Ricardo Martínez-Conde
Nació en la aldea de Aldariz (Sanxenxo), en la costa norte de la ría de Pontevedra, ayuntamiento de Sanxenxo en 1949. Realizó los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. Colaborador en prensa y revistas especializadas, desempeña su labor profesional como Técnico en la Consellería de Cultura (Xunta de Galicia) donde coordina la web Autores Galegos.
Escritor en gallego y castellano, es premio Bensaque de Poesía, Reimóndez Portela de Periodismo y Diploma de Honor en el concurso internaiconal de Relato Breve Jorge Luís Borges.
Cursó los estudios de filosofía y letras y el doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Textos suyos han aparecido en la Revista de Occidente, el Boletín Galego de Literatura y las revistas Clarín, Claves y Extramundi. Además ha sido colaborador en diversos periódicos. Ha publicado los poemarios en gallego Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Orballo nas camelias (Sotelo Blanco, 1993), O silencio das árbores (Espiral Maior, 1995), A núa lentitude (Follas Novas, 2001) y Compostela, vella memoria (3C3, 2003); y, en castellano, Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), Sombras del agua (Endymión, 1993), Evoë (Calambur, 1997) y Los días sin nombre (Calima, 2000, premio Benasque de Poesía). En prosa ha publicado, en gallego, Os simbolos de Galicia (Cª Cultura, 1993) y Debullar (Galaxia, 1998) y, en castellano, Cuentas del tiempo (Pre-textos, 1994), La figura del Rey según Quevedo (Una lectura de la "Política de Dios") Ed. Endymión-Mº Cultura, Madrid, 1996, Alusión al paisaje (Calima, 2002). Ha recibido diploma de honor en el Concurso Internacional de Relatos Breves "Jorge Luis Borges" (California, 1992) y el premio Reimóndez Portela de Xornalismo (A Estrada, 1997).
OBRAS MÁS RECIENTES:
LA LUZ EN EL CRISTAL Calima, 2011
NA TERRA DESLUADA Espiral Maior, 2009
OCCITANIA Follas Novas, 2007
LA SOMBRA DEL VUELO CajaSur, 2006
DE CUANTO NOS ES DADO Calima, 2006
La canción del espacio de tu edad
penetra la frescura de la noche.
Wallace Stevens
Todo el tiempo estuvieron los árboles
escuchándome mientras, serio, dudaba
si amarla o no al dictado de los libros
antiguos, hechos con precisa lentitud.
Se recogió la hormiga.
Se durmió el sol.
Ahora yo les escucho.
La veleta
La veleta es indiferente al lugar
donde ha sido colocada. Su función
es la duda; su esencia la sonrisa de quien
ha adquirido la ironía de la inseguridad.
El propietario ha pretendido distinguir
el hogar como un acto voluntario de entrega
a la incertidumbre, pero es sólo un decoro,
una mentira reducida a modo de reclamo.
Por eso la veleta, al dictar los principios
del cielo al que se mira, sonríe —no señala—
la imprecisión que habrá de ser destino
Y el resto es silencio.
El pájaro
Su canto es quien abre el día.
Solo, a todos convoca
su libertad tan seria.
¿Hasta cuándo vivirá la rama en que se apoya?
De rama en rama vigila, reflexiona, agita
el aire para desperezarse. Y canta. Siempre
el canto: sus alas, su color infantil.
No ha habido hasta ahora lluvia o sol
que amaine su fe; su entrega es humana
desde este lado del cristal.
*
El miedo actúa como una perfección.
No cabe eludir, sino aludir.
También la Mitología, que ha amparado
siempre la libertad, pudiera
sufrir herida.
El miedo que no llama
nunca desaparecerá.
*
En el dormir se acomoda
lo grave de la vida, más
a expensas de la melancolía...
(Así apremia ese hueco sin cubrir
cuando ya se hace tarde)
En el dormir están la calma de la hoja
y la gravidez de la dovela;
ahí se guardan los altos equilibrios
inalcanzables...
*
Al amor todo le pareció vacío, carente
del secreto que anuda sobriedad y gozo.
Continuaron otorgando nombres
de apariencia triste, pero inútiles,
muertos para el que siente.
*
¿Querrá cesar el invierno la interpretación
de esta marcha doliente, extensa y reiterada,
revestida de una pesada eternidad impositiva?
¿Hasta cuándo escuchar?
(No oír; escuchar: libre a expensas del acoso)
A buen seguro no tendrá un hogar, ni en él
un fin en quien vivir su soledad.
*
El que ama
lo hace sobre la sospecha
y la armonía. Incluso el azar
toma su parte.
Su voluntad no del todo asumida
pretende a escondidas reclamar la bondad
del otro como un gesto iniciático.
Procura una confianza que le confirme
y espera la noche para escuchar el ritmo,
para seguir la representación.
Aldariz
He venido a una herencia humilde
donde el tiempo dormita o despierta
al uso de mi paso, de mi capricho
o sueño.
Una casa donde cada adjetivo está en su sitio
a la vez que, en desasido juego, pueden
cambiar de origen para mi triunfo o pena.
Por eso desde ahora éste será mi nombre.
*
Al tiempo que acomoda su secreto
el paseante busca la huella de algo nuevo.
Hace tiempo que presagia
la premura del tiempo.
El secreto es ya la misma esencia
de él, su espejo. Le asombra su pureza.
Queda, así, al cuidado de su nombre,
la tristeza.
La memoria del hombre
debiera ser acorde a lo vivido:
la certeza a su duda,
lo nuevo a la armonía,
la sospecha a su sombra.
Pero no siempre es tan sencillo
el símbolo de todo lo aludido:
la duda busca el claustro,
el zureo la sombra;
la gravedad serena del invierno
alienta la fe convocando
al silencio.
A veces es así: la vida y la esperanza
confunden como sueños.
Te esperaba, vieja conciencia,
estirpe de la melancolía.
Tras el cristal la lluvia otorga algo
de lo que siento y pienso.
Así ha de ser.
El tiempo y la memoria acuden
con su antigua hermandad.
Pronto me conmoverá el silencio, así conoceré.
¿Qué tengo yo de mí, la realidad
frágil y esquiva? Si pienso en el amor
(esa forma exclusiva de vivir), es como
si me hubieran ido alejando de cuanto perdura
y, al final, es.
El mapa antiguo y mudo,
viejo solemne de la estancia,
ignora si me sobreviviré.
El lugar donde ha deseado vivir
es su certeza. Otra verdad
no habrá más constante.
A la vista del mar escucha
la lentitud de la hierba,
observa el vuelo antiguo,
añade a la noche lumbre y reflexión.
La memoria se compondrá de restos,
de ficciones: será lo no vivido.
Escribir al límite:
el aforismo español contemporáneo
Ricardo Martínez-Conde
Selección y nota de José Ramón González
El interés del escritor gallego Ricardo Martínez-Conde por el aforismo viene de lejos y se ha sostenido a lo largo de casi tres décadas de intensa actividad creativa en la que ha dado también a la imprenta más de veinte volúmenes de poesía, narrativa y ensayo. A la publicación de sus Cuentas del tiempo (Valencia, Pre-Textos, 1994), primera entrega de su obra aforística, le ha seguido Alusión al paisaje. Aforismos (Palma de Mallorca, Calima Ediciones, 2002) y dos colecciones de textos en gallego, Debullar (Vigo, Galaxia, 1998) y el reciente Ecos da Néboa ([Iñás-Oleiros, A Coruña], Editorial Trifolium, 2012). Tiene también dos libros inéditos: Por el camino, que publicará próximamente la editorial Trea, y Continuidad del cielo. A este último libro pertenecen precisamente los aforismos que he seleccionado en esta ocasión.
Martínez-Conde alcanza como aforista una particular intensidad expresiva, que podemos calificar de plenamente poética. Sus textos, muy medidos y muy bien ajustados (en sus dimensiones, en sus pausas, en su ritmo interno, en sus cierres) transmiten la impresión de pequeñas piezas henchidas de sentido, en las que el lenguaje se tensa hasta el límite, en la inminencia de una apertura súbita, que tras el ejercicio de lectura se entrega como vislumbre de certeza e incluso, en muchas ocasiones, como desgarrón de luz. Con sus aforismos, Martínez-Conde sondea la realidad del ser y la condición del hombre, arrojado a la intemperie de la existencia y menesteroso de un sentido que sólo atisba quien se compromete en una lucha constante –de un heroísmo inconmensurable y secreto– con la palabra. El valor y el destino del aforismo han sido siempre, escribe el propio autor en su trabajo “El aforismo o la formulación de la duda” (Cuadernos Hispanoamericanos, 586, abril de 1999), “un enriquecimiento del mundo interior a través de la palabra”. A lo que añade: “La comunicación, por ello, adquiere en el aforismo una cota mila-grosamente alta de perspectiva, de identificación, de inteligencia. Su dificultad está en su exigencia. Nada, en el aforismo, ocurre en vano, nada es baladí en esas pocas palabras elegidas que transmiten más que un significado, su esencia”. También destaca, y esto es relevante porque explica el carácter elusivo y reticente de su decir aforístico, el valor constitutivo que en el género adquiere “lo que no se dice” (un silencio que podríamos conceptualizar tal vez como la necesaria “cámara de expansión” del aforismo).
Sus temas, por otra parte, son las grandes cuestiones de siempre: el tiempo, la muerte, el amor, el íntimo desamparo, la soledad, el dolor, el silencio y la palabra, la fe y la duda o la belleza. Pero también la naturaleza –consuelo o rasero– y el paisaje, sobre el que se recorta la frágil silueta del hombre.
Aforismos
Un texto propio, escrito de mano propia bajo un silencio propio, es más que una referencia porque es más que uno mismo.
Cada día, además de avatares, acumulamos al haber de la memoria un silencio nuevo.
Cada mañana, lo que nos distingue a los integrantes de la naturaleza es la forma de esperar. (Eso es vivir.)
De niño se miden las cosas con el corazón; así es como se conoce el miedo. O el vacío, la ausencia de aquel a quien esperas (de aquel en quien esperas). En tal estado de pureza, amor es espera y el miedo vacío.
Luego todo será una repetición.
Nueva y vieja letanía de la lluvia. He ahí una parte de la religión de este paisaje antiguo y vivo.
Todo lo que ha sido posee la belleza y la armonía de no ser ya.
La pasión domina esa argumentación secreta del que, abandonado, mira al cielo.
El poder es ese depredador acechante cuya capacidad de simulación, de adaptación al medio, es infinita. ¡Y para colmo es el único animal insaciable!
La fe conmueve, al modo de una pasión. Por eso es sospechosa.
¡La fe en la fe sí que ha hecho milagros! Bien es cierto que, en algunos casos, monstruosos.
El miedo como el antídoto de la filosofía.
He aquí que la tristeza, a la postre, es quien mejor nos comprende. De ahí su seducción.
La soledad es un asunto entre yo y el Otro.
Nos fortalece más el escuchar que el hablar; en el escuchar conocemos el vacío que produce el hablar.
Lo impenetrable, curiosamente, es lo más vaporoso, transparente, etéreo; el alma, por ejemplo.
El paisaje es plácidamente extenso y las medidas del espacio casi infinitas, sin embargo el hombre siente inevitablemente sobre sí el límite, el peso, el empuje de algo.
El vicio educa lo que la virtud ignora.
A la memoria, como a los niños, ha de atendérsela en los momentos más inesperados. Eso, o exponerse a un mal mayor.
El hombre alegre quería fundar el Club del Olvido.
Sintió, y todo el orden universal fue activado.
Ay, el espejo de la lluvia.
¿Cuanta más perfección más soledad?
La precocidad posee la virtud de hacernos llegar mucho antes al error.
El tedio es el poso que resta luego de apurar la reflexión.
La religión es el silencio.
El silencio es la religión.
Llegó a pensar que lo inconmensurable es la mitad de lo vivido.
El poseedor apenas repara en lo poseído; solo repara en su condición de poseedor. De ahí su esencial condición de poseído.
No siempre se cierne sobre uno la pena: hay que aprovecharla.
El mundo es tan infinito como el olvido.
Una de las debilidades del poder es que todo lo exagera.
Es la noche quien nos incita a la perennidad. (Otra de sus equívocas bellezas.)
Los caminos también lo son de regreso.
Lo primitivo es aquello que nos ha pertenecido siempre pero que trataríamos de negar por miedo a la responsabilidad.
Siempre os asombrará, decía, la indiscreción del tedio.
El humor, el instrumento de la melancolía.
A propósito del Arte, cualquier mendigo tendría mucho que decir.
Todo viaje se realiza hacia uno mismo (con reiteración).
(De Continuidad del cielo, inédito)
Ricardo Martínez-Conde
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