RADAY OJEDA
Nace en San Fernando de Apure, Venezuela 1984. Abogado egresado de la Universidad Bicentenaria de Aragua (2007). Especialista en Crítica de Artes por el Instituto Universitario Nacional de las Artes (Buenos Aires/Argentina, 2010). Se ha desempeñado como facilitador del programa Cultura en curso y como trabajador del Sistema Nacional de Imprentas. Ha publicado: Plaquette de poesía (Viento del sur editores, 2008) y Tinaja de oscuro paisaje (Fundación Editorial el perro y la rana, 2009. Actualmente, coordina la Plataforma del Libro, Pensamiento y Patrimonio documental, adscrita al Gabinete Ministerial de la Cultura del Estado Apure.
(DE Tinaja de oscuro paisaje)
I
PARADO en línea horizontal
cavé la tumba del sol
mis manos dragaron ansiosas
la suciedad
con que aparecían los amaneceres
las uñas se consumieron
ofrendándose al barro
y a la podredumbre.
Creí
retornar al sitio pecaminoso
donde fornicaron mis ojos
con tres bestias en celo
rumiantes
al son de la luna,
¡odié la vida!
Soy animal de carga
sin pasto, sombra o agua
semoviente
de una mujer blanca.
El epitafio del sol
resume mi fiel existencia. La planicie
quema una de mis costillas
esta tierra es negra, oscura.
El sol hiere las manías del ojo
y escupe fuego desde las aquiescencias.
Las cenizas que se levantan
huelen a memoria,
mientras zamuros con turbantes encendidos:
vuelan sobre mí,
creyéndome un cadáver.
II
CRUZÓ la mirada anchuras acuosas
Un hombre
se hacía canalete,
en sus redes: las vísceras del Orinoco.
Tocó
con la memoria de sus ancestros
la médula del padre río:
fogata líquida
que oscurece con su luz
la hostil persistencia del pescador.
Pupilas insomnes
ven gargantas punzantes
diluirse encima del cristal/ des-poseído.
Remonta la corriente atardecida:
una curiara al son de la tristeza.
III
EL SOL exhala sus odios
sobre los ojos de la llanura
y tuesta las pieles
intemperando la corona de la soberbia.
¡Él es el Rey: la arandela humeante
entorno a la cual danzaron los antepasados
cubiertos de opio y sal!
Café: sudor que resbala por la boca
del cansancio.
Se descubre la cólera de Dios
reposando entre las entrañas del llanero.
Su esqueleto contiene
a un demonio mal alimentado,
seducido por huestes vacunas.
El bostezo del círculo de fuego, hace sombra:
una menuda lágrima,
sale de la pupila del llano.
IV
CORRÍ AL LAGO apacible
y sin memoria de mi infancia.
Llanura desierta
soplan vientos de mal cariño.
Olor a estiércol mojado.
Ciño a mis miembros
miserias ancestrales.
Una noche
se enrolló en mi inocencia
una culebra llena de gracia. La sabana
por vez primigenia, recibía saliva del cielo.
(El polvo se hacía barro)
Comencé a sentir
el aviso de mis costillas
y agonizó la luz
en una lágrima
sustraída a orillas del letargo.
Obscuridad:
había llegado mi adolescencia
V
MUTILÉ mi lengua
huyendo de la sed, maldije al llano.
Corrí a un paraje
donde confiesan sus pecados
los que pronto morirán…
El sol
cumple su venganza: es verano.
Se derrite el asfalto
que osó sepultar al pasto.
En horas verticales
retorné de la lejanía, asqueado,
convertido en espantapájaros.
Traigo
fuego entre las manos,
amenazando a la planicie.
Una de mis pupilas
juega a la desesperación cuántica.
Tinajas de oscuro paisaje
inician el suplicio del mediodía
en boca abismada.
Acometida la garganta
me sé deslenguado.
VI
NEGOCIO LÁGRIMAS con la boca
para calmar lo sediento del día.
En el llano
se abren umbrales de fuego
que derriten
el paisaje agrietado de la pupila.
Desamparado, el campesino
reniega a la bestia
que ofrece su lomo a la faena. Las aves
se refugian entre la espesura de los árboles,
-es aguardar con la apariencia de la ceniza-
dice el abuelo.
Pero la lágrima
no cede.
La muerte invade
zonas húmedas y custodiadas
por la vehemencia del sudor.
(ARDEN LOS ESTRIBOS Y SUS MANIOBRAS)
Cavamos nuestras tumbas
mendigos de la sequía.
VII
CADA SONIDO despunta en la herida
del llanero,
le escucha de cerca.
Viene pasando a ras del mediodía
una sombra
convertida en el ladrido macilento
de los perros,
es la oración
que huye del animal
y halla refugio
en las rodillas de la abuela.
La mirada cojea
hasta llegar a la suplica de los árboles,
y profiere:
Todo acto de venganza
yace enredado
en los restos de lo que aquí,
muere.
VIII
ODIÉ la libertad
con que los nómadas de mi tierra
cruzaban llanuras polvorientas
tras tumbas ancestrales
me oculté de sus miradas
lamiendo
el moho de la miseria.
Avergonzado con mis costillas
me obligué a salir
y escupí lo inmoral de sus huellas.
Por seis meses
hice barro con saliva
protegiéndome de las inclemencias del sol
sin importar
el mal aliento de mi piel
sobrevivo a la sequía.
http://www.gentemergente.com/raday-ojeda/
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