jueves, 21 de abril de 2011
3726.- MIGUEL OYARZÁBAL
MIGUEL OYARZÁBAL
Nací en Salto Provincia de Buenos Aires, Argentina en 1948. Con los 5 años y por mis ojos nos trasladamos a General Pacheco, cerca de la Capital. En 1976 volví a mi pueblo natal para comenzar con el periodismo. Y en 1979 me radiqué definitivamente en Puerto Madryn.
Es verdad, publiqué cuatro poemarios; me becaron el Fondo Nacional de las Artes y la Fundación “Futuro”; hice periodismo radial y escrito.
Es cierto: vendí platos, seguros y publicidad por la calle; anduve bastante como mochilero, fui baterista de cabaret durante un año (mi primer laburo decente). Hasta fui director de un centro de ciegos, donde los que ven lograron angustiarme mucho y con el tiempo aprendí a entender y a entenderme.
Por hacer poesía llegué al periodismo escrito y a la radio, la magia personificada.
El Narrador Oral que en realidad viene en mí desde la infancia, está íntimamente relacionado con lo poético; en este oficio hay que capturar la historia, visualizarla entera, contarnos esas imágenes con las palabras más justas y finalmente narrarlas para que el público las escuche y así las vea transcurrir.
Entonces, el eje está centrado en el poeta. ¿Como arribé a la poesía?. No se. Tal ves vos, me ayudes a encontrar el camino.
La cuestión es que nací apenas viendo bultos; con las operaciones y los cristales gruesos, sólo alcanzo a ver un poco del ojo izquierdo, nunca pude llegar a la letra escrita y la vida me quedó recortada para siempre.
Recuerdo que a través del viejo y las fantasías de la radio, bebí las historias urbanas de los grandes poetas del tango; además, Schubert, Chopin, los escuchaba desde el jardín a través de una ventana, en el piano de un dinamarqués, dueño de la quinta en que éramos caseros. Hombre entrañable para mí.
Después, los bares, la noche con su mezcla de muñecos de papel y hombres de corazón abierto.
Mis padres me apoyaron en todo lo que emprendí, aunque pensaran que estaba equivocado.
Conocí mucha gente; amigos, hombres y mujeres que me quisieron y me ayudaron, siempre con la verdad en la mano.
También fui amado, amé y aún apuesto al amor.
Hoy, pretendo continuar escribiendo, o grabando si es necesario e intento seguir creciendo, a pesar de los agujeros que me cuelgan.
http://www.migueloyarzabal.blogspot.com/
SANGRE DE PALABRAS
No sé qué hacer con lo que escribo;
parece una galera en desorden,
o una aparición incontenible
que termina por exceder a mis ojos.
Podría olvidar,
destruir,
arrancarme las lapiceras de las manos,
pero volverían a aparecer
como los conejitos de Cortázar.
La única salida;
aferrarme a los renglones
y respirar a todo lo ancho de mí,
para meterle palabras a mi sangre.
A CADA UNA DE LAS LÁMPARAS
Debo el poema a las lámparas
tal vez para otro libro
o para nunca.
Sí, es cierto que me fueron fieles desde el primer lápiz,
desde la pluma cucharita y el tintero involcable,
que las descubrí en la adolescencia,
que las hice mías cuando todavía era muy joven,
que las traje al sur
para velar saudades de mapa arriba:
Pero aún ignoro de dónde vienen,
Cómo funcionan, por qué.
Creo que se parecen al sol de las cinco de la tarde
como el que se quedaba apoyado en el tapial de mi infancia,
o al de las nueve de la mañana pintandome el desayuno.
Siempre caen inclinadas en la parte más cálida de la mesa
Dejando ver claramente los trazos, las palabras, las torpezas.
Son las muletas justas
para que el ojo rengo deambule por la hoja sin caerse
y cuando la mirada se pone en blanco ignorando el papel,
se convierten en el escenario donde los dioses bailan
y sentencian a la mano a escribir cien veces me duele.
Creo que también alumbran como las lunas de la medianoche,
cantando sin alzar la voz
para que sea yo el que baila con los recuerdos,
el que arme sus nombres con el humo del cigarrillo,
el que le ponga el costado a las historias que no fueron,
el que sangre seriamente en el final de cada verso,
el que distinga entre el poema y la niebla.
Así es que las busco cuando prescribe el día
y las empuño como un timón,
como la brújula que me guía.
Hasta que por la ventana vuelva a aparecer el horizonte.
ENTRE SUEÑOS Y VEREDAS
Soy
el que asumido a veces
deriva por las calles;
que se ausenta de la mesa con alas imposibles y regresa
planeando en los sonidos;
que acude a la memoria para sostenerse.
Soy
el hipermétrope desesperado
que deambula
entre sueños y veredas
AL COSTADO
Apenas si me ha sido dado el lado izquierdo de las cosas;
Para decir la verdad,
sólo distingo los costados izquierdos.
A menudo suelo encallar añorando gestos en contraluz.
Puertas, pisadas y alguna calle conocida.
Al quedarme solo frente a la herrumbre de los sueños,
También pierdo la voz.
Cuando la mirada no puede abandonar a su propia bruma
y más aún,
donde el otro cruza demasiado rápido
por el lado derecho de la angustia,
los brazos se caen y las manos se vuelven huérfanas.
Entonces, con todo eso a la espalda y sin poder hablar,
continúo recluyéndome en el margen
y vago, por el costado izquierdo de la vida
SIESTA
En la sala de espera
una poesía duerme la siesta.
Al amparo de los paraísos la estación está a salvo;
el paisaje local,
descansa recostado contra las lomas del oeste;
el aire, cuidadoso,
se guarda de no incomodar al silencio
y deja a las nubes donde están;
sólo algún perro taciturno
se atreve a cambiar de lugar de vez en cuando.
El carguero ahoy no viene
y el rápido no pasará hasta después de la cena;
así que el cambista
desde su condición de cambista
duerme la siesta,
el guardabarreras se siente guardabarreras
y duerme la siesta,
el jefe se sabe jefe
y tranquilo duerme la siesta,
y el poeta del pueblo
seguro de haber escrito a la poesía definitivamente,
también duerme su siesta a tragos largos.
Pero yo,
que soy el otro costado de la poesía,
ni siquiera puedo simular el sueño:
saco a la tarde de la tarde y tomo por asalto el andén,
desato la campana que está junto a la boletería
y a badajazos limpios
rompo las ventanas,
doy vuelta los bancos de la sala para que no queden dudas,
despierto a la poesía que sueña con ser despertada
y me voy con ella de la mano por la vía,
que no está muerta
BOMBARDEO DEL VINO
Nada más cruel que la tarde,
cuando como un martillo cae en el domingo
y no en el Lunes y o el Jueves,
por decir un día cualquiera.
Nada más pesado que el sol golpeando el horizonte,
la soledad apretándome los huesos y la sangre.
Uno se sabe marcado como un naipe,
destinado a perder y no estallar,
a empantanarse en su propia huella.
Se deja bombardear por el vino,
para que el pasado con su cuota de dulzura
retorne, al menos por un rato
EL FONDO DE LA NOCHE
Cómo no navegar hasta el fondo de la noche
playa de acantilados ambiguos
y mareas de límites dudosos
donde los relojes se detienen
o simplemente ya no importan.
Cómo no dejarme ser, al garete,
cuando es el horizonte preciso
para igualar los sueños de los chicos de la calle
con los sueños de todos los chicos.
Cómo no recalar en la hondura de la madrugada
si lo habitan el asma de las prostitutas y la verdadera poesía,
porque se puede hacer el amor
o escribir por oficio,
pero cuando está a punto de descolgarse el alba
y mientras ellas, las putas, las palabras,
arañan los sueños que no alcanzan,
la sangre desborda el costado izquierdo del alma,
y hecha poema,
dice al hombre que le duele.
PEQUEÑOS PÁJAROS NOCTURNOS
a Mauricio Minor
Son los verdaderos gorriones de la noche.
Todos dicen la misma canción,
breve,
pero cada uno a su manera.
Salen de los diarios en bandadas,
como si algo oscuro los persiguiera.
Vuelan por las veredas y las calles,
gritando y gritándose
y se desparraman
como queriendo peinar a la ciudad entera.
caen en picada sobre los automóviles,
los bares,
los desprevenidos visitantes de la madrugada.
Sólo saben,
que ahora es vender diarios,
más tarde y quizás
la escuela;
después lustrar zapatos,
o deambular buscando el nido,
hasta que el sol
deje de molestarlos
y puedan volver a soñar.
Desde su condición de pájaros.
EFECTOS NOCIVOS DE LA MUDANZA
Emigrar una vez más;
fue soltar los vientos que creí definitivos,
emitir un grito inaudible pero que todos entienden;
fatiga en la respiración, sin excusas
y el latido de los amigos ganados, abarcando el pecho;
finalmente
y agotadas las pilas de la mirada,
asirme nuevamente a las valijas.
Luego,
confuso revoltijo de pensamientos, huesos y bártulos,
turbia despedida de la voz por la ventanilla
y una compleja truca de recuerdos que vuelca los ojos hacia adentro.
Emigrar una vez más;
darme de bruces contra el paisaje,
aprender otras calles con los mismos nombres,
como las caras
y vencer el hastío que hoy me invade;
con su geografía ciudadana
y mi suerte junto a los semáforos,
que es la suerte de nadie.
Emigrar una vez más;
es buscar la mesa donde recalar,
el cajón para los sueños,
las otras manos para las mías
y dejar, simplemente,
que vuelvan a crecer los dedos,
un intento más de aferrarme a los hombres.
CREPITAR DE LA LLUVIA
Llueve en el mundo;
o por lo menos
en esta parte del planeta.
El paisaje juega su papel;
lente húmedo y convocante,
por el que la realidad
la ficción
y el pasado,
se entrecruzan sin torpeza alguna.
Es esta la hora,
en que me toman por asalto aquellos nombres,
prisma de recuerdos aumentados,
errores que muerden suave,
palabras, que no dichas a tiempo,
aunque débiles,
aún transitan por el paladar.
Y yo
soledad enternecida,
vuelo trunco en la garúa;
me dejo estar,
ser espectador de mi propia película;
sin revelarme,
porque al fin y al cabo,
la leña de ayer no quema,
trae calor.
AMANECIDOS
Siempre aparecen a esta hora;
son los últimos vampiros,
bebedores de la savia nocturna de la vida.
Los veo;
con los párpados gastados y sin hablar
me cuentan de esta noche,
que no es distinta a las demás.
Ellos son los que pasaron el límite de las dos, o de las cuatro,
y que aún escarban en los huecos de las luces,
en el gusto somnoliento de café con cigarrillo.
Deambulan, casi en patota, casi solos;
hasta que el sol los atrapa en mitad de la vereda;
es la hora de partir
y parten
desperdigados,
buscando un lugar donde caer
para olvidarse hasta de sí mismos
y esperar que el día se olvide de ellos.
Se van solos, sin ruidos;
no hacen falta las cruces para ahuyentarlos,
cada cual lleva la suya.
NAVEGANTE
“Vivir se puede,
pero no te dejan”
decía Beto
mientras echaba a andar a “Los Gatos” en el “Winco”,
aunque no sabía mucho de náufragos y balsas
y se levantaba en armas, de vez en cuando,
como el sur,
para conformarse después
con los discos
y el pelo un poco más largo.
Aprender a vivir
y él se fue,
como nos fuimos todos,
sin entender su tristeza,
que pudo ser bronca de brazos caídos.
Aprender a vivir,
en un camino marcado con letreros luminosos,
o alambrado hasta donde se pierde la vista.
Y en este calvario de goma,
nos hicimos viejos de golpe.
Aprender a vivir;
dónde,
cuándo,
con qué.
Y así fue que muchos naufragaron en serio.
Aferrado a la madera de las palabras
escribo,
para llegar hasta la playa de la vida,
donde se aprende.
SUEÑO DE LA MIRADA EN LA PLAYA
Enero se arquea,
Buenos Aires es un charco,
como la historia
que no pudo amanecer
y habita en el insomnio.
La mirada
regresa
a la llanura hecha crepúsculo,
al celeste largo,
al horizonte azul
-donde padece la espuma-
y el agua
es una línea que se pierde;
sueña que vuela,
una vez más,
sosegada y húmeda,
sobre las ventanas
que no se atreven.
NAVEGACIONES
El mar en la mitad de la tarde,
un rectángulo de arena en el jardín.
Las cartas de navegación,
borrosas,
como el horizonte
y la brújula enredada.
Con la esperanza prestada
marcando el rumbo,
adolecimos de motines ilusorios
y el juguete hecho barco encalló.
Devastados los veranos,
solemos ser al garete
en una embarcación frágil y nocturna,
pero cuando amanece,
estamos inevitablemente solos.
El viento continúa moviendo las agujas del reloj.
Y apenas si atisba.
Y no juzga.
A PUERTO MADRYN
Aquellas tangencias
de nombres y esferas,
han sido bien trincadas
en la bodega de estribor.
El amanecer
sucede en calma,
como la marea,
mientras que en su borrachera,
el muelle discurre con las gaviotas;
hablan de los relojes,
de la memoria
y de los sueños,
que permanecen
a pesar de la vida.
La sirena se escucha una vez,
dos veces, tres veces
y el buque suelta amarras.
Pero con todo
y más allá de todo,
no se hace a la mar.
POR LA NAVIDAD DE 1975
Está toda la familia reunida y sentada a la mesa con mantel blanco de plástico
todos hablan alto y se ríen y narran cuentos con agresión implícita
y en la mesa hay muchas manos
y castañas de cajú
y nueces chilenas
y turrones bolivianos
y almendras de no sé dónde
y la sidra y el pan dulce
el reloj tañe su duodécima campanada
y se llenan las copas por enésima vez para brindar por
y tenemos el hábito de cuando llega ese momento brindar
y desearnos feliz navidad dando vueltas a la mesa sin soltar las copas
entonces quiero brindar por
porque duele en el mundo
porque hay muchos que no vuelven
porque se le cambian los hijos a las madres
porque hay publicidad y en las películas siempre ganan los buenos
porque la magia de los tres reyes sólo está en los bolsillos de los padres que
y porque existen los que piden y los que dan
y la generación joven y corrupta y la otra que pudo ser la que pero no
y la casa cuna y los chicos sin cuna ni casa
y yo brindo por
y los demás brindan por
y ahora vienen los regalos
LA VOZ DE UNA SIRENA
No escribo poemas de amor presente,
siempre voy detrás de los acontecimientos,
o al costado, como un segundo tren.
Cuando él llama a la puerta con los nudillos iluminados
le abro sin hacer preguntas, sin escudos,
jamás le pongo llave,
lo ejerzo sin metros ni balanzas
y no le doy tregua ni siquiera al aire.
Pero tratándose de escribir,
eso pasa a lo lejos,
es la marea con la memoria a flote
que golpea y golpea en el borde de la mesa
arrastrando pedazos de las navegaciones y los náufragos.
En fin, cuando escribo,
escucho la voz de una sirena
que me pide algunas palabras
para su soledad.
TELEGRAMA
Todo en vos es aéreo:
tu charla con las hojas del otoño,
la convivencia con la lluvia
y hasta el trato tuyo con el viento, las olas y el sol.
Vos y los duendes
y las palabras
y el silencio de los árboles.
Vos y tu aire
donde vuelo para siempre.
LA LLUVIA EN EL PATIO
Mañana será una página enrollada en el fondo del pecho
y para siempre.
Pero ayer apareció como un viento sonoro tocándome el hombro,
fue una garúa finita que peinó los años viejos,
un duende que entró sin rozar la puerta.
Después se instaló con todo y sus pertenencias
y la vida, como la canta Serrat, vivió en casa.
Al partir no hizo alardes ni puso una estela de excusas,
se fue rompiéndose en el adiós,
queriendo vaciar una anestesia sin sentido.
Yo no encendí la botella de ginebra,
ni tampoco atajé el desorden;
abandoné la lluvia en el patio,
escuché al silencio hablar por la ventana.
Supe que nadie regresa por las huellas del otro.
Y se me llenó de música el alma.
DESPUÉS DE LA LLUVIA
La lluvia ha cesado.
Por algunas horas
y ayudada por las luces,
la calle muestra
el dibujo que dejara el aguacero.
La magia,
que también es limitada,
ha transcurrido.
Sólo persiste la nostalgia,
que es leña infinita.
SINGLADURAS
Pasabas por la tarde con la cara desbordada de sol,
tenías todo el aire en el vestido naranja.
Apresuré los relojes y nos embarcamos con la luna en alto.
Navegamos vientos, soles,
colores de lluvias, velas desplegadas
y hasta llegamos a encontrar nuestras caras en la transparencia del agua.
Pero un atardecer cualquiera encallamos para siempre
y tuvimos que abandonar la marea.
Después deambulé por los papeles y las noches,
lloré por la bitácora perdida y por mí.
Fue apoyándome en el espesor de la penumbra,
en los agujeros y en el vino
y también en la voz del amigo barbado.
Así logré soltarme de las varaduras de tu ausencia
Y aprendí a ver y a verme entero.
Resultó que una noche volvió a amanecer
y guardé tus oleajes para la memoria.
EFECTOS NOCIVOS DE UNA CARTA
Lo mismo de siempre
en el papel y en mí,
pero la noticia
huele a tierra húmeda y abierta.
El cielo se ahueca,
la magia se esfuma,
el barro cotidiano se disgrega,
el horizonte pierde sentido
y apenas si atino
a escribir su nombre,
como para que el recuerdo y yo,
no nos quedemos tan solos.
A LAURA DESPUÉS DE 11 DÍGITOS
Buenas noches Laura,
aunque le hable al vacío de la ventana,
a los fantasmas de la Avenida Irigoyen
que buscan nuestras utopías en el fondo del Muelle Viejo,
en el mar tendido hacia el embudo del horizonte.
Buenas noches Laura,
porque tu voz me tocó la espalda,
se colgó del brazo,
dibujó un tajo a lo largo del tronco
y metió sus palabras llenas de aire caliente entre las costillas,
viento norte con olor a río,
a mediodía verde,
al sudor de una acordeona estival y colorada.
Buenas noches Laura,
sí, esa voz tuya caló más allá de los huesos,
fatigando a los pulmones y la sangre
que ahora manotea entre las venas sin entender,
me deja a la deriva,
sin brújula, sin cartas de navegación,
ni estrellas, ni costa al alcance de la mirada.
Sólo persiste el ruido de las olas y la memoria,
una memoria que, falta de cabos,
resbala, pierde pie y cae en lo oscuro.
Buenas noches Laura,
porque en esta orilla donde duele el silencio de la luna
y el naufragio es mucho más que la dureza del viento y la soledad,
no tengo leña ni fósforos para encender el aire.
Dejá de ser humo del otro lado del teléfono, Laura,
dale un sentido a la anchura de la playa, Laura,
prendé vos el fuego para ahuyentar la niebla, Laura.
Vení, cerrame tu herida, Laura.
POR CRUZ
Te rezo, Dios;
desde esta mesa.
Con la ginebra frente a mí, por cruz.
Te pido:
por los nervios que me abandonan;
por lo difícil que se me hacen los dedos;
por el sol, que no veo
por los chimangos que desde hace un tiempo andan por el techo del cuarto
por las horas que me quedan de café;
por los rincones oscuros de la madrugada;
por la vida que se me seca en la garganta;
y por lo que ya no recuerdo, y todavía me duele.
.
VASO DE NIEBLA
a la memoria de Jorge Fernández Gil
El vaso herido duele en la memoria:
hace jirones la piel,
la esquina,
la calle conocida y los árboles.
Los huesos buscan el refugio de la mesa junto a la pared
y lo que queda de mí, la calma.
El espejo del vaso tiembla frente a la cercanía de la mano.
Después las voces y los ecos de las voces
y la mesa y la niebla
despiertan sueños velados al borde del pozo.
Ahora no es una puntada seca en el costado izquierdo del saco:
son los dedos punzantes del sol,
el sonido de los pliegues de la noche,
la cuerda de los relojes limando el tiempo.
Y el vaso vuelve a llenarse.
EN LOS POEMAS
En los poemas,
no hay espacios vacíos.
Son mis ausencias,
que insisten.
POEMA TAMAÑO CARTA
Quién diría,
que un papel tan tosco podría dolerle tanto a la mirada,
quién diría, querida vieja.
Es que ese rectángulo y sin margen,
es tu carta preguntona cargada de zozobra,
de toda esa angustia que ponen las madres en los hijos.
Quién diría.
Y tal vez no debiera, pero escribo,
porque ese papel lleno de tu tinta apurada me zamarrea,
me trompea en la cara, en las costillas y no puedo defenderme.
¿ Que cómo estoy ?.
Mientras el día apura palabras en la máquina de escribir,
en los diarios y la radio, que es casi lo mismo,
en el sandwich de parado,
junto al teléfono o entre los papeles,
en los pasos y en las manos y en los ojos de la gente
subsisto.
Cuando la casa se llena de luces,
de olor a frito o a churrasco,
cuando la televisión la inunda de caras de funcionarios y carenciados que hablan sin
verme;
me las arreglo.
Pero al final siempre la soledad se completa,
termino por apagar la última lámpara,
la música en cuarto creciente anega la habitación,
los faroles de la noche comienzan a iluminar los recuerdos.
Ella aparece caminando
buscándome con todo el cuerpo en la mitad del pueblo,
me hace una seña que se escapa,
su imagen cruza la calle nuevamente para cumplir un sueño ya desbarrancado
y yo vuelvo a una playa
a un papel enorme mojado por el tiempo
a un páramo que es interminable.
Pero quién diría, querida vieja.
En realidad no te escribo,
o te escribo que estoy bien.
Porque ya tus manos ahuecadas,
tus palabras, no me alcanzan.
A ESTE ENTRAÑABLE OTOÑO DEL 92
y a la memoria de mi padre.
Le tocó sin queja alguna
hacer polen de sueños
y cumplir honrosamente con la vida.
Con las manos grises de tanto cosechar fierros
y la voz clara en los mates de la tarde
supo darnos sombra al pie de la barranca
y ladearse, para que el sol nos diera a todos.
Pero con el correr de las primaveras
y esa vehemencia que ponen los veranos,
las ramas, que en otras épocas buscaron cielos,
se le fueron arqueando lentamente
como los pasos.
Ahora aquella mirada añora los descampados,
siente que algo así como el invierno le ha dado alcance.
Un buen día deja de andar,
se derrumba despacio, sin apuros.
No tiene en la cara el dolor del hacha,
trae en los ojos
la tristeza del hachero.
No muere de pie.
Está cansado.
LA PENDIENTE
La luna está demasiado lejos.
Las luces son goteras silenciosas,
la calle se ha vuelto una pendiente
y el precipicio es tuyo.
Sólo el doble fondo de la noche
podrá salvarme.
CONMOCIÓN
Uno sabe:
que la noche debe estar tensa para alcanzar el alba,
que a veces también se rompe sin esperar al sol
que los pedazos se estiran frente al insomnio,
no puede entender los ruidos y se pierde en las calles de siempre.
Uno sabe
que inventa palabras inútiles
y ve al ocaso como un color definitivo.
En fin,
uno sabe que nunca aprende
pero insiste.
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