Agustina Andrade
Agustina Pastora Andrade (Gualeguaychú, 9 de agosto de 1858 - Témperley, 10 de febrero de 1891) fue una poetisa argentina, considerada una de las principales escritoras de la generación del 80.
Agustina Andrade nació el 9 de agosto de 1858 en el pueblo de Gualeguaychú, en la provincia de Entre Ríos. Era hija del poeta Olegario Víctor Andrade y de María Eloisa González Quiñones.
Olegario Víctor Andrade
Se sintió inclinada desde joven por la poesía y empezó a publicar sus trabajos desde los 16 años. Con su padre y el joven Leandro N. Alem, Agustina Andrade colaboró en el Álbum poético argentino, editado en 1877 por La Ondina del Plata.
Publicó luego en La Tribuna, dirigido por su padre, y fue en ese ambiente se formó su estilo poético, influenciado claramente por Víctor Hugo y Gustavo Adolfo Bécquer.
En 1878 reunió sus versos en un volumen titulado Lágrimas y en 1879 publicó Flor de un día. El poema que da nombre a su primer obra comienza con los versos:
¿Quieres saber por qué ya de mi lira
no brota alegre canto,
por qué ya no sonrío y mis pupilas
se enturbian cada rato?
Sus poesías, que fueron alabadas por Benigno Tejeiro Martínez y Martín Coronado, «muestran el amor idealizado del romanticismo»
Agustina Andrade conoció al militar porteño Ramón Lista (1856-1897), quien venía de explorar el sur. Sus historias acerca de las matanzas de indios selknam (que él llamaba «onas») la enamoraron. En 1879 se casaron en Buenos Aires. Ramón Lista partió al Territorio Nacional de Santa Cruz ―donde se convertiría en el segundo gobernador― mientras que Agustina Andrade se quedó en la quinta de Lista en Témperley (a veinte kilómetros de la ciudad de Buenos Aires). En sus esporádicas visitas, Lista y Andrade engendraron dos hijas.
Ramón Lista, militar y genocida porteño.
En 1890, Agustina Andrade se enteró de que su marido mantenía una familia paralela en la Patagonia con una indígena tehuelche llamada Koila, con la cual había tenido una hija, Ramona Cecilia Lista (a la que le había dado su apellido).3 Agustina Andrade se encerró durante meses en su casa en el campo, hasta que dejó a sus dos hijas al cuidado de su madre y se mató con un tiro de revólver el 10 de febrero de 1891. Fue enterrada en el Cementerio de la Recoleta.
A un boyero
¿Qué voz, qué armonía, qué ráfaga leve,
cantor de las islas, esperas oír,
que siempre pareces ansioso, anhelante,
temblando al murmullo del aura sutil?
¿Esperas? Sí, esperas, lo dice a mi alma
que sufre y espera, tu triste actitud;
esperas mensajes de seres ausentes,
¡te alfigen y enferman las nieblas del Sud!
¿Qué extrañas? El sauce de frondas sonoras,
el claro arroyuelo de limpio cristal,
la tosca canoa que ataba el isleño
con lazos de ibira, del verde juncal?
¿Extrañas el nido que el viente hamacaba,
que a veces las ondas con furia azotó,
colgado cual viejo jirón de bandera
del trémulo gajo del alto timbó?
¡Ah, lejos, muy lejos, quedó la espesura
que oyó tus primeros cantares de amor;
en vano te agitas, esperas en vano,
no oirás de las selvas el dulce rumor!
No es ruido de hojas, ni tumbos de olas,
lo que oyes, boyero, con triste ansiedad:
es del mar humano la ronca marea,
de torvas pasiones el rudo huracán.
¡También yo he dejado muy lejos el nido
a cuyo suave, gracioso vaivén,
canté a la esperanza con dulces acentos,
a Dios y a mis padres queridos canté!
¡Hermano! Suframos. ¡Hermano! Esperemos,
no hay noche sin alba, ni eclipse inmortal;
cantemos, que el alma se embriaga cantando
y los dos tenemos el don de cantar!
Después del triunfo
A eso llaman triunfar: palmas y gritos,
algunos ramos de venal laurel,
y después... ¡el silencio y el olvido!
¿Y después? ¡Oh, qué horrible es el después!
Abrir el corazón, verter sin tasa
el perfume y la miel;
arrostrar la mirada indiferente
de las turbas sin fe!
Todo eso, ¿para qué? ¡Para que algunos,
con grosera avidez,
le claven los anteojos a la autora
y la aplaudan después!
¡Si eso es triunfar, la gloria es el martirio,
la gloria es la embriaguez!
¡Vale más la sonrisa de mi madre
que el más rico laurel!
Lágrima
Del Uruguay a la orilla
en una noche de estío,
una rosada azucena
vi bordada de rocío.
Que ruborosa inclinaba
su cáliz hacia otra flor,
para dejarle una gota
de rocío temblador.
Ya la flor que había quemado
con su ardiente rayo el sol,
la halló alegre y sonriente
el vespertino arrebol.
Así en las almas que lloran,
tan tristes como esa flor,
suele descender un día
una lágrima de amor.
Y como despierta el ave
cuando ruge el aquilón,
despierta el alma dormida
temblando de inspiración.
Nuestras almas
Dos suspiros que se juntan
en el camino del cielo,
porque brotan de dos pechos
que sienten el mismo anhelo;
Dos blancas perlas del alba
que en el cáliz de las flores
se buscan, para volverles
sus perfumes y colores;
Dos azules nubecillas
que se unen allá en los cielos
para contemplar la luna
y envolverla entre sus velos;
Dos arpas que alegres riman
de amor iguales poemas,
y tristes si una está triste,
buscan siempre iguales temas;
Dos aves que a un tiempo cantan,
dos arroyos que murmuran,
¡eso son nuestras dos almas,
que eterna dicha se auguran!
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