Hugo Caamaño
(Córdoba, 20 de febrero 1923 - Córdoba, 29 de septiembre 2015)
Ha publicado: “Delirios de Grandeza”, 1982; “La Casa del Canto”, 1985. “ El que manda de lejos”, 1990 ; La llama movediza, 1997; “dios”, 2002, Ediciones del Dock , “Homo Homini Lupus” , 2006 y su Obra Poética , Alción 2007.
El amor en las calles
Capital, Buenos Aires. Cielo bajo.
Ay, ¿no me oyes, amiga, esposa ajena,
tornasolada cuerda del deseo?
El día es un salón iluminado.
Salgo a buscarte en él y no te encuentro.
A lo mejor mañana -entre la gente-
tus calles desbordantes me la entregan,
ciudad de férreas patas enterradas
a un costado del agua y de los barcos.
Alguna vez invade donde espero.
Entra al café con su pollera corta
y parada en el corazón los finos tacos
de sus zapatos negros me hacen daño.
Para tanta pasión soy muy pequeño.
Y aunque se ha ido, yo, ahí en la mesa
que como un perro fiel sale a buscarla,
sigo mirándola como una joya
ardiendo en la empuñadura de la noche.
A veces quiero ser -después me angustio-
un capitán de obreros insurrectos.
Grito ¡América! Y bajan los del norte.
¡Campesinos! Y suben los del sur.
Y se encuentran, se reconocen, se saludan,
y hay ruidos de muchos hombres y hacen fuego
y se sientan alrededor del fuego y deliberan
y designan los jefes y se ponen
de nuevo en movimiento.
Caiga en el libro que lee la que amo
una gota de sangre, un frío atardecer
que estando sola en el café de siempre
no sepa adónde ir.
Adelaida, mi amor, dame la mano
y vamos a la ciudad abandonada,
a las ruinas de la vieja ciudad
de cielos pálidos y vientos y grandes árboles
y ahí, esposa ajena, bajo el sol,
oh las puertas secretas de tu cuerpo
que golpeo con lo que tengo de rodillas.
No te enojes por eso. Sueño es nada,
nada, guantes que brillan, seda y sangre,
escarbando mi cráneo hasta el hastío,
que consigo destruir pero que vuelve
reconstruyéndose con pasos lúbricos
de un trasfondo ignorado donde caigo.
La conocí en un cine. Esa noche
-20 de julio del 51-
mi corazón cansado se apoyaba
en un bastón de sangre,
cuando con un sobresalto descubrí
el rostro prometido en ese rostro.
Saludé. Me acerqué. Me presenté.
Sonreía que no. ¡Qué iba a decirme!
Siempre me dice no cuando le hablo.
Recuerdo el verso de Poe, ese que dice:
And all I loved, I loved alone.
Siento orgullo por eso y quedo aislado
por un círculo frío de los otros.
Sombra dorada, puerta de mi agonía,
así te traigo de la mano al verso.
En mi único poema enamorado
quiero cantar más alto que ninguno.
Los demás si algo son sea en el coro.
Adelaida, mi amor, casa fragante
alumbrada de noche por mi fiebre
y golpeando sus puertas el bramido
de un tigre solitario.
Buenos Aires al norte, cielos bajos,
el otro día la encontré en tus calles.
Un relámpago negro ató mis piernas.
Y cuando vió que la miraba, mudo,
inmóvil en mi fuerza, abrió sus brazos
y se acercó hasta mí como una hermana,
sonriendo desde el sitio que no alcanzo.
¿Por qué será que no parezco un hombre
sino un pueblo de músicos que huye
atormentado por estruendos dulces
abandonado al sol los instrumentos?
¿Por qué será que nunca me comprende,
o me comprende y se sonríe?
¿Qué debo hacer, ciudad? Oh, yo no quiero
quedarme noche y día masticando
como una droga infame tal angustia.
No ha nacido mi alma para eso.
Mi alma es como un cuarto tapizado
de cortinajes negros y en el centro
un joven viudo de rodillas llora.
No ha nacido mi alma para eso.
¿Iré a las exposiciones de pintura?
¿A conferencia de poetas con barbitas?
Iría pero desnudo, de a caballo,
cuatro pumas hambrientos. Y que huyan.
Cuando de noche callas en la cama
al lado de tu esposo que ya duerme,
¿escuchas la tormenta? Mis manos que te buscan.
¿sientes la soledad? A mí me sientes.
¿Sientes que algo muy bello te ilumina
de un resplandor de pájaros salvajes
en cielo azul y campos verdecidos?
Yo soy que te poseo, amada, amiga.
Eso es todo. No espero. Quiero irme.
Europa jura y con ardientes manos
borda banderas nuevas y me llama.
¡Basta! Cuando me vaya (si no he muerto),
ahí en barco, solo, entre la gente
desplegaré su rostro como un cuadro
pintado entre violines por Picasso,
y me estaré mirándolo, mirándolo
ahí en el barco, solo, entre la gente,
muy pequeño, muy solo en el océano.
Y nadie la verá si yo no hablo.
[La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985 ]
Los paraísos industriales
Naciones convertidas de un siglo para otro
en paraísos industriales, en infernales paraísos
de una elegancia técnica asombrosa.
Morir si es necesario en otra guerra.
El tigre de colmillos atómicos anda suelto.
Rodeadas de una muralla nuclear las vastas urbes
de ruidos melancólicos sin orden ni sentido,
bajo la noche abriéndose como una sombrilla gigantesca
pura de astros que se encienden y se apagan.
Nada imprevisto en la sucesión de los capítulos.
Desorden de paisajes terrestres. Protón 4.
En las estepas de Siberia
o en la sección norte de América
desciende el paracaídas con su hombre.
Los radio-telescopios, orejas del cosmos,
captan música a 12 mil millones de años luz.
Se alejan los mundos a conquistar brillan lejanos.
Seres de un material desconocido
en los salones interiores
de la masa de luz resplandeciente.
[La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985 ]
Hominidae
Perdido. En sí misma el Agua Madre
ha disuelto el animal prototipo, imaginario.
De las ramas de sangre caliente, las más altas
del Árbol Inhumano, yo fui el fruto distinto
y sin origen claro y visible del Edén terrestre.
Una noche entre infinitas noches que no olvido,
que no podré olvidar (¿cómo pude llegar a ser otro
y ser el mismo?), estoy sentado alrededor del fuego:
los dientes, las mandíbulas dominan mi rostro,
los ojos de grandes órbitas miran la noche.
Yo entonces no sabía -era inocente-
que la Tierra de raudo giro estaba lista,
pero sin nombre aún, para que yo
iniciara mi historia ambigua y dolorosa.
Imperceptiblemente los huesos de mi cráneo
se abovedan (bella la expansión del cerebro
como la expansión del Universo), que es
cuando interiormente mis dos ojos
en un vertiginoso descubrimiento de mí mismo,
se deslizan por un plano inclinado hacia la grieta,
alma, ombligo interior,
que es cuando siento desazón, angustia.
Vida, guardé mis muertos. ..
Estoy aquí y allá, en todas partes.
Lluvias sobre el grosor de los bosques, las praderas; .
cielos radiantes y fríos, cielos cálidos.
Mi piel cambia del blanco al rojo, al negro,
al amarillo; en lentas gradaciones profundas
(sin cesar) mi cara reproduce la cara de todos
y cada uno de los seres que vivieron,
que viven, que vivirán un día en este mundo,
que es cuando necesito expresarme, comunicarme"
y como esas fuentes de agua clara que se ven
en los paseos públicos de las grandes ciudades,
hablo con infinito anh~lo a los astros herméticos,
que es cuando me brotan de la boca sin distinción
los idiomas de los hombres del mundo
en largos chorros surgentes,
y soy por piedad de mí todos los hombres.
Es un quehacer extraño que ya otros
han realizado bajo el incierto cielo antes que yo;
porque así pudiera mi sexo engendrar mundos y mundos,
es mi vida la que se extingue no mi muerte; el muerto
ha de seguir implacablemente muriendo en proporción
a la asombrosa correntada de noches y días
que emplea la Especie en nacer, prometer y cumplir.
Porque, oh coágulos astrales de la noche,
vidalitá, oh tigre de los llanos,
si me quedara en cama (pa' no gastar
los días que me quedan) mudo, inmóvil;
si una mañana me afeitara con uñas y dientes
al pie de alto espejo absoluto: me punza
el enigma del ser, del semen, del óvulo.
Sepan los maulas que no hay
influencias literarias, al menos consciente.
lo que hay es una transmisión de poderes,
lo que hay es una remota y verídica herencia
como si fuera mi humano cuerpo un nudo más
(la creación continúa) de energías divinas o no,
que unos llaman Amor: ebriedad natural, sexual,
primaveral; otros, palabra de Dios; otros Azar:
urdimbre de fuerzas ciegas que modelan
en lo negro y vacío la realidad, la Esfera
y el Sueño.
Todo materialismo es pesimista.
¿En cuál última noción o valor te apoyarás,
mente melancólica?
[La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985 ]
ESPOSA
Por las calles gastadas del suburbio
la luz huye de mí como una virgen,
siempre hacia el este siempre hacia el mar,
lejos de la república que odio.
Estoy hambriento, sudado, tembloroso.
Deseo descansar, salvar mi cuerpo.
Nada interesa a mi alma como salvar su cuerpo.
Cuando él asciende hacia los cielos
desde cualquier ciudad, desde una plaza;
cuando mi boca chupe los pezones
de la Virgen María;
cuando la inmortalidad no sea un sueño,
una intuición, entonces moriré.
Mientras tanto me niego. Me resisto.
Voy a seguir viviendo en la Argentina,
voy a seguir aquí, de pieza en pieza,
furiosos, melancólico, intratable.
Este es mi lote, lo que a mí me tocó.
Esta triste república es mi esposa,
y aunque la odio, sin ella nada soy,
y sólo en ella puedo engendrar
toda la eternidad de carne y hueso
que reclaman mis órganos hambrientos. (pág. 20.)
MELANCÓLICAMENTE, INÚTILMENTE
Comienzo confusamente a trabajar.
Escucho. No veo bien, no toco nada.
Hay una luz intensa que no alumbra.
Siento la madurez pero no el fruto.
No aseguro si me he puesto a escribir
o me caliento al sol en la ventana,
melancólicamente, inútilmente,
pensando en el país imperdonable.
Y siempre en la penumbrosa habitación
ese perro sin alas olfateando
los rincones, las ropas muertas y la cama,
ladrándome, creciendo para atrás.
Oigo el bastón de Borges que se acerca
y se dirige vacilante hacia el sur.
Le perdono a él que sabe tanto
lo que ignora con odio de nosotros.
El ejército ocupa la nación.
Los obreros están lejos de todo.
No hay trabajo. Los pájaros han muerto.
Si hay algo que me hace bien es el otoño,
el resplandor tranquilo de los árboles,
el color de sus días, sus crepúsculos.
Esas grandes estrellas que palpitan
son las mismas que contemplaba Martín Fierro.
Patria, no tengo nombre ni ciudad,
huyo de la familia y de la muerte.
Acá tenés mi rostro y mis rodillas,
levántame del suelo hasta tu boca. (pág. 42)
SOBRE EL ESCRIBIR
No digas que estás agotado. NO es así.
Tú anhelo de vivir es tan ardiente
como el del primer día de la Creación.
Pero sufres de un mal, el de saber
que esencialmente ya fue todo sentido,
ha sido todo pensado, todo dicho,
y lo que hagas carece de importancia,
porque de alguna manera el fin del mundo
aquí en Buenos Aires ya ha sucedido.
Si hay tantos libros en los anaqueles
¿por qué entonces no dejas de escribir?.
No imitas, es verdad, más convengamos:
no eres original en lo que escribes.
Repites conmovido un gesto inmemorial.
Pero si lo consideras fríamente
advertirás cierta monotonía en la cadencia
de la gota de espíritu que cae
sobre la hoja en blanco.
Y si es cierto también que de ese modo
madre naturaleza te confirma,
con cruel obstinación, áridamente,
-fiel a las reglas del juego- te sitúa
ante la inminencia de un hecho único, inaudito,
que luego ella posterga una vez más.
La diversidad de lo mismo te anonada,
el peso de los números te dobla.
Y en otro tiempo, con otra voz, en las alturas,
los maestros cantores resplandecen. ( pág. 151.)
BAJO CONTINUO
Cómo quien busca tanteando bajo el agua,
escribo únicamente de mañana
y sólo cuando los torbellinos de luz
de esa parte del día me dan tregua.
Pero no entiendo, nada, nada.
No digo de la mitad de lo que siento.
Palabras, como en la calle un pan mojado
que pisa la gente al caminar. Cuando nací
tal vez traía un mensaje para el mundo
y como un hombre distraído lo olvidé;
en la cruz de "lo ya dicho y lo indecible"
soy el clavo, el martillo y lo clavado.
Silencio. Soledad. Y algunos libros
escritos para el polvo y las polillas.
Antes me asombraba de ser, de haber nacido,
hoy me asombro de no estar muerto todavía. ( pág. 181.)
Poesía
La poesía tiene que ver con todo,
pero se corta sola.
En apariencia es una bella mujer ingenua
en su jardín. En apariencia.
Dos pretendientes la visitan
e se disputan sus favores,
uno se llama bien, el otro Mal.
El primero le habla en el lenguaje de las flores
y para darle un beso la rebaja con agua
pero es el segundo quien la llena de hijos
y de hijastros.
¿Ese soy yo?
Hace muchísimo tiempo que no sueño.
Con mucho esfuerzo al despertar apenas puedo
ponerme de pie, caminar, saber donde estoy,
reconocerme penosamente en el espejo.
Sí, ferozmente Inocente, ése soy yo.
Quien fuera como el Sol que nunca duerme.
Sin testigos
Me aparto.
Me estremezco.
La cabeza
Ya demasiado madura cae al fondo.
Me desagoto de años y recuerdos.
Abandono el país.
Quemo el idioma.
Arráncame mis padres de la ingle.
Aparto como unas ramas melancólicas
Mis huesos con la mano.
Me voy hacia otra cosa,
Hacia otra cosa.
Aquí no hay tanta luz.
Aquí descanso.
Pólvora seca
Como salta el gorrión de rama en rama
ocurre que a veces repasando un libro
ando a los saltos de página en página,
sin entender con claridad de qué se trata.
Los años me han convertido en un ser inferior.
Mas secarme como un clavel del aire, eso jamás.
Lo que quiero de abajo hacia arriba es estallar.
Fue vanidad creer que el cielo azul era mi cara.
Y vos que según veo sos mi sombra,
no me hagas preguntas espantosas.
HUGO CAAMAÑO O LA ALTURA DE LOS HECHOS
"Preparativos. Las virtudes de la prosa: verdad, desnudez, economía, eficacia, fijadas como meta del poema: verdad, desnudez, economía, eficacia. La peculiar autenticidad de la buena prosa aligerando de divagaciones cualquier proyecto de poema, recordándonos indirectamente que el poema es, además de un objeto, una experiencia moral".
Alberto Girri, poeta argentino (1919-1991).
De "Diario de un libro"- 1972- Obra poética III, Corregidor (1980).
Uno sabe cuando está a punto de escribir sobre alguien que hay un valor en ese autor que no es posible definir. Si desde un principio uno considera esta suerte y le advierte al lector que no espere una lectura sagaz ni exenta de compromiso, es necesario que el lector lea un poco al autor en cuestión. No se trata de un modo de discernir la poesía sino de promoverla.
La presencia de este hombre, hoy aquí, se reduce a cuestiones muy simples: es un nombre que no se repite. Tampoco vamos a reducir al signo de lo novísimo como una cualidad necesaria para ser tenido en cuenta. Hugo Caamaño es cordobés, nace en 1923. Vive en Buenos Aires o lo intenta como se deja entrever, en sus textos. De las noticias que no llegan queda esta antología editada por Alción en 2007. De esta edición son todos los poemas citados.
Haber nacido en 1923 y publicar desde 1953 deja un recorrido bastante amplio para considerar en la historia de la poesía argentina. (Ya lo sé, muchos dicen que tal historia no existe pero aquí hay un autor que dice ser argentino y escribe poemas y hace proposiciones.)
En términos estilísticos, palabreja, podría situarse a Caamaño en la vertiente de la poesía social o política; aquí mismo no quisiera incomodar a nadie con anacronismos pero bien vale recordar que esta clasificación, asociación o acercamiento, es un desprendimiento de las vanguardias. Los temas (la historia; la política; la ciudad, como espacio de alienación; La crítica al consumismo; al sistema social) lo definirían pero leer un poema donde el azar es un ejercicio lírico que confía en lo que dice como en lo que descubre nos acerca hacia una mirada excéntrica de las cosas. Esta "desubicación" está dada esencialmente por el trabajo con la palabra: su lengua poética, las palabras que elige, atraviesan el espacio de las convenciones.
No hay nada de impersonal en Caamaño. Sabe algunas cosas, intuye otras pero no deja de percibir que hay un orden. La historia, para estos corazones, aun es un lugar habitado por lo descifrable.
Al no haber temas ni palabras poéticas (otra resolución de las vanguardias) esto quiere decir que todo es materia poética y la palabra, allí, podría recuperar su dimensión de establecer vínculos. El poema no es solo lo que dice sino aquello que no dice, que no puede alcanzar. Esta conciencia de los límites hace de la tarea de escribir un problema del origen y el sentido, de lenguaje y propone, Caamaño, una superación de las contradicciones ejerciendo el oficio del testimonio. "No soy un dios. Pero habitar esos departamentos de un ambiente, en un décimo piso;... sobrevivir en la resonancia de las calles de una ciudad casi infinita, donde la primera condición de existencia es el hambre de posesión de objetos y el odio por lo abstracto... no deja de ser un milagro semanalmente renovado del que soy responsable, que debo anotar además, y, si es posible, publicar." (pág. 215) Aquí lo social y su faceta más intrínseca, lo político - las condiciones que determinan nuestras maneras de relacionarnos y convivir-, no es solo un juego de palabras que discrimine las culpas. Estos poemas confirman que el tema no es sólo una variable del poema, ni el fondo es un valor estético, estático.
La originalidad, madre de los condicionamientos, no es un lugar que persiga.
No nos equivoquemos con Caamaño, él es un desengañado. Cree en pocas cosas. La poesía lo mantiene a flote porque es un espacio que aún le brinda aquello que las instituciones mutilan: la libertad de acción. Esta "materialización espiritual" que se acerca al desapego, es la razón más profunda que uno puede verificar en sus textos. Esta libertad pelea en cada margen del poema contra la abulia, el escepticismo, la derrota, la finitud, lo paradójico, las contradicciones. De esta lucha, sus consecuencias, hace Caamaño, sus poemas.
Caamaño es contemporáneo porque su humor - es decir los arrestos "espirituales" que se filtran en sus textos - usa la ironía, el desprejuicio gramatical (la prosodia), lo paródico de las convenciones, la turbia confianza en la razón y sus helechos - la acumulación de bienes, el saber científico, el progreso tecnológico- como herramientas para superar una materia que es difícil de atravesar con los datos que están dispersos o quedan abandonados.
En toda su obra pueden encontrarse interlocutores que el bate considera válidos: La Poesía, La Historia, El Pueblo, El hombre y una insistencia que desafía las clasificaciones: La Idea de dios (también lo escribe en ocasiones con mayúscula). Estas ideas-fuerzas lo seducen y sublevan, lo apartan y recogen. Lo acercan a las diferencias que no pueden disimular los artificios del privilegio.
Lo que un poeta sabe es que siempre llega tarde: la cosa ya es, los hechos ya ocurrieron. Aquí se trastoca aquella afirmación Rimbaudiana de la videncia o mejor dicho se ajusta: no es la capacidad de saber lo que ocurrirá sino la tenacidad de anotar lo que nos está ocurriendo.
"... cada vez la escritura del poema se presenta como un desafío, un azar, ¿seré capaz? No podría empezarlo un poco al tanteo si no me sostuvieran de atrás los que ya tengo escritos, debido a que la violencia del sentimiento en un sentido me inmoviliza y en otro me dispersa."(pág. 199.)
Por Ceferino Lisboa.
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