Ylonka Nacidit Perdomo
(Santo Domingo, República Dominicana), 2 de Mayo de 1965) Poeta, ensayista y crítica literaria.
Cursó estudios en Leyes y Ciencias Políticas en la Universidad Autonóma de Santo Domingo (UASD). Es directora del Centro de Investigaciones Literarias de la Biblioteca Nacional de la capital de su país. Participa activamente en muchos grupos culturales y talleres literarios. Es Directora Ejecutiva del comité gestor de festivales de mujeres escritoras, el cual ha efectuado –hasta la fecha- ocho congresos de escritoras. Ha publicado: Contacto de una mirada (poemas, 1989), Alfonsina Storni: a través de sus imágenes y metáforas (ensayo, 1992), Arrebatos (poemas, 1993), Luna Barroca (poemas, 1996), Papeles de la noche (poemas, 1998), Altagracia Saviñón o la discontinuidad del instante (ensayo, 1998), Sobreaviso, escritura de mujeres (ensayo, 1998), Juan Bosch (catálogo de libros, 1999) y Catálogo de Escritoras (1999), en ocasión del homenaje a Carmen Natalia.
LLUEVE SOBRE EL MAR LA NOCHE
La ciudad en la noche es abstracción y lirismo. máscara de agua. una cima helada. objetos nombrados. gestos. connotaciones esenciales. hacer el amor.
tempestad del triángulo plano. recobrado espacio en los vértices del cielo. la luz dormida entre mis manos. rostro sonante. gacela de lluvia que muerde la brisa.
[escucho tibia agua en grandes espaldas]. la noche es para despertar. para oír grandes árboles hacia el cielo besándose furiosamente en equilibrio.
AL SUR
al sur está la amedrentada metáfora del abismo. el vector enroscado de la hora en madrugadas. los índices del yo-escribo. inferencias del instante en parpadeo. el lenguaje en cuadrado. la indivisa identidad del instante.
al sur los signos conminan al sujeto. al yo-legítimo. Y entonces fluctúo. me devuelvo al otro. relevo las líneas. y lejos la olas advierten la configuración en coordenadas de mi reconciliación con la mujer que soy. con la que llega opuesta a mi intento.
La ciudad en la noche es abstracción y lirismo. máscara de agua. una cima helada. objetos nombrados. gestos. connotaciones esenciales. hacer el amor.
tempestad del triángulo plano. recobrado espacio en los vértices del cielo. la luz dormida entre mis manos. rostro sonante. gacela de lluvia que muerde la brisa.
[escucho tibia agua en grandes espaldas]. la noche es para despertar. para oír grandes árboles hacia el cielo besándose furiosamente en equilibrio.
AL SUR
al sur está la amedrentada metáfora del abismo. el vector enroscado de la hora en madrugadas. los índices del yo-escribo. inferencias del instante en parpadeo. el lenguaje en cuadrado. la indivisa identidad del instante.
al sur los signos conminan al sujeto. al yo-legítimo. Y entonces fluctúo. me devuelvo al otro. relevo las líneas. y lejos la olas advierten la configuración en coordenadas de mi reconciliación con la mujer que soy. con la que llega opuesta a mi intento.
PALABRAS DE OLOR A LLUVIA
[todo comienza con alguna plenitud jadeante. con mi alma en arrebato. con el instante ansiado hasta morir en la oquedad oscura. en el vacío. detrás de mi yo].
Tal vez finalmente la tarde se ha negado a nosotros. hay aquí una agonía de peces. oscuridad inmóvil de la noche. la mirada tendida en suburbios de algas. palabras de olor a luna. el espacio gris y frío. el invierno de vuelta en la ventana [busco un bar y escondo mi mano abierta] hay aquí dos copas levantadas. dos líneas en movimiento. dos puntos cero.
Muestra de obra poética:
CONTEMPLACIÓN
[selección, poemas, 2006]
Por Ylonka
Nacidit-Perdomo
Dios/ Deus.
Afternoom/tardes.
almas.
Dios duerme junto a la semilla del
tiempo.
el tiempo.
Huellas.
Vivir en cautiverio.
contemplación.
Dios/ Deus. el mundo abre el abismo del alma. ser-en-el mundo no
debería de ser, porque la vida es la oposición al recuerdo, un rítmico abandono
a una cruz universal, a la errante escritura de los siglos.
Dios aparenta intimidad. Cósmicamente está arriba, entre las nubes, aturdido
por la arcilla, por dogmas que duelen profundamente porque nos engañan con
palabras segregadas, oficiadas con el acompañamiento de afirmar que la luz se
abre hacia el infinito.
Cuando Dios nacía sólo nosotros contemplábamos sus leyes. No era cuerpo él, no era
representación, era evolución. Nacía en el ahora, en el principio. Entonces el
cuadrante se encrespaba de dualismo, la voluntad era una raíz sin nombre, una
tabla en movilidad perpetua. (El existía en la afloración de la existencia, se
sentaba junto a un plano con paredes bordadas en números celestiales. Fluía,
fluía con un significado).
Era el origen de los siglos, el escenario donde lo humano miraba al pensamiento;
miraba un alma que se resistía a llorar, un alma sin enseñanzas, pero
afortunadamente, nihilista.
Y allá, donde predominaba la señal del espíritu viviente, la materialidad se
angustiaba porque no existía: era el sufrimiento negándose a fallecer, a ser
sólo cuerpo y no vida. Esperaba sólo las órdenes del valor absoluto para
inventar su presencia, los conjuntos, las trampas desleales, las pesadillas, y
las profundidades para las caídas.
Ya sabía Dios que era inútil fatigarse, nada se justificaba sino por su proceder.
Era triste saber que odio y realidad era el espanto de la verdad, la esencia
física de la locura, la entre guerra del contrapeso de la ironía.
Entonces ¿por qué de la apariencia, si el movimiento tiene un límite en la disolución de
los contrarios? Pero si Dios es quien engendra las creencias, debió continuar
engendrando las evidencias de su orbe. ¿O es que sólo tendremos fe y presentimientos,
aspiraciones de verlo en la misteriosa llama de su salve?
Dios permanece callado, endurecido, a veces, ante esta incertidumbre que petrifica a los
corazones, se aleja a la quietud, y entonces volvemos a fluctuar, a imaginar
posibles respuestas.
Afternoom/tardes. (la tarde se había perdido. la ciudad
estaba en la tarde bajo un árbol de ojos buenos. se oponía a la
distancia. mentía con soberbia porque esperaba).
la tarde era un escenario perfecto para correr hacia tus brazos. a aquella sonrisa
que se ensancha en la calle. no era tarde aún para buscar una sorpresa. para
formar un tejido en torno a la vida, que primero, humedeciera las inusuales
líneas del vértigo de la espera.
la tarde, justo al llegar el crepúsculo, era un conglomerado de preguntas. un
llamado a elegir los castaños de tu rostro.
tal vez tu figura se inventa en la contemplación,
en los pasos que combaten los ladrillos, las esquinas, las luces diurnas que
consagran mi especial atención a tu llegada, y, es entonces cuando los arcos
del cielo reciben, al menos, mi gratitud, mi ímpetu ahogado porque ser valiente
es enlazarse de manera continua, es lanzar destellos a la extraña fuente del
amor.
no sé si se nace en cada mirada, si la emoción es sólo un sobresalto, una
irreflexiva y perfecta forma de asumir el cautiverio; el cautiverio abrumador
que me confunde con signos de plegaria y oración.
no sé si una hora es bastante para honrar al amor o a lo que tú quieras
reverenciar como afecto.
yo sí puedo decirte que he consagrado mi lealtad a tu mirada. a la sencilla
felicidad que se construye en el banco de una calle sin adornos, sin semejanza
con otro espacio que no fuera la libertad.
ahora, respiro del aire lo que no puedo atrapar de ti: nostalgia y alegría,
silencios y palabras; un torbellino plural de alertarnos bajo la noche, de
aproximarnos por siglos con frecuencia, con un fuego soportado, antiguo,
escrito en la curiosidad, en un torneo de pasión, cerca de una guarnición de
árboles y aves silvestres.
…en fin, echar las velas por el amor es recorrer el bello azul del
horizonte, es justificarnos en aquel sentimiento que florece, es demorar
profundamente las almas en integrarse al cosmos, porque se respira, se insiste
en respirar, en tomar aire… para correr sin miedo, y resurgir de nuevo en la
eternidad.
almas.La escritura es una manera de dialogar con los demás, es una forma de
asumir para los otros las múltiples historias que a diario encontramos en la
vida. Se escribe para desplazarse por las palabras, para alcanzar una orilla,
para darle nombre e identidad a las cosas.
Pero, mientras se escribe, el tiempo va guiándonos por el presente o el pasado. El
tiempo nos traza las líneas que han de encontrarse en un punto para confluir
con la voz, con los tonos que vamos a darle a lo que escribimos. Escribir es
participar de la vida, es el comienzo, el inicio de lo que somos; es la
declaración de que nos iniciamos en un viaje de reconocimiento de la
existencia. Por eso cada palabra escrita se convierte en una memoria para el
futuro, y, la memoria se convierte en el ahora, en el oleaje de las sombras, en
el viento que se hace cómplice de la tempestad.
Si las almas no se deslizaran por el secreto espacio de los siglos, nadie, nadie
preguntaría por el destino. Se acabarían las controversias, quedaríamos
petrificados en un abismo y el recuerdo moriría sin soñar en aquello que se
llama infinito e instante. Es así como el instante llega anterior a la palabra,
y anterior al lenguaje, y se convierte en una convocatoria de nudos, de
presencias fragmentadas y de infatigables milagros.
Por eso el cielo, la grandeza del firmamento, es un libro vivo, un libro abierto donde las almas se-renacen porque necesitan desdoblarse: ir, unas, tras el martirio con las paradojas de la
traición; ir, otras, en gesto subversivo a levantar ante la presencia de Dios a
los que vencen la incertidumbre en este reino de la tierra. Otras entonan
su sufrimiento; otras con un magnífico prodigio rescatan al vacío y a
otras criaturas del idealismo.
Otras almas no pueden asistir a su entierro, porque la desesperanza las hizo
naufragar, tuvieron temores, y se materializaron sin ímpetu, sin coraje para estar
en alerta ante la desventura. Pero, sin embargo, hay almas que irrumpen
desde lo intemporal, consagran su paso a devorar crepúsculos, asombros y
ternura.
Las almas –por desconcertante que sea- traen consigo una señal de obediencia; beben
paz, beben calma, beben… del mundo sus colores, para en convivencia con los
códigos de la eternidad posible reposar mientras se escribe su oráculo, y
entonces cada vestidura que trae un alma se rasga, se desbarata… se abren
abrazando al aire, a la voz de la existencia.
Por eso, me pregunto: si vivir con alma ¿es una conjura, un pacto, un furtivo
horizonte cuyo arcano es la inocencia? Almas! Almas!... almas
desconsoladas existen, corroídas por las dudas, confundidas en la multitud, en
la lectura resonante de los afectos!
Almas hay que son indiferentes, que obstaculizan su marcha hacia el cosmos, que se
sofocan, que están en minoría porque no saben justificar su
presencia. ¿Por qué tenemos, entonces, que aceptar ser almas, si somos
víctimas del destino? ¿Por qué estar en desacuerdo con la paralizante
soledad; por qué ser desde la antigüedad testigo de la adolorida pesadez del
olvido? –No lo sé, pero mi compromiso de existir, a veces, se aterra ante los
triángulos y los mensajeros de la fugitiva mirada.
Dios nos ha dado un rompecabezas celestial; nos hace re-leer, re-interpretarlo al
través de las almas. Dios es un lector de almas; un forastero de su
cosmos; ¿Dios es, acaso, una escalera por donde ascienden las almas a la
vigilia del infinito? –No lo sé, pero su fuerza me consuela, me nutre, me
libera del absurdo, de las enfermizas cuestiones de la vida.
Por eso, no tengo miedo de mi alma; no temo ser dueña de mis propias decisiones, de
acumular rincones para tramar mis anhelos, mis sueños o la ternura.
Dios duerme junto a la semilla del tiempo. el
tiempo es una silueta, una oración descalza, dispersa, inacabada (las aves
hacen al tiempo puro porque sublimizan las líneas de las nubes. el elemento
irreal de la convivencia. el pensamiento en el porvenir. la lanza distinta de
la cara del cielo).
siempre una tiende a confundirse en la esfera.
en la eterna ausencia. esa ausencia fiel que rodea las figuras de los sueños.
allí –en el placer del gesto místico- la fábula no es testimonio de la
muerte. es un agregado al alma. una voluntaria expresión. una visión
transfigurada por la alquimia del crepúsculo para agitar al fuego. a las
batallas terrenales. al libro que los ríos tiran contra las rocas, ya que nacer es mirarse en el amor.
cada conciencia trae su oráculo de números y triángulos. híbridas razones. ocultas
ideas. nuevas armonías en los sonidos. yuxtaposiciones desde el pavoroso
vacío.
apenas puede una existir para guiarse por el paisaje del retorno, ya que es imposible
ser en la virtud o a la ingenuidad. Dios dibujó a la totalidad desde
un escenario triste. él sabía que la unidad no podía existir, que el yo era una simulación del espejo creado
por su magia.
Dios no ha despertado aún, puesto que las sombras permanecen ahí, en su inefable
creación, como un aluvión de llantos, de dolor, de ironías, en torno a la
felicidad. Dios duerme junto a la semilla del tiempo. existe para
argumentar a la duda, para contestar a los imaginarios terrenales. él
sólo ha constatado para su presencia a los que recuerdan su voluntad.
(Dios que es sólo “alquimia del verbo” no es divisible ni indivisible, sólo reencarna
como sustancia en el orden de los colores, en la pobreza humana, en la
genialidad de los escogidos para reiterar al mundo que es pura
conciencia).
sin embargo, la encarnación de su misterio da valor al símbolo de la vida. la
existencia es su imagen. una imagen que asumiera para participar de su
sueño.
mas si los árboles, si las miradas se convierten en metáfora de su éxtasis: el mar,
el agua, desbordarán la irrupta letanía del sentido psíquico del tiempo.
el tiempo. (el tiempo es una columna sofocada en el mar, una incertidumbre pasajera, un
odioso después, un guerrero en el espíritu; esencialmente, una lucha que
abruma, la evidencia de existir desnudamente).
el tiempo se aleja con la rebeldía, se descansa en la espada firme; muere a solas,
aún cuando sea insuficiente en su fin. (puedo afirmar que no hay obstáculos
para la llamada del tiempo, pues, nos aventaja el cielo, la voluntaria
evidencia, la voluntaria necesidad que se increpa en el absurdo.
llegado el fin el tiempo nos aniquila, nos niega, nos olvida en el mundo que
humanamente se cree, severamente, una exaltación de la sin razón. (allí
he estado en la sombra, en la helada soledad. sumergida he cumplido con las
escaladas del abismo, abatida por el viento y, sin embargo, está la cúspide
destrozándose, envuelta en una gráfica espera. ¿cómo resistirse a la batalla, a
la duda? ¿cómo navegar en la pagana mentira? ¿cómo no amar los límites de la
tragedia si el tiempo –a estas alturas- es pensamiento inmóvil, una reverencia
en la columna, una lección proporcional con la agonía?
debería nombrar al tiempo de manera frívola, con antipatía, en el viento
involuntario que reconcilia el amor frecuentado por lo eterno. no es
posible que el amor en el tiempo sea reticente, que se empeñe en
las palabras, en evocar un espejo para que los terceros se encadenen a su
artificio frío.
nadie ha podido hilvanar las aguas que corren cuando una ventana es el refugio del
tiempo para morir, a veces, en la tristeza de la nada, y murmurar a la
desdicha como una queja que los azahares llenan de latitud, de telones
lánguidos, de sonámbulas enredadas en una sombreada sonrisa que se pierde en la
imaginaria ciudad de la vida.
razón o sin razón, presente o pasado, el amor en el tiempo es fugaz,
condescendiente en las espigas que las aves invaden de cantos (se marcha,
es cierto, el amor, pero regresa al prolongarse la edad porque no hay tiempo
más remoto que la tormenta aliviando ese camino que se rinde para recibir
una apuesta extenuada de espera).
a veces, hay que ir callejeramente con alegría sobre los destrozos que el amor con
el tiempo deja en el jardín, en las alfombras de hojas secas
que desconocen la voracidad de esta travesía que no avisa de sus postizos
silencios.
el tiempo en pocas horas llega adornado de mentiras. ya sobre
la noche el tiempo borra las afirmaciones, se pierde con una voluntad de
guerrero, duerme aguardando con paciencia el destino, la oscilación de los
siglos, un verano que llama y persigue, una batalla que se hace de
incertidumbres, abrumando a la fe, aniquilando a la rebeldía. (es entonces
cuando surge, con duras penas, la angustia del tiempo como
un cazador que burla la tormenta).
por eso cuando llega la calma los meandros duermen, lastiman a los truenos, se
quejan sin afectos, y la hermosa fealdad se desplaza transparente, cerca de un
peñasco, y la esfera se une a un techo acudiendo de rodillas a un musgo rojo
que ríe con bondad.
(vuelvo y repito: el tiempo es un escondrijo de mentira, humedad en el asombro,
porque cae como el silencio, y, entonces, el ocaso se asombra y no hay forma de
persistir en la duda).
Huellas. el tiempo avanza en secreto. danza incluso en oposición a los nombres. no teme que, habitualmente, los cristales vayan como fugitivos a la noble
belleza de tus huellas.
ha hecho el tiempo un pacto con la vida que me regalas, y, entonces,
confiesa que avanza en mi alegría, despertando al lado de la ventana.
el tiempo desata mis prendas, la razón, la vista, el duelo de la
ausencia, porque quiere dormir en el azul, en la reagrupación del sueño, en
aquella inquietud e impaciente luz que se asoma colectivamente desde el
universo forjado por el credo, el credo de mi amor, a la unidad divina como alerta
sobre las aguas, en el bosque que la humildad de lo lúgubre, a veces, vence con
obstinación como si se entregara adornado por el intenso aire que la virtud
contempla en el estremecimiento de las olas.
Vivir en cautiverio. (deshaciéndose del pasado, el espejo de las aguas tiene una
furia en forma desatada). el mito ha estado siempre durmiendo; nadie sabe si en
el frío, a distancia de la noche, celebra su irrepetible presente. el
mito es la concelebración de todas las representaciones, nos
comunica todo lo que es eterno: las terrazas paganas y el alma que
precede al ahora. nadie ha podido huir de la intimidad del mito ni de las cosas
que se contemplan al levantarse la sustancia desde el olvido cuando el paisaje
se abre a los significantes e, irremediablemente, aparece el porvenir en el
espíritu con un impulso de cristal, anhelando los fuegos de la adoración
radiante y fugitivas esmeraldas que impacientan a las estrellas colocadas en el
universo.
es así como el universo se reduce al instante, a una expresión múltiple, a un
contra y a un después, a una corriente transfigurada por el
resplandor de lo divino.
a la larga una siempre desea imaginar, vivir en cautiverio, desandar las
escaleras que al terminar la existencia se confunden con lo colectivo, con las
nubes, con los ritos del saber porque el presente –que nunca es presente-
se adueña de las claves angelicales que el siglo separa de los trances, del
desgarramiento que ahuyenta al mundo, porque el mundo danza como un ejecutante
de sueños, y, por momentos, se desprende de la helada turbulencia
del azul.
…por momentos en la vida nos invade el escenario de lo indivisible, las cosas desfallecen, lo humano muere
por causa propia, no se justifica como realidad, sobreactúa grabando en
las rocas una primitiva figura, un ornamento de flores, una primavera que se
delata en la confusión, en el rítmico presente que impaciente se encadena y
trae una estrella de gratitud halada desde el crepúsculo.
es cierto, hay que aceptar morir, morir, hacer silencio con la tristeza,
confesarse en el desgarrante destino, mirar en la escisión de la creación, en
la apariencia del movimiento. ¿qué mirar, qué mirar? sino la vida diezmándose,
la calma que no existe, las relaciones aludidas, la insinceridad del vértigo,
una fauna, un maridaje de bermellones, divisionismo, confusión con aquello que
la furia de los bosques corre solitariamente.
(vivires hoy una asechanza, la alegoría de una rosa que cubre todo, en el reposo del
mañana). vivir es afirmar, un poco, las batallas terrenales que traen las
lamentaciones, nuevos rumbos a la melancolía, porque simplemente, a
veces, decimos adiós piadosamente a la vida de los otros, a las
admirables prisiones de los círculos cuando de rodillas una confiesa sus penas,
y, las montañas hacia el cielo son libres, libres de lectores de la eternidad.
contemplación. los objetos se escudan en el deseo, de plano, el velo de la apariencia es su
negación pura, un signo en la hazaña geométrica, una existencia en movimiento,
esencia extensiva, dimensión en la invisible hoguera del ritmo de los tiempos.
las formas, repentinamente, se precipitan a la virtud falsa de la
línea, retornan exaltadas del abismo en la escritura cotidiana. nada es
circundante, nada es cierto, nada es forma; el espíritu existe en la máscara,
se agota frente a la litúrgica cadena de las olas, en los peñascos sin voces
adiestradas para calmar a las aguas, entonces. la hora-luz concelebra el recuerdo del mar y el aire es un arco, una
suma de sueños, una ruta que va hacia la inocente espera que se vuelve
voluntad de eternidad, recurriendo al ser, a la res cogitans, al ideal
de los inmediatos puntos cardinales, a la fecundidad simbólica, a la compleja
existencia.
el espíritu nace cuando la verdad dogmatiza a la tragedia, cuando lo humano
opta por la intensidad, y cumple su oráculo de espectros desde el instante,
desde la angustia, desde los contrarios; así una señal -en un mosaico de
secretos y conciertos- prefigura la inmovilidad, salmos, colores en el
cuadrado, réplicas lejanas, tránsito hacia la reflexión, hacia la
individualidad.
[todo comienza con alguna plenitud jadeante. con mi alma en arrebato. con el instante ansiado hasta morir en la oquedad oscura. en el vacío. detrás de mi yo].
Tal vez finalmente la tarde se ha negado a nosotros. hay aquí una agonía de peces. oscuridad inmóvil de la noche. la mirada tendida en suburbios de algas. palabras de olor a luna. el espacio gris y frío. el invierno de vuelta en la ventana [busco un bar y escondo mi mano abierta] hay aquí dos copas levantadas. dos líneas en movimiento. dos puntos cero.
Muestra de obra poética:
CONTEMPLACIÓN
[selección, poemas, 2006]
Por Ylonka
Nacidit-Perdomo
Dios/ Deus.
Afternoom/tardes.
almas.
Dios duerme junto a la semilla del
tiempo.
el tiempo.
Huellas.
Vivir en cautiverio.
contemplación.
Dios/ Deus. el mundo abre el abismo del alma. ser-en-el mundo no
debería de ser, porque la vida es la oposición al recuerdo, un rítmico abandono
a una cruz universal, a la errante escritura de los siglos.
Dios aparenta intimidad. Cósmicamente está arriba, entre las nubes, aturdido
por la arcilla, por dogmas que duelen profundamente porque nos engañan con
palabras segregadas, oficiadas con el acompañamiento de afirmar que la luz se
abre hacia el infinito.
Cuando Dios nacía sólo nosotros contemplábamos sus leyes. No era cuerpo él, no era
representación, era evolución. Nacía en el ahora, en el principio. Entonces el
cuadrante se encrespaba de dualismo, la voluntad era una raíz sin nombre, una
tabla en movilidad perpetua. (El existía en la afloración de la existencia, se
sentaba junto a un plano con paredes bordadas en números celestiales. Fluía,
fluía con un significado).
Era el origen de los siglos, el escenario donde lo humano miraba al pensamiento;
miraba un alma que se resistía a llorar, un alma sin enseñanzas, pero
afortunadamente, nihilista.
Y allá, donde predominaba la señal del espíritu viviente, la materialidad se
angustiaba porque no existía: era el sufrimiento negándose a fallecer, a ser
sólo cuerpo y no vida. Esperaba sólo las órdenes del valor absoluto para
inventar su presencia, los conjuntos, las trampas desleales, las pesadillas, y
las profundidades para las caídas.
Ya sabía Dios que era inútil fatigarse, nada se justificaba sino por su proceder.
Era triste saber que odio y realidad era el espanto de la verdad, la esencia
física de la locura, la entre guerra del contrapeso de la ironía.
Entonces ¿por qué de la apariencia, si el movimiento tiene un límite en la disolución de
los contrarios? Pero si Dios es quien engendra las creencias, debió continuar
engendrando las evidencias de su orbe. ¿O es que sólo tendremos fe y presentimientos,
aspiraciones de verlo en la misteriosa llama de su salve?
Dios permanece callado, endurecido, a veces, ante esta incertidumbre que petrifica a los
corazones, se aleja a la quietud, y entonces volvemos a fluctuar, a imaginar
posibles respuestas.
Afternoom/tardes. (la tarde se había perdido. la ciudad
estaba en la tarde bajo un árbol de ojos buenos. se oponía a la
distancia. mentía con soberbia porque esperaba).
la tarde era un escenario perfecto para correr hacia tus brazos. a aquella sonrisa
que se ensancha en la calle. no era tarde aún para buscar una sorpresa. para
formar un tejido en torno a la vida, que primero, humedeciera las inusuales
líneas del vértigo de la espera.
la tarde, justo al llegar el crepúsculo, era un conglomerado de preguntas. un
llamado a elegir los castaños de tu rostro.
tal vez tu figura se inventa en la contemplación,
en los pasos que combaten los ladrillos, las esquinas, las luces diurnas que
consagran mi especial atención a tu llegada, y, es entonces cuando los arcos
del cielo reciben, al menos, mi gratitud, mi ímpetu ahogado porque ser valiente
es enlazarse de manera continua, es lanzar destellos a la extraña fuente del
amor.
no sé si se nace en cada mirada, si la emoción es sólo un sobresalto, una
irreflexiva y perfecta forma de asumir el cautiverio; el cautiverio abrumador
que me confunde con signos de plegaria y oración.
no sé si una hora es bastante para honrar al amor o a lo que tú quieras
reverenciar como afecto.
yo sí puedo decirte que he consagrado mi lealtad a tu mirada. a la sencilla
felicidad que se construye en el banco de una calle sin adornos, sin semejanza
con otro espacio que no fuera la libertad.
ahora, respiro del aire lo que no puedo atrapar de ti: nostalgia y alegría,
silencios y palabras; un torbellino plural de alertarnos bajo la noche, de
aproximarnos por siglos con frecuencia, con un fuego soportado, antiguo,
escrito en la curiosidad, en un torneo de pasión, cerca de una guarnición de
árboles y aves silvestres.
…en fin, echar las velas por el amor es recorrer el bello azul del
horizonte, es justificarnos en aquel sentimiento que florece, es demorar
profundamente las almas en integrarse al cosmos, porque se respira, se insiste
en respirar, en tomar aire… para correr sin miedo, y resurgir de nuevo en la
eternidad.
almas.La escritura es una manera de dialogar con los demás, es una forma de
asumir para los otros las múltiples historias que a diario encontramos en la
vida. Se escribe para desplazarse por las palabras, para alcanzar una orilla,
para darle nombre e identidad a las cosas.
Pero, mientras se escribe, el tiempo va guiándonos por el presente o el pasado. El
tiempo nos traza las líneas que han de encontrarse en un punto para confluir
con la voz, con los tonos que vamos a darle a lo que escribimos. Escribir es
participar de la vida, es el comienzo, el inicio de lo que somos; es la
declaración de que nos iniciamos en un viaje de reconocimiento de la
existencia. Por eso cada palabra escrita se convierte en una memoria para el
futuro, y, la memoria se convierte en el ahora, en el oleaje de las sombras, en
el viento que se hace cómplice de la tempestad.
Si las almas no se deslizaran por el secreto espacio de los siglos, nadie, nadie
preguntaría por el destino. Se acabarían las controversias, quedaríamos
petrificados en un abismo y el recuerdo moriría sin soñar en aquello que se
llama infinito e instante. Es así como el instante llega anterior a la palabra,
y anterior al lenguaje, y se convierte en una convocatoria de nudos, de
presencias fragmentadas y de infatigables milagros.
Por eso el cielo, la grandeza del firmamento, es un libro vivo, un libro abierto donde las almas se-renacen porque necesitan desdoblarse: ir, unas, tras el martirio con las paradojas de la
traición; ir, otras, en gesto subversivo a levantar ante la presencia de Dios a
los que vencen la incertidumbre en este reino de la tierra. Otras entonan
su sufrimiento; otras con un magnífico prodigio rescatan al vacío y a
otras criaturas del idealismo.
Otras almas no pueden asistir a su entierro, porque la desesperanza las hizo
naufragar, tuvieron temores, y se materializaron sin ímpetu, sin coraje para estar
en alerta ante la desventura. Pero, sin embargo, hay almas que irrumpen
desde lo intemporal, consagran su paso a devorar crepúsculos, asombros y
ternura.
Las almas –por desconcertante que sea- traen consigo una señal de obediencia; beben
paz, beben calma, beben… del mundo sus colores, para en convivencia con los
códigos de la eternidad posible reposar mientras se escribe su oráculo, y
entonces cada vestidura que trae un alma se rasga, se desbarata… se abren
abrazando al aire, a la voz de la existencia.
Por eso, me pregunto: si vivir con alma ¿es una conjura, un pacto, un furtivo
horizonte cuyo arcano es la inocencia? Almas! Almas!... almas
desconsoladas existen, corroídas por las dudas, confundidas en la multitud, en
la lectura resonante de los afectos!
Almas hay que son indiferentes, que obstaculizan su marcha hacia el cosmos, que se
sofocan, que están en minoría porque no saben justificar su
presencia. ¿Por qué tenemos, entonces, que aceptar ser almas, si somos
víctimas del destino? ¿Por qué estar en desacuerdo con la paralizante
soledad; por qué ser desde la antigüedad testigo de la adolorida pesadez del
olvido? –No lo sé, pero mi compromiso de existir, a veces, se aterra ante los
triángulos y los mensajeros de la fugitiva mirada.
Dios nos ha dado un rompecabezas celestial; nos hace re-leer, re-interpretarlo al
través de las almas. Dios es un lector de almas; un forastero de su
cosmos; ¿Dios es, acaso, una escalera por donde ascienden las almas a la
vigilia del infinito? –No lo sé, pero su fuerza me consuela, me nutre, me
libera del absurdo, de las enfermizas cuestiones de la vida.
Por eso, no tengo miedo de mi alma; no temo ser dueña de mis propias decisiones, de
acumular rincones para tramar mis anhelos, mis sueños o la ternura.
Dios duerme junto a la semilla del tiempo. el
tiempo es una silueta, una oración descalza, dispersa, inacabada (las aves
hacen al tiempo puro porque sublimizan las líneas de las nubes. el elemento
irreal de la convivencia. el pensamiento en el porvenir. la lanza distinta de
la cara del cielo).
siempre una tiende a confundirse en la esfera.
en la eterna ausencia. esa ausencia fiel que rodea las figuras de los sueños.
allí –en el placer del gesto místico- la fábula no es testimonio de la
muerte. es un agregado al alma. una voluntaria expresión. una visión
transfigurada por la alquimia del crepúsculo para agitar al fuego. a las
batallas terrenales. al libro que los ríos tiran contra las rocas, ya que nacer es mirarse en el amor.
cada conciencia trae su oráculo de números y triángulos. híbridas razones. ocultas
ideas. nuevas armonías en los sonidos. yuxtaposiciones desde el pavoroso
vacío.
apenas puede una existir para guiarse por el paisaje del retorno, ya que es imposible
ser en la virtud o a la ingenuidad. Dios dibujó a la totalidad desde
un escenario triste. él sabía que la unidad no podía existir, que el yo era una simulación del espejo creado
por su magia.
Dios no ha despertado aún, puesto que las sombras permanecen ahí, en su inefable
creación, como un aluvión de llantos, de dolor, de ironías, en torno a la
felicidad. Dios duerme junto a la semilla del tiempo. existe para
argumentar a la duda, para contestar a los imaginarios terrenales. él
sólo ha constatado para su presencia a los que recuerdan su voluntad.
(Dios que es sólo “alquimia del verbo” no es divisible ni indivisible, sólo reencarna
como sustancia en el orden de los colores, en la pobreza humana, en la
genialidad de los escogidos para reiterar al mundo que es pura
conciencia).
sin embargo, la encarnación de su misterio da valor al símbolo de la vida. la
existencia es su imagen. una imagen que asumiera para participar de su
sueño.
mas si los árboles, si las miradas se convierten en metáfora de su éxtasis: el mar,
el agua, desbordarán la irrupta letanía del sentido psíquico del tiempo.
el tiempo. (el tiempo es una columna sofocada en el mar, una incertidumbre pasajera, un
odioso después, un guerrero en el espíritu; esencialmente, una lucha que
abruma, la evidencia de existir desnudamente).
el tiempo se aleja con la rebeldía, se descansa en la espada firme; muere a solas,
aún cuando sea insuficiente en su fin. (puedo afirmar que no hay obstáculos
para la llamada del tiempo, pues, nos aventaja el cielo, la voluntaria
evidencia, la voluntaria necesidad que se increpa en el absurdo.
llegado el fin el tiempo nos aniquila, nos niega, nos olvida en el mundo que
humanamente se cree, severamente, una exaltación de la sin razón. (allí
he estado en la sombra, en la helada soledad. sumergida he cumplido con las
escaladas del abismo, abatida por el viento y, sin embargo, está la cúspide
destrozándose, envuelta en una gráfica espera. ¿cómo resistirse a la batalla, a
la duda? ¿cómo navegar en la pagana mentira? ¿cómo no amar los límites de la
tragedia si el tiempo –a estas alturas- es pensamiento inmóvil, una reverencia
en la columna, una lección proporcional con la agonía?
debería nombrar al tiempo de manera frívola, con antipatía, en el viento
involuntario que reconcilia el amor frecuentado por lo eterno. no es
posible que el amor en el tiempo sea reticente, que se empeñe en
las palabras, en evocar un espejo para que los terceros se encadenen a su
artificio frío.
nadie ha podido hilvanar las aguas que corren cuando una ventana es el refugio del
tiempo para morir, a veces, en la tristeza de la nada, y murmurar a la
desdicha como una queja que los azahares llenan de latitud, de telones
lánguidos, de sonámbulas enredadas en una sombreada sonrisa que se pierde en la
imaginaria ciudad de la vida.
razón o sin razón, presente o pasado, el amor en el tiempo es fugaz,
condescendiente en las espigas que las aves invaden de cantos (se marcha,
es cierto, el amor, pero regresa al prolongarse la edad porque no hay tiempo
más remoto que la tormenta aliviando ese camino que se rinde para recibir
una apuesta extenuada de espera).
a veces, hay que ir callejeramente con alegría sobre los destrozos que el amor con
el tiempo deja en el jardín, en las alfombras de hojas secas
que desconocen la voracidad de esta travesía que no avisa de sus postizos
silencios.
el tiempo en pocas horas llega adornado de mentiras. ya sobre
la noche el tiempo borra las afirmaciones, se pierde con una voluntad de
guerrero, duerme aguardando con paciencia el destino, la oscilación de los
siglos, un verano que llama y persigue, una batalla que se hace de
incertidumbres, abrumando a la fe, aniquilando a la rebeldía. (es entonces
cuando surge, con duras penas, la angustia del tiempo como
un cazador que burla la tormenta).
por eso cuando llega la calma los meandros duermen, lastiman a los truenos, se
quejan sin afectos, y la hermosa fealdad se desplaza transparente, cerca de un
peñasco, y la esfera se une a un techo acudiendo de rodillas a un musgo rojo
que ríe con bondad.
(vuelvo y repito: el tiempo es un escondrijo de mentira, humedad en el asombro,
porque cae como el silencio, y, entonces, el ocaso se asombra y no hay forma de
persistir en la duda).
Huellas. el tiempo avanza en secreto. danza incluso en oposición a los nombres. no teme que, habitualmente, los cristales vayan como fugitivos a la noble
belleza de tus huellas.
ha hecho el tiempo un pacto con la vida que me regalas, y, entonces,
confiesa que avanza en mi alegría, despertando al lado de la ventana.
el tiempo desata mis prendas, la razón, la vista, el duelo de la
ausencia, porque quiere dormir en el azul, en la reagrupación del sueño, en
aquella inquietud e impaciente luz que se asoma colectivamente desde el
universo forjado por el credo, el credo de mi amor, a la unidad divina como alerta
sobre las aguas, en el bosque que la humildad de lo lúgubre, a veces, vence con
obstinación como si se entregara adornado por el intenso aire que la virtud
contempla en el estremecimiento de las olas.
Vivir en cautiverio. (deshaciéndose del pasado, el espejo de las aguas tiene una
furia en forma desatada). el mito ha estado siempre durmiendo; nadie sabe si en
el frío, a distancia de la noche, celebra su irrepetible presente. el
mito es la concelebración de todas las representaciones, nos
comunica todo lo que es eterno: las terrazas paganas y el alma que
precede al ahora. nadie ha podido huir de la intimidad del mito ni de las cosas
que se contemplan al levantarse la sustancia desde el olvido cuando el paisaje
se abre a los significantes e, irremediablemente, aparece el porvenir en el
espíritu con un impulso de cristal, anhelando los fuegos de la adoración
radiante y fugitivas esmeraldas que impacientan a las estrellas colocadas en el
universo.
es así como el universo se reduce al instante, a una expresión múltiple, a un
contra y a un después, a una corriente transfigurada por el
resplandor de lo divino.
a la larga una siempre desea imaginar, vivir en cautiverio, desandar las
escaleras que al terminar la existencia se confunden con lo colectivo, con las
nubes, con los ritos del saber porque el presente –que nunca es presente-
se adueña de las claves angelicales que el siglo separa de los trances, del
desgarramiento que ahuyenta al mundo, porque el mundo danza como un ejecutante
de sueños, y, por momentos, se desprende de la helada turbulencia
del azul.
…por momentos en la vida nos invade el escenario de lo indivisible, las cosas desfallecen, lo humano muere
por causa propia, no se justifica como realidad, sobreactúa grabando en
las rocas una primitiva figura, un ornamento de flores, una primavera que se
delata en la confusión, en el rítmico presente que impaciente se encadena y
trae una estrella de gratitud halada desde el crepúsculo.
es cierto, hay que aceptar morir, morir, hacer silencio con la tristeza,
confesarse en el desgarrante destino, mirar en la escisión de la creación, en
la apariencia del movimiento. ¿qué mirar, qué mirar? sino la vida diezmándose,
la calma que no existe, las relaciones aludidas, la insinceridad del vértigo,
una fauna, un maridaje de bermellones, divisionismo, confusión con aquello que
la furia de los bosques corre solitariamente.
(vivires hoy una asechanza, la alegoría de una rosa que cubre todo, en el reposo del
mañana). vivir es afirmar, un poco, las batallas terrenales que traen las
lamentaciones, nuevos rumbos a la melancolía, porque simplemente, a
veces, decimos adiós piadosamente a la vida de los otros, a las
admirables prisiones de los círculos cuando de rodillas una confiesa sus penas,
y, las montañas hacia el cielo son libres, libres de lectores de la eternidad.
contemplación. los objetos se escudan en el deseo, de plano, el velo de la apariencia es su
negación pura, un signo en la hazaña geométrica, una existencia en movimiento,
esencia extensiva, dimensión en la invisible hoguera del ritmo de los tiempos.
las formas, repentinamente, se precipitan a la virtud falsa de la
línea, retornan exaltadas del abismo en la escritura cotidiana. nada es
circundante, nada es cierto, nada es forma; el espíritu existe en la máscara,
se agota frente a la litúrgica cadena de las olas, en los peñascos sin voces
adiestradas para calmar a las aguas, entonces. la hora-luz concelebra el recuerdo del mar y el aire es un arco, una
suma de sueños, una ruta que va hacia la inocente espera que se vuelve
voluntad de eternidad, recurriendo al ser, a la res cogitans, al ideal
de los inmediatos puntos cardinales, a la fecundidad simbólica, a la compleja
existencia.
el espíritu nace cuando la verdad dogmatiza a la tragedia, cuando lo humano
opta por la intensidad, y cumple su oráculo de espectros desde el instante,
desde la angustia, desde los contrarios; así una señal -en un mosaico de
secretos y conciertos- prefigura la inmovilidad, salmos, colores en el
cuadrado, réplicas lejanas, tránsito hacia la reflexión, hacia la
individualidad.
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