Alfonso Barrera Valverde
(Ambato, ECUADOR 1929 - 6 de septiembre de 2013) fue un poeta, narrador, novelista, jurista y diplomático ecuatoriano. Fue Ministro de Relaciones Exteriores bajo el gobierno de Jaime Roldós y durante el incidente en Paquisha.
Nació en 1929, en Ambato, Ecuador. Fue el sexto de siete hermanos, su madre Teresa fue una ama de casa que gustaba del arte y su padre Rafael fue profesor. A la edad de años se trasladaron al barrio San Roque de la ciudad de Quito, donde estudió en el Pensionado Mera y en el Colegio La Salle. Obtuvo el título de doctor en jurisprudencia en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del Ecuador y un postgrado en la Universidad de Harvard.
Diplomacia
A la edad de 23 años entró a trabajar en la cancillería, y en poco tiempo fue nombrado embajador en República Dominicana, bajo la dictadura de Leonidas Trujillo, y estuvo a cargo de la embajada de Venezuela debido a que las relaciones entre dichos países se habían roto, al tener asilado a 13 personas que más tarde lograron partir a Brasil. También fue embajador de Ecuador en España y Argentina.
En 1980 fue nombrado Canciller Ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Jaime Roldós Aguilera. Durante su cargo, el 22 de enero de 1981 ocurrió un incidente militar en Paquisha, frontera con Perú, que terminaría en bombardeo el siguiente día 28, por consecuente convocó a embajadores de los países garantes y tratarlo en la 19 Reunión de Consulta de la Organización de Estados Americanos en Washington. Luego de su regreso fue bien recibido por los ciudadanos y los distintos partidos políticos que le ofrecían una candidatura a la presidencia la cual rechazó.
Trabajó para la cancillería un total de 49 años.
Literatura
Fue ensayista, narrador de ficción, novelista y poeta con gran trayectoria a nivel nacional. Para 1979 ya había publicado tres poemarios y dos novelas. En 1982 realizó Hombres de paz en lucha, donde trató sus vivencias y reflexiones vividas sobre la La Guerra de Paquisha de 1981. Una de sus obras más destacadas es la novela infantil El país de Manuelito de 1984. En 2006 publicó una obra titulada Sancho Panza en América, bajo el sello de Alfaguara.
Fallecimiento
Falleció a la edad de 84 años, el 6 de septiembre de 2013.
Bibliografía
Poesías
Floración del silencio (1951)
Latitud unánime -con Eduardo Villacís M.- (Quito, 1953)
Testimonio (Quito, 1956)
Del solar y del tránsito (Quito, 1958)
Poesía (Quito, 1969)
Tiempo secreto (Buenos Aires, 1977)
Novelas
Dos muertes en una vida (1971)
Heredarás un mar que no conoces y lenguas que no sabes (Madrid, 1978)
El país de Manuelito (Quito, 1984)
Ensayo
El derecho internacional público en América (1962)
Manual de extranjería (1966)
La occidentalización de la poesía japonesa contemporánea (Quito, 1968)
Hombres de paz en lucha (Quito, 1982)
Consta en las antologías
Indice de la poesía tungurahuense (Ambato, 1963)
Antología poética de Quito (Quito, 1977)
Lírica ecuatoriana contemporánea (Bogotá, 1979)
Poesía viva del Ecuador (Quito, 1990)
MENSAJE DE PAZ
(Carta a cualquiera)
Una fecha:
la tarde que se muere.
Te escribo desde el limpio solar de los anónimos.
No me conoces.
Sólo soy un hombre.
Habito pajonal y cielo míos,
un país montañoso,
con la nieve
que me puebla de ríos la mirada.
Para escribirte,
lejano parcelero
de esta región total que llaman tierra,
fue necesario que la luz huyese.
Las sombras suelen ser como las tumbas,
que en perfume de flor y de recuerdo
nos hablan de la vida hasta las lágrimas.
El día, como un ángel,
se posa en el arroyo.
Sus manos pone en cruz húmedamente
sobre el aire más quieto,
en el remanso.
Saber morir: ésta es la ciencia exacta
que no hemos aprendido todavía.
Las rosas caen,
paso a paso, en pétalos.
Y los Andes se caen por crepúsculos.
Compañero,
no sé tu religión,
no sé tu patria,
mas sé que eres hermano
desde esa vez en que mi madre dijo
que un pedazo de pan es para todos.
La tarde se nos va como suspiro
y en el final del día
es preciso ordenar nuestros recuerdos.
Alguien ha muerto.
Nadie me lo dijo.
No sé dónde ni quién.
Y me ha dolido.
Le nacieron estrellas a sus ojos.
Ya sus manos habitan el profundo
país de las raíces de los árboles.
Hermano, le mataron.
Entre fusil y angustia confundido,
sin comprender, palpó sobre su cuerpo
la misma sangre que buscara en otros.
Y era de igual color.
Y surtidores
de misma fuerza le volvieron ciego.
¿Por qué la muerte, hermano?
Para saber matar será preciso
que sepamos vivir,
Ah, porque entonces
no sabremos matar.
Me comprendes,
tú, que vives mi vida en otra tierra,
porque sueñas, caminas y preguntas,
porque sufres de pan y de recuerdos,
porque tienes el alma
de harina igual a todas las harinas,
porque llevas los ojos
inútilmente tristes
y más inútilmente que los míos,
porque fuiste pequeño, como todos,
porque un ave
de brisa familiar te saludaba
desde el zaguán, jugando con tu perro,
cuando después de clase
la risa te brotaba sin origen,
porque tenías las pupilas húmedas
como fruta sin viento.
¿Recuerdas?
Entonces tú mentías de otro modo
y el soldado de plomo fue testigo.
Obrero,
cuando sepas la noticia,
no crispes la palabra.
Llama a todos tus hijos,
los que suelen
caminar en tus ojos a la fábrica
y poner azucenas
en tu camisa gris al reclinarse.
Diles que en el futuro comeremos
las migajas morenas de tu mano.
Trabajador, amigo de mi infancia,
tú, vestido de músculos y horario,
yo, vestido de ti por mi tristeza,
mineros somos y en cavar vivimos,
seres que piden luz, antiguos seres
que buscan la salida en honda altura.
Todos vamos haciendo, por faenas,
las iniciales vivas de ese fuego
que se propagará con multitudes
de iluminado corazón abierto.
Si me lees, obrero,
no necesito caminar más trecho.
La veta de la luz de la alborada
sorprenderá a tus hijos
de vuelta de la escuela de la angustia,
con las más altas notas en dulzura,
con llanto de alegría
y sin zapatos.
Soldado:
Para llegar a ti, sencillamente
seré sobre tus hombros
la mano del amigo sin preámbulo.
Soldado:
tú podrías ser hombre.
Baja hasta las trincheras tu mirada
y escucha esta verdad:
la historia miente.
Los héroes son los héroes mientras viven.
Los que murieron héroes ya no saben
la tremenda batalla del minuto.
Nada más y perdóname, soldado.
Pronto verás caer a tus amigos,
con los ojos abiertos hacia el cielo,
cara a Dios,
preguntando qué es la vida.
Quizá debes viajar dentro de poco
y es preciso que viajes con nostalgia.
Una fecha: la tarde que se muere.
La luz en el ocaso se conforma
y en el final de todo,
preciso es ordenar pocos recuerdos.
Alguien ha muerto.
Sólo nos quedaron,
en un cuarto, ciudad desconocida,
la acusación inútil de una lágrima,
y en la calle,
las pisadas del hombre más humilde,
dispuestas a llenarse de luceros
cuando llueva de noche
y no sepamos.
(De Tiempo secreto)
POEMA PARA CONCURSO
Señores del jurado:
vuestra convocatoria fue leída
por todos los poetas de mi pueblo.
Señores, sí, vosotros,
y que sois, sobre todo, tan ausentes,
no podéis entenderme cuando os digo
"poetas de mi pueblo".
Sin embargo, creedme
si declaro que son como cualquiera,
quizá algo distinto de vosotros.
creedme si repito que no viven
de otro modo que el sastre y el cartero;
creedme si sostengo que transcurren,
si juro que son hombres v son cuerpos.
Honorables señores, y
al aceptar esta llamada vuestra
con eventual oferta de dinero,
los distintos poetas,
cada cual a su modo, con sus versos,
con una vida entera v sus remiendos,
han resuelto golpear los aldabones
con que volvéis pesadas vuestras puertas.
Señores, los poetas
van a hablaros de todo.
Varios querrán contaros su tristeza.
conocéis, caballeros, la tristeza
de tal modo que aún podéis juzgarla?
Muchos, en cambio,
van a daros en cestas de alegría,
noticias frescas de un país lejano
que ya logró prohibir la flor, las lágrimas,
que en su nuevo orden numeró los júbilos
y decretó la dicha edificable
con rencor de hoy v con amor futuro.
Señores del jurado,
vosotros, que sois dueños de los días
venideros v aun no venideros,
haced en vuestro reino
dos sitios, uno para quienes cantan
a países lejanos, ya felices,
y otro, quizá pequeño, para todos
nosotros, lo que no, los que luchamos
por hoy mientras cantamos por mañana.
Seres ilustres,
que distribuís gramática, justicia
y conocéis el árbol
del bien y el mal y no sois expulsados
de vuestros paraísos,
señores,
yo que no soy poeta de mi pueblo
ni de ninguno más, salvo del mundo,
del mundo v de cada uno de sus pueblos,
yo, que no soy poeta propiamente
sino un hombre que pasa y que retorna,
que tiene mujer, hijos y vecinos
y pan gracias a Dios y por de pronto,
me doy por convocado, pues no niego
mi voz a vuestro gesto generoso.
Vengo, señores, toco vuestros nombres
y digo mi poema, a mi manera:
Maldito y perdonado sea el hombre
que compra la palabra y la hace célebre.
Maldito y perdonado sea el hombre
que tiene pan, lo niega y no lo muerde.
Maldito y perdonado sea el hombre
que sin vivir su vida habla de muerte.
Maldito y perdonado sea el hombre
que vive sin vivir su propia muerte.
Maldito y perdonado sea el hombre
que muere sin morir lo suficiente.
Maldito y perdonado sea el hombre
que ama con precisión lo que es prudente.
Maldito y perdonado sea el hombre
que pasa en diagonal y habla de frente.
Maldito y perdonado sea el hombre
que juzga en tribunal lo que otro siente.
(De Tiempo secreto)
MUERTE DEL LEÑADOR
Y volveré a decir "esta es la Patria"
cuando Juan Leñador muera de espaldas,
unido sin perdón a su madera.
Recogerán su vista mientras todo
transcurra en pleno día y más cadáveres,
aguas arriba, inunden nuestros árboles.
Así caerán él, su voz, un modo
de convocar al viento, una costumbre
de saludar a los demás en vano.
Su conciencia, sus pies, siempre desnudos,
se detendrán a recibir la lluvia.
Se enterrará, sin apellido, un nombre.
Los hijos lucharán contra el olvido;
será tarde, sin duda, para amarlo.
Él, con sus modos, irá haciendo sitio
para sus fuerzas v sus manos útiles,
mientras el vendaval, como cruel árbol,
agite su follaje, lo disperse
y retome el sonido en el exacto
sitio donde el mal clima es un recuerdo.
Todo seguirá igual. Bajo los bosques
seguirán las planicies, las edades,
transitadas por calcio v golpe eterno.
Pero Juan Leñador no dirá nada.
Ni cuando lancen tierra a sus pupilas.
Ni cuando su mujer siga viviendo.
porque el ángel se alarga más allá de la vida.
Ni cuando el perro deje que sucedan
las cosas en las noches v se tienda.
Juan Leñador, qué bosque su mirada,
qué viento tras un río su silencio,
qué de metal la luz sobre su valle,
cuántos hombres después de este suceso
v cuántos hombres antes.
Un día, en él también será la Patria.
Quizá sobre sus labios ya no queden
ni piel intacta, ni gusano vivo
sino el sabor de tierra irrenunciable
que llevamos, sin duda, desde ahora.
(De Tiempo secreto)
CARTA AL AMIGO MEDICO
PARA EDUARDO VILLACÍS MEYTHALER
Eduardo, vo querría
darte noticias viejas, se me escapan.
Mi hijo, con un vagón fuera de rieles,
tirado por un hilo, me pregunta
para quién escribimos, yo le digo
que más lo sabes tú puesto que sabe
mejor que yo tu corazón sin tregua.
¿Quién es él? averigua, le contesto
"se llama como tú"; cuando lo sabe
pone su poca soledad al norte
y alza la mano como quien saluda
sin esperar que nadie le responda.
Le cuento que eres médico, me pide
ver algún hospital. cómo decirle
que el hospital es una marcha lenta
del tiempo, que está grave de domingos,
que, entre muchas heridas, son las suyas
las incurables y que en cada lunes
hay dolencias que vuelven, hay dolencias.
Un día, amigo, cuando todos pasen
-y nosotros también- v nuestros hijos
miren de qué dolor se van haciendo
las más hermosas de las alegrías,
he de querer que tú puedas contarles
a los míos tu paz y que les busques,
les expliques tu rostro, será bueno
que llegues por mi casa como llegas
a ver a tus enfermos y les digas:
qué bien está la vida, cómo huele
la madrugada a pan y cómo cabe
la vida de los padres en el cuenco
pequeño de las manos de los hijos.
Es mucho lo que pido, pero tienes
la costumbre de ser más que los otros.
Si lo pido de ti, pido de todos
los tuyos: esa madre que traía
del trigal sus vocales y una tarde
se te murió sin causa conocida,
sólo por completar la breve nómina
de misterios que vuelven al misterio.
Eduardo, te pregunto:
¿sigue el mar en el golpe de tus versos?
¿tiene el portal de tu ciudad un río
de gente entre la cuesta y el saludo?
¿crecieron tus hermanas, no mentía
quien me contó que ya tuvieron hijos?
Perdona, te retuve, debes irte,
decir a tus enfermos buenos días
y a la monja, guardada hace dos siglos,
pedir un alma y una almohada frescas
a cambio de las bromas en que llevas
un ángel que te sobra, de repuesto.
Debes usar tus órdenes en calma,
tu paz, que no salió del barrio viejo,
debes cruzar la plaza donde escoges,
de paso v de memoria, tus esquinas,
debes pulsar la vena del diarero,
de su reloj parado en el instante
preciso de la tos definitiva;
debes recuperar de tus apuntes
aquel en que escribías "colegiala",
porque estaría mal que no contaras
a tus hijos cuanto hombre va contigo,
qué torrente el origen de tu calma,
qué fraguada la voz de la que surges
a diario, por decir a tus enfermos:
amigos, es la vida, buenos días,
buenos días, salud interrumpida,
buenos días, silencio, buenos días.
(De Tiempo secreto)
ANTICIPACION Y RUEGO
Yo no opondría
mi fe en la soledad a tu llegada,
pero tu plenitud hará pedazos
las más hondas costumbres, las que suelen
ser un vestigio tuyo.
Cuando vengas, te pido
que tú no lo confieses
o que yo no lo note.
No permitas a nadie, ni siquiera al olvido,
que se altere.
Si traspasas mi puerta
después de transcurrir por la penumbra
de esta ciudad en vela,
tan sitiada por ti v aun vacía,
si me traes un mar, ponlo delante.
De ti, de mí,
que lave nuestros pasos.
Cuando llegues, si llegas,
no proclames que existes, no hace falta;
si pronuncié tu nombre tantas veces,
era por aprender cómo olvidarlo.
Me costaría comenzar de nuevo,
restar de mi silencio tus vocales
y atenuar tu perfil con esta niebla,
con esta paz urdida a tus espadas.
Madrid, 1980
LA PLANICIE DE SISIFO
Traigo los retazos que me sirvieron en la resurrección del amor,
los que, mientras pronunciaba mi frase "levántate, camina"
junté para levantarme, para caminar.
Recibido por mí luego de tomar este cuerpo,
consigo proponerle como oferta,
seguro ya, porque duraré, sucesivamente, las veces que me pida quien me tome,
porque seré lento, para que la mujer alcance el brocal
y no solamente el brocal
sino, otra vez, la sed y el manantial del agua
que surge de sí misma hacia sí misma,
con las satisfacciones temblorosas
de lo que es simplemente
frágil y poderoso, final, libre v alegre.
Digo mujer, es un modo de nombrar
esta necesidad de que el infinito quepa dentro de ti,
dentro de mí, de los sacudimientos.
No tengo otra palabra para convocar los sentidos
tremendamente despiertos,
que se desbocan, gracias a Dios, sobre nuestras existencias
y al cuerpo le recuerdan que es un cuerpo
y al espíritu, luego, le permiten
subir a la planicie
desde la cual dos seres, extendidos,
contemplan un indemne territorio
poblado por espigas
expuestas a las brisas,
abierto, por un sol, a lenta vida
y a leal armisticio con la muerte,
vista desde esa augusta lejanía
que da la paz terrena,
paz cincelada a golpe
de las renunciaciones sin retorno,
paz limitada a ser un anticipo
y un perdón por saber cuanto se sabe,
paz que llega a tan sólo
poner la muerte en su lugar exacto,
para mucho más tarde,
cuando ya nos resulte merecido,
por suficientes usos,
el corazón exhausto
vivificado luego del saqueo,
derribándose en júbilos, al fondo
de válvulas y ruinas v compuertas,
detrás de tantos himnos levantados
y de clamores mudos y campanas,
entre quejidos de agradecimiento
y entre susurres, voces mitad júbilo,
mitad temor o petición del otro,
por sobre los hermosos cataclismos
que estaban en las vísperas e irrumpen,
salvándonos, salvándose,
sobrellevando -para darnos- una
soledad entre dos, a buen recaudo,
simplemente en el sitio donde no haya
golpe que falte, llaga que no duela,
poco antes de las nuevas curaciones,
que serán, otra vez, provisionales,
que serán, otra vez, definitivas.
Madrid 1980
EL PAÍS
Provincia
Los ojos de los bueyes, en las tardes,
con humedad, transportan la ternura,
mientras la nube cambia sus linderos.
Los aborígenes
Sobre este suelo
vamos rompiendo cántaros.
Encontramos en ellos
el agua muerta, las mazorcas libres,
la luz guardada antes de ser historia.
Los huertos
Únicos propietarios, los gorriones
reconquistan abril desde los muros.
LOS PROFUNDOS REGRESOS
Pero siempre la vida. Pero siempre.
Salgo por las mañanas
olvidando la llave, los recuerdos
y al voltear una esquina me sorprendo
tremendamente solo,
mas siempre sobrando uno,
mas siempre faltando uno.
Esa, la vida igual y sin remedio.
Por la calle y la puerta conocida,
pensando en ti y a ratos olvidándote.
Cuando vuelvo de noche, ya sin tiempo,
camino de mi cuarto y de tu nombre,
me duelen los hermanos en olvido,
compañeros de
de lluvias, de lección v de pisadas
Y en la delgada calle y en el viento
que se deja llevar por una mano
y en ese poco de alma que es la
filtrada por la luz de una ventana,
los hombres, nada más, siempre los hombres
la vida, nada más, siempre la vida.
Y comprendo a los hombres. Y les amo
Y comprendo su vida. Pero la amo.
JERICÓ
Noticia sobre los mercaderes
(fragmento)
De esto quiero
de madera rompieron,
cómo la paja, que era mi techumbre.
con viento levantaron,
cómo los tropezones del , arroyo ;
con labios detuvieron,
cómo tanto maizal en sol cocido
con máquinas troncharon m.
cómo dulces vasijas fui
por la garganta abrieron.
cómo el pan del asombro de los hijos
en migas esparcieron,
cómo la alfarería de los pómulos
con látigo rayaron,
cómo nuestros rebaños y familias
el éxodo supieron
Y sin tener a dónde, en la montaña.
sin salida su pie, sin luz el ojo,
golpeando las paredes piedra a piedra
la prisión conocieron
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