JORGE VALBUENA
Cundinamarca, Colombia, 1985. Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana. Su primer poemario: “Presos”, recibió el premio Departamental de Poesía de Cundinamarca en el año 2008. El mismo año “Los arados del parpadeo” fue merecedor del Premio de Poesía Revista Surgente. Su obra “Péndulos” fue reconocida con el primer puesto en el concurso Bonaventuriano de poesía en el año 2010 y su poema “Abismos del silencio” fue ganador en el concurso nacional de poesía “Palabra de la memoria”. Participó en el XIV Encuentro Internacional de Poetas en Zamora, Michoacán, México. Colabora como corresponsal en la revista RED DOOR de New York. Es promotor de lectura y escritura en La Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá. Actualmente forma parte del colectivo literario La Raíz Invertida.
Señales de humo
Desde esta esquina podemos escuchar los recuerdos
Verlos pasar rodando como piedras lanzadas desde otro tiempo
Hasta este invierno
Que nos incinera
Esperamos que las tormentas pasen despacio
Que se replieguen en sus alas movedizas
Y hagan su estorbo en la cornisa de estas sombras
Mordemos el tímpano de la historia
Padecemos el dolor de las crisálidas al nacer
Enhebramos el chillido en las lápidas que cubren las cabezas
No hay afanes para vivir
No hay vicios que esperen
Ni desesperos más fatuos
Que esta sobriedad
Somos una legión de dolores cuaternarios
Puestos a prueba en el frío de este siglo
Que renueva los suspiros y los congela
En el ciclo vital del sufrimiento
Desvanecidos y secretos
Escuchamos los recuerdos doblar las esquinas
Husmear estos viejos adoquines
Rondar con sus pasos de elefante
Las cicatrices
Del viento
Endemia
En los escaparates de la memoria
los huesos abundan
las llagas han rebosado el miedo
el olvido ha hecho un cementerio
de cenizas.
Los ojos
cansados de repetirse
niegan su reflejo
se invaden de moscas,
tallan una aurora vieja.
La ceguera mengua con el viento
al atardecer
trae la hojarasca del silencio
bautizado
como único recuerdo moribundo
que nos arde en los colores de la piel.
Ángeles nocturnos
Desnudos de abandono
La noche nos acumula entre sus cuerpos
Gélidos de tiempo y de sombras
Armados de lluvias pasajeras
Secretos bajo el árbol negro
Aún vivos
Viejos
Desde la memoria que roen los relámpagos
Austeros
Desde el despertar
No es este el cielo de agujas
Que oscureció
Es otra antigüedad tras el cerrojo
Otras pupilas que se observan bajo una masacre
De luciérnagas
Manos que empuñan la lengua sideral
La astrosa urgencia de olvidar despacio
Ahogándonos de oscuridad
Lamiendo el polen de las madrugadas
Doblando la esquina perpetua
Empiezan a enfriar los huesos
Caen los párpados
Los gallos entierran su plumaje
Mienten tres veces
Picotean a la luna
Alguien fermenta en su inanición
A esta hora profunda
Bosteza el abandono en la raíz de tu vientre
Cruje la canícula
Bajo las cenizas
El fuego comienza a cicatrizar
Desencuentros
Camino buscando el primer paso
la salida al comienzo
el instante que enciende
la luz oscura.
Todo me devuelve al fin
a tus ojos regresando con el viento
a tu voz callando mi nombre
a tu espera en el vacío.
Llamo a la noche
y prolongo tu retorno
limpio tus huellas con mi sombra
inundo tu luz con espejos rotos
desfigurados desde el nacimiento
antes de ser reflejo
o cristal roto
tiempo roto.
Pienso en desnudarte
así, fragmentada en el hielo
poseída por mis cauces secos
inerte en el origen de la lluvia,
gota a gota
irme en tu mortal orgullo
Ascendiendo a tus pensamientos
que amanecen
en el instante último
en que la luna agota su luz
para que seas esta hoguera.
Arquitectura de viento
a la intemperie
siempre a contraluz
he convertido tus muros en ocasos
los amaneceres son tus puertas
las ventanas sordas de la brisa
sólo el tiempo mantiene en el silencio
la tempestad de su reloj de arena
sólo la luz busca su orilla
en el centro del fuego
espero desde el fondo
siempre a la intemperie
en este desierto vacío donde habitas
los espejismos de un recuerdo derrumbándose
Los colores de la sed
Sabía Arturo Cova
que el lugar donde guardaba el cuchillo
era del mismo color de su piel.
Esperaba que el dolor se durmiera en la sangre
que pasara de sol de los venados
a selva de réquiem, caucho calcinado,
y ese vaho de mujer
con la savia del llanto
soportando el fango del camino,
las palabras áridas de olvido
y una caricia de fuego
que nacía en el fondo de la tierra…
Sabía Arturo Cova
que esa ira era
una semilla sembrada en un revólver
en mitad de la vía
de un disparo eterno.
La ardiente oscuridad
Hemos muerto.
Todos en esta casa han abierto las ventanas
han dejado libre al silencio
y al tiempo que nos busca.
Las viejas grietas
buscan su desembocadura.
las sombras rasgan las paredes
de su incertidumbre.
El aire, viciado de recuerdos
asfixia los platos vacíos.
El cielo ha olvidado su nombre
y quiere bebernos en su tempestad.
Caen las plumas de sus nidos
y las cáscaras de sus vuelos.
Hambrientos de olvido
oscurecemos
Lamemos la cornisa de las tardes.
En esta casa
invadida de pájaros de humo
sólo la noche
nos sepulta.
SER
Lamer de los eclipses, su rosa interior, el éxtasis de anticuario que tiñe los espejos. Llover sobre su tiempo de ángeles consumidos. Calmar el invierno que cae despacio sobre las calles. Ser un eco sideral de otra noche perpetua. Morder un anzuelo en un desierto inhóspito. Ansiar despierto escalar los cinco dedos de mi mano, su abismo blanco, sus abrojos, meditar este silencio y dividirlo.
INVENTARIO
Estas alas sobran
hay un cielo debajo de mí
el sol ha derretido las lágrimas
que sostenían mi silencio
los ciegos flotan
como las lágrimas que salvo
después los desvanece la llovizna.
Este miedo sobra
hay tumbas abiertas
el sol ha derretido las calaveras
que sonreían en mi espejo
los muertos saben
del destino de las palabras
antes de la sequía
estas alas sobran
estos miedos sobran
estas sombras que escriben.
LOS BACANTES DE SUMPA
(Apuntes destilados)
Poblado de vendavales, el día es otra ola que golpea la corriente. En la memoria un rezago de ardor en las pupilas. La noche ha sido toda un sorbo solitario. Orilla es cualquier signo que nos brota.
Camino al malecón, turbios de sirenas, buscamos el lugar donde perdimos la aurora.
Salinas con su hallazgo de mar entre los dientes, saluda los escasos espejos que tejimos, lanzándonos al árido concierto de los dioses.
(El oleaje del silencio golpea los despojos)
La península es un aguijón que nos envuelve, con el ávido fragor de sus raíces. Humo de memoria entre los huesos que nacen. Huellas que pisamos ayer donde hoy nos muerden.
(Íntimo rumor de las espinas)
Son dos edades que se habitan. La noche está en Sumpa, el día siempre es Salinas. Los ojos escancian a cada trago un esqueleto de gaviotas que volaron en otro canto.
También este poema es hueso de un instante disecado. Aquí también lloviznan algunas tardes pendientes. Letras que fueron quedando entre valijas de roca y los cántaros ansiosos de la brisa.
(Algún rayo de sol se busca entre serpientes, en medio de una noche siempre antigua)
18 – 08 – 2012
Península de Santa Elena
DESVÍOS EN EL RETORNO HACIA LA MISMA ESPERA
I
La vida es recinto (también otro reino)
las cúpulas que a diario se derrumban.
El pasajero se aloja en el mar de su valija
mira por la ventana el cadáver que se asoma
vuelve a la silla y delata sus canciones
silba en el aliento
que se escucha en otra carne.
II
La vida es diluvio
llamaradas que flotan en la espera.
La mano talla las raíces de la orilla
señala el sepulcro de las olas
la sombra del navegante.
III
La vida hunde sus alas,
es un viejo cielo que anochece.
Éxodos de auroras (contagio de arcanos)
la huella vuelve a desaparecer en el fondo del camino
la lluvia posee en su dolor algo de historia
cada gota es una pluma del ángel que se deshoja
y ve la piel cicatrizada,
cada gota es un relámpago de memoria.
IV
La vida nos acusa
rapta del verbo la voluntad de la savia.
Vela desde el tiempo el llanto de los otros
lo que hemos sido y quedamos siendo
como tierra entre los lirios
que adolecen su color,
una mortal sapiencia que nos salva,
silbido que navega,
gota en penumbra desde la lluvia del mundo.
ECOS EN EL PASILLO
Por aquí el tiempo
arde con premura en la vigilia
se cuela por alguna rendija de los años
organiza la secuela de los siglos
y sangra
el lugar de su renuncia.
Nunca muere,
el tiempo es un animal estrangulado
que oculta al alguacil de su sequía.
(Apuntes destilados)
Poblado de vendavales, el día es otra ola que golpea la corriente. En la memoria un rezago de ardor en las pupilas. La noche ha sido toda un sorbo solitario. Orilla es cualquier signo que nos brota.
Camino al malecón, turbios de sirenas, buscamos el lugar donde perdimos la aurora.
Salinas con su hallazgo de mar entre los dientes, saluda los escasos espejos que tejimos, lanzándonos al árido concierto de los dioses.
(El oleaje del silencio golpea los despojos)
La península es un aguijón que nos envuelve, con el ávido fragor de sus raíces. Humo de memoria entre los huesos que nacen. Huellas que pisamos ayer donde hoy nos muerden.
(Íntimo rumor de las espinas)
Son dos edades que se habitan. La noche está en Sumpa, el día siempre es Salinas. Los ojos escancian a cada trago un esqueleto de gaviotas que volaron en otro canto.
También este poema es hueso de un instante disecado. Aquí también lloviznan algunas tardes pendientes. Letras que fueron quedando entre valijas de roca y los cántaros ansiosos de la brisa.
(Algún rayo de sol se busca entre serpientes, en medio de una noche siempre antigua)
18 – 08 – 2012
Península de Santa Elena
DESVÍOS EN EL RETORNO HACIA LA MISMA ESPERA
I
La vida es recinto (también otro reino)
las cúpulas que a diario se derrumban.
El pasajero se aloja en el mar de su valija
mira por la ventana el cadáver que se asoma
vuelve a la silla y delata sus canciones
silba en el aliento
que se escucha en otra carne.
II
La vida es diluvio
llamaradas que flotan en la espera.
La mano talla las raíces de la orilla
señala el sepulcro de las olas
la sombra del navegante.
III
La vida hunde sus alas,
es un viejo cielo que anochece.
Éxodos de auroras (contagio de arcanos)
la huella vuelve a desaparecer en el fondo del camino
la lluvia posee en su dolor algo de historia
cada gota es una pluma del ángel que se deshoja
y ve la piel cicatrizada,
cada gota es un relámpago de memoria.
IV
La vida nos acusa
rapta del verbo la voluntad de la savia.
Vela desde el tiempo el llanto de los otros
lo que hemos sido y quedamos siendo
como tierra entre los lirios
que adolecen su color,
una mortal sapiencia que nos salva,
silbido que navega,
gota en penumbra desde la lluvia del mundo.
ECOS EN EL PASILLO
Por aquí el tiempo
arde con premura en la vigilia
se cuela por alguna rendija de los años
organiza la secuela de los siglos
y sangra
el lugar de su renuncia.
Nunca muere,
el tiempo es un animal estrangulado
que oculta al alguacil de su sequía.
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