Anthony Seidman
(Los Ángeles, California, 1973, Estados Unidos), poeta, traductor. Maestro en Escritura Creativa Bilingüe por la Universidad de Texas en El Paso. Vivió durante varios años en Ciudad Juárez; trabajó como profesor de inglés en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Su primer libro, On Carbon-Dating Hunger, fue publicado en el 2000 por The Bitter Oleander Press. Actualmente vive en North Hollywood, California.
(Los Ángeles, California, 1973, Estados Unidos), poeta, traductor. Maestro en Escritura Creativa Bilingüe por la Universidad de Texas en El Paso. Vivió durante varios años en Ciudad Juárez; trabajó como profesor de inglés en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Su primer libro, On Carbon-Dating Hunger, fue publicado en el 2000 por The Bitter Oleander Press. Actualmente vive en North Hollywood, California.
Ha publicado junto a Jean-Claude Loubieres el libro objeto San Fernando Valley Suite y When you Reand... (ambas Ediciones AdeLeo, París) y los libros Where Thirsts Intersect, On Carbon-Dating Hunger (The Bitter Oleander Press, NY), Corresponding Voices (Point of Contac Press, NY). Es traductor del libro A Sparrow in the House of Seven Patios (The Latino Press, NY) de Miguel Ángel Zapata y de varias reseñas y muestras de poesía contemporánea mexicana publicadas en The Bloomsbury Review, Luna, Borderlands, Sulphur River Literary Review, Ur-vox, Pemmican, Rattle, y La Jornada Semanal, Crítica, El Ángel (La Reforma). Ha sido nominado al Pushcart Prize tres veces por los editores de Square Lake, The Bitter Oleander y Hunger. Ganó el premio convocado por las revistas Rhino y Sulphur River Literary Review.
Poesía de Anthony Seidman
Traducción de José Luis Rico
Octavio Paz se dirige a Marie-José
Escúchame como se escucha la lluvia vespertina:
He intentado plasmar las calles, los árboles
de tamarindo, el jardín de mi infancia, el viento y su dominio, todo
en el espejo blanco de una página.
No te muevas; desabróchate la blusa, deja caer
tu falda de trigo que peina el viento; ése
es nuestro mundo.
Me he ahogado en la política, vi
el dinero que raspaba, ceniza en las chimeneas, y me senté
en el atrio blanco del silencio.
No hables; suéltate el cabello, deja caer
tu vestido de agua que tienta a la luna; ése
es nuestro parlamento.
El calendario ha completado
una vuelta, fusionando dioses de agua y humo.
Pero contigo soy un esbozo de sílabas,
un eco que tañe y cede y soy
indiferente a la agonía del mundo porque aquí
duermo contigo.
Sin ti, huerto oscuro,
árbol de mi sangre, navaja del mediodía.
dos pájaros alzaron el vuelo en tus ojos:
Uno sin alas, el otro, un incendio.
Sueño
El calor era un péndulo inmóvil. Nunca hubo brisa que refrescara el sudor de las frentes de los hombres bajo los toldos, o sobre los labios de las mujeres que cargaban sus bolsas de súper, o que esperaban la rutera en la esquina. Cada color ardía, fueran los jugos de melón y limón expuestos en tinajas, el cromado de una defensa, los escaparates de las tiendas, o el anuncio de Coca-Cola pintado en la pared del mercado. Mientras él iba de camino a ver a un amigo en una cantina con abanicos de techo, o en un restaurante con manteles almidonados y meseros en chalecos blancos, recorrería esas calles, esos colores.
A momentos, pasaría todo el día cosechando: negror matinal y tenue, que se eleva en rizos como humo del sándalo, sobre los labios de una adolescente que fue a un encargo a la tienda de la esquina; la franja de óxido en el costado de un autobús; la franja azul-desinfectante de una patrulla. Y el azul duro, sin mancha, del cielo. Millas de nuevos distritos con edificios de estuco –todos licorerías o video centros– pintados de amarillo-yema y turquesa. La arena en un terreno vacante. Callejuelas antiguas con casas de adobe achaparradas y ruinosas, del color del chocolate espumado con leche. Pelaje de un perro callejero, del gris de manteca coagulada.
Eventualmente, esos colores desbordarían sus manos en cuenco
y resbalarían por sus brazos, como hielo que se funde, y mancharían su camisa, pantalones y zapatos. Pero él continuaría acunando en sus brazos esta carga montante de vistas y penumbras; el sudor escocería en sus ojos, y ese ramo variopinto destellaría como el ocaso enrojecido a través de la distancia y el polvo. Después de caminar largo rato, se secarían como pétalos prensados en un libro. Y aún así los portaría, aunque el viento vespertino arrancara algunos fragmentos de luz de ceniza. Al llegar a su calle, él caminaría hacia el muro de una casa derrumbada frente su ventana, junto al callejón. Para entonces, todos los colores se habían marchitado en costras pardas y él las desperdigaría en el viento ascendente, para que habitaran el callejón y los muros rotos. Pronto vendrían las tolvaneras a borrar esas cenizas, y comenzaría un día nuevo con sus colores únicos y perecederos.
Al ocaso, él volvería a su cuarto a recostarse y descansar. Se dormiría, con los rostros, esquinas y resol, destellando y difuminándose como un disco que gira despacio, cayendo por el borde de la arena violeta y vesperal.
http://circulodepoesia.com/
Dos poemas de Anthony Seidman
Just as in that Zen poem, the lumberjacks fill the slopes, ax-steel ringing; as they chop, lotuses shrivel. The hermit in his cave, where a small fire crackles beneath a pot of green tea, gets up, stretches, knows it’s useless… tomorrow he will resume the poem; how the brush inked such images, dew on crane’s beak. With syllables he heard the falling of cherry blossoms in a temple atrium in that region where the farmers had already stored the rice, and sat drunk in huts while the rain increased. Centuries later, Dürrenmatt writes of modern man as a creature under perpetual observation; solitude is the absence of water under the red sand of Mars, an emptiness, like the minuscule pore in a rock that was once a microbe four billion years ago. From my window, I see seven palm trees like the seven spheres and their music shimmering in the arguments of vanished logicians and poets who lived in an age when a man could breathe in solitude, air rushing into the lungs of that hermit as he now leaves the cave and sits to watch the trees topple, so far away he only hears their echo. I want that stillness as I awaken, doors slamming outside, and the men setting up their chairs on the sidewalks to drink beer and listen to their ballads from truck stereos. I want to be that aloneness, so that I become prescience of the other one who observes me, neither man nor woman, but more like perfume on a moth’s wing, odor of sweat and rain among clothes in a closet, that perturbation of autumn I taste in the air, and the petal etiolating.
Como en aquel poema Zen, los leñadores colman las cuestas, el choque de acero del hacha; mientras ellos cortan, los lotos se marchitan. El ermitaño en su cueva, donde un pequeño fuego chisporrotea bajo un pote de té verde. Se levanta, se estrecha, sabe que es inútil… mañana reanudará el poema; cómo el pincel tiñó tales imágenes, rocío en el pico de la grulla. Con sílabas oyó la caída de flores de cereza en un atrio del templo en aquella región donde los agricultores habían almacenado ya el arroz, y se sentaron bebidos en chozas mientras la lluvia crecía. Siglos más tarde, Dürrenmatt describe al hombre moderno como una criatura en perpetua observación; la soledad es la ausencia del agua bajo la arena roja de Marte, un vacío, como el poro minúsculo en una roca que fue alguna vez un microbio hace cuatro mil millones de años. De mi ventana, veo siete palmeras como las siete esferas y su música brillando en los argumentos de lógicos desaparecidos y poetas que vivieron en una edad cuando un hombre podía aspirar a la soledad, aire que se precipita en los pulmones de aquel ermitaño cuando él ahora deja la cueva y se sienta para mirar los árboles caer, tan lejos que sólo oye su eco. Quiero esa calma cuando despierto, afuera las puertas cerradas de golpe, y los hombres que colocan sus sillas en las aceras para beber cerveza y escuchar sus baladas desde el estéreo en la camioneta. Quiero ser esa soledad, de modo que yo me haga la presciencia del otro que me observa, ni hombre, ni mujer, pero más bien el perfume en el ala de una polilla, el olor de sudor y lluvia entre la ropa de un armario, aquella perturbación del otoño que pruebo en el aire, y el pétalo emblanquecido.
(Traducción Martín Camps)
The difference between man and woman is the difference between water and waters; the difference between home and Venus are a torque of pressure, scalding degrees of carbon-dioxide, sulfurous precipitation, and comets strafing the peak of Ishtar. My dog doesn’t read, knows nothing about the planet named after desire and his nose is dry, shriveled like the prick of a centenarian. He and I are hunkered in a climate where the bag-lady comes at dawn to retrieve bottles stewing in bins, laborers turn on the hot water, pipes clanking, and then warm up their trucks until sunlight sheds her sparrows. At times, this terrain grumbles in its sleep, tectonic plates rubbing against one another like the thighs of an immense woman rolling on her side before coughing and falling back asleep. The difference between poetry and a gossip magazine is like that between water and heavy water; between poetry intuited and words ordered into strophes, an angler fish’s bioluminescence and a mere lit match. The difference between myself and this dog at my feet is how without any shame or tropes praising moonlight and open lattice, he breeds in urban crags, while I teeter between silk and scent of incense, between procreation and creativity.
La diferencia entre el hombre y la mujer es la diferencia entre el agua y las aguas; la diferencia entre la casa y Venus es una torsión de presión, escaldando grados de dióxido de carbono, precipitación sulfurosa y cometas que bombardean el pico de Ishtar. Mi perro no lee, no sabe nada sobre el planeta nombrado para el deseo y su nariz es seca, marchitada como el pene de un centenario. Él y yo estamos atrincherados en un clima donde la vagabunda viene al amanecer para pepenar botellas que se cuecen lentamente en recipientes, los trabajadores encienden el agua caliente, suenan los tubos, y luego calientan sus camiones hasta que la luz del sol derrama sus gorriones. A veces, este terreno se queja en su sueño, placas tectónicas rozándose una contra otra como los muslos de una mujer inmensa que rueda en su cama antes de toser y caer dormida otra vez. La diferencia entre la poesía y una revista de chismes es como la del agua y el agua pesada; entre poesía intuida y palabras ordenadas en estrofas, la bioluminiscencia de un pescado y un mero fósforo encendido. La diferencia entre mí y este perro a mis pies es como, sin ninguna vergüenza o tropos que elogian la luz de la luna y la celosía abierta, él se reproduce en los peñascos urbanos, mientras vacilo entre la seda y el olor del incienso, entre procreación y creatividad. (Traducción Martín Camps)
“Viajar a la velocidad del insomnio y la poesía de Anthony Seidman”
Seidman, Anthony. A Sleepless Man Sits Up in Bed. London: Eye Wear Publishing, 2016. Pp. 63.
Por Martín Camps
El título puede traducirse como “Un hombre que no puede dormir se sienta en su cama” traduciré este poema homónimo del libro al final. Este es el tercer libro de Anthony Seidman, los dos previos son On Carbon-Dating Hunger [Datando el hambre con Carbono 14] y Where Thirst Intersect [Las intersecciones de la sed] además de publicar otros libros de artista en Francia (su segundo hogar, el tercero sería México, el primero su natal Los Ángeles) los títulos son San Fernando Valley Suite y Motel Insomnia, sus poemas han aparecido en innumerables revistas internacionales (una búsqueda en Google arroja cientos de sitios), así como sus traducciones en las cuales trabaja incansablemente, la editorial neoyorquina Bitter Oleander ha publicado recientemente una traducción de Seidman de los poemas de Salvador Novo. Como puede verse, la tradición de la poesía latinoamericana es una de las corrientes que fluyen en las imágenes de Seidman, en algunos casos son homenajes, como por ejemplo estos primeros versos de su poema “Sweat” (Sudor): “Desert Winds, why did you give me/hands brimming with heat” [Vientos del desierto, ¿por qué me han dado estas manos rebosantes de calor?] por supuesto, una imagen pelliceriana, del poeta tabasqueño que dice “Trópico, para qué me diste/las manos llenas de color” de su poema Deseos de 1924, pero que Seidman lo transporta al espacio desértico.
En sus poemas, el poeta se sitúa en la lejanía de las nebulosas astrales, pero después se acerca en un ultra zoom microscópico al nivel del hidrógeno y el oxígeno. Estos cambios de perspectiva sitúan al poeta en el espacio entero, la velocidad de la imaginación que vence a la lenta velocidad de la luz (“slow light drifting after love” [lenta luz arrastrándose después del amor] o más adelante “to travel at the velocity of moonlight” [viajar a la velocidad de la luz de la luna]). La nebula está aquí en mi mano, parece decirnos el poeta. El torrente de imágenes nos desplazan por el universo de un ojo “alephico” que mira todo a la vez, en la esfera de todos los tiempos posibles. Dice “twilight is like voices reverbarating/through amniotic fluid into an embryo’s sleep” [el ocaso es como voces reverberando/por el líquido amniótico hacia el sueño de un embrión].
Sin embargo, los espacios definen al poeta, establecen las coordenadas específicas para entender el organismo de su imaginación. Este espacio muchas veces es Ciudad Juárez, otras tantas, es la ciudad de Los Ángeles, la ciudad de los “sedans”, (“sedans rusting & overtaking vacant lots” [sedans oxidándose y usurpando lotes baldíos]. La ciudad de las mujeres muertas, de los atardeceres pictóricos y donde vivió en uno de los barrios marginales que fueron arrasados por la violencia y por los deseos municipales de embellecer “el centro”. Escribe sobre la “ciudad fea” donde se pudren las acacias y “the pigeons/crapping on the Statue of Benito Juárez” [las palomas se cagan sobre la estatua de Benito Juárez]. Hay otros temas en el poemario donde aparece Coatlique, el mezcal, deidades mexicanas y elíxires para desatar al duende de la poesía. Se respira México en estos poemas, pero el México fronterizo y algunas veces el México del más norte, el de los barrios mexicanos de North Hollywood.
La afinidad de Seidman por las imágenes nos hace pensar que así como en el poema de Carlos Martínez Rivas en honor a Joaquín Pasos (traducción incluida al final del poemario) Seidman de pronto quiso también ser un pintor, porque los poetas al menos tienen cosas, pinceles, frascos, lienzos y paletas. Dice con el pincel del lenguaje: “after the red spider of thirst” [después de la araña roja de la sed] que desciende por la garganta agostada por el calor. O donde una mujer “rips open her blouse so that/the wind will hone her breasts like volcanoes” (se abra la blusa/para que el viento afile sus pechos como volcanes] o más adelante “our moon was a pile of bones” [nuestra luna era una pira de huesos]. Como otros poetas, no solo el amor es lo que captura su ojo, sino la brevedad de la vida y nuestro tiempo en la tierra, por eso dice en un poema corto: “My words pour/sleet or fire.//The earth is hard/but below me.” [Mis palabras vierten granizo o fuego//La tierra es dura/pero bajo mis pies]. En efecto, siempre y cuando la tierra yazga bajo nuestros pies la vida nos permite la poesía antes de que nos tiendan en la plancha de la muerte y “we’re given our final shave” [nos den nuestra última rasurada].
Además Seidman nos remite a la pintura en sus poemas, a Vermeer, Modigliani, Motherwell y Diego Rivera, a quien describe como “a playboy in heat, well dressed, and piggish” [un garañón en celo, bien vestido y apuercado]. El color llena los versos de su poesía, por ejemplo “the blue syrup of siesta” [la miel azul de la siesta] o en “young lovers undressed in rooms jagged with crimson light” [jóvenes amantes que se desvisten en cuartos dentados con la luz carmesí].
La poesía de Seidman se expande a la velocidad del universo, su voz captura las vibraciones de la materia, de los elementos que nos acompañan en la forma de oxígeno e hidrógeno, los verbos se encienden. En el último poema del volumen se dirige al lector que brilla mejor que “un vaso de cerveza”. Además, el lector es “a voice/a breath/carving the curve/of an O” [la voz, el aliento que talla la curva de la O]. Este libro nos lleva por la noche clara del insomnio, por los espacios derruidos de Ciudad Juárez, pero que siguen boyantes en los planos de la memoria. Cada libro de Seidman es un evento, una llamada a la reflexión y a ver el mundo renovado, cada imagen pulida con el esmeril doloroso del tiempo y que hieren de alguna forma la memoria y se quedan allí, flotando, como la nebulosa cangrejo, en la constelación Tauro, como un ojo azul que habita en la inmensidad del espacio y en la diminuta partícula de la niña de nuestro ojo. Un poemario para detener el tiempo y viajar a la velocidad de la luz.
A Sleepless Man Sits Up in Bed
He stares at his hands, senses the obsucre
galleys, coasts and watchtowers the dark
stretches across the open sea. There
is a light he has now lost: the glint
on a newly minted token, the sparkle
in an updraised glass as a boy drinks,
summer of parched weeds, a peeled orange
and white teeth, a door opened to
the patio where it is always noon.
Now in his bare room, as the house
grips down into the soil, and the wind
drags dawn over the hills to the villages
forsaken but for the elderly and black dogs,
he can no longer discern the source
of an endless creaking in the night:
The weather-vane? Or hull of the final ferry?
Un hombre que no puede dormir
se sienta en su cama
Se queda mirando sus manos, detecta la obscura
galera, las costas y las torres de vigilancia que la oscuridad
extiende a través del mar abierto . Hay
una luz que ahora ha perdido: el destello
en una ficha de nuevo cuño, el brillo
en un vaso alzado de un niño que bebe,
verano de malezas resecas, una naranja pelada
y los dientes blancos, una puerta se abrió hacia
el patio donde siempre es mediodía.
Ahora en su cuarto desnudo, mientras la casa
se agarra del suelo y el viento
arrastra el amanecer sobre las colinas hacia los pueblos
olvidados mas no para los viejos y los perros negros,
él ya no puede discernir la fuente
de un crujido incesante en la noche:
¿Será la veleta? ¿O el casco del transbordador final?
.
Seidman, Anthony. A Sleepless Man Sits Up in Bed. London: Eye Wear Publishing, 2016. Pp. 63.
Por Martín Camps
El título puede traducirse como “Un hombre que no puede dormir se sienta en su cama” traduciré este poema homónimo del libro al final. Este es el tercer libro de Anthony Seidman, los dos previos son On Carbon-Dating Hunger [Datando el hambre con Carbono 14] y Where Thirst Intersect [Las intersecciones de la sed] además de publicar otros libros de artista en Francia (su segundo hogar, el tercero sería México, el primero su natal Los Ángeles) los títulos son San Fernando Valley Suite y Motel Insomnia, sus poemas han aparecido en innumerables revistas internacionales (una búsqueda en Google arroja cientos de sitios), así como sus traducciones en las cuales trabaja incansablemente, la editorial neoyorquina Bitter Oleander ha publicado recientemente una traducción de Seidman de los poemas de Salvador Novo. Como puede verse, la tradición de la poesía latinoamericana es una de las corrientes que fluyen en las imágenes de Seidman, en algunos casos son homenajes, como por ejemplo estos primeros versos de su poema “Sweat” (Sudor): “Desert Winds, why did you give me/hands brimming with heat” [Vientos del desierto, ¿por qué me han dado estas manos rebosantes de calor?] por supuesto, una imagen pelliceriana, del poeta tabasqueño que dice “Trópico, para qué me diste/las manos llenas de color” de su poema Deseos de 1924, pero que Seidman lo transporta al espacio desértico.
En sus poemas, el poeta se sitúa en la lejanía de las nebulosas astrales, pero después se acerca en un ultra zoom microscópico al nivel del hidrógeno y el oxígeno. Estos cambios de perspectiva sitúan al poeta en el espacio entero, la velocidad de la imaginación que vence a la lenta velocidad de la luz (“slow light drifting after love” [lenta luz arrastrándose después del amor] o más adelante “to travel at the velocity of moonlight” [viajar a la velocidad de la luz de la luna]). La nebula está aquí en mi mano, parece decirnos el poeta. El torrente de imágenes nos desplazan por el universo de un ojo “alephico” que mira todo a la vez, en la esfera de todos los tiempos posibles. Dice “twilight is like voices reverbarating/through amniotic fluid into an embryo’s sleep” [el ocaso es como voces reverberando/por el líquido amniótico hacia el sueño de un embrión].
Sin embargo, los espacios definen al poeta, establecen las coordenadas específicas para entender el organismo de su imaginación. Este espacio muchas veces es Ciudad Juárez, otras tantas, es la ciudad de Los Ángeles, la ciudad de los “sedans”, (“sedans rusting & overtaking vacant lots” [sedans oxidándose y usurpando lotes baldíos]. La ciudad de las mujeres muertas, de los atardeceres pictóricos y donde vivió en uno de los barrios marginales que fueron arrasados por la violencia y por los deseos municipales de embellecer “el centro”. Escribe sobre la “ciudad fea” donde se pudren las acacias y “the pigeons/crapping on the Statue of Benito Juárez” [las palomas se cagan sobre la estatua de Benito Juárez]. Hay otros temas en el poemario donde aparece Coatlique, el mezcal, deidades mexicanas y elíxires para desatar al duende de la poesía. Se respira México en estos poemas, pero el México fronterizo y algunas veces el México del más norte, el de los barrios mexicanos de North Hollywood.
La afinidad de Seidman por las imágenes nos hace pensar que así como en el poema de Carlos Martínez Rivas en honor a Joaquín Pasos (traducción incluida al final del poemario) Seidman de pronto quiso también ser un pintor, porque los poetas al menos tienen cosas, pinceles, frascos, lienzos y paletas. Dice con el pincel del lenguaje: “after the red spider of thirst” [después de la araña roja de la sed] que desciende por la garganta agostada por el calor. O donde una mujer “rips open her blouse so that/the wind will hone her breasts like volcanoes” (se abra la blusa/para que el viento afile sus pechos como volcanes] o más adelante “our moon was a pile of bones” [nuestra luna era una pira de huesos]. Como otros poetas, no solo el amor es lo que captura su ojo, sino la brevedad de la vida y nuestro tiempo en la tierra, por eso dice en un poema corto: “My words pour/sleet or fire.//The earth is hard/but below me.” [Mis palabras vierten granizo o fuego//La tierra es dura/pero bajo mis pies]. En efecto, siempre y cuando la tierra yazga bajo nuestros pies la vida nos permite la poesía antes de que nos tiendan en la plancha de la muerte y “we’re given our final shave” [nos den nuestra última rasurada].
Además Seidman nos remite a la pintura en sus poemas, a Vermeer, Modigliani, Motherwell y Diego Rivera, a quien describe como “a playboy in heat, well dressed, and piggish” [un garañón en celo, bien vestido y apuercado]. El color llena los versos de su poesía, por ejemplo “the blue syrup of siesta” [la miel azul de la siesta] o en “young lovers undressed in rooms jagged with crimson light” [jóvenes amantes que se desvisten en cuartos dentados con la luz carmesí].
La poesía de Seidman se expande a la velocidad del universo, su voz captura las vibraciones de la materia, de los elementos que nos acompañan en la forma de oxígeno e hidrógeno, los verbos se encienden. En el último poema del volumen se dirige al lector que brilla mejor que “un vaso de cerveza”. Además, el lector es “a voice/a breath/carving the curve/of an O” [la voz, el aliento que talla la curva de la O]. Este libro nos lleva por la noche clara del insomnio, por los espacios derruidos de Ciudad Juárez, pero que siguen boyantes en los planos de la memoria. Cada libro de Seidman es un evento, una llamada a la reflexión y a ver el mundo renovado, cada imagen pulida con el esmeril doloroso del tiempo y que hieren de alguna forma la memoria y se quedan allí, flotando, como la nebulosa cangrejo, en la constelación Tauro, como un ojo azul que habita en la inmensidad del espacio y en la diminuta partícula de la niña de nuestro ojo. Un poemario para detener el tiempo y viajar a la velocidad de la luz.
A Sleepless Man Sits Up in Bed
He stares at his hands, senses the obsucre
galleys, coasts and watchtowers the dark
stretches across the open sea. There
is a light he has now lost: the glint
on a newly minted token, the sparkle
in an updraised glass as a boy drinks,
summer of parched weeds, a peeled orange
and white teeth, a door opened to
the patio where it is always noon.
Now in his bare room, as the house
grips down into the soil, and the wind
drags dawn over the hills to the villages
forsaken but for the elderly and black dogs,
he can no longer discern the source
of an endless creaking in the night:
The weather-vane? Or hull of the final ferry?
Un hombre que no puede dormir
se sienta en su cama
Se queda mirando sus manos, detecta la obscura
galera, las costas y las torres de vigilancia que la oscuridad
extiende a través del mar abierto . Hay
una luz que ahora ha perdido: el destello
en una ficha de nuevo cuño, el brillo
en un vaso alzado de un niño que bebe,
verano de malezas resecas, una naranja pelada
y los dientes blancos, una puerta se abrió hacia
el patio donde siempre es mediodía.
Ahora en su cuarto desnudo, mientras la casa
se agarra del suelo y el viento
arrastra el amanecer sobre las colinas hacia los pueblos
olvidados mas no para los viejos y los perros negros,
él ya no puede discernir la fuente
de un crujido incesante en la noche:
¿Será la veleta? ¿O el casco del transbordador final?
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