Aroa Moreno Durán nació en Madrid en 1981 y es periodista. Colabora en varios medios de comunicación españoles y extranjeros. Ha vivido en México, Irlanda y Alemania. Veinte años sin lápices nuevos es su primer libro.
Es la autora del blog: El viaje de las pléyades.
a más kilómetros, peor es la gestión del sentimiento
en la ecuación de una ausencia
el tiempo es una constante
solamente el hilo musical tan indigesto
de la compañía aérea
es más absurdo que los minutos
que alguien tarda (y otro espera)
en cruzar un salón
como quien se la juega
cero-cero
Busco la cueva donde dormita mi padre.
Tiene un ojo ciclópeo.
Con una mano empuja las marañas de sombra.
Para verle
recorto mis rodillas
y mi pelo.
Los peces, hombro abajo.
Vuelve el aire
del pecho
de mi padre
a soplar mis terrores.
Él llega de un viaje
solo para ordenar
mi piel sobre su nervio,
desdoblar la ceniza
de mi vientre,
la ausencia
descansada
de mi silla vacía.
Y baja las persianas
contra el asco del mundo.
El alma,
resguardada
del tritón endiablado,
se ata a sus raíces.
INSTRUCCIONES DE LUNES FRÍO
Sírvase una copa de vino dulce.
Deje caer el bolso sobre el suelo.
Deje que todo caiga
lo que la lluvia de noviembre recogió
de sus hombros. No es fácil
le advierto
si recuerda
que tan sólo ha terminado una jornada:
el trabajo.
No recuerde los restos
de la cena de ayer abandonados
la mermelada roja
donde anida una hormiga.
Olvídese del mundo.
Del hombre que doblado le estiró del abrigo.
De la mujer que cuenta cómo perdió una casa.
Y abra la botella.
Elija un rincón donde haya poca luz.
No se moleste en espantar las sombras.
Alguna melodía,
sonidos de gramófono antiguo.
Tal vez un fado, Gardel, una canción francesa.
Por supuesto, no escuche la letra.
Ni atienda a melodías. Su cerebro
está blanco.
Olvide las denuncias, las mentiras, las reuniones, la falsa
sonrisa de cristal de despacho.
Cierre los ojos. Le dije, no era fácil.
Permanezca inmóvil.
Cuando la noche le devuelva el aliento,
llene la bañera.
Mucha espuma. No
coja ningún libro. Tal vez
un cigarrillo pero sólo
si no va a preocuparse de cenizas
de humedades.
Sumerja la cabeza.
Escuche la oquedad de los vecinos de
abajo
la niña patalea en ruido sordo.
Mantenga la cabeza sumergida. Deje
que emerja a flotar alguna parte
del cuerpo
que roce los vapores.
Y cuando salga, el agua caerá como riachuelos
pierna abajo, sienta
las cosquillas del agua.
Cene algún fruto.
Mastique la hinchazón,
Reviente pulpa dulce.
Y duérmase tranquilo:
el lunes ha pasado.
Lo enfermo que me habita, la hija deseada
de una ciudad moderna. A veces,
en verano, me he agarrado a ese ángel que cruzó nuestra casa.
La lluvia es una herida
sobre el cristal de un coche.
La nuca del gorrión bajó a la calle,
su quebrada de vida.
Hoy bebo
del espejo
el decibelio helado
de un latido. Eso soy, en mí me he convertido. Qué esperado.
El olor de la casa está saldado.
Con sus cajas de hilos
y el cañón con su carne.
Abandonados...
Debajo de la plaza, un hueso de ciruela
y este sonido de domingo hambriento
de cierres
y pintadas roídas
por el sol.
Este
domingo
de sabor a mar en las encías viejas, de lecturas enjutas,
de pan desesperado de aguantar el mordisco,
de extraña aparición de un ex amante.
Al timbre nuestro perro,
que nunca espera a nadie,
alarma con su grito de violín al vecino
que chirría en su sueño.
Poniente de domingo en una página.
Ya que nunca podremos desnudarnos.
La mensajera
Fuera dejé una lengua gris.
Atrás se quedó el vértigo
porque hoy
llenamos el salón de trapecistas.
Los que nunca salieron
de la sábana blanca
no vengan a decir
que mi ciudad
se llena de suicidas por la noche.
No brindaremos por el halago
ni la palabra hueca.
Bienvenidos al vino
y la poesía
los amigos
de siempre
y los que hace
relativamente poco
llegaron para quedarse.
Pueden salir
y ya lo hicieron
los que tapan sus ojos
a la belleza que hay en cada acera.
Los que tuvieron miedo
y encerraron
un corazón dentro del bolso.
A ellos
yo les dije
(sin pretender que me hicieran mucho caso
y así nos fue):
Dejen que les roben
un día el corazón
en plena calle.
Los flacos de ilusiones
los que no toman aire
para seguir llorando.
Los que nunca recogieron
de la calle una silla.
Los que dentro del cuerpo
llevan siempre un enjambre
de insectos
y vinagre.
No a las apuestas millonarias.
Ni a los fastos presentadores
que un día
nos robaron
las horas de los sueños.
Quedémonos nosotros:
los que están en el verso
los que nunca leyeron un poema.
Salud. Que pasen un buen rato.