Juan de Dios Peza (México D.F., 29 de junio de 1852 - 16 de marzo de 1910), fue un poeta, político y escritor mexicano. Fue nombrado miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua, ocupó la silla IX en mayo de 1908.
Nació en 1852 en la Ciudad de México, inició sus estudios en la Escuela de Agricultura, después pasó al Colegio de San Ildefonso y en 1867 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria. Se convirtió en el estudiante predilecto del pensador mexicano Ignacio Ramírez, "El Nigromante"; fue también alumno de Ignacio Manuel Altamirano. Al egresar de ese centro de estudios ingresó a la Escuela de Medicina donde establece gran amistad con Manuel Acuña, quien lo llegó a estimar al grado de llamarlo "hermano", no terminó su carrera y se dedicó a las letras.
Peza fue adicto del liberalismo, su entusiasmo y apasionamiento por ese modo de entender la política y la vida social, y por el movimiento liberal mexicano, lo llevó a renunciar a sus estudios para entregarse de lleno al periodismo. Colaboró para la Revista Universal, El Eco de Ambos Mundos y La Juventud Literaria. En 1874 estrenó en el Teatro del Conservatorio su primera obra teatral llamada La ciencia del hogar.
Vida política y desarrollo como escritor
En 1878 es nombrado segundo secretario de la legación de México en España, al lado de Vicente Riva Palacio. En Madrid socializó con el político Emilio Castelar y con los escritores Gaspar Núñez de Arce, Ramón de Campoamor y José Selgas.
Al regresar a México intentó hacer carrera política y fue electo diputado al Congreso de la Unión. Siguieron otros cargos públicos, pero sin abandonar las letras; como poeta su estilo es realista, aunque lleno de ternura. Su obra, de gran popularidad y aceptación en su patria, fue traducida al ruso, francés, inglés, alemán, húngaro, portugués, italiano y al japonés.
El libro que más fama le dio fue Cantos del hogar; se trata de una poesía intimista al estilo del español José Selgas. Tuvo la desgracia de sufrir el abandono de su mujer, que lo dejó con dos hijos pequeños, a los que crio y educó con dedicación. Muere en 1910, año en el cual el país estaba a punto de entrar en otra gran conflagración: la Revolución mexicana.
Obras
Poesía
Poesías (1873)
Canto a la Patria (1876)
Horas de pasión (1876)
La lira mexicana (1879)
Fusiles y muñecas
Reír llorando
Prosa
Poetas y escritores mexicanos (1878)
Biografía de Ignacio M. Altamirano (1878)
La beneficencia en México (1881)
Memorias, reliquias y retratos (1900)
Los últimos instantes de Colón (1874)
Confidencias a una estrella
Sigue, sigue blanca estrella,
Por el cielo en que naciste,
Sin dejar ninguna huella...
Siempre te hallaré más bella,
Siempre te hallaré más triste.
Hoy vengo con mi dolor,
Cual antes feliz venía;
Mas ya nunca, astro de amor,
Ceñirás con tu fulgor
Ni su frente ni la mía.
Tú cruzas por ese cielo,
Dando con tu luz la calma;
Yo cruzo, por este suelo,
Llevando en mi desconsuelo
Lena de sombras el alma.
Dame, dame tu luz bella;
Que en esta alma sin amor,
Tú sorprenderás estrella,
En cada nube una huella,
Y en cada huella un dolor.
Tú que has escuchado el canto
De mi primera pasión,
Acompaña mi quebranto,
Y alumbra el amargo llanto
que brota del corazón.
¡Horas del primer cariño!
tú las miraste lucir,
Cuando ante tu luz de armiño,
La niña en brazos del niño
Soñaba en el porvenir.
¡Dulce amor! ¡grata ciencia!
¡Blanca luz! ¡Delirio ardiente!
¿Por qué huyes de la existencia,
Cuando una dura experiencia
Va marchitando la frente?
¡Aquellos goces extraños,
Aquel esperar en Dios,
Sin recoger desengaños,
Aquel pasar de los años
Sin perturbar a los dos!
Todo, todo, blanca estrella,
Tu tibia luz alumbró;
¡Edad de sueños aquella,
Envidiable, dulce, bella,
Que para siempre huyó!
Celia, al expirar el día,
Por estos sitios vendrá,
Ya no como antes venía,
Que aquella alma que fue mía,
Pertenece a otra alma ya.
Antes ¡ay! ¡cuánto embeleso!
Sollozando de placer,
Dejaba en mi frente un beso;
Por eso, estrella; por eso
No quiero volverla a ver.
Ahora, dulce y cariñosa,
En otro sus ojos fijos,
Tendrá su boca amorosa
La majestad de la esposa
Para besar a sus hijos.
Con tus rayos blanquecinos
Alumbra siempre su hogar;
Aparta nuestros caminos,
Y ¡ay! que sus ojos divinos
No aprendan nunca a llorar.
Si sigues, tú, blanca estrella,
Por el cielo en que naciste,
Sin dejar ninguna huella...
Siempre te hallaré más bella,
Siempre me verás mas triste.
Sin sobre
Abro tu carta y reconozco ufano
Tu letra fácil, tu dicción hermosa;
Tú la trazaste con tu propia mano
Pues el papel trasciende a tuberosa.
Al escribirla estabas intranquila
Y ya estoy sospechando tus desvelos
Los médicos me han dicho, que vacila
El pulso con la fiebre de los celos.
Veo tus líneas torcidas, descuidadas,
Y esto halaga mis propios pareceres
Porque sé que no estando enamoradas
Nunca escriben sin falsa las mujeres.
¡Con el arrojo de tus veinte abriles,
Has escrito un aumento que me mata!
Siempre ha sido en las cartas femeniles
Importante o terrible la postdata.
No me vuelvas a ver. Ya no te quiero,
Esto me dices con desdén profundo:
Yo traduzco: ven pronto que me muerto,
De algo me sirve conocer el mundo.
Dices que consolando tu tristeza
Vas al campo a llorar penas de amores
Así podrá tener Naturaleza
Coronas de diamantes en las flores.
Pero no viertas llanto por tus penas
Que siempre se evaporan bajo el cielo;
Las lluvias del desierto en las arenas
Y el llanto, entre las blondas del pañuelo.
Las horas de silencio son tan largas,
Que comprendo la angustia con que gimes;
Las verdades del alma son amargas,
Y las mentiras del amor, sublimes.
Inquieres con tesón si a cada instante
Busco tu imagen o su culto pierdo,
¿Dónde está, niña cándida, el amante
Que diga en estas cosas: no me acuerdo?
Quien convertir pretenda de improviso
El amor terrenal en culto eterno,
Necesita labrar un Paraíso
Sobre la obscura cima del infierno.
¿Ves ese Sol que llena de alegría
El cielo, el mar, el bosque y las llanuras?
El trae a los mortales cada día
Nuevas dichas y nuevas amarguras.
Cada alma tiene libro que atesora
sus efectos en él, sin vano alarde;
¡Cuánto nombre se agrega en cada aurora!
¡Cuánto nombre se borra en cada tarde!
¿Quién sabe por qué anhela lo que anhela?
¿Quién será siempre el mismo, siendo humano?
Dicha, amor, esperanza, todo vuela
Sobre ese amargo y turbulento Océano.
Y así preguntas con afán sincero:
¿Por qué me quieres?... voy a responderte:
Yo te quiero mujer porque te quiero;
No tengo otra razón para quererte.
¿Tú te conformarás con tal respuesta,
Que de mi propio corazón recibo?
Tal vez la encuentre sin razón; pero ésta
Es la única razón por qué te escribo.
Que yo no vuelva a verte... me propones
Y aunque mi mente vacilante queda,
En vista de tu sexo y tus razones
Allá iré lo más pronto que pueda.
Reír llorando
Viendo a Garrick, actor de la Inglaterra,
el pueblo al aplaudirlo le decía:
Eres el más gracioso de la tierra y el más feliz.
Y el cómico reía.
Víctimas del spleen los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Una vez ante un médico famoso,
llegose un hombre de mirar sombrío:
-Sufro -le dijo- un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.
-Viajad y os distaeréis. -Tanto he viajado
-Las lecturas buscad -Tanto he leido-
Que os ame una mujer - ¡Si soy amado!
-Un título adquirid -Noble he nacido.
¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas
- ¿De lisonjas gustáis ? - ¡Tantas escucho!
-¿Que tenéis de familia?...-Mis tristezas
-¿Vais a los cementerios?... -Mucho, mucho.
¿De vuestra vida actual tenéis testigos?
- Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.
-Me deja- agrega el médico -perplejo
vuestro mal, y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrick podéis curaros.
-¿A Garrick ? -Sí, a Garrick...La más remisa
y austera sociedad lo busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡tiene una gracia artística asombrosa !
-Y a mí me hará reir?-Ah, sí, os lo juro !;
él, sí, nada más él...Mas qué os inquieta?...
-Así -dijo el enfermo -no me curo:
¡Yo soy Garrick ! Cambiádme la receta.
¡Cúantos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reir como el autor suicida
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay ! ¡ Cuántas veces al reír se llora!..
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro rie!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestras plantas pisa
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto;
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.
Fusiles y Muñecas
CUADRO REALISTA
Juan y Margot, dos ángeles hermanos
Que embellecen mi hogar con sus cariños
Se entretienen con juegos tan humanos
Que parecen personas desde niños.
Mientras Juan, de tres años, es soldado
Y monta en una caña endeble y hueca,
Besa Margot con labios de granado
Los labios de cartón de su muñeca.
Lucen los dos sus inocentes galas,
Y alegres sueñan en tan dulces lazos;
El, que cruza sereno entre las balas;
Ella, que arrulla un niño entre sus brazos.
Puesto al hombro el fusil de hoja de lata,
El kepis de papel sobre la frente,
Alienta el niño en su inocencia grata
El orgullo viril de ser valiente.
Quizá piensa, en sus juegos infantiles,
Que en este mundo que su afán recrea,
Son como el suyo todos los fusiles
Con que la torpe humanidad pelea.
Que pesan poco, que sin odios lucen,
Que es igual el más débil el más fuerte,
Y que, si se disparan, no producen
Humo, fragor, consternación y muerte.
¡Oh, misteriosa condición humana!
Siempre lo opuesto buscas en la tierra;
Ya delira Margot por ser anciana,
Y Juan, que vive en paz, ama la guerra.
Mirándoles jugar me aflijo y callo:
¿Cuál será sobre el mundo su fortuna?
Sueña el niño con armas y caballo,
La niña con velar junto a la cuna.
El uno corre de entusiasmo ciego,
La niña arrulla a su muñeca inerme,
Y mientas grita el uno: Fuego! fuego,
La otra murmura triste: Duerme, duerme.
A mi lado ante juegos tan extraños
Concha, la primogénita, me mira:
¡Es toda una persona de ses años
Que charla, que comenta y que suspira!
¿Por qué inclina su lánguida cabeza
Mientras deshoja inquieta algunas flores?
¿Será la que ha heredado mi tristeza?
¿Será la que comprende mis dolores?
Cuando me rindo del dolor al peso,
Cuando la negra duda me avasalla,
Se me cuelga del cuello, me da un beso,
Se le saltan las lágrimas y calla.
Sueltas sus trenzas claras y sedosas,
Y oprimiendo mi mano entre sus manos,
Parece que medita en muchas cosas
Al mirar cómo juegan sus hermanos.
Margot, que canta en madre transformada,
Y arrulla a un hijo que jamás se queja,
Ni tiene que llorar desengañada,
Ni el hijo crece, ni se vuelve vieja.
Y este guerrero audaz de tres abriles
Que ya se finge apuesto caballero,
No logra en sus campañas infantiles
Manchar con sangre y lágrimas su acero.
¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres!
Amo tus goces, busco tus cariños;
Cómo han de ser los sueños de los hombres,
Más dulces que los sueños de los niños!
¡Oh, mis hijos! No quiera la fortuna
Turbar jamás vuestra inocente calma,
No dejéis esa espada ni esa cuna:
¡Cuando son de verdad, matan el alma!
A México
En las últimas desgracias de España.
Allá del revuelto mar
Tras los secos arenales,
Donde sus limpios cristales
Las ondas van a estrellar,
Donde en lucha singular
Disputando a la Fortuna
Las ciudades una a una,
De sus guerreros el brío,
Mostraron su poderío
La cruz y la media luna;
En esa tierra encantada,
Que esconde, en perpetuo Abril,
Las lágrimas de Boabdil
En las vegas de Granada;
Donde el ave enamorada
Repite entre los vergeles
El canto de los gomeles,
Y cuelga su frágil nido
Del minarete prendido
Entre ojivas y caireles;
Donde soñados ultrajes
Vengaron fieros zegríes,
Regando los alelíes,
Con sangre de abencerrajes;
donde entre muros de encajes
Y torres de filigrana,
Lloró la hermosa sultana
Amorosos sentimientos
A los rítmicos acentos
De una trova castellana;
Allá donde nueva luz
Alumbró, limpia y serena,
Sobre la morisca almena
El símbolo de la cruz;
En ese suelo andaluz,
Cuyos cármenes hollando,
Y en otro mundo soñando,
Cruzaron en su corcel
La magnánima Isabel
Y el católico Fernando.
En esa región que encierra
Tantos recuerdos de gloria;
En ese altar de la Historia;
En ese edén de la tierra;
No el azote de la guerra
Infunde duelo y pavor,
Ni causa fiero dolor
Que mira asombrado el mundo
El negro contagio inmundo;
Allí otra plaga mayor.
Surgen allí tempestades
Del suelo entre las entrañas,
Y vacilan las montañas,
Y se arrasan las ciudades
Escombros y soledades
Son el cortijo y la aldea;
La muerte se enseñorea,
Y, en medio de tanta ruina,
Se ve cual llama divina
La Caridad que flamea.
Con sordo bramido el duelo
Todo lo enluta y recorre;
Yace la maciza torre
En pedazos sobre el suelo.
Salvarse forma el anhelo
De los espantados seres,
Y hombres, niños y mujeres
Las crispadas manos juntan,
Y viendo al cielo preguntan.
"Dinos Dios, ¿por qué nos hieres?"
Recordando en sus delitos
las bíblicas amenazas,
Van por las calles y plazas
Confesándolos a gritos.
Los corazones precitos
Se niegan a palpitar
Y todos ven transformar
Al golpe del terremoto,
El abismo el verde soto,
Y en escombros el hogar.
Se abate el pesado muro
Que adornó silvestre yedra
Y brotan de cada piedra
Una oración y un conjuro.
No hay un asilo seguro;
Ciérnese el ángel del mal;
Cada fosa sepulcral
Abrese ante fuerza extraña,
Y parece que en España
Comienza el juicio final.
Y entre la nube sombría
Que el denso polvo levanta,
El coro terrible espanta
De los gritos de agonía.
Y entre aquella vocería,
Con rostro desencajado,
El padre busca espantado,
Con ayes desgarradores
El nido de sus amores,
Entre escombros sepultado.
Convulsa, pálida errante,
Sobre el suelo que se agita
La madre se precipita
Por la angustia delirante;
Vuela en pos del hijo amante;
El rostro al abismo asoma
Lo llama llorando, y toma
Por voz del hijo querido,
La que acompaña al crujido
De un techo que se desploma.
En repentina orfandad,
Trémulas las manos tienden
Los niños, que no comprenden
Su espantosa soledad.
Tan sólo la caridad
Velará después por ellos,
Curando con sus destellos
su miseria y su aflicción:
¡Cómo no amarlos, si son
Tan inocentes, tan bellos!
¿Qué pecho no se conmueve
Ante cuadro tan sombrío,
Que al corazón más bravío
A contemplar no se atreve?
Ante el infortunio aleve
¿Quién no es noble? ¿quién no es bueno?
¿Quién de piedad no está lleno,
Cuando es la virtud mayor,
Aun más que el propio dolor,
Sentir el dolor ajeno?
Manda ¡oh, noble patria mía!
La ofrenda de tus piedades
A las hoy tristes ciudades
De la hermosa Andalucía.
No es favor, es hidalguía;
Es deber, no vanidad.
Llamen otro Caridad
Estos óbolos del hombre,
Tienen nombre, sólo un nombre;
Se llaman Fraternidad.
Con tierno entusiasmo santo,
Mezcla ¡oh patria amante y buena!
Esa pena con tu pena,
Ese llanto con tu llanto.
Si al mirar ese quebranto,
Tu triste historia repasas,
Verás que angustias no escasas
Pasó, entre llantos prolijos,
Por amparar a tus hijos
Bartolomé de las Casas.
En mi barrio
Sobre la rota ventana antigua
Con tosco alféizar, con puerta exigua,
Que hacia la oscura callejada,
Pasmando al vulgo como estantigua
Tallada en piedra, la santa está.
Borró la lluvia los mil colores
Que hubo en su manto y en su dosel;
Y recordando tiempos mejores,
Guarda amarillas y secas flores
De las verbenas del tiempo aquel.
El polvo cubre sus aureolas,
Las telarañas visten su faz,
Nadie a sus plantas riega amapolas,
Y ve la santa las calles solas,
La casa triste, la gente en paz.
Por muchos años allí prendido,
Único adorno del tosco altar,
Flota un guiñapo descolorido,
Piadosa ofrenda que no ha caído
De las desgracias al hondo mar.
A arrebatarlo nadie se atreve,
Símbolo antiguo de gran piedad,
Mira del tiempo la marcha breve;
Y cuando el aire lo empuja y mueve
Dice a los años: pasad, pasad.
¡Pobre guiñapo que el aire enreda!
¡Qué amarga y muda lección me da!
La vida pasa y el mundo rueda,
Y siempre hay algo que se nos queda
De tanto y tanto que se nos va.
Tras esa virgen oscura piedra
Que a nadie inspira santo fervor,
Todo el pasado surge y me arredra;
Escombros míos, yo soy la yedra;
¡nidos desiertos, yo fui el amor!
Altas paredes desportilladas
Cuyos sillares sin musgo vi,
¡cuántas memorias tenéis guardadas!
Níveas corinas, jaulas doradas,
Tiestos azules… ¡no estáis aquí!
En mi azarosa vida revuelta
Fue de esta casa dueño y señor,
¿do está la ninfa, de crencha suelta,
de grandes ojos, blanca y esbelta,
que fue mi encanto, mi fe, mi amor?
¡Oh mundo ingrato, cuántos reveses
en ti he sufrido! La tempestad
todos mis campos dijo sin mieses…
La niña duerme bajo cipreses,
Su sueño arrulla la eternidad.
¡Todo ha pasado! ¡Todo ha caído!
Sólo en mi pecho queda la fe,
Como el guiñapo descolorido
Que a la escultura flota prendido…
¡Todo se ha muerto! ¡Todo se fue!
Pero ¡qué amarga, profunda huella
Llevo en mi pecho! … ¡Cuán triste estoy!…
La fe radiante como una estrella,
La casa alegre, la niña bella,
El perro amigo… ¿Dónde están hoy?
¡Oh calle sola, vetusta casa!
¡angostas puertas de aquel balcón!
Si todo muere, si todo pasa
¿por qué esta fiebre que el pecho abrasa
no ha consumido mi corazón?
Ya no hay macetas llenas de flores
Que convirtieran en un pensil
Azotehuelas y corredores…
Ya no se escuchan frases de amores,
Ni hay golondrinas del mes de abril.
Frente a la casa la cruz cristiana
Del mismo templo donde rezó,
Las mismas misas de la mañana,
La misa torre con la campana
Que entre mis brazos la despertó.
Vetusta casa, mansión desierta,
Mírame solo volviendo a ti…
Arrodillado beso tu puerta
Creyendo loco que aquella muerta
Adentro espera pensando en mí.
En las ruinas de Mitla
Maravillas de otra edad;
Prodigios de lo pasado;
Páginas que no ha estudiado
La indolente humanidad.
¿Por qué vuestra majestad
causa entusiasmo y pavor?
Porque de tanto esplendor
Y de tantas muertas galas,
Están batiendo las alas
Los siglos en derredor.
Muda historia de granito
Que erguida en pie te mantienes,
¿qué nos escondes? ¿Qué tienes
por otras razas escrito?
Cada inmenso monolito,
Del arte eximio trabajo,
¿quién lo labró? ¿Quién lo trajo
a do nadie lo derriba?
Lo saben, Dios allá arriba;
La soledad aquí abajo.
Cada obelisco de pie
Me dice en muda arrogancia:
Tú eres dudas e ignorancia,
Yo soy el arte y la fe,
Semejan de lo que fue
Los muros viejos guardianes…
¡qué sacrificios! ¡qué afanes
revela lo que contemplo!
Labrado está cada templo
No por hombres, por titanes.
En nuestros tiempos ¿qué son
Los ritos, usos y leyes,
De sacerdotes y reyes
Que aquí hicieron oración?
Una hermosa tradición
Cuya antigüedad arredra;
Ruinas que viste la yedra
Y que adorna el jaramago:
¡la epopeya del estrago
escrita en versos de piedra!
Del palacio la grandeza;
Del templo la pompa extraña;
La azul y abrupta montaña
Convertida en fortaleza;
Todo respira tristeza,
Olvido, luto, orfandad;
¡aun del so l la claridad
se torna opaca y medrosa
en la puerta misteriosa
de la negra eternidad!
Despojo de lo ignorado,
Busca un trono la hoja seca
En la multitud greca
Del frontón desportillado.
Al penate derribado
La ortiga encubre y escuda;
Ya socavó mano ruda
La perdurable muralla…
Viajero: medita y calla…
¡Lo insondable nos saluda!
Sabio audaz, no inquieras nada,
Que no sabrás más que yo;
Aquí una raza vivió
Heroica y civilizada;
Extinta o degenerada,
Sin renombre y sin poder,
De su misterioso ser
Aquí el esplendor se esconde
Y aquí sólo Dios responde
¡Y dios no ha de responder!
Nieve de estío
Como la historia del amor me aparta
de las sombras que empañan mi fortuna,
yo de esa historia recogí esta carta
que he leído a los rayos de la luna.
Yo soy una mujer muy caprichosa
y que me juzgue a tu conciencia dejo,
para poder saber si estoy hermosa
recurro a la franqueza de mi espejo
Hoy, después que te vi por la mañana,
al consultar mi espejo alegremente,
como un hilo de plata vi una cana
perdida entre los rizos de mi frente.
Abrí para arrancarla mis cabellos
sintiendo en mi alma dolorosas luchas,
y cuál fue mi sorpresa, al ver en ellos
esa cana crecer con otras muchas.
¿Por qué se pone mi cabello cano?
¿Por qué está mi cabeza envejecida?
¿Por qué cubro mis flores tan temprano
con las primeras nieves de la vida?
No lo sé. Yo soy tuya, yo te adoro,
con fe sagrada, con el alma entera;
pero sin esperanza sufro y lloro;
¿tiene también el llanto primavera?
Cada noche soñando un nuevo encanto
vuelvo a la realidad desesperada;
soy joven, en verdad, mas sufro tanto
que siento ya mi juventud cansada.
Cuando pienso en lo mucho que te quiero
y llego a imaginar que no me quieres,
tiemblo de celos y de orgullo muero;
(Perdóname, así somos las mujeres).
He cortado con mano cuidadosa
esos cabellos blancos que te envío;
son las primeras nieves de una rosa
que imaginabas llena de rocío.
Tú me has dicho: "De todos tus hechizos,
lo que más me cautiva y enajena,
es la negra cascada de tus rizos
cayendo en torno a tu faz morena".
Y yo, que aprendo todo lo que dices,
puesto que me haces tan feliz con ello,
he pasado mis horas más felices
mirando cuán rizado es mi cabello.
Mas hoy, no elevo dolorosa queja,
porque de ti no temo desengaños;
mis canas te dirán que ya está vieja
una mujer que cuenta veintiún años.
¿Serán para tu amor mis canas nieve?
Ni a suponerlo en mis delirios llego.
¿Quién a negarme sin piedad se atreve
que es una nieve que brotó del fuego?
¿Lo niegan los principios de la ciencia
y una antítesis loca se parece?
pues es una verdad de la experiencia:
cabeza que se quema se emblanquece.
Amar con fuego y existir sin calma;
soñar sin esperanza de ventura,
dar todo el corazón, dar toda el alma
en un amor que es germen de amargura.
Buscar la dicha llena de tristeza
sin dejar que sea tuyo el hado impío,
llena de blancas hebras mi cabeza
y trae una vejez: la del hastío.
Enemiga de necias presunciones
cada cana que brota me la arranco,
y aunque empañe tus gratas ilusiones
te mando, ya lo ves, un rizo blanco.
¿Lo guardarás? Es prenda de alta estima
y es volcán este amor a que me entrego;
tiene el volcán sus nieves en la cima,
pero circula en sus entrañas fuego.
A mis hijas
Mi tristeza. es un mar; tiene su bruma
que envuelve densa mis amargos días;
sus olas son de lágrimas; mi pluma
está empapada en ellas, hijas mías.
Vosotras sois las inocentes flores
nacidas de ese mar en la ribera;
la sorda tempestad de mis dolores
sirve de arrullo a vuestra edad primera.
Nací para luchar; sereno y fuerte
cobro vigor en el combate rudo;
cuando pague mi audacia con la muerte,
caeré cual gladiador sobre mi escudo.
Llévenme así a vosotras; de los hombres
ni desdeño el poder ni el odio temo;
pongo todo mi honor en vuestros nombres
y toda el alma en vuestro amor supremo.
Para salir al mundo vais de prisa.
¡Ojalá que esa vez nunca llegara!
Pues hay que ahogar el llanto con la risa,
para mirar al mundo cara a cara.
No me imitéis a mí: yo me consuelo
con abrir más los bordes de mi herida;
imitad en lo noble a vuestro abuelo:
¡Sol de virtud que iluminó mi vida!
Orad y perdonad; siempre es inmensa
después de la oración la interna calma,
y el ser que sabe perdonar la ofensa
sabe llevar a Dios. dentro del alma.
Sea vuestro pecho de bondades nido,
no ambicionéis lo que ninguno alcanza,
coronad el perdón con el olvido
y la austera virtud con la esperanza.
Sin dar culto a los frívolos placeres
que la pureza vuestra frente ciña,
buscad alma de niña en las mujeres
y buscad alma de ángel en la niña.
Nadie nace a la infamia condenado,
nadie hereda la culpa de un delito,
nunca para ser siervas del pecado
os disculpéis clamando: estaba escrito.
¡Existir es luchar! No es infelice
quien luchando, de espinas se corona;
abajo, todo esfuerzo se maldice,
arriba, toda culpa se perdona.
Se apaga la ilusión cual lumbre fatua
y la hermosura es flor que se marchita;
la mujer sin piedad es una estatua
dañosa al mundo y del hogar proscrita.
No fijéis en el mal vuestras pupilas
que víbora es el mal que todo enferma,
y haced el bien para dormir tranquilas
cuando yo triste en el sepulcro duerma.
Nunca me han importado en este suelo
renombre, aplausos, oropeles, gloria:
procurar vuestro bien, tal es mi anhelo;
amaros y sufrir tal es mi historia.
Cuando el sol de mi vida tenga ocaso
recordad mis consejos con ternura,
y en cada pensamiento, en cada paso,
buscad a Dios tras de la inmensa altura.
Yo anhelo que, al morir, por premio santo,
tengan de vuestro amor en los excesos:
las flores de mi tumba vuestro llanto,
las piedras de mi tumba vuestros besos.
Mi padre
Yo tengo en el hogar un soberano,
único a quien venera el alma mía;
es su corona su cabello cano,
la honra su ley y la virtud su guía.
En lentas horas de miseria y duelo,
lleno de firme y varonil constancia,
guarda la fé con que me habló del cielo
en las horas primeras de mi infancia.
La amarga proscripción y la tristeza
en su alma abrieron incurable herida;
es un anciano, y lleva en su cabeza
el polvo del camino de la vida.
Ve del mundo las fieras tempestades,
de la suerte las horas desgraciadas,
y pasa, como cristo el Tiberiades,
de pie sobre las ondas encrespadas.
Seca su llanto, calla sus dolores,
y sólo en el deber sus ojos fijos,
recoge espinas y derrama flores
sobre la senda que trazó a sus hijos.
Me ha dicho: "A quien es bueno, la amargura
jamás en llanto sus mejillas moja:
en el mundo la flor de la ventura
al mas ligero soplo se dehoja.
"Haz el bien sin temer al sacrificio,
el hombre ha de luchar sereno y fuerte,
y halla quien odia la maldad y el vicio
un tálamo de rosas en la muerte.
"Si eres pobre confórmate y sé bueno;
si eres rico protege al desgraciado,
y lo mismo en tu hogar que en el ajeno
guarda tu honor para vivir honrado."
"Ama la libertad, libre es el hombre
y su juez más severo es la conciencia;
tanto como tu honor guarda tu nombre,
pues mi nombre y mi honor forman tu herencia".
Este código augusto, en mi alma pudo
desde que lo escuché, quedar grabado;
en todas las tormentas fue mi escudo,
de todas las borrascas me ha salvado.
Mi padre tiene en su mirar sereno
reflejo fiel de su conciencia honrada;
¡cuánto consejo cariñoso y bueno
sorprendo en el fulgor de su mirada!
La nobleza del alma es su nobleza;
la gloria del deber forma su gloria;
es pobre, pero encierra su pobreza
la página más grande de su historia.
Siendo el culto de mi alma su cariño,
la suerte quiso que al honrar su nombre,
fuera el amor que me inspiró de niño
la más sagrada inspiración del hombre.
Quiera el cielo que el canto que me inspira
siempre sus ojos con amor lo vean,
y de todos los versos de mi lira
éstos los dignos de su nombre sean.
Bebé
Cuenta Bebé dos meses no cumplidos,
pero burlando al tiempo y sus reveses,
como todos los niños bien nacidos
parece un señorón de 20 meses.
Rubio, y con ojos como dos luceros
lo vi con traje de color de grana
en un escaparate de Plateros
un domingo de Pascua en la mañana.
Iban conmigo Concha y Margarita
y al mirar las dos, ambas gritaron:
"¡Mira padre, qué cara tan bonita!"
y trémulas de gozo mi miraron.
¿Quién al ver que en sus hijas se subleva
la ambición de adueñarse de un muñeco,
no se siente vencido cuando lleva
dos duros en la bolsa del chaleco?
Ha vencido pensé: si está comprado,
y como es natural tiene otros dueños
mis hijas perderán el encantado
palacio de sus mágicos ensueños.
Pero movido el paternal cariño,
entré a la tienda a realizar su antojo,
y dije al vendedor: "Quiero ese niño
de crenchas blondas y vestido rojo".
Abrió entonces la alcoba de cristales
tomó a Bebé, lo puso entre mis manos,
y convirtió a mis hijas en rivales
porque el amor divide a los hermanos.
"Para mí" -Concha me gritó importuna,
"para mí" -me gritaba Margarita,
y yo les grité al fin: "para ninguna"
con la seca aridez de un cenobita.
Reinó un silencio entre las dos profundo,
y yo recordé entonces conturbado
este axioma tristísimo del mundo:
"Ser rival es odiar y ser odiado".
Y así pensé: no debo en corazones
que de la vida llaman a la puerta,
encender con el celo esas pasiones,
que el odio atiza y el rencor despierta.
La historia del amor con dos premisas,
iguala a la mujer y no os asombre;
¡Un muñeco en la edad de las sonrisas,
y en la edad de las lágrimas, un hombre!
César En Casa
Juan, aquel militar de tres abriles,
que con gorra y fusil sueña en ser hombre,
y que ha sido en sus guerras infantiles
un glorioso heredero de mi nombre;
ayer, por tregua al belicoso juego,
dejando en un rincón la espada quieta,
tomó por voluntad, no a sangre y fuego,
mi mesa de escribir y mi gaveta.
Allí guardo un laurel, y viene al caso
repetir lo que saben mis testigos:
esa corona de oropel y raso
la debo, no a la gloria, a mis amigos.
Con sus manos pequeñas y traviesas,
desató el niño, de la verde guía,
el lazo tricolor en que hay impresas
frases que él no descifra todavía.
Con la atención de un ser que se emociona
miró las hojas con extraño gesto,
y poniendo en mis manos la corona,
me preguntó con intención: -"¿Qué es esto?"
-"Esto es -repuse- el lauro que promete
la gloria al genio que en su luz inunda...
-"¿Y por qué lo tienes?" -Por juguete,
le respondió mi convicción profunda.
Viendo la forma oval, pronto el objeto
descubre el niño, de la noble gala;
se la ciñe, faltándome al respeto
y hecho un héroe se aleja por la sala.
¡Qué hermosa dualidad! Gloria y cariño
con su inocente acción enlazó ufano,
pues con el lauro semejaba el niño
un diminuto emperador romano.
hasta creí que de su faz severa
irradiaban celestes resplandores,
y que anhelaba en su imperial litera
ir al Circo a buscar los gladiadores.
Con su nuevo disfraz quedé asombrado
(no extrañéis en un padre estos asombros),
y corrí por un trapo colorado
que puse y extendí sobre sus hombros.
Mirélo así con cándido embeleso,
me transformé en su esclavo humilde y rudo,
y -"¡Ave César!- le dije, dame un beso,
¡yo que muero de penas, te saludo!"
-"¿César?"- me preguntó lleno de susto
y yo sintiendo que su amor me abrasa,
-"¡César!" -le respondí- "César Augusto
de mi honor, de mi honra y de mi casa"
Quitéle el manto, le volví la espada,
recogí mi corona de poeta,
y la guardé, deshecha y empolvada,
en el fondo sin luz de mi gaveta.
El Cuento De Margot
Vamos, Margot, repíteme esa historia
que estabas refiriéndole a María,
ya vi que te la sabes de memoria
y debes enseñármela, hija mía.
-La sé porque yo misma la compuse.
-¿Y así no me la dices? Anda, ingrata.
-¡Tengo compuestas diez! -¡Cómo! repuse,
¿Te has vuelto a los seis años literata?
-¡No, literata no! pero hago cuentos...
-No temas que tal gusto te reproche.
-Al ver a mis hermanos tan contentos
yo les compongo un cuento en cada noche.
-¿Y cómo dice el que contando estabas?
-Es muy triste, papá, ¿qué no lo oíste?
-Sólo oí que lloraban y llorabas.
-¡Ah! sí, todos lloramos; ¡es muy triste!
Imagínate un niño abandonado
de grandes ojos de viveza llenos,
rubio, risueño, gordo y colorado
-Como mi hermano Juan, ni más ni menos.
Figúrate una noche larga y fría,
de muda soledad, sin luz alguna,
y ese niño muriendo, en agonía,
encima de la acera, no en la cuna.
-¿En las heladas lozas? -Sí, en la acera.
Es decir, en la calle... ¡Qué amargura!
-Hubo alguien que pasando lo creyera
un olvidado cesto de basura.
Yo pasaba, lo vi, bajé mis brazos
queriendo darle maternal abrigo
y envuelto en un pañal hecho pedazos
lo alcé a mi pecho y lo llevé conmigo.
Lloraba tanto y tanto el angelito
que ya estaban sus párpados muy rojos...
y a cada nueva queja, a cada grito
el alma me sacaba por los ojos.
Me lo llevé a mi cama: entre plumones
lo hice dormir caliente y sosegado...
¡Cómo hubo en este mundo corazones
capaces de dejarlo abandonado!
¡Ay! yo sé por mi libro de lectura
que estudio en mis mayores regocijos,
que ni los tigres en la selva oscura
dejan abandonados a sus hijos.
¡Pobrecito! yo sé su mal profundo,
le curo como madre toda pena;
parece que este niño en este mundo
no es hijo de mujer sino de hiena.
De mi colchón en el caliente hueco
duerme para que en lágrimas no estalle;
y llorando Margot, mostró el muñeco
que en cierta noche se encontró en la calle.
El Nido
Mira ese árbol que a los cielos
sus ramas eleva erguido;
en ellas columpia un nido
en que duermen tres polluelos.
Ese nido es un hogar;
no lo rompas, no lo hieras:
sé bueno y deja a las fieras,
el vil placer de matar.
En Cada Corazón Arde Una Llama
En cada corazón arde una llama,
si aún vive la ilusión y amor impera,
pero en mi corazón desdeque te ama
sin que viva ilusión, arde una hoguera.
Oye esta confesión; te amo con miedo,
con el miedo del alma a tu hermosura,
y te traigo a mis sueños y no puedo
llevarte más allá de mi amargura.
¿Sabes lo que es vivir como yo vivo?
¿Sabes lo que es llorar sin fe ni calma?
¿Mientras se muere el corazón cautivo
y en la cruz del dolor expira el alma?
Eres al corazón lo que a las ruinas
son los rayos del sol esplendoroso,
donde el reptil se arropa en las esquinas
y se avergüenza el sol del ser hermoso.
Nunca podrás amarme aunque yo quiera,
porque lo exige así mi suerte impía,
y si esa misma suerte nos uniera
tú fueras desgraciada por ser mía.
Deja que te contemple y que te adore,
y que escuche tu voz y que te admire,
aunque al decirte adiós, con risas llore,
y al volvernos a ver llore y suspire.
Yo no quiero enlazar a mi destino
tu dulce juventud de horas tranquilas,
ni he de dar otro sol a mi camino
que los soles que guardan tus pupilas.
Enternézcame siempre tu belleza
aunque no me des nunca tus amores,
y no adornes con flores tu cabeza
pues me encelan los besos de las flores.
Siempre rubios, finísimos y bellos,
madejas de oro, en céltica guirnalda,
caigan flotando libres tus cabellos,
como un manto de reina por tu espalda.
Es cielo azul el que mi amor desea,
la flor que más me encanta es siempre hermosa,
que en tu talle gentil yo siempre vea
tu veste tropical de azul y rosa.
Mírame con tus ojos adormidos,
sonriéndote graciosa y dulcemente,
y avergüenza y maldice a mis sentidos
mostrándome el rubor sobre tu frente.
¿Yo nunca seré tuyo? ¡ay! ese día,
oscureciera al sol duelo profundo;
mas para ser feliz sobre este mundo
bástame amarte sin llamarte mía.
Este Era Un Rey...
Ven mi Juan, y toma asiento
en la mejor de tus sillas;
siéntate aquí, en mis rodillas,
y presta atención a un cuento.
Así estás bien, eso es,
muy cómodo, muy ufano,
pero ten quieta esa mano;
vamos, sosiega esos pies.
Este era un rey... me maltrata
el bigote ese cariño,
Este era un rey... vamos niño,
que me rompes la corbata.
Si vieras con qué placer
ese rey... ¡Jesús! ¡qué has hecho!
¿Lo ves? en medio del pecho
¡me has clavado un alfiler!
¿Y mi dolor te da risa?
escucha y tenme respeto:
éste era un rey... deja quieto
el cuello de mi camisa.
Oír atento es la ley
que a cumplir aquí te obligo...
Deja mi reloj... prosigo.
Atención: Este era un rey...
Me da tormentos crueles
tu movilidad chicuelo,
¿ves? has regado en el suelo
mi dinero y mis papeles.
Responde: ¿me has de escuchar?
Este era un rey... ¡qué locura!
me tiene en grande tortura
que te muevas sin parar.
Mas ¿ya estás quieto? Sí, sí
al fin cesa mi tormento...
Este era un rey, oye el cuento
inventado para ti.
Y agrega el niño, que es ducho
en tramar cuentos a fe:
"Este era un rey..." ya lo sé
porque lo repites mucho.
Y me gusta el cuentecito
y mira ya lo aprendí:
"Este era un rey", ¿no es así?
"¡Qué bonito! ¡Qué bonito!"
Y de besos me da un ciento,
y pienso al ver sus cariños:
los cuentos para los niños,
no requieren argumento.
Basta con entender
su espíritu de tal modo
que nos puedan hacer todo
lo que nos quieran hacer.
Con lenguaje grato o rudo
un niño, sin hacer caso,
va dejando paso a paso
a su narrador desnudo.
Infeliz del que se escama
con esas dulces locuras:
¡si estriba en sus travesuras
el argumento del drama!
¡Oh Juan! me alegra y me agrada
tu movilidad tan terca;
te cuento por verte cerca
y no por contarte nada.
Y bendigo mi fortuna,
y oye el cuento y lo sabrás;
"Era un rey a quien jamás
le sucedió cosa alguna".
Mi Mejor Lauro
Con sus seis primaveras muy ufana,
quebrando con sus pies las hojas secas,
me recitó en el campo una mañana
mi hija mayor : Fusiles y muñecas.
Repitiendo mis versos no sabía
que colmaba el mayor de mis antojos;
no me culpéis si oyéndola sentía,
lágrimas en el alma y en los ojos.
¡Bien! exclamé, mi niña me interpreta
mejor que todos aunque a nadie cuadre;
yo juzgarla creí como poeta,
y la estaba juzgando como padre.
Llegó la estrofa aquella en que la nombro
y bajando hacia el suelo la mirada,
vi de pronto ponerse, con asombro,
su faz, más que una fresa, colorada.
¿Qué tienes? pregunté, ¿por qué haces eso?
¿Por qué ya nada de tu labio escucho?
Y ella me respondió, dándome un beso:
-Me callo aquí, porque te quiero mucho.
Nada valdrá tan cándida respuesta
para el que en altas concepciones fijo,
medir no pueda, en ocasión cual ésta,
a donde alcanza el corazón de un hijo.
Puedo deciros la verdad desnuda:
como en mis versos comprendió mi duelo,
por no hacerme sufrir quedóse muda,
por no verme llorar, miraba al suelo.
Yo, alabando el poder de su memoria,
comprendí, perdonadme lo indiscreto,
que los mejores lauros de la gloria
son los que se cosechan en secreto.
Vale más a mis ojos, siempre fijos
en la eterna verdad no en falsos nombres,
la lágrima arrancada por mis hijos
que todos los aplausos de los hombres.
Negó a mi numen su fulgor el genio,
en el drama veraz de mis dolores
el fondo de mi hogar es el proscenio
y mi padre y mis hijos los lectores.
No busco un lauro que mi frente ciña
ni pide aplausos mi laúd ingrato;
pero... ¿por qué me olvido de la niña
que suspendió turbada su relato?
Pronto volvió su faz a estar serena
y a brillar en sus labios la sonrisa,
porque el placer lo mismo que la pena
pasan sobre los niños muy de prisa.
-Tus versos voy a continuar diciendo-
y con más firme voz soltóse hablando;
¡inocente! los dijo sonriendo
y entonces yo los escuché llorando.
Al terminar, sintiendo hecho pedazos
por el dolor mi corazón ardiente,
me interrogó cruzándose de brazos
y mirándome el rostro frente a frente.
-¡Ay! dime padre, cuando tú escribiste
los mismo versos que de oírme acabas
¿porqué estabas mirándome tan triste?
Al mirarnos jugar ¿en qué pensabas?
y ¿por qué? -respondí- tan preguntona
¿indagas los misterios de mi lira?
-Porque soy, tú lo has dicho, una persona
que charla, que comenta, y que suspira.
-¡Brava razón! ¡Confórmame con eso!
¿No eres la que, si el duelo me avasalla,
se me cuelga del cuello, me da un beso,
se le saltan las lagrimas y calla?
-¡Yo soy! ¡yo soy! me contestó orgullosa,
y haciéndome olvidar penas y agravios,
se me colgó del cuello cariñosa,
cerró sus ojos y besó mis labios.
Corrió alegre después tras otros niños
quebrando con sus pies las hojas secas
y dejándome besos y cariños
en premio de Fusiles y muñecas.
Post-Umbra
Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.
La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡no!, ¡no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas, caballero.
¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
el tiempo los descubre y los publica.
Aquellos que jusgáronme felice,
en amores, que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:
"Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares;
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser, o muy vulgares.
Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas
con lágrimas mi carta escribiría.
Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar de otra tinta más obscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.
Aunque no soy para sonar esquiva,
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir y aún estoy viva;
tengo ansias de vivir y ya estoy muerta.
Me acosan de dolor fieros vestigios,
¡qué amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
y apenas cumplo veinte primaveras.
En esta horrible lucha en que batallo,
aun cuando débil, tu consuelo imploro,
quiero decir que lloro y me lo callo,
y más risueña estoy cuanto más lloro.
¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: "te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida"
¿Qué te respondí yo? Bajé la frente,
triste y convulsa te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente
es natural que muera muy temprano.
Tus versos para mí conmovedores,
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden menos las espinas.
Yo, que como mujer, soy vanidosa,
me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa,
que vive solamente una alborada.
¡Cuántos de los crepúsculos que admiras
pasamos entre dulces vaguedades;
las verdades juzgándolas mentiras
las mentiras creyéndolas verdades!
Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar mis ojos y mi boca,
tu misma sombra me causaba celo.
Al verme embelesada, al escucharte,
clamaste, aprovechando mi embeleso:
"déjame arrodillar para adorarte";
y al verte de rodillas te di un beso.
Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa y timorata;
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre
porque toda pasión es insensata.
Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.
Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquél placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.
Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.
¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
el grande amor con el desdén se paga:
Toda llama que avivan los deseos
pronto encuentra la nieve que la apaga.
Te quisiera culpar y no me atrevo,
es, después de gozar, justo el hastío;
yo que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.
Me engañaste y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre, en cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.
Pronto voy a morir; esa es mi suerte;
¿quién se opone a las leyes del destino?
Aunque es camino oscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar ese camino?
En él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso;
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con un beso.
Mostrar a Dios podremos nuestra historia
en aquella región quizá sombría.
¿Mañana he de vivir en tu memoria...?
Adiós... adiós... hasta el terrible día."
Leí estas líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando...
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.
Un Consejo De Familia
¿Quién en la miseria y el amor concilia?
Esto más que un problema es un misterio.
Para hablar de un asunto que es tan serio,
hubo ayer un consejo de familia.
Hizo de presidente del concejo
un hombrecito al que la edad agobia,
y que además del chiste de ser viejo,
es, nada menos, padre de mi novia.
A su lado, y en cómoda poltrona,
con franco y natural desembarazo,
estaba una señora setentona
con un perro faldero en el regazo.
Y en derredor, con rostros muy severos,
prontos a discutir y meter baza,
estaban cual prudentes consejeros
seis a siete visitas de la casa.
Y entre todos, causando maravilla,
de gracia y juventud, rico tesoro,
como un ángel, sentada en una silla
estaba la mujer a quien adoro.
Con que, vamos a ver, dijo indiscreta
la madre, por anciana impertinente,
¿es verdad que eres novia de un poeta?
¿Sueñas con los laureles de su frente?
-Puesto que lo sabéis, dijo la niña,
no lo puedo negar: le quiero mucho.
-Mereces, dijo el padre, que te riña.
Y la anciana exclamó: -¡Cielos! ¡qué escucho!
¡Blasfemia intolerable que me irrita!
-¡Habráse visto niña descarada!
Dijo en tono burlón una visita
pegándose en la frente una palmada.
-Los versos nada más son oropeles.
Dijo la anciana en tono reposado,
y apuesto que no sirven sus laureles
ni para sazonar el estofado.
¡Un novio soñador y sin dinero!
Hija, esto sí que nadie lo perdona;
ya que tiene corona y no sombrero,
fuera mejor usara su corona.
-Los hombres, dijo el padre, son perversos
pero más los poetas de hoy en día.
Quizá te piense alimentar con versos,
y eso vas a comer ¡pobre hija mía!
-O, quién sabe, agregó con triste acento
una visita, al parecer piadosa,
si se irán a poblar el firmamento
o a vivir en el cáliz de una rosa.
-Puede ser, interrumpe otra persona,
que intente levantar, llegado el caso,
a orillas de la fuente de Helicona,
un palacio en las faldas de Parnaso.
El regalo de boda, amigo mío,
tendrá joyas riquísimas y bellas
junto a un collar de perlas del rocío,
el manto azul del cielo y sus estrellas.
Envidia te tendrán los serafines,
pues tendrás, deleitando tu hermosura,
una alfombra de nardos y jazmines
y un ruiseñor que cante en la espesura.
El marido feliz te dará un beso
diciendo: ¡tengo un ángel por esposa!
¿Y a la hora de comer? ¡quién piensa en eso!
¡para el poeta la comida es prosa!
Un coro de estridentes carcajadas
satíricas, terribles, infernales,
convirtió las mejillas en granadas
al ángel de mis sueños celestiales.
-¿Conque piensas seguir esos amores,
tú, la más infeliz de las mujeres,
piensas con el aroma de las flores
vivir entre la dicha y los placeres?
¿A qué alta sociedad, hija querida
te llevará ese amor del cual abusas?
¡Ha de ser muy monótona la vida,
sin tener más visitas que las musas!
Otra risa estalló ¡bendita risa!
Entonces ella abandonó su asiento,
y con grave ademán y muy de prisa
salió, sin vacilar, del aposento.
Llamáronla mil veces, pero ella,
espléndida, graciosa, soberana,
como asoma en los cielos una estrella
el rostro fue a asomar a la ventana.
-Ven, me dijo, mitad del alma mía.
Dicen que amarte es prueba de torpeza,
que por pobre te olvide ¡qué ironía!
que te deje por pobre ¡qué tristeza!
Como no te comprenden, ya por eso
destruir mis amores se concilia.
Yo siempre seré tuya: dame un beso;
¡se ha lucido el consejo de familia!
A Mis Hijas
Mi tristeza es un mar; tiene su bruma
que envuelve densa mis amargos días;
sus olas son de lágrimas; mi pluma
está empapada en ellas, hijas mías.
Vosotras sois las inocentes flores
nacidas de ese mar en la ribera;
la sorda tempestad de mis dolores
sirve de arrullo a vuestra edad primera.
Nací para luchar; sereno y fuerte
cobro vigor en el combate rudo;
cuando pague mi audacia con la muerte,
caeré cual gladiador sobre mi escudo.
Llévenme así a vosotras; de los hombres
ni desdeño el poder ni el odio temo;
pongo todo mi honor en vuestros nombres
y toda el alma en vuestro amor supremo.
Para salir al mundo vais de prisa.
¡Ojalá que esa vez nunca llegara!
Pues hay que ahogar el llanto con la risa,
para mirar al mundo cara a cara.
No me imitéis a mí: yo me consuelo
con abrir más los bordes de mi herida;
imitad en lo noble a vuestro abuelo:
¡Sol de virtud que iluminó mi vida!
Orad y perdonad; siempre es inmensa
después de la oración la interna calma,
y el ser que sabe perdonar la ofensa
sabe llevar a Dios. dentro del alma.
Sea vuestro pecho de bondades nido,
no ambicionéis lo que ninguno alcanza,
coronad el perdón con el olvido
y la austera virtud con la esperanza.
Sin dar culto a los frívolos placeres
que la pureza vuestra frente ciña,
buscad alma de niña en las mujeres
y buscad alma de ángel en la niña.
Nadie nace a la infamia condenado,
nadie hereda la culpa de un delito,
nunca para ser siervas del pecado
os disculpéis clamando: estaba escrito.
¡Existir es luchar! No es infelice
quien luchando, de espinas se corona;
abajo, todo esfuerzo se maldice,
arriba, toda culpa se perdona.
Se apaga la ilusión cual lumbre fatua
y la hermosura es flor que se marchita;
la mujer sin piedad es una estatua
dañosa al mundo y del hogar proscrita.
No fijéis en el mal vuestras pupilas
que víbora es el mal que todo enferma,
y haced el bien para dormir tranquilas
cuando yo triste en el sepulcro duerma.
Nunca me han importado en este suelo
renombre, aplausos, oropeles, gloria:
procurar vuestro bien, tal es mi anhelo;
amaros y sufrir tal es mi historia.
Cuando el sol de mi vida tenga ocaso
recordad mis consejos con ternura,
y en cada pensamiento, en cada paso,
buscad a Dios tras de la inmensa altura.
Yo anhelo que, al morir, por premio santo,
tengan de vuestro amor en los excesos:
las flores de mi tumba vuestro llanto,
las piedras de mi tumba vuestros besos.
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