DINAH ROMA
Nació el 28 de febrero de 1968 en Samar, Filipinas, lugar conocido por sus aguas azules e implacables tifones. Estudió japonés en Japón cinco años, donde obtuvo una maestría en Cultura Comparada. Es poeta y profesora de Literatura y Escritura Creativa en la Universidad de La Salle, Manila, donde es presidente del Departamento de Literatura. Autora de tres libros de poesía: Un festejo de los orígenes, 2004, ganador del Premio Nacional al Libro Filipino de Poesía en inglés, 2004, y otros dos importantes premios; Geografías de la luz, 2011, cuya colección central ganó el Premio Carlos Palanca de Poesía en Inglés, 2007 y fue uno de los finalistas en el Premio Nacional de Filipinas Libro 2011 de Poesía; y, su más reciente libro, Nombrar las ruinas, 2014, editado por Vagabond Press, editorial literaria independiente australiana, en Sydney, Singapur y Manila.
Sus obras exploran los espacios liminales entre lugar y lenguaje, donde las posibilidades de travesía son múltiples. Mientras su primer libro celebra sus inicios en el arte poético, el segundo persigue andanzas más audaces que fusionan sus motivos favoritos de viajes y epifanías. Se inspira en las ricas tradiciones de Asia para trazar el transcurso del viajero a través de paisajes y territorios, pueblos y culturas, el tiempo y la memoria. Su tercer volumen inicia sobre una nueva huella al reflexionar sobre el aspecto de las ruinas: sus paisajes internos y externos-en nuestro día a día. En ella reflexiona sobre la destrucción del cambio climático en su país, frecuentemente devastado.
Traducciones: Beatriz Álvarez Tardío
Después de “Ondoy”
Este es el primer año de inundaciones sin ti.
Desde la ventana, examino la ciudad
como hubieras hecho tú, negándote a dejar
este mundo abandonado a la rabia
de este diluvio. ¿Qué temor te impide
en un descuido tus ojos voltear durante un segundo?
Estar ahí, presente, mientras el mundo dice ha llegado la hora –
este río es la corriente de la superviviencia.
Nos angustiamos con los excesos de la ciudad
aunque la escena no sea nunca la misma.
La ventana se abre a la enajenación y la desesperación.
Aquella mañana nos levantamos al florecer
de una tierra extranjera. Recién llegadas
fue más fácil aceptar el éxtasis del aire y del sol.
Sobre nuestro dosel de primavera, dejamos caer
el baño de pétalos que atenuaba las horas
durante aquella tormenta diurna cuando las cosas refluían
su naturaleza nos liberaba, obligándonos a observar
mientras aprendíamos a mirar hacia otro lado.
* Ondoy fue un tifón
que devastó las Filipinas en 2009,
especialmente la isla de Luzón.
Fue una de las tormentas más fuertes
que han afectado al país desde 1970.
Las hojas de otoño
Cuando llegó el momento de embalsamarla
me negué a entrar en la sala de escalpelos.
¿Qué hay allí para cortar con destreza,
para vaciar el cuerpo más allá de la muerte?
¿Qué mueve esas manos por el ámbito del arte
de secar la sangre, limpiar las cavidades, crear una cara nueva
en la forma y el tono de la piel para una imagen final?
Al atardecer llegó con un vestido de flores,
que yo no había elegido y que olvidé apartar cuando
estaba muriendo, entre intervalos de pinchazos y drogas
para entretener el declive, incluso cuando se enfadaba, maldecía
como solía hacer, con todo el desprecio del que era capaz,
esa voluntad a la que me parezco, la que doblegué a sus batallas,
y recuperé a medida que en ella se apagaba
el bienestar de la vida. Ese cuerpo que se amarilleaba
poco a poco yo lo había abrazado para asombro
de ambas, ella debilitada y yo rendida, cuyo calor
se desvaneció al cantar aquella canción que recordaba
titubeando una tarde de juventud – a un varón, no mi padre,
que apareció en su vida y que hizo a su corazón vacilar
sobre su futuro en el que al final me dio a luz
Las hojas de otoño recalan en mi ventana
Las hojas de otoño rojas y doradas
La voz que no sabía cantar
en la cadencia de las estaciones inesperadas
Veo en tus labios los besos del verano
Sobre sus labios y mejillas había demasiado color,
lejos de esa elegancia que ella procuraba perfeccionar;
la belleza chamuscada para fortalecernos durante décadas
del único padre que conocí que se regocijaba
con el ritmo y con la gracia de esta mujer,
embalsamada para el último adiós,
que me inspira con la canción de
las manos morenas que solía agarrar.
DINAH ROMA
Dinah Roma, born in Samar (Philippines), an island known for its bluest waters and unforgiving typhoons. She grew up in Manila and went to De La Salle University for a double degree in Literature and Marketing Management. She spent 5 years in Japan to study its language and earn her MA in Comparative Culture. In Manila, she teaches at De La Salle University's Department of Literature, where she is completing doctoral studies in literature. Her poetry and dancing redeem her.
After Prayers
You are the ember atop
the incense stick,
a stillness before the quiver,
the soft ashen fall
that calls to fragrance
the breath
beneath our prayer.
You are the vespers
of a plea,
feast of dusky skies;
the stark rush
and ascent of grace
past the austere
of lent.
You are the mist
veiling our sight at night,
a benediction
of clasped hands
redeeming as the vigil
of a moment's unfolding,
penitential as the icons
pressing against
our hearts.
Maya, Rekindled
Scaling distance to warmth,
you held this hand
as the night's mist
on my hair.
Earlier the day,
I would have thought
it illusion. The ground
you stood on, space
limned to emptiness -
heart ushering another
to shadowy brilliance.
Elsewhere now,
she awaits
each day
sweet
incandescence.
To Love Unknown
Over the night, the snow has settled into a familiar thickness. The adjacent cafe is still in its neon rapture while the gray rooftop across glitters in the night's unceasing softness. Today, the room is suffused with a fierce lustre, just as when you left early dawn and left your tracks deep in the snow outside the porch winters ago.
There was something in your faltering steps; the way your head pulled to the ground that told of an incipient loss. I wanted to call you back in, into the reliable dimness of my room, into that corner you always sulked against after an impossible day, to welcome the bright and calm. But you had left before I knew.
Who would have thought winter deceives this way? Was it the cold language strangely thawing names? Was it the walls binding us to light and space that shadowed discontent? Wasn't it you who argued, on the day when distance became unbearably winter itself, that home is joy revived repeatedly? I have since sought affinity from currents of air and oceans, circled heart's geography, but each time I step into the room, I am farther away from presence.
The snow falls. Everything outside humbled.
Here, The Story
Here, you shall find the story
as the sun rims brave
your heart for the familiar
call to the inhabitable.
Curl to my side
and I am moon,
precious flesh of light,
a gift supine
on the orb of your eyes -
depth to my precipice.
Grieve what your voice
knows of love's edge,
and the heart, moved
before its first sorrow,
will wander deep
into harsh origin - joy
wounding core.
Before dusk slows
down the hours and the air
wearies your words,
tell me the story:
how bodies grazed
assemble earth.
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