jueves, 23 de agosto de 2012

7509.- BEATRIZ ESTRADA MORENO




Beatriz Estrada Moreno (Ciudad de México, 1985). Estudió Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde tomó cursos de narrativa y guión cinematográfico. Ha incursionado en la poesía, el cuento y la traducción, publicando en la revista electrónica del Programa de Escritura Creativa (PEC) de la Universidad del Claustro de Sor Juana y en Cuadrivio. Ha traducido a poetas rumanos como Ion Minulescu para el Periódico de Poesía de la UNAM, y Ana Blandiana en Cuadrivio. Ejerce como internacionalista y actualmente trabaja temas de seguridad e integración latinoamericana.




Para mi abuelo


Postales de Moldavia

Así como yo nunca he entendido nada de mecánica
mi abuelo tampoco entiende mi poesía y mi pasión por el rumano;
supongo que por eso buscó Moldavia en un atlas
para ubicar dónde se publica desde 1932 la revista Viaţa Basarabiei.
«Moldavia se hizo estado independiente en 1991
con la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
y todavía era parte de Rumania en la Segunda Guerra Mundial,
cuando tu abuela trabajaba en una fábrica de cerillos
en la colonia Obrera», me dice con tono de historiador.
Mi abuelo nunca ha entendido mis poemas
ni yo el ruido de sus motores.
¿Cómo iba pensar en Moldavia, si nació en una ranchería en Coroneo, Guanajuato?
Algo pasó en Coroneo que se extraviaron todas las actas
del Registro Civil. Dicen que mi bisabuela se llamaba Cresenciana
pero mi Anita se llamaba Ana y los sábados en la tarde
me gustaba escucharla decir que la detuvieron
por llevar parque en los años de la Revolución.
Mi abuelo lleva dos horas sumando y restando números en una servilleta,
luego saldrá por el pan y calentará agua para su canario.
El pueblo de donde viene no aparece ni en Google Maps.
Ahora abre el almanaque en la página 40
y la sostiene con su servilleta matemáticamente entintada,
sólo para decirme: «¡Qué bonito todo lo que escribes, chula,
hay un pueblo cerca de Chişinău que me recuerda tanto a Coroneo!»






La última noche de abril

Me acerqué a la librería para matar el tiempo.
Aunque  no es mi sección favorita
el título de Cómo vivir sin ti y no morir de amor
me detuvo en  los Best Sellers.
Me oculté tras  los diccionarios jurídicos
para ver si el Dr. Burgoa me arropaba,
como los árboles a esas bancas tristes
y solitarias de la Alameda Central.
Oración para sacar al ser querido:
«Me quiero y me respeto y voy a tener la fortaleza para
no rogarle porque yo merezco algo mejor.
–Repítase tres veces  ante la tentativa de un encuentro–», leí.
Dice el Dr. Shulz (un inglés calvo, andropáusico, seguramente divorciado
[y autor del libro)
que tomemos una libreta para descubrir ese humus interno.

me dueles como mi asma. Escribo.

Luego pienso y vuelvo a escribir:

me dueles como le duele a madre mi asma.

Pienso en una vocal, la O.
No está en tundra pero sí en pergamino:
Estoy cansada
¿mi corazón?
Sí. Impreciso. Como el liquen.

No hay soporte para este vértigo.
ni mapa para tu cuerpo estéril.

Pero el Dr. Shulz se equivoca,
quizás algunos nacimos sin ese humus del que habla.
Compraré unos cigarros,
cruzaré la avenida.
Hace frío,
y en esta noche de abril
el semáforo brilla más que la luna






La cena

En medio de la prisa de la abuela,
nuevamente honramos la memoria
del general Domingo Pérez.
La mesa se viste de una gala blanca
y todos nos ponemos tristes a la hora de rezar.

A la mitad de la sala,
donde aún descansan las historias
del terciopelo verde,
mi madre abortando prejuicios
acaricia la cabeza de mi hermano Luis
y de su novio Juan.
La vida se remoja con leche
mientras la abuela sonríe,
y al compás de una dentadura prestada
mastica con nosotros el rostro
que no quiere olvidar.

Hoy también es domingo
Con una plegaria pagana
y silenciosa
nos revelamos a sus órdenes
No hay perdón para usted, general

Aún guarda el baúl su estuche de tortura
con un orden militar
aparecen su uniforme,
unos guantes,
y una patria que espera
la insurrección de las pulgas.

Todos te recuerdan impenetrable,

La sopa marchando
zanahorias creciendo en el televisor

pero ya no hay cuartel en donde buscarte

honores a tu bandera
bóvedas, doctrinas,
rasca conmigo las orillas de la tierra…

En la fracción de mi sueño,
con la fuerza centrífuga de sus cabellos,
llega la tía Fedra
y otra vez el yo me acuerdo, Él me dijo
¿Qué le vamos a hacer?

Y te sospecho, abuelo,
interrumpiendo la tranquilidad
de esta cena,
en el incesante hormigueo
a mis pies
pero ya no estás
ni en lunes ni en martes
ni en nunca,
y para evitar la ira de las buenas maneras
me guardo la última carcajada,
aunque hoy también sea domingo,
y sólo piense en descubrir el misterio
debajo de tus uñas.







Las olas

El golpe,
estruendo de mi corazón náufrago,
el ruido, la sal y la noche
como el interior de una mentira

Suspiro
sólo suspiro
juntando mis ojos con tus piernas

El viento corre al norte
y ya no hay brújulas ni respuestas
que dejen lamentarme por un nuevo día

Corto los bordes de tu fotografía,
que  me pesa como una docena de espadas

Hemos recorrido mareas
rojas y blancas,
aún así
la sombra de tu pelo permanece intacta

Y el dolor

sentencia de las olas
que prometen,
sólo prometen

y a mí que no me alcanza el aire
para luchar conmigo




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