del griego clásico; también fue el primero que introdujo enmiendas a textos griegos clásicos. A partir de 1480, empezó a dar clases de literatura griega y latina. Algunos de los que asistieron a sus clases fueron Miguel Ángel Buonarroti, el erudito alemán Johannes Reuchlin, y los humanistas ingleses Thomas Linacre y William Grocyn. Poseía, al parecer, un encanto irresistible. Fue tutor de los hijos de Lorenzo el Magnífico, que fue amigo suyo y su protector. Poco después de su muerte, falleció el mismo, en plena invasión francesa de la Toscana.
Obra
Rechazó la imitatio ciceroniana que proponían los filólogos Gasparino da Barzizza y Guarino de Verona, y se inclinó por la imitatio ecléctica. No dejó ninguna edición completa en su corta vida: lo que se tiene hoy de él son, por un lado, las innumerables acotaciones de sus libros, y, por otro, los extractos de sus Zibaldoni autografi (Mezcolanzas autógrafas) y su Miscellanorum centuria prima (1480) y su Miscellanea impresa en 1489, con interesantes notas lexicográficas y de crítica textual. Compuso epigramas en griego, poemas en latín como prólogo a sus lecciones sobre autores (Sylva in scabiem, 1475), y algunos poemas en italiano, entre los cuales destaca el drama Orfeo y las 171 octavas que quedan de sus Stanze (Estancias), de 1494, compuestas para celebrar los amores de Giuliano de Médicis y Simonetta Cattaneo. Fue uno de los primeros en hacer compulsas completas de códices y esbozó un sistema de siglas para los manuscritos.
Balada de las rosas
Éranse en derredor violetas, lises,
entre la hierba renacidas flores
de azules, rojos, cálidos matices;
y pretendí que fueran sus olores
de tu rubio cabello los primores
con su vívida gracia engalanados.
Ya de flores colmados pecho y brazo,
vi las rosas de múltiples colores:
volé a llenar, entonces, tu regazo,
pues eran tan suaves sus olores
que el corazón se desató en amores,
de dulce anhelo en júbilo abrasado.
Y dije para mí: Jamás podría
señalar d'estas rosas las más bellas;
unas en su capullo todavía
otras pálidas, otras cual centellas
Amor díjome entonces: Toma aquellas
que sobre las espinas han cuajado.
Cuando abre sus pétalos la rosa
y más rosa es la rosa y más loada,
en tu diadema será más hermosa
que en el rosal, del viento deshojada.
Niña: que sea en su esplendor cortada
la bella rosa del jardín cerrado.
Versión de Carlos López Narváez
Balada V
Mirad que Amor me hizo un don ingrato,
pues me condujo a enamorarme en Prato.
Enamorado estoy de una doncella
a quien sólo de tarde en tarde veo.
Ni artes ni ruegos válenme con ella,
que envidia y celos miran mi deseo.
De cosecha esperanza no destella,
mas de tener sembrado el campo trato.
Mirad si amor me hizo un don ingrato,
que me condujo a enamorarme en Prato.
Balada VIII
Quien quiera ver la célica morada,
de mi Hipálita, busque la mirada.
De los ojas de Hipólita desciende
el Ángel del Amor en llama viva;
el pecho frío como un ascua enciende
y el ánima tan dulcemente aviva
que cuando de la tierra se desprende
dice: "Al Edén he sido transportada".
Quien quiera ver la célica morada,
de mi Hipólita busque la mirada.
Versión de Carlos López Narváez
Balada XIII
¡Bienvenga Mayo
justador y gayo!
Bienvenga Primavera
que prende los amores.
¡Muchachas! en hilera
con vuestros amadores.
¡Bienvenga Mayo
justador y gayo!
La que en beldad florece
sea de amor la sierva,
porque no reverdece
la edad como la yerba.
No se niegue superba
del sol al tibio rayo
con su amador en Mayo.
Versión de Carlos López Narváez
Desgracia de amor
Llorad, piedras, mi dura maladanza:
es de otro la mies de mi labranza.
Siembro mi campo y otro la cosecha;
cubre mis horas la fatiga en vano;
es de otro el ave que mi sed acecha;
sólo la pluma quédame en la mano.
Otros calman la sed que me despecha;
otros ascienden, yo desciendo al llano:
llorad, piedras, mi dura maladanza:
es de otros la mies de mi labranza.
Versión de Carlos López Narváez
Estancias para un torneo
En indecisos años tempraneros,
vellidorando el rostro adolescente,
sin probar del amor, dulces y fieros
los afanes que prueba quien lo siente
Julio vivió sus días placenteros.
Siempre, más leve que la hoja al viento,
alterna, sin cesar, gozo y tormento;
sigue al que huye, burla al que lo ronda,
y viene y va como en el mar la onda.
Cándida Ella y de candor vestida,
con su traje de flores y de hierba;
la crencha de oro en rizos esparcida,
su frente enmarca de humildad superba.
Ríen en su redor Natura y Vida
porque todo lo endulza y desacerba,
y en su porte de regias suavidades
la mirada deshace tempestades.
El ámbito en contorno se hace ameno
al giro de sus luces amorosas;
de júbilo celeste el rostro pleno
destella con el tinte de las rosas.
El aura cede a su rumor divino
y el ave copia de su voz el trino.
No: yo no soy la que tu mente ofusca,
digna de alta, de celeste palma;
allá del Arno en la ribera etrusca
juré fidelidad en cuerpo y alma.
Si tranquila sonríe, la mirada
viste de placidez el firmamento;
el ave, el bosque, a la presencia amada
susurran con el más dulce lamento.
Es, por el prado yendo sosegada,
ritmo grácil de amor el paso lento;
y la verdura, tras la blanda huella
con matices innúmeros destella.
Cortejo fiel tus hijos acompaña,
¡oh Madre del Amor, Venus, divina!
Céfiro, de rocío el prado baña
y en él sus mil aromas disemina.
A su paso, en la vega y la montaña,
Flora sonríe blanca y purpurina;
polícroma la grama reverdece
y en su propia hermosura resplandece.
Entre tus armas encontré reclusa
la imagen que me enciende y arrebata;
si la hórrida faz de la Medusa
he visto cómo al blando Amor maltrata;
si de pavor mi ánima confusa
en tu seguro asilo se recata;
si amor contigo a excelsitud me llama,
guíame, Diosa, al puerto de la fama.
Versión de Carlos López Narváez
Oídme un poco, amantes
¡Ay! Oídme un poco, amantes,
si soy bien desventurado.
Una mujer me ha sujetado,
y ahora no quiere. oír mis quejas.
Una mujer el corazón me ha quitado,
y ahora ni lo quiere ni me lo devuelve;
me ha ceñido el cuello con un lazo ;
me abrasa, me enciende:
Cuando grito no me escucha;
cuando lloro, ella se ríe;
si me sana ni me mata;
y me tiene por suyo aun en tanto dolor.
¡Ay! Oídme...
Es mucho más bella que el sol,
más cruel que una serpiente:
Sus bellas maneras y sus palabras
de dulzura el alma llenan:
Cuando ríe, al momento
todo el cielo se serena.
Ésta mi bella sirena
me hace morir con sus cantos.
¡Ay! Oídme...
Aquí tienes mis huesos, aquí mi carne,
aquí mi corazón, aquí mi vida:
¡Oh cruel! ¿qué tratas de hacer con ellos?
Aquí tienes mi alma desmayada.
¿Por qué renuevas mis heridas
y te muestras ávidas de mi sangre?
Esta bella víbora sorda,
¿quién será que más la encante?
¡Ay! Oídme...
Versión de Carlos López Narváez
Yo te doy gracias, Amor
Yo te doy gracias, Amor,
de toda pena y tormento,
y de hoy más estoy contento de todo dolor.
Contento estoy de cuanto he podido sufrir,
Señor, en tu hermoso reino;
ya que por tu merced, sin mérito mío,
me has dado tan gran prenda,
ya que me has hecho digno
de tan bienaventurada sonrisa,
que al paraíso ha llevado mi corazón.
Yo te doy gracias, Amor.
Al paraíso mi corazón han llevado
los bellos ojos risueños,
donde yo te vi, Amor, estar escondido
con tus llamas ardientes.
¡Oh, lindos ojos lucientes
que el corazón me habéis quitado!
Yo te doy gracias, Amor.
Ya temía yo por mi vida:
Mi señora vestida de blanco
con sonrisa amorosa me socorrió
gozosa, bella y honesta:
Matizada tenía la cabeza
de rosas y alhelíes,
y sus ojos al sol vencen en su esplendor.
Yo te doy gracias, Amor.
Versión de Carlos López Narváez
Ben venga maggio
Angelo Poliziano
XV secolo
Ben venga maggio
e 'l gonfalon selvaggio!
Ben venga primavera,
che vuol l'uom s'innamori:
e voi, donzelle, a schiera
con li vostri amadori,
che di rose e di fiori,
vi fate belle il maggio,
venite alla frescura
delli verdi arbuscelli.
Ogni bella è sicura
fra tanti damigelli,
ché le fiere e gli uccelli
ardon d'amore il maggio.
Chi è giovane e bella
deh non sie punto acerba,
ché non si rinnovella
l'età come fa l'erba;
nessuna stia superba
all'amadore il maggio
Ciascuna balli e canti
di questa schiera nostra.
Ecco che i dolci amanti
van per voi, belle, in giostra:
qual dura a lor si mostra
farà sfiorire il maggio.
Per prender le donzelle
si son gli amanti armati.
Arrendetevi, belle,
a' vostri innamorati,
rendete e cuor furati,
non fate guerra il maggio.
Chi l'altrui core invola
ad altrui doni el core.
Ma chi è quel che vola?
è l'angiolel d'amore,
che viene a fare onore
con voi, donzelle, a maggio.
Amor ne vien ridendo
con rose e gigli in testa,
e vien di voi caendo.
Fategli, o belle, feste.
Qual sarà la più presta
a dargli el fior del maggio?
-Ben venga il peregrino.-
-Amor, che ne comandi?-
-Che al suo amante il crino
ogni bella ingrillandi,
ché gli zitelli e grandi
s'innamoran di maggio.-
I' mi trovai, fanciulle, un bel mattino
Angelo Poliziano
XV secolo
I' mi trovai, fanciulle, un bel mattino
di mezzo maggio in un verde giardino.
Eran d'intorno violette e gigli
fra l'erba verde, e vaghi fior novelli
azzurri gialli candidi e vermigli:
ond'io porsi la mano a côr di quelli
per adornar e' mie' biondi capelli
e cinger di grillanda el vago crino.
I' mi trovai, fanciulle, un bel mattino.
Ma poi ch'i' ebbi pien di fiori un lembo,
vidi le rose e non pur d'un colore:
io colsi allor per empir tutto el grembo,
perch'era sì soave il loro odore
che tutto mi senti' destar el core
di dolce voglia e d'un piacer divino.
I' mi trovai, fanciulle, un bel mattino.
I' posi mente: quelle rose allora
mai non vi potre' dir quant'eran belle;
quale scoppiava della boccia ancora;
qual'eron un po' passe e qual novelle.
Amor mi disse allor: «Va', co' di quelle
che più vedi fiorite in sullo spino».
I' mi trovai, fanciulle, un bel mattino.
Quando la rosa ogni suo' foglia spande,
quando è più bella, quando è più gradita,
allora è buona a metter in ghirlande,
prima che la sua bellezza sia fuggita:
sicché fanciulle, mentre è più fiorita,
cogliàn la bella rosa del giardino.
I' mi trovai, fanciulle, un bel mattino
di mezzo maggio in un verde giardino.
Angelo Poliziano - Stanze de messer Angelo Politiano cominciate per la giostra del magnifico Giuliano di Pietro de Medici (1475)
Libro I
Le gloriose pompe e’ fieri ludi
della città che ’l freno allenta e stringe
a magnanimi Toschi, e i regni crudi
di quella dea che ’l terzo ciel dipinge,
e i premi degni alli onorati studi,
la mente audace a celebrar mi spinge,
sì che i gran nomi e i fatti egregi e soli
fortuna o morte o tempo non involi.
O bello idio ch’al cor per gli occhi inspiri
dolce disir d’amaro pensier pieno,
e pasciti di pianto e di sospiri,
nudrisci l’alme d’un dolce veleno,
gentil fai divenir ciò che tu miri,
né può star cosa vil drento al suo seno;
Amor, del quale i’ son sempre suggetto,
porgi or la mano al mio basso intelletto.
Sostien tu el fascio ch’a me tanto pesa,
reggi la lingua, Amor, reggi la mano;
tu principio, tu fin dell’alta impresa,
tuo fia l’onor, s’io già non prego invano;
di’, signor, con che lacci da te presa
fu l’alta mente del baron toscano
più gioven figlio della etrusca Leda,
che reti furno ordite a tanta preda.
E tu, ben nato Laur, sotto il cui velo
Fiorenza lieta in pace si riposa,
né teme i venti o ’l minacciar del celo
o Giove irato in vista più crucciosa,
accogli all’ombra del tuo santo stelo
la voce umil, tremante e paurosa;
o causa, o fin di tutte le mie voglie,
che sol vivon d’odor delle tuo foglie.
Deh, sarà mai che con più alte note,
se non contasti al mio volar fortuna,
lo spirto della membra, che devote
ti fuor da’ fati insin già dalla cuna,
risuoni te dai Numidi a Boote,
dagl’Indi al mar che ’l nostro celo imbruna,
e posto il nido in tuo felice ligno,
di roco augel diventi un bianco cigno?
Ma fin ch’all’alta impresa tremo e bramo,
e son tarpati i vanni al mio disio,
lo glorioso tuo fratel cantiamo,
che di nuovo trofeo rende giulio
il chiaro sangue e di secondo ramo:
convien ch’i’ sudi in questa polver io.
Or muovi prima tu mie’ versi, Amore,
ch’ad alto volo impenni ogni vil core.
E se qua su la fama el ver rimbomba,
che la figlia di Leda, o sacro Achille,
poi che ’l corpo lasciasti intro la tomba,
t’accenda ancor d’amorose faville,
lascia tacere un po’ tuo maggior tromba
ch’i’ fo squillar per l’italiche ville,
e tempra tu la cetra a nuovi carmi,
mentr’io canto l’amor di Iulio e l’armi.
Nel vago tempo di sua verde etate,
spargendo ancor pel volto il primo fiore,
né avendo il bel Iulio ancor provate
le dolce acerbe cure che dà Amore,
viveasi lieto in pace e ’n libertate;
talor frenando un gentil corridore,
che gloria fu de’ ciciliani armenti,
con esso a correr contendea co’ venti:
ora a guisa saltar di leopardo,
or destro fea rotarlo in breve giro;
or fea ronzar per l’aere un lento dardo,
dando sovente a fere agro martiro.
Cotal viveasi il giovene gagliardo;
né pensando al suo fato acerbo e diro,
né certo ancor de’ suo’ futuri pianti,
solea gabbarsi delli afflitti amanti.
Ah quante ninfe per lui sospirorno!
Ma fu sì altero sempre il giovinetto,
che mai le ninfe amanti nol piegorno,
mai poté riscaldarsi il freddo petto.
Facea sovente pe’ boschi soggiorno,
inculto sempre e rigido in aspetto;
e ’l volto difendea dal solar raggio,
con ghirlanda di pino o verde faggio.
Poi, quando già nel ciel parean le stelle,
tutto gioioso a sua magion tornava;
e ’n compagnia delle nove sorelle
celesti versi con disio cantava,
e d’antica virtù mille fiammelle
con gli alti carmi ne’ petti destava:
così, chiamando amor lascivia umana,
si godea con le Muse o con Diana.
E se talor nel ceco labirinto
errar vedeva un miserello amante,
di dolor carco, di pietà dipinto,
seguir della nemica sua le piante,
e dove Amor il cor li avessi avinto,
lì pascer l’alma di dua luci sante
preso nelle amorose crudel gogne,
sì l’assaliva con agre rampogne:
"Scuoti, meschin, del petto il ceco errore,
ch’a te stessi te fura, ad altrui porge;
non nudrir di lusinghe un van furore,
che di pigra lascivia e d’ozio sorge.
Costui che ’l vulgo errante chiama Amore
è dolce insania a chi più acuto scorge:
sì bel titol d’Amore ha dato il mondo
a una ceca peste, a un mal giocondo.
Ah quanto è uom meschin, che cangia voglia
per donna, o mai per lei s’allegra o dole;
e qual per lei di libertà si spoglia
o crede a sui sembianti, a sue parole!
Ché sempre è più leggier ch’al vento foglia,
e mille volte el dì vuole e disvuole:
segue chi fugge, a chi la vuol s’asconde,
e vanne e vien, come alla riva l’onde.
Giovane donna sembra veramente
quasi sotto un bel mare acuto scoglio,
o ver tra’ fiori un giovincel serpente
uscito pur mo’ fuor del vecchio scoglio.
Ah quanto è fra’ più miseri dolente
chi può soffrir di donna il fero orgoglio!
Ché quanto ha il volto più di biltà pieno,
più cela inganni nel fallace seno.
Con essi gli occhi giovenili invesca
Amor, ch’ogni pensier maschio vi fura;
e quale un tratto ingoza la dolce esca
mai di sua propria libertà non cura;
ma, come se pur Lete Amor vi mesca,
tosto obliate vostra alta natura;
né poi viril pensiero in voi germoglia,
sì del proprio valor costui vi spoglia.
Quanto è più dolce, quanto è più securo
seguir le fere fugitive in caccia
fra boschi antichi fuor di fossa o muro,
e spiar lor covil per lunga traccia!
Veder la valle e ’l colle e l’aer più puro,
l’erbe e’ fior, l’acqua viva chiara e ghiaccia!
Udir li augei svernar, rimbombar l’onde,
e dolce al vento mormorar le fronde!
Quanto giova a mirar pender da un’erta
le capre, e pascer questo e quel virgulto;
e ’l montanaro all’ombra più conserta
destar la sua zampogna e ’l verso inculto;
veder la terra di pomi coperta,
ogni arbor da’ suoi frutti quasi occulto;
veder cozzar monton, vacche mughiare
e le biade ondeggiar come fa il mare!
Or delle pecorelle il rozo mastro
si vede alla sua torma aprir la sbarra;
poi quando muove lor con suo vincastro,
dolce è a notar come a ciascuna garra.
Or si vede il villan domar col rastro
le dure zolle, or maneggiar la marra;
or la contadinella scinta e scalza
star coll’oche a filar sotto una balza.
In cotal guisa già l’antiche genti
si crede esser godute al secol d’oro;
né fatte ancor le madre eron dolenti
de’ morti figli al marzial lavoro;
né si credeva ancor la vita a’ venti
né del giogo doleasi ancora il toro;
lor case eron fronzute querce e grande,
ch’avean nel tronco mèl, ne’ rami ghiande.
Non era ancor la scelerata sete
del crudele oro entrata nel bel mondo;
viveansi in libertà le genti liete,
e non solcato il campo era fecondo.
Fortuna invidiosa a lor quiete
ruppe ogni legge, e pietà misse in fondo;
lussuria entrò ne’ petti e quel furore
che la meschina gente chiama amore".
In cotal guisa rimordea sovente
l’altero giovinetto e sacri amanti,
come talor chi sé gioioso sente
non sa ben porger fede alli altrui pianti;
ma qualche miserello, a cui l’ardente
fiamme struggeano i nervi tutti quanti,
gridava al ciel: "Giusto sdegno ti muova,
Amor, che costui creda almen per pruova".
Ne fu Cupido sordo al piu lamento,
e’ncominciò crudelmente ridendo:
"Dunque non sono idio? dunque è già spento
mie foco con che il mondo tutto accendo?
Io pur fei Giove mughiar fra l’armento,
io Febo drieto a Dafne gir piangendo,
io trassi Pluto delle infernal segge:
e che non ubidisce alla mia legge?
Io fo cadere al tigre la sua rabbia
al leone il fer rughio, al drago il fischio;
e quale è uom di sì secura labbia,
che fuggir possa il mio tenace vischio?
Or, ch’un superbo in sì vil pregio m’abbia
che di non esser dio vegna a gran rischio?
Or veggiàn se ’l meschin ch’Amor riprende,
da due begli occhi se stesso or difende".
Zefiro già, di be’ fioretti adorno,
avea de’ monti tolta ogni pruina;
avea fatto al suo nido già ritorno
la stanca rondinella peregrina;
risonava la selva intorno intorno
soavemente all’ôra mattutina,
e la ingegnosa pecchia al primo albore
giva predando ora uno or altro fiore.
L’ardito Iulio, al giorno ancora acerbo,
allor ch’al tufo torna la civetta,
fatto frenare il corridor superbo,
verso la selva con sua gente eletta
prese el cammino, e sotto buon riserbo
seguial de’ fedel can la schiera stretta;
di ciò che fa mestieri a caccia adorni,
con archi e lacci e spiedi e dardi e corni.
Già circundata avea la lieta schiera
il folto bosco, e già con grave orrore
del suo covil si destava ogni fera;
givan seguendo e bracchi il lungo odore;
ogni varco da lacci e can chiuso era,
di stormir d’abbaiar cresce il romore,
di fischi e bussi tutto il bosco suona,
del rimbombar de’ corni el cel rintruona.
Con tal romor, qualor più l’aer discorda,
di Giove il foco d’alta nube piomba;
con tal tumulto, onde la gente assorda,
dall’alte cataratte il Nil rimbomba;
con tale orror, del latin sangue ingorda,
sonò Megera la tartarea tromba.
Qual animal di stiza par si roda,
qual serra al ventre la tremante coda.
Spargesi tutta la bella compagna:
altri alle reti, altri alla via più stretta;
chi serba in coppia e can, chi gli scompagna;
chi già ’l suo ammette, chi ’l richiama e alletta;
chi sprona el buon destrier per la campagna;
chi l’adirata fera armato aspetta;
chi si sta sovra un ramo a buon riguardo,
chi in man lo spiede e chi s’acconcia el dardo.
Già le setole arriccia e arruota e denti
el porco entro ’l burron; già d’una grotta
spunta giù ’l cavriuol; già e vecchi armenti
de’ cervi van pel pian fuggendo in frotta;
timor gl’inganni della volpe ha spenti;
le lepri al primo assalto vanno in rotta;
di sua tana stordita esce ogni belva;
l’astuto lupo vie più si rinselva,
e rinselvato le sagace nare
del picciol bracco pur teme il meschino;
ma ’l cervio par del veltro paventare,
de’ lacci el porco o del fero mastino.
Vedesi lieto or qua or là volare
fuor d’ogni schiera il gioven peregrino;
pel folto bosco el fer caval mette ale,
e trista fa qual fera Iulio assale.
Quale el centaur per la nevosa selva
di Pelio o d’Elmo va feroce in caccia,
dalle lor tane predando ogni belva:
or l’orso uccide, or al lion minaccia;
quanto è più ardita fera più s’inselva,
e ’l sangue a tutte drento al cor s’aghiaccia;
la selva trema e gli cede ogni pianta,
gli arbori abbatte o sveglie, o rami schianta.
Ah quanto a mirar Iulio è fera cosa
romper la via dove più ’l bosco è folto
per trar di macchia la bestia crucciosa,
con verde ramo intorno al capo avolto,
colla chioma arruffata e polverosa,
e d’onesto sudor bagnato il volto!
Ivi consiglio a sua fera vendetta
prese Amor, che ben loco e tempo aspetta;
e con sua man di leve aier compuose
l’imagin d’una cervia altera e bella:
con alta fronte, con corna ramose,
candida tutta, leggiadretta e snella.
E come tra le fere paventose
al gioven cacciator s’offerse quella,
lieto spronò il destrier per lei seguire,
pensando in brieve darli agro martire.
Ma poi che ’nvan dal braccio el dardo scosse,
del foder trasse fuor la fida spada,
e con tanto furor il corsier mosse,
che ’l bosco folto sembrava ampia strada.
La bella fera, come stanca fosse,
più lenta tuttavia par che sen vada;
ma quando par che già la stringa o tocchi,
picciol campo riprende avanti alli occhi.
Quanto più segue invan la vana effigie,
tanto più di seguirla invan s’accende;
tuttavia preme sue stanche vestigie,
sempre la giunge, e pur mai non la prende:
qual fino al labro sta nelle onde stigie
Tantalo, e ’l bel giardin vicin gli pende,
ma qualor l’acqua o il pome vuol gustare,
subito l’acqua e ’l pome via dispare.
Era già drieto alla sua desianza
gran tratta da’ compagni allontanato,
né pur d’un passo ancor la preda avanza,
e già tutto el destrier sente affannato;
ma pur seguendo sua vana speranza,
pervenne in un fiorito e verde prato:
ivi sotto un vel candido li apparve
lieta una ninfa, e via la fera sparve.
La fera sparve via dalle suo ciglia,
ma ’l gioven della fera ormai non cura;
anzi ristringe al corridor la briglia,
e lo raffrena sovra alla verdura.
Ivi tutto ripien di maraviglia
pur della ninfa mira la figura:
parli che dal bel viso e da’ begli occhi
una nuova dolcezza al cor gli fiocchi.
Qual tigre, a cui dalla pietrosa tana
ha tolto il cacciator li suoi car figli;
rabbiosa il segue per la selva ircana,
che tosto crede insanguinar gli artigli;
poi resta d’uno specchio all’ombra vana,
all’ombra ch’e suoi nati par somigli;
e mentre di tal vista s’innamora
la sciocca, el predator la via divora.
Tosto Cupido entro a’ begli occhi ascoso,
al nervo adatta del suo stral la cocca,
poi tira quel col braccio poderoso,
tal che raggiugne e l’una e l’altra cocca;
la man sinistra con l’oro focoso,
la destra poppa colla corda tocca:
né pria per l’aer ronzando esce ’l quadrello,
che Iulio drento al cor sentito ha quello.
Ahi qual divenne! ah come al giovinetto
corse il gran foco in tutte le midolle!
che tremito gli scosse il cor nel petto!
d’un ghiacciato sudor tutto era molle;
e fatto ghiotto del suo dolce aspetto,
giammai li occhi da li occhi levar puolle;
ma tutto preso dal vago splendore,
non s’accorge el meschin che quivi è Amore.
Non s’accorge ch’Amor lì drento è armato
per sol turbar la suo lunga quiete;
non s’accorge a che nodo è già legato,
non conosce suo piaghe ancor segrete;
di piacer, di disir tutto è invescato,
e così il cacciator preso è alla rete.
Le braccia fra sé loda e ’l viso e ’l crino,
e ’n lei discerne un non so che divino.
Candida è ella, e candida la vesta,
ma pur di rose e fior dipinta e d’erba;
lo inanellato crin dall’aurea testa
scende in la fronte umilmente superba.
Rideli a torno tutta la foresta,
e quanto può suo cure disacerba;
nell’atto regalmente è mansueta,
e pur col ciglio le tempeste acqueta.
Folgoron gli occhi d’un dolce sereno,
ove sue face tien Cupido ascose;
l’aier d’intorno si fa tutto ameno
ovunque gira le luce amorose.
Di celeste letizia il volto ha pieno,
dolce dipinto di ligustri e rose;
ogni aura tace al suo parlar divino,
e canta ogni augelletto in suo latino.
Con lei sen va Onestate umile e piana
che d’ogni chiuso cor volge la chiave;
con lei va Gentilezza in vista umana,
e da lei impara il dolce andar soave.
Non può mirarli il viso alma villana,
se pria di suo fallir doglia non have;
tanti cori Amor piglia fere o ancide,
quanto ella o dolce parla o dolce ride.
Sembra Talia se in man prende la cetra,
sembra Minerva se in man prende l’asta;
se l’arco ha in mano, al fianco la faretra,
giurar potrai che sia Diana casta.
Ira dal volto suo trista s’arretra,
e poco, avanti a lei, Superbia basta;
ogni dolce virtù l’è in compagnia,
Biltà la mostra a dito e Leggiadria.
Ell’era assisa sovra la verdura,
allegra, e ghirlandetta avea contesta
di quanti fior creassi mai natura,
de’ quai tutta dipinta era sua vesta.
E come prima al gioven puose cura,
alquanto paurosa alzò la testa;
poi colla bianca man ripreso il lembo,
levossi in piè con di fior pieno un grembo.
Già s’inviava, per quindi partire,
la ninfa sovra l’erba, lenta lenta,
lasciando il giovinetto in gran martire,
che fuor di lei null’altro omai talenta.
Ma non possendo el miser ciò soffrire,
con qualche priego d’arrestarla tenta;
per che, tutto tremando e tutto ardendo,
così umilmente incominciò dicendo:
"O qual che tu ti sia, vergin sovrana,
o ninfa o dea, ma dea m’assembri certo;
se dea, forse se’ tu la mia Diana;
se pur mortal, chi tu sia fammi certo,
ché tua sembianza è fuor di guisa umana;
né so già io qual sia tanto mio merto,
qual dal cel grazia, qual sì amica stella,
ch’io degno sia veder cosa sì bella".
Volta la ninfa al suon delle parole,
lampeggiò d’un sì dolce e vago riso,
che i monti avre’ fatto ir, restare il sole:
ché ben parve s’aprissi un paradiso.
Poi formò voce fra perle e viole,
tal ch’un marmo per mezzo avre’ diviso;
soave, saggia e di dolceza piena,
da innamorar non ch’altri una Sirena:
"Io non son qual tua mente invano auguria,
non d’altar degna, non di pura vittima;
ma là sovra Arno innella vostra Etruria
sto soggiogata alla teda legittima;
mia natal patria è nella aspra Liguria,
sovra una costa alla riva marittima,
ove fuor de’ gran massi indarno gemere
si sente il fer Nettunno e irato fremere.
Sovente in questo loco mi diporto,
qui vegno a soggiornar tutta soletta;
questo è de’ mia pensieri un dolce porto,
qui l’erba e’ fior, qui il fresco aier m’alletta;
quinci il tornare a mia magione è accorto,
qui lieta mi dimoro Simonetta,
all’ombre, a qualche chiara e fresca linfa,
e spesso in compagnia d’alcuna ninfa.
[...]
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