domingo, 7 de octubre de 2012

8005.- FRANCISCO TREJO




Francisco Trejo. Ciudad de México, 1987. En el año 2011, con su obra La cobija de Ares obtuvo mención honorífica del Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco. En el mismo año, su obra Rosaleda obtuvo mención honorífica del Premio de Poesía Joven Max Rojas. Ha realizado lecturas en distintos puntos de la Ciudad de México y ha publicado en algunas revistas literarias como Palabrijes (publicada por la UACM) y la revista nacional Rojo Siena. Forma parte del Gerión de Poesía, grupo de escritores noveles dedicados a la investigación. Actualmente estudia la carrera de Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y realiza la muestra de poesía universitaria Los coleópteros enfebrecidos, que será publicada por la UACM.





El argumento de un pretendiente

Penélope,
aprovecha mi erección
y su fuerza de ola combatiente.
Olvida la inexacta caricia de Odiseo,
porque ha elegido el camino de la guerra
para estar rodeado de valientes hombres
y empuñar sus espadas en el momento oportuno.
¿Acaso crees que no sabe regresar a su patria?
Ese hombre conoce el camino,
pero no vuelve:
prefiere venirse
amando a los más fuertes del ejército griego,
a venirse como yo
en la Ítaca sureña
                        de tu pubis.







Invitación

Penélope,
¿quieres suicidarte
porque no te resignas
a vivir sin Odiseo?
Tengo debajo de mi túnica
una daga punzante
que te hará morir dichosa
cuando la introduzcas entera
en tu herida más antigua.
Anda, tómala y muere,
resucitarás en diez minutos
              anhelando morir de nuevo.







La artimaña de Odiseo

Francisco,
Lesbia extraña tu lanza libertina:
te espera en su alcoba
con su ojo lubricado
                  y bien abierto.







Penélope defiende a sus pretendientes

¡Vete de aquí, Odiseo!
Los tesoros que has traído
no compensarán tu impotencia.
No cambiaré
tu lanza rota
por las firmes espadas
                 de estos infelices.





La súplica de Penélope

Por favor, Zeus,
te pido que mi esposo
─más artero en el campo de batalla
que en la contienda conyugal─,
no regrese a mi lado,
porque ha de ser ahora un viejo sin dientes
y no morderá con bravura
las carnes que ofrezco
                  a los hombres que me acechan.






La súplica de Odiseo

Zeus, aparta de mi lecho
la desértica mina
de la anciana Penélope
y déjame volver
a la humedad perpetua
           de la gruta de Calipso.







La cobija de Ares

Francisco,
ir a la guerra significa
olvidarte de Cleopatra.
Tú conquistarás territorios,
ella hombres:
tendrá su propia lucha.
Mejor hilvana la epopeya,
muérete glorioso en la lid
con las huestes sanguinarias
y no retornes al tálamo impuro
donde la furcia será cubierta
                 por la cobija de Ares.







El destino de Áyax

Querido Áyax,
sé lo que se siente perder un amor
y comprendo tu rabia
por no tener en tus manos
la armadura de Aquiles
─tu amigo íntimo─
porque Odiseo se excita
abrazándola por las noches.
Que no te devaste la pérdida.
¡Actúa!
Es común que algunos hombres
se hieran con su propia espada
         cuando no tienen dónde introducirla.





Bestialidad del Minotauro

Afuera, sólo soy un hombre:
déjame habitar
        el laberinto de tu cuerpo.






Precaución del amante

Para invadir a Furcia
me protejo con látex:
la bestia de su laberinto
termina con la vida
             de sus amantes.







Elección de Pasifea

Ay de ti, Minos,
más que el Minotauro
estás enredado en el laberinto,
porque prefiero
el poema extenso
que le cuelga al toro blanco
a tu epigrama
            de perrillo.







Versión alternativa

Orfeo,
Eurídice murió
cuando supo
que en tus expediciones
con los argonautas
no sólo tocabas la lira,
sino también la flauta
                            de Jasón.







La maldición

Consuelo,
tienes la maldición de Midas:
apenas me la tocas,
se me pone muy tiesa
         como una barra de oro.







La musa de todos los poetas

Traicionera Claudia,
después de impregnar con almizcle
mis escasos poemas
perfumas libros enteros
           de poetas publicados.







La mirada gorgónica

Juventino,
encontré el remedio para vencer la impotencia:
con sólo mirar los ojos impúdicos de Cleopatra,
mi flácido miembro
                se pone como piedra.








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