jueves, 7 de abril de 2016

MARÍA MAGDALENA [18.379]


María Magdalena 

(Buenos Aires, 1984). Es escritora y poeta. Estudia Psicología. Su primer libro, Spleen, fue editado en diciembre de 2013 por editorial Letra Viva. En 2015 publicó la plaquette La pequeña muerte. Recientemente ha publicado el poemario Los nombres del padre, por la editorial Buenos Aires Poetry. Fue seleccionada para integrar la antología de poesía 2015 de APOA La Juntada (Asociación de Poetas Argentinos). Junto a Flor Codagnone forma el proyecto poético Trémulas, que pone a dialogar a mujeres poetas alrededor de la escritura y la feminidad. Realiza trabajos de edición y corrección para la editorial Letra Viva.



Spleen (2013)
Editorial: Letra Viva



Fragmento de Spleen


«Me fui corriendo como quien escapa de sí mismo, con esa lenta urgencia; pero escapaba de él. Tus manos son crueles ahora, las manos que me tocan y tu boca que me escupe. Quiero esconderme. ¿Cuánto más debo castigarme, cuánto más podés castigarme sin que tu conciencia limpia y estéril te diga basta? Pegame más, gritame más, humillame más, dañame más, escupime más, reclamame más, reducime más, porque me gusta. Porque sos una puta, una zorra, insatisfecha, mentirosa, hipócrita; una nada, un todo, no sos nada, sos todo. Te rompí el corazón pero nunca hubo un corazón porque nunca hubo un amor. Entonces, camino ida y vuelta por las mismas calles , y no hay refugio. Siempre pensé que el fondo no era más que el fondo y ahora pienso que hay mucho más abajo. La certeza de que siempre habrá más abajo» 




RESEÑA SPLEEN Por Adrián Rocha 

Spleen es el primer trabajo de María Magdalena, poeta de 29 años de formación psicoanalítica, quien inicia así su carrera literaria con este brillante conjunto de textos. El libro fue publicado por Editorial Letra Viva, como parte de su Colección Narrativa, prologado por el escritor y psicoanalista argentino Luciano Lutereau. La portada del mismo corresponde a una pintura de la artista plástica Carolina Ferrari.

En toda creación inicial hay infinitas potencialidades que pueden percibirse cuando se registra en ella el talante de quien escribe desde la afección pasional. Como un disco debut, que desde el vamos logra conquistarnos con excelentes composiciones, o como algunas iniciáticas narraciones de escritos infantiles, en donde las cualidades en potencia connotan la figuración de algo más detrás del mero discurso, Spleen expone una belleza primigenia que revela el talento de su creadora: el erotismo, la pasión airada, el absurdo que implica la morigeración, la pulsión desorbitada; el vacío en y de las palabras que pretenden decir, que significan sin alcanzar la representación, que simplemente no-todo. Desde esa ausencia intimidante escribe María Magdalena, con una prosa agresiva y nostálgica.

Los retazos que constituyen las imágenes de Spleen encuentran una continuidad -aún en la fragmentación- que afinca en su disposición temporal: el presente como escenario primordial, único y posible del amor. “Las historias de amor no serían de amor si contemplaran el futuro”, afirma la autora en una entrevista, agregando, “nos enamoramos porque el único futuro que podemos contemplar es tan ilusorio como el mismo enamoramiento. Así como proyectamos un ideal en el otro que luego se esfuma estrepitosamente, también proyectamos un futuro ideal imposible. El amor es otra cosa”.

Pero Spleen no es una obra sobre el amor, o una poética del amor. Spleen se emplaza en otra dimensión, que insoslayablemente contempla al amor, pero desde la falta, desde la ausencia que éste ilusoriamente permite suplir insinuando la posteridad, vislumbrando un porvenir que no es otra cosa que un placebo existencial.

Las historias extraídas de los cahiers de María Magdalena hacen de Spleen un camino reconstruido, una retrospectiva que se desfonda en esa temporalidad que posee la poética del presente, de un pasado narrado afectivamente como presente:


“Cansada de hablar de ausencias. Cansada de hablar de la espera. Cansada de lo remediable que no logro remediar. Me tiembla la piel, la comisura de la boca, tiembla, y no sé cuál es el paso siguiente. Caer. Continuar la caída. Resignificarme. Resignarme. Resolverme. Volver”.


Asumir la falta y el vacío para desde allí emprender el camino de la creación es sin dudas un ejercicio de autonomía, como también una vocación estética. Introducir, además, la temporalidad del presente como principal superficie sobre la cual discurre la ausencia perenne teñida de eso que llamamos amor, permite ubicar a Spleen en una tradición que no es ajena a su nombre.

Sabemos que en “El pintor de la vida moderna” Baudelaire estableció las bases para la comprensión el arte moderno (augurando también la posmodernidad). Invocando la inocencia del niño como característica distintiva del artista, del hombre de mundo, quien al no cargar con los condicionamientos culturales se encontraría por eso en un estado de embriaguez, el presente pasaba de ese modo a ocupar un lugar privilegiado en la “belleza fugaz y pasajera de la vida actual”. Ese elemento “relativo y circunstancial”, que según Baudelaire es uno de los dos constituyentes del arte moderno y de la moda, también se podría endilgar al amor. Pues entendido así, el otro elemento (invariable y eterno) pasaría a estar constituido por la ausencia.

El Spleen de María Magdalena es precisamente un trabajo sobre lo efímero pero al mismo tiempo ubicuo de la pasión amorosa; sobre la “sensación de eternidad” que ella suscita, como pasión y como ilusión. Es una historia que se narra a sí misma, que se permite escribir acerca de ese particular fenómeno que atraviesa la vida de su autora, sin ocupar el papel principal; una poética sobre la vivencia efusiva de esos vínculos que se tornan fugaces por el inevitable devenir del tiempo histórico, que trae consigo el retorno de la angustia como condición inherente al ser humano: lo eterno de la incompletud, porque la ausencia y la carencia son constitutivas; porque en ellas orbita el presente, aunque sentimientos como el amor posibiliten encubrir esa falta de sentido que conlleva el ahora:


“Momento de redención y luminosidad cuando ya no tenga que buscar qué decir, no con qué voz. Mientras, decime algo para que deje de tener miedo”.

“El más puro silencio. Me escucho llorar. En el más puro silencio. Acá estoy, decime. Decime algo para que deje de tener miedo. Una luz me distrae, tiemblo por dentro, una sacudida fugaz. Sí, acá estoy. Creo que podría morir de esto, de soledad. El viento afuera, algo acecha contra la ventana, un sonido hipnótico que paraliza. Estiro una mano y no te toco. No, no estiro una mano, estoy quieta. No hay forma de llegar. Estás deshumanizado, yo estoy deshumanizada”.


Spleen narra la experiencia del duelo con una vitalidad densa y estremecedora; erige a la ausencia como protagonista, y por eso el único signo de completitud que puede hallarse en sus sesenta y cinco páginas es la vívida recreación de la falta, la transmutación del dolor en letra, efectuada con esa particular sensibilidad que el dolor imprime sólo a los melancólicos.




María Magdalena (Buenos Aires), Los nombres del padre, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016.


Fragmento del prólogo de Javier Galarza

¿Qué cuerpos veló la poeta? ¿En cuántas vigilias? ¿Qué testimonios debió dar y a qué precio hasta alumbrar su palabra?

Me voy desvestida, nunca desnuda escribe María, porque cualquier verdad o ficción debe conservar un velo, eso que la poesía descorre o desoculta para darle a la palabra un nuevo poder. Es la autora misma quien nos proporciona, a través de uno de sus versos, la clave de lectura para Los nombres del padre: un recorrido tembloroso pero exacto.



2

Estamos caminando en círculos, María.

Es domingo y despierto
arrasada, nada queda
de la ciudad desértica
donde me invocabas.

Conjuro los nombres,
el lugar donde me dejo
caer cuando no tengo de dónde
sostenerme.

Cómo desaparecer completamente.

Cortamos el último hilo
que nos unía como un mapa
extraviado, dos puntos invisibles
llamándose al encuentro.

Se dicen las palabras del amor y nunca
las del final.

El final es siempre
silencioso.




12

Una lengua me repulsa,
la mía o la tuya o ambas cuando se tocan.
Recibo tus restos con devoción,
esperando que me salve.

¿Podrás fingir?

Que puedo concebir mi nombre,
un nacimiento o algún dios,
que puedo bautizar los placeres
inventados para morir menos.

Pero digo no, y quiero ser
sólo esa voz que dice no.

Cuánto entregaría
por unas manos que sepan tocar.

Me voy desvestida, nunca desnuda.


Murió mi padre y yo acabé. Con el goce infantil y la búsqueda de su
contrario. Le di la bienvenida a la reconciliación y comencé a morir como una mujer.



14

Hay una palabra al borde
de ser pronunciada, un hombre
que se sabe incompleto y calla,

una angustia que estremece
como una caricia,
un éxtasis que no da miedo,
esta entrega, religiosa.

Hay fuegos artificiales,
la algarabía del tango,
una alegría obscena,
y una mujer ausente.

Soy yo, en silencio y hablando
con una palabra
muda.


¿Qué es un padre? Un desayuno, la radio de fondo, la mueca en el rostro, un libro necesario a tiempo. El rasgo definitivo.




16

Un duelo perpetuo de
mujeres sin nombre,

lloran niños no nacidos,

con el agua roja,
y el sexo mutilado,

la palabra callada,
la carne de fuego,

la memoria robada,
y el espanto mudo

de llorar sin voz.

Somos un canto inconcluso.

Hubiese deseado un “ha muerto tu padre” con gestos discretos y ánimo mortuorio. El anuncio de mi orfandad. Sin embargo, fue un “se murió” tembloroso mientras me sacudía en la penumbra, en el intento de hacerme despertar. El anuncio de mi vigilia.



17

Dieciocho años
de vos.

El retorno de
una caricia,
y saber que no hay
más allá del padre.

Dieciocho años
sin vos.

Me ocupé de matarte
en la ausencia del llamado
que significaba
morir en tu nombre.

Morir de tu muerte.

Y yo morí de un orgasmo
celebrando haberte
perdido. Quise vivir.

Dieciocho años
sabiendo que no hay
María que alcance
ni Madre que pueda
sobrevivir a la tragedia
de tu imposibilidad.

No hubo perdón
y de todos los cuerpos
posibles fue el mío
virgen, una vez más.

Y son tantas las vidas
que vivimos, y tantas
las muertes que celebramos,
que ahora podemos descansar.

Dieciocho años
y nunca más.


Fuiste tan romántico que quisiste morir bebiendo un perfume barato como si fuese un elixir. Aprendí de vos.


*



La tarotista me habló de vos
 ​
La tarotista me habló de vos
él es así, te quiere pero es así,
cogito ergo sum el amor
lo estira como
un chicle.

No sé si lagos verdes o montañas decapitadas,
no sé si París con sus caminos hechos de rayuelas o
el pueblo olvidado de Italia donde me espera Doménico
para comer soppressata y hablar de cómo Norma le rompió el corazón.

Sí algún lugar donde el amor 
no se estire.
Porque soy la que desea 
en silencio 
que alguna vez puedas 
escupir el chicle
y decirme 
no me dejes,
nunca,
jamás
te dejaría.

Pequeña monja en retiro mojándose los pies
en el agua verde del río de algún sur, iluminándome y expandiéndome
bajo un cielo en el que las estrellas son fugaces y forman constelaciones.
La que no pertenece a tu fauna, sino que elije sumergirse
en un agua donde pueda
ser hipocampo
y respirar

No quiero ser
tu infancia ni tu crisis navideña.
Como un globo inflado 
a punto de brillar esperaba.  
Miramos hacia otro lado y solo quedó 
el llamado número 172
que sabemos cómo va a terminar.
Con la única vibración posible
tu lengua buceando en mi boca,
tu cuerpo hundiéndose entre mis piernas,
te eleva y te sacude y te provoca 
lo que nunca antes,
para después olvidarte en el sueño de la 
indiferencia.

El amor no tiene que ser magia y me querés igual,
dulce cogito ergo sum, cómo te gusta
quererme así.


Pero yo me voy
no sé vos
porque querer así no se quiere,
más bien se finge querer 
mientras por dentro 
se tiembla
de puro
miedo. 


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