domingo, 4 de septiembre de 2011

4584.- HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL


Héctor Incháustegui Cabral
Nació en Baní (República Dominicana), el 25 de julio de 1912, en la región que sería el centro de sus incursiones poéticas primeras, extrayendo de ella los temas que habrían de constituir el cuerpo principal de su poesía, el vivero de seres humanos y de experiencias que culminarían en un concepto emocional trascendente. Partiendo de Candita, libro de juventud que aún permanece inédito, dedicado a su esposa, y en el que apuntan tímidamente sus primeras experiencias, llegamos hasta lo que es su verdadera obra inicial de importancia: «Poema de una sola angustia». Aquí lo vemos irrumpir en la poesía dominicana con acentos vigorosos, haciendo entrega de una obra realista de acentuada protesta social, a la que incorpora el tema de la Patria paupérrima y doliente, la suerte de la muchacha rural, las faenas de los hombres humildes y las desigualdades sociales, unidos al paisaje y a la aridez del Sur nativo. Según sus propias palabras, se considera un «hosco guaraguao materialista», ya que la realidad se le mete por las pupilas adentrándosele en la mente y en el corazón con sus figuras descamadas y una naturaleza reseca donde imperan paisajes de piedra y de guasábaras bajo las inclemencias del sol. Se convierte así el poeta en símbolo de su tierra atormentada, de personajes que no siempre hallan la justicia necesaria, como esa muchacha del camino expuesta a un destino incierto. Incháustegui Cabral aborda más tarde los temas metafísicos, incluyendo el amor al que canta, no como nuestros poetas románticos, sino con una grandeza existencial hasta entonces desconocida en nuestra lírica. Ejemplos de este momento crucial de su producción son sus «Tres preocupaciones». Después de recoger diez años de su poesía en Versos, aborda el gran poema narrativo en Muerte en «El Edén», donde el paisaje banilejo se le convierte en asiento del mito griego de Edipo, ensayo éste con el que dejaba muy atrás los intentos, ya historicistas, ya melodramáticos, de Félix María Del Monte y Valentín Giró. La fricción entre la realidad y la poesía que se desarrolla en el alma del poeta hace crisis entonces, «Donde terminan los caminos», en medio de un vacío y soledad tales que le obligan a ampararse en la búsqueda de Dios y lo metafísico. Es una época de gran densidad cultural que deja huellas profundas en el poeta, quien reincide en los símbolos de la tragedia griega en busca de significaciones nuevas y nuevos puntos de apoyo. Comienza así su producción teatral (Prometeo, Filoctetes, Hipólito). Las interrogantes subsisten, sin embargo. Y esta sostenida angustia da al poeta la posibilidad de profundos y sinceros aciertos líricos, lo que deberla desembocar, gracias a la revolución de abril de 1965, en el libro testimonial honesto, pese a que muchos lo consideran contradictorio, dados sus compromisos en la política de entonces. Sin embargo, el humanismo del poeta, unido a la amplitud de su cultura, le permiten interpretar los hechos con un dramatismo estremecedor en el que no hay vencedores ni vencidos y en el que los territorios muestran su solidaridad por encima de las alambradas. Estamos ante un libro original que sólo este poeta podía acometer. Héctor Incháustegui Cabral es uno de nuestros poetas de más extensa y continuada labor. Se destaca también como crítico literario, habiendo estudiado a nuestros poetas contemporáneos a la luz del sicoanálisis, según puede verse en su gran libro de ensayos titulado «De literatura dominicana siglo XX», en el que se acometen valoraciones de los poetas de una nueva generación, como Manuel Rueda (<

Murió en Santo Domingo el 5 de septiembre de 1979.

OBRAS PUBLICADAS:
Poemas de una sola angustia (1940), Rumbo a la otra vigilia (1942), En soledad de amor herido (1943), De vida temporal (1944), Canciones para matar un recuerdo (1944), Versos (1950), Muerte en El Edén (1951), Casi de ayer (1952), Las ínsulas extrañas (1952), Revelación vegetal (1956), El pozo muerto (1960), Miedo en un puñado de polvo (1964), Por Copacabana buscando (1964), Diario de la guerra-Los Dioses ametrallados (1967), De literatura dominicana siglo XX (1969), Poemas de una sola angustia, obra poética completa 1940-1976 (1978), recopilación para la que toma el título de su primer libro. Escritores y artistas dominicanos (1979), La sombra del tamarindo (1984).









CANTO TRISTE A LA PATRIA BIEN AMADA

Patria...
y en la amplia bandeja del recuerdo,
dos o tres casi ciudades,
luego,
un paisaje movedizo,
visto desde un auto veloz:
empalizadas bajas y altos matorrales,
las casas agobiadas por el peso de los años y la miseria,
la triste sonrisa de las flores
que salpican de vivos carmesíes
las diminutas sendas.

Una mujer que va arrastrando su fecundidad tremenda,
un hombre que exprime paciente su inutilidad,
los asnos y los mulos,
miserable coloquio del hueso y el pellejo;
las aves del corral son pluma y canto apenas,
el sembrado sombra, lo demás es ruina...

Patria,
en mi corazón un acerico
en donde el recuerdo va dejando
lanzas de bien agudas puntas
que una vez clavadas temblorosas quedarán
por los siglos de los siglos.

Patria,
sin ríos,
los treinta mil que vio Las Casas
están naciendo en mi corazón...

Patria,
jaula de bambúes
para un pájaro mudo que no tiene alas,
Patria,
palabra hueca y torpe
para mí, mientras los hombres
miren con desprecio las pies sucios y arrugados,
y maldigan las proles largas,
y en cada cruce de caminos claven una bandera
para lucir sus colores nada más...

Mientras el hombre tenga que arrastrar
enfermedades y hambre,
y sus hijos se esparzan por el mundo
como insectos dañinos,
y rueden por montañas y sabanas,
extraños en su tierra,
no deberá haber sosiego,
ni deberá haber paz,
ni es sagrado el ocio,
y que sea la hartura castigada...

Mientras haya promiscuidad en el triste aposento campesino
y sólo se coma por las noches,
a todo buen dominicano hay que cortarle los párpados
y llevarle por extraviadas sendas,
por los ranchos,
por las cuevas infectas
y por las fiestas malditas de los hombres...

Patria,
y en la amplia bandeja del recuerdo,
dos o tres casi ciudades,
luego,
un paisaje movedizo,
visto desde un auto veloz:
empalizadas bajas y altos matorrales...









CANCIÓN SUAVE A LOS BURROS DE MI PUEBLO

Asno de San José y del carbonero,
triste vehículo que liga al pobre diablo
y al ricachón ufano,
que llevas todas las mañanas trotandito
el agrio sudor del campesino
tomado frutas olorosas,
parda yuca, verde plátano,
pepino del silvestre
y la hoja gentil y complicada
de los cilantros grandes y pequeños.

Si la preñada está en el mes,
que vaya en burro;
que el viejo puede dar un paso apenas
porque la tierra ya lo está llamando,
que monte en burro;
que el muchacho es harto chico
para llevar la leche al pueblo,
que vaya en burro, pues...

Asno de San José y del fullero rural,
del acordeonista y del maestro
que hace treinta años peina canas;
asno que traes el agua,
que llevas la santa medicina,
asno de infancia triste y corta
cuya vejez es larga
y mucho más triste todavía...

De pequeño, dulces ojos ingenuos,
pelo largo, mansedumbre,
y un amor sin nombre
hacia las flacas sombras de las bayahondas.
Después, orejas largas y caídas,
muertas como dos cáscaras inútiles
sobre la noble frente afiubascada.

Después, el trago amargo de la larga caminata,
los excesivos pesos,
las rojas y opacas mataduras,
y muy de tarde en tarde
la blanca manecita
de un niño que acaricia lentamente
los doloridos belfos
en donde ya la espina
no halla en donde clavar
su única garra.

Después, la ancha sabana,
los abrojos florecidos de amarillo,
el pasto inaccesible,
las pedradas,
los insultos
el duro hueso que va rompiendo poco a poco
el pellejo sin pelos
y mil guasábaras clavadas
en las ancas, en las patas y en los belfos...

Asno de San José y del carbonero,
triste y tardo vehículo que liga
lo rural y paupérrimo
con el alarde urbano de la aldea,
asno de infancia inútil y alegre
cuya vejez, como todas,
se detiene en la puerta
abierta de par en par
del otro mundo...







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