sábado, 12 de mayo de 2012

6817.- ROMÁN ANTOPOLSKY


Román Antopolsky nació en Buenos Aires. Ha publicado tres libros de poesía: Ádelon (Tsé-Tsé, Argentina), Cythna en Red (Intemperie, Chile), y Amor Islam (Lumme, Brasil).  Reconocido por sus traducciones del ruso, alemán e inglés al español, esta vez incursiona en la traducción del birmano. Tras tardes enteras de conversar con Khet Mar –escritora residente de Ciudad de Asilo, Pittsburgh– Antopolsky logra verter palabras, interpretar sonidos y conservar intacta la voz de una escritora que nunca antes había sido traducida al idioma de Neruda.



dibujo

Vasija al alzar las manos
puestas a la voz, repuestas en
el motivo hecho en la cara,
el pecho y panza camafeo;
y adentro el vientre vierte
flores (marañas); dulces sa-
lidas – s’explayan. Y si viéra-
te el agua en la ecuación que
siguen tus ojos y revierte tu
boca diría – gárgaras: cunas.

Poncho la piel extremado
en rayitas: cuenco entonces
de beber, visto ya el sol;
vasija. Tu agua. Cochura
de piel. Vieras el ojo también
ardido. Hija. Sola de voz.
Hilván en íntimo nado.

publicado en Tsé-Tsé 16, mayo de 2005






Los discos hirvieron y vinieron los hijos curados
de espanto a tocar
cuanto cristal se oye la madera
y frágil escucha al elemento
de hielo lo que ocurra en el tiempo entrado.

Esos hijos que vinieron giraron
las tablas y guardaron lo frío
helado en aljabas que a espaldas
llevan ahorá los profetas por
equilibrio del paso con el desierto
ardiendo en la frente curvada,
la cabellera en el ardor turbada,
la emulsión salitre rodante
hasta los pies.

El mecanismo al caminar a flor de cambio
cundiendo —sostenido: la cercana espalda, de reojo
ve las lomas y los vientres en el piso y
releva los secretos (allí donde ve moles
de pensamiento los aguza); en el horizonte
de la muerte las cosas comienzan a supurar más
objetos, a ras de lo que preveía el vacío
solar —la flor blanca— no cantó — llevó
una visión sonora de la gloria al fin
del camino y abrió como semilla de sésamo
húmeda sus nuevos pájaros. Éstos
minados de milagros se acompañaron de
puños trasluciendo ya palma.  







OFFICINA GENTIUM

El riego dio todo cuanto traía. Una
extraña, esporádica limosna legal cayó
del cielo: no era agua lo que arrastraba
agua en sus suertes. El pilar llevaba una jácena
arriba y a dos aguas la lluvia tanto caía
como el sol a cada costado en las caras
de adobe de adornos asidos a la pared. Un
tazón-calavera en la mesa, cráneo, había puesto.
Un coreuta salió del grupo y tocó cuanto
supo poder en el hueco iba a encontrar. Tomó
la caja ósea y sopló unas cuatro melodías que
ataron el escalofrío antes al cuerpo incluso
mismo de escucharlo. La música salió
y dibujó como humo enseres. Los demás
respiraban la música al compás que la albufera
en sus bocas se hinchaba, en sus manos machetes
pelaban la ballena y los trozos en la mar
nadaban ya rayas. Era viable,
derrelictos fluían. Templado abrevando
el coreuta y la orquesta toda lanzaron
un clavado por donde antes la libación y
en lo más breve del buceo tras tierra y tierra
les topó en las caras una napa de agua
dulce que abreviaron con un perpetuo inmerso flote.







Algo que a las Nornas ruegues
                     sería
grato     y añadir-
      le el candor
      que todas las
      veces de instancia dado
      un número
      fuese.

                     Y alguien,
sumo —a lo mejor— oidor
en el carril del agua y la seña
      arremeta.

Hagan lo que hagan cuando dicen se esfuerzan.
Alumbren cuando alumbran, ahí, en fuerza a alguien.






Flama

Rememoro por dos veces todas las voces
en el pálpito de haber oído. La guerra no aparece
pero rancia la dádiva, la espera pequeña de una
lucha entre aire y fuego regala una esfera
de prosapia de guerra y poema a la vez. El
rostro combustible prima en caer y en tierra
barro y dije hilvanan. El hálito
se va de lo que respiran las aves. Flama –
de ácima tierra media de alguna gloria –
pace. Y todos los pájaros, todos los animales
y cada insecto en la cóncava planicie ahora por
nutriente come fuego. Lo toman del aire;
mastican y tragan. Es esa la guerra y
cada momento.







Flor

Star i dávien’ górod gámieln’
Marina Tsvietáieva

a i A – O–à|

Un banquillo – en su reborde: una espuela.
Un odre, junto al hondo vaso – vino
le echan. Azuzan cuando cuelan el ocre
líquido – vierten, en la copa hecha vaso,
lo. La espuela: está casi
dibujada – quasi
fija, maci-
za. No molesta al ojo. La obvian.

La mesa. La disponen opuesta a la
entrada al ala recámara: es-
a puerta, la del cuarto – hay que cerrarla. El
resto: los espacios –
fluyen y reagrúpanse en
sí; el comedor, el estar, las estelas
convergen al centro.

El cielo – estrangula al pasto. Arde
al estar caliente todas las vías
cada linde: huye las huellas, da
paso al barro: si seco – soba
el órden de lo húmedo. Vino
hacia el jade, cabe la cerca, –
le arroja oliva.






XV.

Entró en la variante como solamente precedido
de manos. Entró a través de últimos momentos
en que la pausa se estira hasta haber orilla de
lo tan concreto: el momento entonces único
calcado por callar no decir ojo y sí vorágine
de los desiertos en la imagen. Todas, aún
distancias en la vista – en alto anularían
nunca el quid de olor que anticipe lid aquí
–la crasa huída de hay– vista en el relieve animal:
la vaca tisbada – en las manchas de ël cielo
y el juego del armadillo en la tierra aún clemente.
Ya sólo un dolo ignore el animal: el hedor
que de ralo se adentre a la piel de quien entra,
el que fluye a él con oído y boca a punto de un decir:
el claror de zorrino aguzado en piel, la
llegada; hacer las millas de la ruta
en las revoluciones todas de una rueda;
entrar a la lluvia del lugar en andas.  
La tierra violenta cuanto el animal pace: el color
restállase de ambos el sol: gris los da: lo horizonte
–acá del allá– con las líneas ahorá en brázos
fusílo las vacas y conejos rompiendo lo que de cielo
extraiga mi mano. Y a mano con todas
las causas, acelero hasta entrar al percepto: es retráctil;
la piel retráctil otorga y quita. Ágil,
la oruga en la zaga de la piel reposa: rebovina
los momentos – esos impulsos a el vuelo.
Y ya no quites
la mano. Se gradiente a lo que alzárase:
no es el cielo del desperdicio un sentir–
al celestial cambio de otra tierra nueva
en la variante mano que musíca.







Oboe y el espíritu

Hemos la edad en las puertas y
en la sangre el renglón que escrito
pareciendo toma, aplica
la corriente de entrar–salir, de forma–
infamia con
solar al alcance una belleza: ballena
aquella hágálá águila o ángel sólo haciendo
mantener a raya una música
rústica, olor a metal
en las manos tras haber tenido pilas de monedas,
tras haber sostenido un cadáver en ellas,
tras ver la inmensa mamífera cumbre una
inmensa parusía en la simetría junto a la puerta del mundo:
una celosía inmensa y un cielo en que se
para el ojo y medita el prolijo álbum de su vista
junto a la paz de sus entrañas.
Cobre, plata, oro con centro el lecho
que marinamente te ofrece, en grietas y más
metales la leña lateral escrita en
correr del tiempo al opropio del orbe:
el mundo finito y estrecho en clavículas ex-
pulsado en el respiro de una madera
amén de un carnaval de agua adonde un
festival de robos rodea hasta el cansancio cada gota.
Y al desenterrar el amor – ver el sonido
que circunda y da el contorno a
donde mujer exhala y parte el contacto.








Variedades del martirio

El niño era el puente ciñiendo la mano.
En el extremo innúmero el fin supuesto
del lado otro no venía.

No venía el costado de la bandera que flamea
ni la superficie de la rueda intacta, hasta un punto
tal que se amarra cada día
la noche a los árboles y no los abandona
–aunque del otro lado nadie ve se suelta a dónde.

En el apurón de aguaceros hunde un temporal
la ciudad y mostraría como arpón las cimas
de edificios como islas. Nadie oiría de
sus calles; nadie preguntaría de ellas.

Bajo el puente bajo amianto
un ave comienza a dispersarse y
por fin abandona el río.

Un hombre de camino, que frío ha,
busca el horizonte ante los ojos cansados.
Al tiempo que ve el bajar sus pestañas
a morir, comienza, en público.







En el oculto inicio

En el oculto inicio te muestran una piedra
y tú soplas en él oculto inicio.
En el oculto inicio con tus dedos
la ruedas en tu mano
y le ahorras el tiempo que
por ende ahora es ente.
En el oculto inicio frente
al brazo la piedra es larga
y la palabra que le dicen se
apresa en el puño y
la uña mira fuera como ojos
blancos tras pupilas líquidas
nuevas.
En el oculto inicio llega
un tren
cargado de sombras; al detenerse y en el medio abrir
sus puertas
todas salen como nube, baja,
una, y se sumerjen en la tierra.
De los vagones los del final casi se ven –el
anteúltimo queda visible y el último entre el ramaje: en el oculto
inicio el viaje hacia las sombras.








Los dineros reglados

Cierto y urgente en los dineros
ganados graneas en el nombre de Eneas
las cíclicas victorias del héroe por sobre
la mina, la de la abundancia hacia adentro
que ve ya sólo hartura a donde va.

Asaz también la torre, casi en el
escaque, cae con la fortuna a cuestas
que ahí mismo se evapora y retorna al suelo.

Bien por las suertes, bien los regalos,
los robos, las recompensas; aunque
en el préstamo ya te dan ser héroe y tú
pagas por eso el precio de la torre que no cae.







XLI.

Tu familia
es un mito
que esparce en pronombres
y dispersa la persona
a medida que la fama del hombre
mengua y
el grano del desierto
es múltiple.
Eres múltiplo de
tus padres y
en tus madres.
Tu familia
es hito,
aparece como pronto, lo
bregues y pienses o no
mengua
y el grano del desierto
es múltiple.












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