HERNÁN VALLADARES ÁLVAREZ
Hernán Valladares Álvarez nace en Madrid en 1970, lugar en el que se instalaron sus padres en los años 50 procedentes de México. Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid. Ya casado, se trasladó a Estados Unidos, donde impartió durante un curso lectivo clases de Literatura y Lengua Española como profesor visitante en la universidad de Darmouth College, estado de New Hampshire. Tras su regreso a España vivió en Salamanca, donde compuso su tercer poemario, Las horas y los hombres y escribió una novela, Dioses y mosquitos. Un año después, su mujer y él pudieron trasladarse a Asturias, lugar de origen de buena parte de sus ancestros. En Oviedo nacerían sus dos únicos hijos (años 2002 y 2006). Cuando parecía que había fijado su residencia en una pequeña casa cerca de Las Caldas, a 9 km de Oviedo, la más pura supervivencia le obliga a dejar Asturias, después de 13 años viviendo en ella, e irse con toda la familia a tierras mexicanas, pareciendo cerrar así un extraño ciclo genético de emigración, pues de allí habían retornado en los años 50 sus progenitores. Pero ningún ciclo se había cerrado todavía. Si se dice en la reseña biográfica de su novela El hombre diminuto que un accidente de moto a los veinte años (año 1991) le había hecho caer en brazos de la literatura, después de un año viviendo en la ciudad de Querétaro, México (año 2013), un nuevo accidente de motocicleta aún más grave, esta vez a los cuarenta y dos años de edad, lo obliga a ser trasladado de nuevo a España e ingresado en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, en el que estuvo nueve meses y del cual fue dado de alta el 14 de febrero del año 2014, con tetraplejia hasta el momento irreversible.
Durante algunos años dirigió la sección de reseñas literarias de la revista de literatura profesional Voz y Letras.
El autor ha dado algún recital poético y presentado sus poemas en público, por ejemplo en el Instituto Jovellanos de Gijón, dentro de la celebración de la 9ª edición del Salón del Libro. Algunos de sus poemas están publicados en revistas literarias, tales como El invisible anillo, que publica la editorial Eneida.
Cuenta con varios libros escritos de carácter ensayístico, algunos sobre aspectos filológicos y otros más bien filosóficos, como Ser optimista o pesimista.
Cuenta con cinco poemarios, El juglar del Apocalipsis, Vidrieras, el ya citado Las horas y los hombres, La sombra luminosa y En honor de la verdad (publicado en México por la editorial Praxis, 2012). También ha escrito varios libros narrativos, como las novelas Dioses y mosquitos y Tres domingos, o los cuentos Narraciones de la carpeta larga.
Su novela El hombre diminuto fue editada por la editorial Bohodón en el año 2011. Novela de antropología ficción y marcado carácter psicológico, ha tenido muy buena acogida entre sus lectores y ha cosechado alguna que otra crítica muy laudatoria. Bien ameritaba una reedición en alguna editorial más potente y a la que apoye algún tipo de publicidad.
Recientemente (diciembre de 2015) ha publicado el cuento "El poder del subsuelo" en el libro antológico Mina de palabras, editado en Asturias y entre cuyos autores antologados se encuentra el poeta Antonio Gamoneda.
Cuenta con un blog, Diarius Interruptus.
Como consecuencia de su accidente y la subsiguiente lesión medular a la altura de la quinta cervical (C5), el autor reside con su familia (mujer y dos hijos) en Madrid, donde ha podido encontrar el mayor apoyo estructural —vivienda adaptada, apoyo familiar y médico—. Otros proyectos literarios se han visto interrumpidos para dedicarse a escribir un libro entre lo ensayístico y lo autobiográfico referente a todo lo vivido después de su accidente y durante los primeros meses y años postraumáticos.
El trabajo intelectual, la retroalimentación de lecturas-escrituras, la Literatura es su mejor escafandra para poder sobrevivir en una inmersión perpetua, la constante aguadilla de la tetraplejia. Un buen puñado de proyectos literarios aguardan ser reemprendidos.
ALGUNOS POEMAS DEL LIBRO EN COMPOSICIÓN DESDE EL ABISMO, VERSOS INVÁLIDOS
PERMANENCIAS
Llamera, norte de León, verano de 2015
Entre este cielo azul de Castilla del norte,
las verdades se funden con los gases más nobles
del espacio total; bajo un claro fenómeno,
al tiempo que desciendo entre pequeños robles
trazando cada curva mi cuerpo paralítico,
doblada la cerviz, extremidades muertas.
Un lamentable icono. Naturaleza muerta
sin la gracia del lienzo, este árbol sincopado
(poeta sin belleza). Bebo a través de un plástico,
meo a través de un plástico, he usurpado una concha
de dolor no más feo que su cuerpo de plástico,
sus ruedas ortopédicas. Todo resulta horrendo.
Ser más condescendiente, mi pródiga indulgencia,
funciona exactamente contra la ley divina,
tormentas o ciclones: es aplicable al otro,
mas nunca me resulta eficaz frente al espejo.
Y en tanta claridad lo mineral me llama.
Tetrapléjico y solo recuerdo a mis dos hijos
que a tantos pocos metros, acaso algún kilómetro,
saltan, juegan y se ríen, la plenitud los dota
de inextinguibles llamas, tan lejos de mí mismo.
Como un muñeco roto me inclino hacia los lados
en este carricoche donde mendiga el cuerpo,
la escueta carretera, al fondo recortadas
verdiazules laderas, descendiendo hacia el río.
Vuelvo a pensar en ellos. Quiero legarles algo.
Antes de que la noche me derrumbe por siempre
o la profundidad del río amado y frío.
Y con temor del verso y de su arquitectura
quiero atreverme y lo hago, con osada abstracción
obstinadas proclamas en segunda persona
pronunciar desde el pecho todavía cargado
de esta temeridad inarrancable y mía:
criaturas nuestras, Blanca y Guzmán ¿en qué momento,
por qué instante azaroso surgisteis de la nada
y en este centro roto permanecéis invictos
con la sonrisa plena clavando permanencias?
Sin milagros, trompetas, sin misterios ni mitos
que os permitan, llegáis como llega la aurora
preñada de futuro y no hay otra razón
ni otro sentido dado; pero hacéis anidar
el imposible sueño de conceder la vida
y habernos hecho dioses creadores de otros dioses.
Buscad sólo la dicha mientras dure el milagro,
que os colmen los azares de esta gloria cautiva
en cada punto, en cada valle, bajo este cielo
donde os fundís vosotros con los gases más nobles.
No se puede querer como yo os quiero. Tanto.
En el fondo del río mi corazón se quiebra,
vuestro latir me nace. Lo mineral me espera.
ENTRE RESCOLDOS
Una mota de polvo que se adhiere,
mimética, invisible, sin matices
en la ruina infinita de la historia,
que quiere estar unida indivisible
al dolor, las torturas, a la guerra,
a tantos sinsabores en un cosmos
en cuya dimensión no se computan
las miserias del hombre, sus desdichas.
En ese inmenso túmulo de mierda
donde se hacinan mudos los cadáveres
sin nombre, aterriza mi cuerpo exhausto
y su condena, y la insignificancia
de todo aquello que se ignora siempre
para poder seguir viviendo. Luz
que nunca advierte en esta otra ribera
de tinieblas resquicios que ensombrezcan
su hermosura, la hermética hermosura
de lo vivo. Y aunque este pesar tan hondo
presida mis instantes, aunque engrose
tan ligero la sórdida distancia
de la dicha y el plomo que me invade
emita sin cesar sus alaridos,
ciego optimista, miserable, sordo,
le seré infiel a toda metafísica
e insistiré en arder por cada aurora,
le miraré a los ojos al amor
aunque esté hueco, agotaré la vida
que aún me queda furtiva entre rescoldos.
LIRA A LA PARCA
Qué descansada vida
la del que huye del mundanal rüido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido.
[…]
Fray Luis de León
Supongo que es sencillo
pensar que todo cuanto nos sucede
en este tiempecillo,
mirando atrás tan breve,
en pilares de arena se sostiene.
Que es todo un sinsentido
y en el regalo oculta su condena
la vida y todo el ruido
que se alberga y suena
en cada esquina es para darnos pena.
Si miramos de frente
torvo el rostro aparente de la parca
veremos que nos miente
y es hermosa su marca
cuando toca, nos besa y nos embarca.
Sólo dolor confiere
cuando ha llegado el día y nos esquiva;
lacera, daña, hiere,
es mucho más altiva
si te ve, devasta y deja el alma viva.
HABÍA APRENDIDO
Por fin, cuando sabía lo que era
el placer de vivir sin más complicación
que el día a día y aliado con un carácter inconstante
evadí los vicios más inmoderados
y me bastaba la jam session de mi reproductor,
un vaso de whisky y un cigarro
para satisfacer mis más recalcitrantes hedonismos,
cuando por fin había aprendido
que también los placeres se domeñan
como dóciles animalitos indefensos
y retozar con mi mujer era bastante
y hacer buñuelos los domingos
a mis hijos
era una ofrenda máxima
y miraba con desdén la conquista de los reyes,
los oros, las glorias imprudentes
de una historia trufada de patanes,
cuando invité a Benjamín Franklin a mi escritorio
y me compuse trece leyes propias
como un pueril y envanecido Rudyard Kipling,
y Montaigne y yo nos arreglamos
para reconocer en cada acto cotidiano
un pretexto para el goce,
cuando Epicuro se hizo norma
y el viento de la vida empujaba la embarcación a mis antojos,
llegó el azar avieso
y a la vuelta de un cruce de caminos
me hirió sin el lujo de la muerte con sus cuernos de metal
Satanás, o algún sicario de los dioses,
y me tiró del caballo como a un Saulo
sin fe ni fatuidad ni designios improbables,
y me robó casi todo en la vida,
agarrotó mi cuerpo,
me asexó definitivamente,
privó de la caricia a mis dos manos
y me dejó la inteligencia sola
en una isla donde habita náufraga sin alas
y mis amigos me visitan
condenado a vivir con el enigma.
Le vendo el alma a quien la quiera.
Hernán Valladares Álvarez
En honor de la verdad
Diseño/Retoque de cubierta: Javier Muñoz Nájera
Editor digital: Titivillus
«He querido usar la impersonalidad en esta nota, porque de egotistas, egocéntricos, engreídos y fatuos está el mundo lleno y es raro encontrar alguien que se crea artista o intelectual que no tenga metástasis de egolatría», afirma Valladares Álvarez en la nota de En honor de la verdad. No logra —en sus poemas— huir del yo (como quiere el budismo) porque «no se ha podido hacer otra cosa», pero también porque —se pregunta— «¿con quién mejor vamos a estar que con nuestro yo?» Esa «cortesía gramatical», como dice Pierre Klossowski, llamada yo es, sin embargo, el punto de partida desde donde, gracias a un lenguaje colectivo, surge un mundo a la vez individual, subjetivo y universal: el mundo que el sujeto poetiza a partir de sus experiencias y de su tradición cultural (llámese Quevedo, Pessoa, Da Vinci, Ezra Pound, el mito de Jesucristo, entre muchos autores citados o evocados —directa o indirectamente— por Valladares).
Desde el primer poema, «Adivinación del poeta», se advierte un ojo involucrado en el mundo humano que rodea al yo, y no en la interioridad desgarrada del romántico. A la vez apocalíptico y jocoso, optimista y lúdico, la postura del poema que abre el libro es conocida: «El hombre [...] fragua la extinción» de su especie. Esta poesía le da prioridad al mensaje y en eso nos recuerda un poco a Enrique González Martínez, en quien yace un mundo profundo por descubrir en un lenguaje alejado de malabarismos verbales y del mero culto a la forma. Lo anterior es claro en «Asidero». Allí las imágenes se subordinan a las ideas y no al revés. Los poemas de Valladares son de ideas y conceptos. Hay hondo contenido que transita por estancias como el miedo y otras sensaciones, así como por el transcurso del tiempo, lo efímero de la banalidad, la juventud, el erotismo y la ciudad. Hay también a veces hallazgos como éste: «la prisa se diluía en el vacío/ como un Redoxon en tu sexo mojado/ y éramos magos de la noche y de la carretera,/ áfrodos guiados por los faros del coche/ hasta la sierra de Madrid». En otro poema, «Contra la (vana)gloria», las oraciones condicionales nos hacen descender hasta un decir «incontinente» de «improperios».
A veces irreverente, siempre risueño ante las verdades absolutas, el verso se percibe escéptico a pesar del a menudo barroquismo lleno de adjetivación. Tal vez uno de los mejores poemas sea «La verdad absoluta», definida como «puta barata». A ella se dirige el poeta: «te vendes al ingenuo, al inseguro,/ al hambriento, al rico, al persuadido,/ al idiota, al fiel a no sé qué, a nadie,/ a aquel que necesita sopa boba». Se trata de un poema contra los esquemas, dogmas y doctrinas; arremete contra esa peste de la humanidad llamada «verdad»: «¿Dónde estás, cobarde infame?» Y concluye: «Vete a la mierda./ Maldigo tus mil huestes fluorescentes/ y me quedo con mi luz entre las sombras».
JUAN ANTONIO ROSADO ZACARÍAS.
A Luis Martínez de Mingo;
Luisón: ¡las cosas que hemos visto!
Vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis horas a los muertos
FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS
El tiempo pasa y las aficiones literarias persisten contra la implacable realidad de los días. Uno, por puro transcurso de las estaciones, va madurando; sí, nos vamos poniendo viejos. Por pudor o dejadez nunca se ha intentado con demasiado ahínco publicar los versos y las prosas que, gota a gota, se van produciendo; se sigue escribiendo casi exclusivamente para el propio coleto. Ni siquiera para los amigos, o para muy pocos. Y llega un momento en que la crisálida decide ser quebrada para liberar quién sabe qué tipo de lepidóptero.
He querido usar la impersonalidad en esta nota, porque de egotistas, egocéntricos, engreídos y fatuos está el mundo lleno y es raro encontrar alguien que se crea artista o intelectual que no tenga metástasis de egolatría. Cierto catedrático de metafísica (metido más tarde a ministro) me dijo un día en la cafetería de la Universidad Autónoma de Madrid que hay que huir del yo en los textos. Más allá de esto, para nuestro equilibrio y para el equilibrio del universo el yo es un tumor que debemos extirparnos con el bisturí de la sabiduría (Buda, v. gr.). Si estos poemas aún lo contienen, es porque todavía no se ha podido hacer otra cosa. Y, a fin de cuentas, ¿con quién mejor vamos a estar que con nuestro yo?
Quiero agradecer a Carlos López, editor, poeta, ensayista y profesor de la UNAM, la publicación de este libro.
Adivinación del poeta
Las dotes adivinatorias del poeta
no se fundan en esqueléticos argumentos.
La gran bola del mundo gira en sus manos
declarando frágil
su verdad y su futuro cristalinos.
El hombre —os diré persuadido por esta antigua ciencia
del vate— fragua la extinción de su
e
s
p
e
c
i
e.
Pero me muestro optimista porque
—también os digo—
siempre de la ceniza
brotes
nuevos
yerguen
se
Asidero
La vida de los hombres,
en fin, este monótono
golpeo de cadencias
y ritos más o menos laborales
no tiene otro asidero
que destrazar cualquier arquitectura
trascendente, más allá de donde llega
un proyecto, una idea, un horizonte.
Quedarse aquí asumiendo que del cielo
irán cayendo guirnaldas y limones,
y no hacerlo como el trompo que vira
con obsesiva vocación de centro,
sino como la roca,
rodeada de mar
y se permite sol,
musgos, olas, cubierta su arrugada
frente; quietud, depósito del aire.
Como único asidero
—y no está mal la cosa en absoluto—
llevamos en los hombros para el gozo
esta casa de sombras y de luces.
El miedo
A Kristina Zollinger, quien dijo que
este poema le recordaba a
«La pantera» de Rainer Maria
Rilke; será por lo del felino.
No teme a las estrellas el león
con sus ojos valientes
y ambarinos. No codicia su instinto
ni concede el vigor
sino la alternativa de la gloria.
Su poder es tan grande
que en la sombra nocturna amenazante
deambula con sus lomos
dorados por la luna
entre la selva y la sabana ocultos
torneando sus pasos con sigilo
inmaterial y ¡ay de quien se tope
con el regio barbado,
entre las sombras sombra
de luz dorada y noble!
Por nadie va al combate infiel felino,
noble infidelidad que lo enaltece,
más honroso que todas
las causas de este mundo,
pues es por sí por quien trabaja y vive
y no comete mal cuando devora,
que son leyes escritas
desde que vino al mundo.
Cuando perdona peca.
Como si no cortara
la hoz en el sembrado,
o no alumbrara el sol
o el hombre no gozara.
Es noble, es fuerte, pero yo lo he visto
huir de otros leones
o de un sonido extraño
o de un rifle que asoma entre los juncos
su desigual traición. El león, magnánimo de crueldad,
siente también el miedo,
y no hay grandeza alguna en quien no teme
sino en quien sabe aquilatar la fuerza
arcana del temor.
No descuidar la alegría
A quien nada conceden
los dioses, ése es libre.
FERNANDO PESSOA
Debemos evitar cualquier incuria,
pues el azar, naturaleza o dios
no importa, nos han puesto el mantel sobre la mesa
y los años persiguen el delito
de no asistir a la convocatoria.
Divisarás como un enigma leve
sobre tu sien, en la orilla del ojo,
la espuma de la edad. Y es imposible
hallar un vaticinio diferente.
Ellos, quienes persiguen tu delito,
canes son de obligada cetrería,
canes que infatigables alcanzar pretenden
tu paz, tus alegrías y tu gozo.
Por eso arrójate de tus dominios,
expúlsate de ese pequeño infierno
de caminar zancadas ignorantes
sacudido por un concepto horrible
e innombrable en el planto de un poema:
responsabilidad.
Es veneno contra la plenitud.
Sacúdete ese mal y sé consciente.
No pierdas el momento, que es precioso.
El miedo II (el león)
Destaca en la mitad del descampado,
calmo y solo, dignidad ambarina,
cicatrices en la piel, barba intonsa.
No ruge a la maleza.
Su grey está de caza.
Pero la paz se rompe proveniente
de la lejana madriguera humana.
Y un cortejo letal
se ha asomado cobarde
cargado de metal y de asechanzas.
Al descubrir a sus perseguidores
ha mirado de lado,
ha elevado su rostro
y está exento de miedo el contorneo
con que mide sus pies hasta la selva.
Simulará desdén en el umbral;
tornando lento el rostro
habrá de comprobar que no lo miran,
que los ojos oscuros de la muerte,
hediondos de pólvora asesina,
se apresuran cegados por la ira
cruzando el raso en pos de su trofeo.
Mas la espesura amable de la selva
cierra el telón para este primer acto.
¡Corre!, ¡salta!, es el momento
en que el instinto de supervivencia
—cuando nadie lo ve, fuera del claro—
lo impele como a un ciervo o una gacela,
indistinto el dolor que nos iguala,
huyente de un final definitivo.
Qué será si algún día el descampado
se extiende más allá de lo visible.
Pues conoce el león por sus bemoles
que antepondrá al temor siempre su orgullo.
La última cena
—Cómo estará provista nuestra mesa,
dime tú, Parvo, qué viandas, mantel,
qué servilletas son las que pondremos;
si son las copas finas de cristal
las más propicias hoy para el banquete
o si sacamos brillo a las de plata,
dime. Ubérrimo supongo que deseas
ver el festín. Cumplida está la hora
de este convite alegre y tremebundo
con que celebraremos entre risas
y acibarados llantos esta súbita
consumación del mundo, este final
del tiempo y de la historia, largamente
advertido por signos en el cielo,
sabiamente anunciado por los vates.
Dime también el vino y las botellas
que ordenas disponer sobre oropaño,
ya que ocasión tan triste lo merece,
tan triste y tan alegre al mismo tiempo,
pues se sabe que al fin no hay nada nuevo
sin extinción primera. Dime, Parvo,
con cuánta exquisitez lo disponemos
todo: la mesa, el ágape, la sala.
—Es bien sencillo, escucha: has de poner
en la madera tosca de la mesa
tres hogazas de pan sobre sus cuencos,
y el vino has de verter en sendas jarras
del más elemental barro sudado.
Cinco tasajos magros de cordero,
un queso y un cuchillo dispondrás.
Son bastantes las manos para el rito
completo de comer y de limpiarse.
La sala habrá de estar desnuda toda.
Sólo quiero en la hora de esa noche
vuestros ojos, amigos, y gozar
en la boca la verdadera fiesta
de un banquete final, sin más futuro,
de un banquete final ante la gloria.
La verdad absoluta
Verdad absoluta, puta barata,
te vendes al ingenuo, al inseguro,
al hambriento, al rico, al persuadido,
al idiota, al fiel a no sé qué, a nadie,
a aquel que necesita sopa boba;
a un precio de saldo te los ganas.
Quieren bandera fija,
un traje que ponerse,
un esquema seguro,
una doctrina
y hallan en ti la zanja en que sepultan.
Sepultan su propia libertad,
su mejor instrumento,
la dotación más alta de la naturaleza,
su inteligencia, su imaginación, su miedo.
O al enemigo.
Dijo Lawrence de Arabia
que la duda era la corona de espinas de Occidente.
Pero tú les ofreces la corona
de un rey estulto y poderoso.
Sal. ¿Dónde estás, cobarde infame?
Infame en su étimo sentido.
Inconcreta, absurda, contradictoria.
En estos tiempos en que campas a tus anchas
reinas con gloria laureada
y habrán de morir muchos hombres,
sufrir derrota inmunda la ternura,
granjear muerte y peste a medio mundo
hasta que las huestes de tus adoctrinados
sangren en el campo de batalla
toda la sangre absurda;
hasta que enfrenten con cuernos afilados
las hachas, las banderas y los dogmas.
Ellos te traen de Oriente;
aquí tienes también tus fueros;
cada uno te nombra
sin poder tocarte,
putrefacto tesoro, fantasma envenenado.
Qué tiempo tan feraz
para tus hijos.
El agua es verdad.
El pan es verdad.
El amor es verdad.
Todos los quieren y ante ellos
nadie discute sus esencias:
la beben,
lo comen,
lo ejercen.
Vete a la mierda.
Maldigo tus mil huestes fluorescentes
y me quedo con mi luz entre las sombras.
Infecundidad vital
Sí. Que pase la vida, simplemente.
Por asistir a la convocatoria
que no quede, y aceptar el misterio
de los otros y su comportamiento,
el misterio completo de la vida.
Que pase, simplemente, con sus pocas
declaraciones de cordura. Vamos
concediendo, implacables, la salud,
y dejando que el tiempo nos demuestre
esa impertérrita infecundidad.
Resumen hasta el descubrimiento
Me recuerdo de niño
hondo como un abismo,
solo entre paredes de papel con flores amarillas
y entre muebles.
Hondura, concentración
de un misterio
que oía lejanas
las voces de una madre
y de una abuela
y de una tata
(divinas las mujeres),
y el ocasional cacharreo
en la cocina.
De niño: presente puro,
Bondad tan honda.
Mi adolescencia
—me redimo—:
algún chispazo de alegría,
el despertar de la carne,
el temor del futuro
y algún que otro cristal roto.
La encrucijada de la vida
es ahora,
madurando,
renacido en mis hijos.
Procurando ascender de las profundidades
a la real liviandad
de cuanto nos rodea;
a un amor puro de presente,
a un mirar puro ya sin cristales,
sin pureza,
sin mirada,
sólo el descubrimiento.
Grecia, canto político
Papademos desborda a los sofistas,
Epicuro no quiere dar su opinión,
dado el estado lamentable de El Jardín,
y el SPA (Sócrates, Platón y Aristóteles)
renuncia a competir con troikas y las siglas
de la globalización (FMI, BCE y SUPUTAMADRE).
Demócrito se muestra renuente ante genomas y otras aprendedurías de brujo.
A quien debemos todo (y dicen que ellos deben, es de burla),
donde nació la verdadera luz,
el camastro donde Zeus encarnado en toro violó a Merkel-Sarkozy,
tú que nos diste el pensamiento, repiénsanos ahora,
destruye a la diosa Monedaúnica,
rompe las reglas, islandiza,
preña el vientre de esta crisis de goma
con tus hijos de hierro y de madera,
y presenta el regalo en Occidente;
allí en Iberia te regalaron Rosas como entrada,
expedito está el camino a tus huestes
cargadas de vino, aceite y terracota;
que las ruinas de la Acrópolis nos invadan
y el mundo retroceda dos mil quinientos años.
Los cinco sentidos y su peor
privación
Quien no ama la vida, no la merece.
LEONARDO DA VINCI
Cinco son los sentidos de los hombres
—diez tiene la mujer, si dos se juntan—,
no hay carretera de cinco sentidos
—que yo sepa—, y su carencia —digo,
la de alguno de estos cinco sentidos—
deviene siempre en cinco privaciones.
Quien no ve es ciego, como el amor,
como el que sigue alguna ideología,
como el que sólo piensa y sueña en sí;
quien no oye es sordo, como el que escucha
«dolor» y no hace nada, el político,
el poderoso, indolente y cobarde.
Pero nos encontramos tres sentidos
cuya privación carece de nombre
(al menos entre el pueblo).
¿Cómo se dicen estas privaciones?:
Quien no toca, ¿es pues el intocón?
Y quien no huele, ¿es el inodoro?
¿O es un desodorante?
Pero aún es más confuso,
más patético e inefable el gusto,
porque quien no tiene gusto tampoco
tiene sabor. No gusta.
Así que ¿es degustado?
¿Está disgustado?
Sin gusto, no sabe…
…es tonto.
No sabe.
Por eso el mundo va igual que siempre
—no digo bien o mal, digo igual—,
porque
no sabíamos hasta hoy
que tonto —que hay tantos—
es aquel a quien la vida
no le sabe a nada.
Tres de julio
Hay días como batallas,
donde los ojos parece
que han llorado. Donde, oculto,
aguardabas el deseo ignorado de la noche;
anhelabas que el día terminara.
Es julio y es invierno tibio,
gris uniforme, plomo, vientre de ballena o petrolero muerto.
La noche al menos, amiga y aliada,
ha escondido la inmundicia de un cielo taponado.
Aquí en el norte hay días
—y está mal que lo diga un optimista—
en que es mejor no haber nacido.
Te hace inferior tan poca luz,
marchita tu amor propio,
y no es la cantidad tal vez, es su naturaleza,
esta fealdad de arriba,
esta sauna de estaño,
este agujero junto al mar, pero sin mar,
este taladro oscuro junto al pecho,
esta ignominia celeste,
esta maldita putrefacción de los fotones.
Me dirijo al hombre
Hiló Fortuna su red con nuestro ombligo
y nos puso sin más entre los otros,
desnudos a la sombra de la muerte,
entre el placer y la duda, entre el dolor y el goce.
Con el lógico tributo que nos toca
pagar por la firmeza de los huesos,
hemos optado por la dicha,
jugamos al azul todas las cartas.
Pero aun así: dios, mundo, hombre,
¿qué hemos hecho para que oprimas nuestro goce,
para que sigas pertinaz la encarnizada
consumición de nuestros semejantes?
Detesto la interrogación en el poema,
pero: ¿qué negra flor prende en tu alma,
qué vileza no aguardas para el cosmos,
por qué te afanas en el mal,
y no comprendes, ni aun soportas,
la idea de que el bien es la única moneda de cambio para el hombre
El hombre se empeña en el
progreso: lo maldigo
Ser hombres no destructores.
EZRA POUND
Baboseas y aumentas tus desvelos,
concatenas silbidos en la noche
y centelleas el hálito con farolas y cemento.
Pretendes conjurar tus medallones,
tus horrores, tus infiernos, tus infinitas faltas lamentables,
sembrando confusión en el concierto.
Volverás al polvo desde el polvo
a solventar las luces de los muertos.
Parábola a partir de la derrota de
Rafael Nadal ante Soderling
Ni siquiera era junio en la arena de París.
Espada en mano brincó frente al gélido adversario
y el juez de la batalla dio comienzo.
Frente al bárbaro engreído,
el broncíneo y delicado hombre del Mediterráneo,
donde se junta la esencia cultural de griegos y romanos
con el aire libre de las islas.
La osadía del hielo y el golpe estulto y asesino del dios Thor
se aliaron con las horas más bajas de Aquiles manacorí
y se dio el desastre inopinado
de la belleza, la más noble espada, el arte de la lucha, la gloria del laurel.
Y cayó sangrante hasta tocar su hombro contra el lodo.
Así, grotesco, áspero, antipático y pertinaz
se ha ido imponiendo el mundo de los bárbaros
al Mare Nostrum.
Decálogo personal
Un mandamiento nuevo os doy.
JESUCRISTO
Amarás lo animado hasta el trémulo respeto.
Amarás incluso al ser humano.
Respetarás la vida de la mosca, la ortiga y el mosquito.
No cortarás un árbol y sembrarás alguno cuando puedas.
Cumplirás con la naturaleza que te han dado.
Gozarás de tus días plenamente.
No juzgarás.
Te reirás valiente ante mezquinos y melindres.
Incumplirás las leyes y las normas.
Serás sencillo y recto sin que ningún ladino te lo imponga.
En contra de mis antecesores
¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
JAIME GIL DE BIEDMA
He practicado la eutrapelia, amigo,
a riesgo de perder algunos trenes.
Cierto que al degüello de la noche
no está llamado quien detesta los neones.
Ni la barras ni el deambule
están a mi alcance, compañero,
ni me atraen los trópicos
de psicocapricornio.
No me seducen ni deslumbran
los panegíricos de tantos perdedores;
acepta las disculpas de un tipo que se ama,
que no precisa de absorber olvidos,
ni teme en los espejos las efigies del tiempo
galopando en sus ojos.
No me busques al pairo de esos troches,
que prefiero plácidamente conversar con los difuntos,
que mi noche es la noche del mar y de los bosques.
Cuándo, noble eclosión
Cueva nocturna, música
emborronada, opaco
embate agreste de la luz, herrumbre
de adjetivos que rondan
el marasmo, ¿con qué herida
coincidirán por fin los bordes del silencio?
MANUEL CABALLERO BONALD
Remedio a desalientos
y vestigios de sombra,
se apociman las palabras
en caldo resurrector de ambages y cimientos;
borbotea dentro un ser distinto
—como el príncipe Jenri,
crisálida gamberra y luminosa
para la regia eclosión de ser al fin Enrique IV—,
pero no halla nunca el punto de inflexión,
la gravedad postrera
que rompa el cascarón de
la sutilidad.
¿Qué decepción final nos hará mudos?
Razón literaria
Si escribiera estos versos, como dicen,
para que alguien se apiade de mi alma,
para que cuando algún incauto lea
me diga que descubre a un hombre nuevo;
si escribiera mi prosa, como dicen,
para hacerme querer, por descubrirme,
entonces no lo haría estimulado
por la sombra del árbol en el bosque,
por el silente ardor de primavera,
por el aroma tibio de los plátanos,
por el agua que bulle entre los tilos.
Ni siquiera una línea he dedicado
a la opinión de un mundo que aborrezco.
Contra la (vana)gloria
Si transitas la selva de debacle
con ese gesto inconfundible
de póker bluf perdonavidas
afrentando sutilezas
dominando el universo con lugares comunes
refocilante fascista de gaveta
franquistilla del lujo maniqueo
pretendedor de cabronadas a los pobres
pero garante predicador profeta
de no sé qué morales elevadas
si sigues por la senda del disgusto inmoderado
y púbero de ideas te sigues aferrando
a la descalcificación del húmero genérico
finalmente no te extrañe
que proclive a la verdad no te castigue
con mi fusta preñada de improperios
y termine por decirte incontinencias
menuda puta mierda irreflexiva.
Soneto existencial
No sé exactamente en qué sazón me hallo.
El otoño se pasa inadvertido,
aunque quisiera ser— ya no he podido—
vigilante perpetuo de sus cambios.
Que el vivir es joderse y un mal rayo
te parta, tiempo. Vocación u olvido.
Ésta es la diatriba en la que vivo,
esta fugacidad es cuanto ensayo.
No adivino el propósito de tanto
devaneo, ignoro si es dinero
lo que busco, si es gloria o fama o nada
lo que quiero; mas sé que me decanto
por la sabiduría. Desespero:
tanto vivir sin descansar me enfada.
La ciudad
La ciudad contiene su belleza en aristas y espejos,
pero también en parques sublevados;
somete al ciudadano a sus dictados,
apabulla con materiales cancerígenos
y es siempre émula de una señora distante y altanera
donde nacieron los gigantes de hielo
derretidos por Mahoma.
Detrás de tanta ostentación,
remota, escondida y enfaunada,
el Madrid de los Austrias
sigue guardando los huesos de Cervantes.
Epílogo de amor con tres sonetos
Y como ya otra vez tengo que levantarme,
cariño,
como fetiche contra la oficina
dame un pelito de tu culo azul.
RAMÓN IRIGOYEN
Cuando éramos jóvenes
Cuando éramos jóvenes
y tu vientre en verano
era un deseo de pandereta tostada,
una playa donde comulgar
la hostia de la veneración,
te iba a recoger hasta tu casa y después de unas copas
la prisa se diluía en el vacío
como un Redoxon en tu sexo mojado
y éramos magos de la noche y de la carretera,
Áfrodos guiados por los faros del coche
hasta la sierra de Madrid.
No importaba que el cable del acelerador
se hubiera roto a cachos
porque yo era un tirano de azares nebulosos
y conjuraba con fe ciega
los achaques de fortuna,
abría la portezuela del motor
ataba una cuerda al carburador
la introducía por la ventana de estribor (o del conductor)
(ardía de amor)
la mordía y aceleraba con los dientes,
pero ni Dios nos paraba hasta llegar a aquel pinar oscuro
donde arrancaba tu camisa de flores
surtidas por la sangre
y horadaba la noche con la sed de tu amor inagotable.
¿A quién le importaba entonces
que no tuviera carnet de conducir?
Las diez naves
Con sevicias granadas en mis dedos
he blandido esta tarde
la albúmina redonda
de la parte de abajo de tus senos.
Tus costas descendí
en estas mis diez naves
hasta escuchar el canto de sirenas
de un más allá perlado
donde aguardo esperando mi derrota.
Prolongación más allá de la noche
Candelabras la arena como un hueso de esquirlas
sobre tersuras sedientas de caretas.
No apeteces, sobria de espumas aún,
las turgencias peludas, mis urgencias.
Detienes madrugadas,
sorbes sueños,
mi asta claveleas
hasta topar de bruces en mi sombra.
El surtidor de tus columnas
no llega leve a darme espumas,
sino en tropel arremolina mi desdicha.
Date prisa, amor, porque hoy,
bajo este sol de siesta en las ventanas,
tras las naves batidas en la noche,
ansío hacerme lengua de tus plazas,
y absolver higadillos y rezumes.
Someto de anor
A tramontana pones tus penumbras
sobre la arena sangrienta de la cama.
Déjame que a palmadas te desgaje
y arrecie el ariete en tu dovela.
Tu redivivo tulipán oscuro
¿no pretende regueros en la sombra
calientes que derritan tus espumas?
Coloca los dos pies en las almohadas.
Belicosas te ciñen mis dos manos
tu matinal granada suspendida
marejando narices y relumbres.
Abre, anor, tus candeleros,
que viene de metal esta batalla
y ya tecleo el fondo de tu piano.
La muerte se aparece en mitad de la
madrugada y queda conjurada por
la
intervención de Venus Príapo
Meditabundo y ebrio como un topo
renazco entre algodones y azucenas,
entre tules angostos, entre penas,
entre venas de amor a desafuero.
A deshora me envaro y me desvelo
y pongo en vilo y lid al triunvirato,
mayores son hazañas que a rebato,
más sonoras campanas que en el cielo.
¡Despierta, aurora, tus azumbres!
¡A desgranar babosas te declaro!
¡A ordeñar sinsabores y sospechas!
Blandamos por igual nuestras panoplias
para el ardor lebrel incandescente,
podremos juntos retorcer la muerte.
Legiones suicidas
Ennegrecido por la luz del día,
por la vulgaridad de sus quejidos,
ya salen por braguetas los tejidos,
mis glándulas de amor ya se porfían.
Arremete cegata y nunca fría
a pecar convocada por balidos
hasta que doy la cara, arrepentido,
de temblor lleno ante tu celosía.
Funámbulas creciendo mis legiones
acorralan recintos y laderas,
escalando, impávidas de suerte,
negros desiertos, surcos y algodones,
y en las cumbres guardando las maneras
no remedian toparse con la muerte.
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