sábado, 29 de mayo de 2010

ELSA LÓPEZ [151]



ELSA LÓPEZ

Poeta española nacida en Santa Isabel de Fernando Poó. Guinea Ecuatorial. Vive en Canarias.

Doctora en Filosofía Pura, Antropóloga y Catedrática de Filosofía, ha ejercido la docencia desde 1965.
Ha sido Presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, organizadora y miembro del grupo poético
literario La Ortiga, fundadora y directora de Ediciones La Palma en Madrid y organizadora y coordinadora
para el Gobierno de Canarias de los proyectos
El Papel de Canarias y Memoria de las Islas. Actualmente es directora de la Fundación Antonio Gala.
Su producción poética se inició con el poemario «El viento y las adelfas» en 1973, al que siguieron
«Inevitable Océano» en 1982, «Penumbra» en 1985, «Del amor imperfecto» Premio Internacional de Poesía
“Ciudad de Melilla” en 1987, «La Fajana Oscura», Premio Internacional de Poesía “Rosa de Damasco” en 1989,
«Cementerio de elefantes» en 1992, «Al final del agua» en 1993, «Tránsito» en 1995,
«Mar de amores» XII Premio Nacional de Poesía “José Hierro” en 2002 y finalmente
«Quince poemas de amor adolescente» en 2003.
Ha obtenido otros galardones como investigadora y guionista de cine y parte de su obra ha sido traducida
al francés, italiano, inglés y árabe



De: “Inevitable océano” 1982:

Hoy quiero regresar.
Tengo miedo al saber
que la higuera se va volviendo grana,
y al viejo nisperero le han crecido los gajos
hasta alcanzar la casa.

Hoy quiero regresar.
Cuando febrero se acerca, ya sin frío,
para recobrar aquel remolino de almendras
y tuneras.
Aquel olor salitre y miel de abeja
que se despeñaba, cuesta abajo,
por el camino de la ermita y los dragos.

Hoy quiero regresar
al muelle, las noraes, y la sirena de los barcos.
Regresar a ti,
al otro lado de los sueños,
por donde multiplicas
la ternura y los muertos.

1982


Te he querido, tu bien lo sabes.
Te he querido y te quiero
a pesar de ese hilo de luto que me hilvana
al filo de la tarde.
Y tengo miedo.
De la lluvia, del pájaro de nubes,
del silencio que llevo conmigo a todas partes.
Tengo miedo a la noche,
a quedarme encerrada entre alambres del sueño,
a la palabra olvido
y a tus brazos en forma de barrotes dorados.

Miedo a recorrer la casa y saberla vacía,
o a quererte, de nuevo, mucho mejor que antes.
No me abandones en esta larga ausencia.
Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:
el tiempo de querernos indefinidamente,
el mar,
los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,
el ruido de las olas al fondo de la casa.
Y el viento,
recuerda el viento, amor, doblando las esquinas.

1982



De: “Penumbra”1985:

Cuando el cansancio es grande y tiene forma oblicua,
se sienta en el rincón más tibio de la casa
y reconstruye el mapa completo de la isla:

El reborde de espuma rizado de gaviotas.
Los volcanes al sur,
al norte los barrancos.
La palma de su mano abierta bajo el cielo
en forma de caldera.
Las nubes esmaltadas,
el viento,
los muros de la casa,
y la abuela sentada en el sillón de mimbre
viendo morir los barcos encima del estanque.

En ese itinerario de océano amargos,
el llanto se repliega de nuevo en lo más hondo
a contemplar, sin ruido, el paso de las aves.

1985



Ha averiguado el nombre que le ha correspondido
y se define ausente, exiliada del sueño,
emigrante, perpleja, desgajada,
sin billete de vuelta.

Se declara sin fuerzas
y pide con vergüenza un poco de ternura.
Que le devuelvan, por favor, el mar.



De: “Del amor imperfecto”1987:

Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal y perfecto.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando he rugido cóncava debajo de tus piernas,
y has dejado un reguero de sal y hierbabuena
sobre mi piel reseca.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando la luz se apaga y tu cuerpo se queda
tendido y olvidado entre blandas semillas.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

1987


He dispuesto en mi rostro surcos inconfundibles.
Me he puesto el delantal de luto
y me he dejado ir al borde de la acera.

(Hay un banco vacío en el que me he sentado
para morir un poco y de una muerte rara.)

Pienso en cómo te quise.
Yo no voy a aclararte de dónde me ha nacido
este dolor que crece a golpe de tristeza.
Pasa gente.
Hace ya mucho tiempo que no te explico nada
porque hace mucho tiempo que perdí la esperanza
de envejecer contigo.
Es domingo.

(El perro es otro espacio.
Una muerte distinta en medio de la calle.)


No pronuncio tu nombre por miedo a ver la herida
y el golpe de la sangre.
No digo las palabras que debiera decirte.
Te miro.
Te contemplo.
Te observo.
Ojeo las esquelas y el tiempo de las nubes.
Luego digo algo inútil,
mágico,
irreparable.
Digo cosas curiosas como decir:
qué tal, hace calor, te quiero,
anoche he deseado tu cuerpo nuevamente.
Pero nada se oye dentro de las paredes.

Tú me miras inquieto,
decidido,
cobarde.
(Mi corazón empieza a deslizarse
por la suave pendiente de tu pelo.)


Recuerda que la lluvia cayó porque yo quise
y porque tú quisiste me miraste al espejo
y me encontraste hermosa de verde y gabardina.
Recuerda que lloraste cogido de mi mano
y yo llené de besos tu infancia despoblada.
Recuerda que la noche llegó porque yo quise.
Y te miré a los ojos,
y te besé las manos,
y preparé tu ropa y el plato de naranjas.
Pero tuviste miedo.
Un miedo huraño y torvo.
Un miedo con relojes.
Recuerda que fue cierto.


Recuerdo el amor que me nacía al tiempo de la lluvia.
Recuerdo los baúles y las colchas de hilo,
las flores de lavanda volando por espacios abiertos y felices,
aquella despiadada multitud de grillos debajo de las lápidas,
y tus besos, pan y aceite, detrás de los postigos.

Recuerdo aquellos días cuando tú me besabas
tras las torres caídas del castillo y las olas.
Y recuerdo las noches naufragando tu cuerpo
en aquella penumbra universal del hambre.

Yo entonces era otra.
Pero no he renunciado ni al amor ni a la herida.


Sabía que vendrías.
Que tu barca de acero encallaría en el fondo
entre las plataneras.
Que subirías la cuesta hilada de mocanes
por aquel caminito en forma de culebra.
Que primero llegaría tu cabeza,
luego el cuello,
los hombros,
tu espalda contra el risco y los dragos del lomo,
el beso adormecido.
Te quiero, me dirías.


Ya nunca volveremos al viejo paraíso donde nace la lluvia,
donde huelen a alfalfa cortinas y manteles.

Ya nunca volveremos a medir la distancia
que queda entre las ramas del drago florecido.
Ni a remover la tierra,
ni a regar los maizales,
ni a pintar las ventanas,
ni a recoger el agua en cubos transparentes.

Ya nunca vendrá el frío
a llenarnos el pozo de zarzamora verde.
Ni volverá tu boca a dejar en la mía el sabor de la almendra.



De: “La casa Cabrera”1989:

Aquí la luz se abre, se extiende al interior,
penetra por las bóvedas y alcanza,
como una tromba dulce, los árboles del patio.
Aquí la lluvia nace, aumenta y se desploma.
Se inclina en las barandas, recorre las paredes,
los arcos rebajados, las columnas de arista.
Aquí crece la vida, florece el árbol mágico.
Mariposas de cartón anidan en el arco,
azul y transparente, del viejo lucernario.
Revolotean el sueño de los hombres que habitan
detrás de cada puerta.
Se posan en sus libros de cuentas infinitas,
y se mueren -de cristal- detrás de los montantes
que dan al paraíso.

1989




De: “La fajana oscura”1990:

El extranjero

Tú eres Aquiles, el hermoso perdedor,
el de la espada de hierro,
el de la radiante cabeza coronada,
el mejor.
La verdad que sí,
¡Oh dioses inmortales!
que eres realmente bello.
Y no me extraña en absoluto
que Helena perdiera el aliento

y su peplo de seda,
al verse frente a ti
arrojadas al mar sus sandalias de cuero.

Yo soy Tersites, el guerrero aplastado por tu brazo
y el peso brutal de tus caballos.
Yo soy el que te ama
en medio del fragor de las batallas,
mordido y ensangrentado por tus perros.

1990


El patio

Por eso a sus amigos les dice casi siempre sin temor a equivocarse
que la imagen constante e invariable del mundo nunca fue la redonda.
Que el universo tiene la curva exacta de su patio
(los árboles son frases referidas:
“más grandes”, “menos verdes”, “más altos”
que esa larga palmera que cubre su ventana)
que quiera o no lo quiera,
el mundo tiene aspecto de almendra, de dátil, de guayaba.


Manifiesto

Hoy declara que os ama porque oléis a madera,
porque habéis socavado en su cuerpo una brecha
por donde corren ríos
y vienen a romperse los cristales del sueño.
Las palabras son vuestras
y son vuestras las manos y el miedo que sostienen.
Y son vuestros los nombres
y la pena que lleva por dentro de la sangre.
Son vuestros el paisaje que guarda en la mirada
y el que tiene plantado delante de la casa,
el mar, los aguacates,
y esos amaneceres que esconde en la cocina
y enseña algunas veces tan sólo a quienes ama.

1990


Naufragio

Una tarde de Enero la nave perdió el rumbo.
A lo lejos,
el viejo marinero atisbó tierra firme,
oyó el suave murmullo de pájaros sin nombre,
la extraña melodía del Caballo de Troya,
y, peligrosamente, se acercó hasta la orilla.
Luego ya fue muy tarde.
El barco fondeó cerca de las sirenas
y Ulises, el más fuerte,
ya nunca volvería a las costas de Ítaca.

1990




De: “Cementerio de elefantes” 1992:

Cuando voy por las calles, solitaria y ausente,
voy pensando en tu cuerpo.
Te llevo entrelazado por todas las cinturas
que acometo desiertas.
Tú estás en las aceras,
en las piedras del suelo,
en esos soportales que aúllan tus abrazos,
en la melancolía de mujeres sin rumbo
que perdieron el grito y la memoria nuestra.
Y yo sé que eres mío
por encima de ritos y vagas ceremonias.
Lo sé porque te amo y tú me lo has oído.
Y yo sé que te amo
porque mis brazos duelen al recordar los tuyos

y el espacio que ocupo se vuelve oscuro y frío
cuando escondes tus ojos por detrás de los míos,
y una vez que me has visto crecer y duplicarme
me hieres y abandonas delante de las otras.

1992


El que se arroja al agua con su cuerpo magnífico
y luego deja gotear el mar por sus caderas y las mías
como una prueba incontestable de perfección y afecto.
Aquel que me sonríe
desde la hilera mágica de su terrible boca,
inocente guerrero,
putrefacto montón de espléndida hermosura,
el único que sabe cómo he perdido la batalla
y por eso me observa, todavía,
con una cierta sombra de dulzura.
El que arrastra mi cuerpo por el campo de batalla
despedazado el tronco y la plateada cabellera,
y aún tiene conmigo la deliciosa costumbre
de besarme los pies,
ese es el que amo.

1992



En tu propia mano me diste de comer
-como a los pájaros-
pan y queso con aroma de hinojo, anís, matalahúva.
Acercaste el cáliz a mi boca
y yo lo recibí como si un hambre inmortal me delatara.
Estrené falda nueva, zapatos de tacón, trenzas de oro.
Y luego fui al olvido.

(Pero siempre lo supe:

que nada amaba tanto
y no habría camino más largo
que el de quererte a solas.)

1992



La madre

“Estos días azules y este sol de la infancia”.
Antonio Machado

Cuando murió la madre lo supo de una forma distinta,
poco clara quizás.
De herencia le dejó un álbum de serpientes,
una cómoda antigua con cristal de bohemia,
un cuadro con jardines y una calle de plomo.
No lloró casi nada,
?o mucho, poco importa eso ahora?
Pero hoy, al recordarla detrás de los cristales

de esa ciudad sin niños,
le ha venido a la pena la imagen de su cuerpo,
una ventana, la isla de colores,
el muelle de granito con sus prismas dorados,
la casa, los anones, el mar, las plataneras,
oscuros paraísos cubiertos de sal fina
y una muchacha absurda de mirtos al alféizar
viendo morirse el agua
por detrás de la línea que llaman horizonte.
(La madre le contaba que le gustaba verse,
agridulce y romántica,
mirar aquellos barcos hacerse diminutos
y quedar engullidos por azules praderas.)

1992




De: “Al final del agua”1993:

Cuando al caer la tarde reconozca tus huellas
en un rastro lejano de añiles putrefactos,
sabré que me has amado
y te has muerto en mis brazos
al final de la ruta de las aves del mundo.
Allí, al final del agua,

donde se pierde el aire y mi pecho sin nubes,
allí donde termina tu amor y mi horizonte.

1993



Me besabas los ojos con tus ojos.
Con tus ojos mi vientre y tu ternura
se engarzaban felices en el arco lunar de tu alegría.
Y en ese resplandor de los atardeceres
me ofrecías el milagro de renacer por ellos.
Dorada la sonrisa y el amor que me dabas,
podía descubrirte,
regresarte,
hacerte mío,
a través de una mesa de fibra aguamarina.

1993


Me importaban un carajo las mareas,
el aire que respiras
y ese montón de hormigas
que pisas al mirarme.
(A mí lo que me importan son tus piernas,
el tono algo inquietante de tu melancolía
y esa forma que tienes de quererme
cuando estás frente al mundo)

1993


Perdona si algún día invado tu presencia
y quedo clausurada sobre tus dos rodillas.

Perdona si declaro tu destierro de aljibe,
si me bebo la luna que duerme en tus ojeras,
si entretengo tus horas de soñador furtivo
y me pongo pesada al contarte mis cuentos.
Perdona si soy alta, mimosa, insumergible.
Si me duelen las cosas que dices a diario,
si no te miro a veces cuando vas a buscarme
o mis ojos se cuelan por tus vértices negros.
Perdona si comparto contigo mis asombros
y habitamos felices en un mismo planeta
del cual sólo se saben tus pasos y los míos.
Perdona si algún día persigo tus cometas
por el sol y las tapias de recoletos sur.
Perdona si estoy triste
y me atrevo a pedirte las señas de tu cuerpo
precisamente hoy,
unas horas más tarde de acabar el invierno.

1995


Shankara era el camino por el que te perdías.
El hombro sin espacios
por el que te enredabas a mi pelo mojado.
Shankara era encinas, las fosas de tu cuerpo,
mis besos sin medida mordiéndote la sangre.
mandarinas de oro cayendo en el asfalto
y tu sueño rendido a la luz de febrero,
mucho antes, quizás, de llegar a Shankara.

1993


Tú tienes la costumbre de los ríos:
pasar por las riberas sin mojarte,

formar algún remanso en el camino
y luego hacerte bulla, catarata,
arrasar con las plantas de la orilla
y arrojarte de golpe en los océanos.

Tú tienes la costumbre de los peces:
deslizarte muy suave entre mis muslos
y quedarte parásito en mi origen
cubriéndome de escamas la cintura
para luego afiliarte a la albacora
y tomar otro rumbo sobre el agua.

Tú tienes la costumbre de las aves:
volar por los aleros de mi casa,
desmigajar el pan que me alimenta
y hacer nidos de caña en mi regazo
para luego alejarte en desbandada
dejándome la miel entre los dientes.

1995


Tus nietos y mis nietos
conocerán un día el viaje que soñamos.
Sentados en el tren navegarán Krasnoiarsk,
los ríos nacarados de Siberia,
la tromba de marfil de tus rodillas
anidando mis pieles.
Me leerán.
Te leerán.
Volverán sobre tus pasos y los míos.
Llegarán al gran templo
y me verán, desnuda,
trepando por tus huesos como una enredadera.

1993


Yo soy la que comparte contigo el abandono,
la que entretiene sus juegos con los tuyos
y deja a cielo abierto el campo de batalla.
Yo soy la favorita.
La más agasajada.
La que mejor comprende tu soledad de alberca,
la que sabe reposarte de cetros y coronas,
la que teje sin descanso esa capa de lino
que volverá a cubrirte los días de tormenta.
La que mejor conoce tus noches de penumbra.
La que presiente, sin hablar, tu aventura más cierta,
la que te ríe los lances
y prepara la cena con manjares divinos
que calmarán tu pena y el dolor de las otras.
Aquella que aletea muy cerca de tus sienes
y al oído te reclama su vuelo más alto.
De todas soy la más amada, la más hermosa,
la más triste de todas.

1995



De: “Tránsito”1995:

¡Ay, paloma, mi pecho!
No enseñes el dolor que te hace leve.
No pronuncies el nombre que te delataría.
Sobrevuela el espacio que ocupo por tu boca,
lánzate valerosa sobre mis ojos tristes
y devora la lágrima que convive conmigo.
Que el rey y señor mío
no sepa que en mis brazos han florecido albahacas.
Él es cruel y no entiende que nuestro amor es alto.

No vayas por el aire,
que él es halcón furtivo y ha afilado sus garras
para hincarlas a muerte sobre tu piel reseca.
Que piensa devorarte
y arrastrar tus cabellos por las tierras de Ammán.
Ha propuesto a la corte
que se dicten las leyes necesarias y urgentes
para dejarme sola al llegar el invierno
y tu voz y tu cuerpo se hagan inalcanzables.
Construye empalizadas, levanta torreones,
abre vados y zanjas para que todo el reino
quede aislado del mundo
y no puedas hacerte de mi nido tu lecho.

1995


Corre, amor, por el aire,
no detengas tu vuelo.
La reina tiene miedo, amor,
la reina está asustada,
que ayer sostuvo el arco y las flechas reales
cuando vio a los guerreros dispuestos a la caza.
El vuelo de mis alas se extendió sobre ellos
y el rey dijo: “Matadla”.
Pero la reina dijo:
“Está llena de gracia,
tiene el vuelo ligero y las alas le brillan
al descender la noche.
Y cuando vuelve a casa huele a arrayán su pelo
y tiene los pies fríos de haber volado tanto.
No la matéis, señor,
es Shamra, la pequeña,
la hija más amada,
la que habéis prometido como reina a Damasco.
Dejádmela que viva.
Le cortaré las alas y aunque se vuelva triste
los caminos de Bosra no volverán a verla.”
Eso fue lo que dijo.

1995


El cielo no es azul y yo alargo los dedos,
rompo el doble cristal que me aprisiona
y vuelo hacia tu pozo
hacia el lugar umbrío donde me desconocen.
(La ventana es muy alta, el río está muy lejos,
y hay un montón de lirios flotando en las orillas).
Luego alcanzo tu nombre y te llamo.
Te llamo por tu nombre y la costumbre de tu nombre.
Me despojo del manto
y me entrego desnuda al festín de los perros.

1995


No importa que la sangre corra formando mares,
que mis ojos se vuelvan de metal y de arena,
él gobierna y lo dice:
“Morirá quien yo quiera,
cuando yo lo desee y en el momento justo.
No importa si se ha vuelto del color de las nubes,
si es leopardo o serpiente.
Yo acabaré con él y con su mala estirpe.
Los guardianes me han dicho
que ahora tiene la forma de un alazán oscuro.
Pues bien, poco me importa,
que voy a hacerme un manto con sus crines de seda.”

Eso dijo mi padre sin mirarme a los ojos.


No llores, amor mío,
no se nublen tus ojos,
que voy a andar ligera a tus pies enredada
y no podrás seguirme cuando llegue a tu pecho.
Aguárdame en la sombra al final de los árboles.
Extenderé las alas y volaré hacia ti.
Penetraré lo oscuro,
reclamaré del bosque la humedad de tu tronco
y ya no habrá enemigos pendientes de tu espalda.
Tienes que estar atento,
que cuando emprenda el vuelo tendremos el instante,
el fulgor de las alas,
y luego vendrá el vértigo del amor más brutal.
Vendrá un crujir de plumas,
la sangre, como almíbar,
y el grito, ya inhumano,
de la muerte más dulce que hayas imaginado.

1995



De: “Mar de amores”2002:

Aires de lima

Yo vi romperse el agua camino de Beirut
cogida de tu mano sobre El Roque y las algas
que tienen por costumbre el fondo de tus ojos.

Yo vi cómo giraban las aves de la tierra
cerca de tu cabeza.
Y vi como la lluvia se hacía gris en el aire
sobre la casa grande rojo-indio del valle.

Yo vi las jacarandas naciendo del asfalto.
Y los papayos verdes.
Y aquel árbol florido de naranjas redondas
colgando de tus dedos.

Yo vi cómo la noche se prolongaba oscura
por tus hombros caídos y por tu boca espesa.
Y vi cómo la muerte me alcanzaba despacio
hasta dejarme a solas.

2002


Aladas

Yo no soy esa muchacha
de pelo ensortijado y cintas en el pelo
que baila para ti en los antiguos salones del Coimbra.
Yo no soy esa otra que se desliza suavemente
por las gastadas alfombras del viejo comedor
-los brazos en alto como nubes o pájaros-
tarareando canciones que te dejan partido el corazón..
No te engañes, mi amor,
no confundas mi voz y mis canciones
con el tono ligero de las suyas.
Resucítame y créceme, amado, no te escondas.
Emerge de la lluvia, del mar, de las cenizas.
Resurge en llamaradas.
Que el brillo de tu rostro no lo empañe la noche
ni el llanto de mis ojos.
Acaricia mis hombros
con la suave ternura de otros tiempos
-la misma que utilizas con ella-
y di que aún soy hermosa
y que mi pelo brilla como si fueran alas.

No me hagas la muerte más difícil.

2002


Mascarones de proa

Me hundo y luego vuelvo a renacer de nuevo.
No pueden las tormentas con mi rostro y su pena.
Derivo mar adentro.
Me tragan los abismos
y resurjo de nuevo sobre el mar y las olas.
Yo soy insumergible.
Como esos mascarones de los barcos antiguos
que navegan soberbios del tajamar en lo más alto.

2002


Pastoreo

Ay pastor,
rebaño es este cuerpo
que apacienta y habita los prados de tu casa..
Vigílame, pastor.
Acéchame los labios y el pasto donde como.
Vigila los cercados,
que hay un lobo rondando por el invierno mío.
que las nieves son altas y se ha posado el hielo
en este pobre pecho que a veces fuera tuyo.

2002



De: “Quince poemas de amor adolescente” 2003:

A quienes me dieron su amor a cambio de muy poco.
A los quince. A la luz y a su mirada.

A Mario Alcaraz

Te quiero por ser cuerda y tener cinco dedos
y una guitarra abierta a la voz imposible.
Por guardarme secretos.
Por compartir conmigo
aquellos veinte años de lluvia y paraísos
cuando escuchar a Brouwer
era un acto de voluntad heroica.
Ya entonces me invadía esta misma certeza
de acompañarte siempre en la esquina del frío
esperando la hora de que abrieran las puertas
y ascender a lo alto
donde nos alimentaran por igual los acordes.
Te quiero, sobre todo te quiero, porque me has enseñado
a pronunciar el nombre de Ludwig Van Beethoven,
a corregir acentos y a escribir sin dudarlo
el nombre interminable de Johann Kaspart Mertz.

Te quiero porque aprendo contigo a ser distinta…




A Rocío Cano

Te quiero porque aprendo contigo a ser distinta.
A sonreír de pronto
cuando me miras detrás de los paisajes
que inventas para mí cada mañana.
Porque recortas telas, cartones, ventanales,
tejados y azoteas.
Porque pintas cobaltos y rojos bermellones
o simplemente hieres de azules y azafranes
las puertas de mi casa.
Porque eres suave y hueles como las caracolas
y, en ciertas ocasiones, me robas los perfumes
que ya nunca me pongo.


Te quiero porque fumas…

A Paul M. Viejo

Te quiero porque fumas y bebes y blasfemas
y escribes sin cesar por las paredes
o en la estación del tren
o en los bordes urgentes de una alcoba vacía.
Porque le has puesto verbos al dolor que te invade
y aunque lo llames Marta
soy yo quien te acompaña
por esa travesía pesarosa de un nombre.
Y te quiero por todo o casi ya por todo
lo que me das o quitas o me pones.
Y sabes, tú lo sabes, y yo también lo sé,
que formas laberintos para que me distraiga
y me quede dormida cuando llega la tarde.


Te quiero porque un día …

A Alexis Amador

Te quiero porque un día me llevaste hasta el río
y al vuelo de las aves que anidan en el agua.
Y me tocaste el hombro para darme el aliento
que pierdo en ocasiones.
Porque me miras grave
y me guiñas los ojos para poder seguirte.
Y me alientas,
y me acoges,
y me retienes por el aire cuando vuelo sin rumbo
o he perdido el oriente.





AL PRINCIPIO DEL AGUA

UN ACERCAMIENTO A LA POESÍA DE ELSA LÓPEZ

Por Antonio Arroyo Silva


Esa Avenida Marítima de Santa Cruz de la Palma ha tejido cientos de mitologías. El omnipresente bar El Faro de tertulias y encuentros que el tiempo y la crisis han borrado de sus paseos. Muchas veces estuve sentado ahí tomando una cerveza y contemplando cómo el mar se imponía con fuerza al pequeño malecón que imaginamos similar en miniatura al célebre de La Habana, donde los grandes poetas se sentaron a imaginar otros malecones y otros trasiegos.

Un día de esos que mi leyenda particular ha ido hilando y pespuntando en el recuerdo, un buen amigo me dijo que llevara mis poemas y que lo esperara allí sentado, como siempre, pues me iba a presentar a una persona especial que iba a leerlos con el mismo entusiasmo que él me demostraba. Yo, por ese entonces, no tenía mucha fe en lo que escribía. Siempre me quedaba en el paladar un regusto a falta de sal o de azúcar. Sabía muy bien que el tiempo y la vida me iban a proporcionar esos ingredientes y, de hecho, ya empezaba a atisbarlos en un puñado de versos. Sin embargo, siempre siguiendo los buenos consejos de mi amigo, acudí. Allí estaba con la persona que iba a conocer, persona familiar que andaba por las calles de la ciudad como si fuera su casa. Incluso era profesora de Literatura del Instituto donde hice el Bachillerato: el Alonso Pérez Díaz.

Era Elsa López. Tengo una sensación de calidez y bienestar cuando evoco ese encuentro. No sé definirlo: su voz, su respiración acompasada y llena de ternura…Por supuesto que leyó mi manuscrito. Y hablamos, hablamos. A mí nunca me han gustado los halagos complacientes, de hecho mi sentido de la ética siempre me ha hecho ver la verdad detrás de las palabras. Lo que sí me halagó entonces fue la sinceridad de mi nueva amiga. Quizás ése sea la verdadera intención de la poesía: hacer que la palabra sea el epicentro de una energía arrolladora y positiva independientemente de su forma más o menos literaria y sujeta a tendencias y cánones. Es más, cuando lo segundo supera a lo primero, la palabra calla o chirría para no decir siquiera el silencio. Ella me dijo lo que mi sangre ya sabía sin bien saberlo: no temas derramar tu vida en el poema. No el trazo de la lluvia que viste las alas vacías como ámbar amarillo de luz que se clavara de improviso en la rosa como espinas de esa rosa vital que tiene sangre de río en sus entrañas de papel. No eso, sino al contrario: no llenar la vida de tinta, sino de palabras vividas como espinas que puncen o pétalos que desbocan. No sabe Elsa el bien que me hicieron sus palabras. Esa espina que yo imaginaba clavada en el albor de la página y que la hacía sangrar ámbar de luz era la misma que el tiempo ha clavado en mi propia carne. Esto Elsa entonces lo sabía: tan grande su espina como su amor a la literatura, o, sencillamente, al amor mismo.

Es precisamente éste un tema central, un vórtice de la poesía de Elsa López. En esos tiempos que corrían entonces y en éstos que corren ahora, hablar del amor en poesía pareciera una aventura trillada, desgastada o incluso una involución en la marcha de la literatura. Se dice que todo está dicho bajo el sol, pero no es así. Si acaso todo está escrito, reescrito, institucionalizado y caducado, todo lo que se ha quedado en fórmulas y estereotipos. Todo no está dicho si consideramos que las fuentes de la poesía emanan de su coloquialismo y su balbuceo. Cuando una poeta es consciente de este principio, ya no le importan las modas ni las críticas. Ha hallado su voz con la fuerza del huracán, ése que arrasará con todo lo superficial.

No el amor a secas, un amor que regresa con el verso impregnado del olor, el sabor, el tintineo y el crepitar de los objetos y lugares que rodearon el acto mismo del amor. También el temor a la pérdida del ser amado y aún más. El temor a lo desconocido tras ese momento, el miedo al fin o a un comienzo sin saber hasta dónde y sin tener la llave de esa puerta que se abre a la luz. Dicho con otras palabras: la destrucción o el amor, pero vistos desde la piel de una mujer que siente y sabe verter o inaugurar ese sentimiento sobre la piel del poema. En Inevitable océano, de 1982, el primer poemario de Elsa López ya se atisba claramente la incertidumbre que produce el amor a pesar de poseerlo


Te he querido, tú bien lo sabes.
Te he querido y te quiero
a pesar de ese hilo de luto que me hilvana
al filo de la tarde.
Y tengo miedo.
De la lluvia, del pájaro de nubes,
del silencio que llevo conmigo a todas partes.
Tengo miedo a la noche,
a quedarme encerrada entre alambres del sueño,
a la palabra olvido
y a tus brazos en forma de barrotes dorados.
Miedo a recorrer la casa y saberla vacía,
o a quererte, de nuevo, mucho mejor que antes.
No me abandones en esta larga ausencia.
Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:
el tiempo de querernos indefinidamente,
el mar,
los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,
el ruido de las olas al fondo de la casa.
Y el viento,
recuerda el viento, amor, doblando las esquinas.


Esa no certeza es precisamente lo que le da fuerza poética a su primer poemario. Además, nos encontramos con una poeta que domina a la perfección los materiales que le dan forma a esa expresión. Véase el uso de los tiempos verbales, entre una acción acabada y la misma en transcurso lo cual hace que se mantenga el ritmo de esa duda y mantiene en suspenso al lector. La perplejidad en la sintaxis. Al final, esa duda más bien parece existencial, pero quién sabe.

Mujer que ama y duda y vuelve a creer. Mujer que necesita definirse y reafirmarse, fundarse en el texto, desde esa penumbra que ha sido la vida de la mujer histórica. No sólo la autora, el sujeto poético femenino y, si se quiere feminista, ha de transformar el paisaje institucionalizado por el hombre y ha de llenarlo con su respiración y su sentir. Y el mar, el mar siempre presente en nuestra literatura. La mujer que se asoma al balcón a oler el mar, a respirar la maresía. Lo que Balbuena Prat definió como sentimiento del mar se hace concreto en la mujer que lo percibe quizás como su espacio de sueños y escape del marasmo, su opuesto. Sin Ulises posible con tapones de cera en los oídos para no escuchar su canto. Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Josefina de la Torre, Pino Ojeda…todas ellas acompañan a Elsa en su penumbra de ser mujer y poeta: penumbra iluminada por dentro que sólo pide un poco de ternura. Decirlo de tantas maneras sabiendo que en el mundo que les tocó vivir a lo largo de la historia, las ha desposeído de algo quién sabe qué, y quizás sólo el poema les devolverá.




Ha averiguado el nombre que le ha correspondido
y se define ausente, exiliada del sueño,
emigrante, perpleja, desgajada,
sin billete de vuelta.
Se declara sin fuerzas
y pide con vergüenza un poco de ternura.
Que le devuelvan, por favor, el mar.

Penumbra (1985)


Dice Jorge Rodríguez Padrón en su artículo “El barco de la luna. Clave femenina de la poesía hispanoamericana”(1) que en la mujer-poeta no existe otro propósito que el atrevimiento, sin conocer lo que le espera al final. Y esto viene muy a propósito de la poesía de Elsa López, es una constante, un leiv motiv. Atravesar lo oscuro sólo con la lámpara de su voz y perderse en su penumbra no es temor, sino impulso natural. Se establece, de esta manera, una diferencia dialogante no sólo con la literatura del hombre, sino con el sistema mismo de percepción masculina que regenta el sistema de valores patriarcales. Así se instala una manera distinta de poetizar, con una conciencia total y absoluta de los riesgos que corre y asume su condición fronteriza en medio de las fuerzas centrífugas contrarias. Fuerzas que han dejado de lado a la mujer. La cuestión, entonces, es fundar este impulso en el lenguaje desde esa condición fronteriza antes aludida. Desorden, sinrazón, duda pasan a ser los principios de una visión poética que oscila entre lo objetivo y lo subjetivo, no del referente, sino del supuesto yo poético que ya prefigura su destino: la locura o la muerte, la destrucción o el amor, incluso ambos al unísono.

La pretensión de querer tener razón desvía el pensamiento y lo convierte en una rígida estatuaria mental –decía el poeta argentino Roberto Juarroz (2). En cambio, contenerse en la llamada sinrazón permite vislumbrar otros territorios más fértiles de la creación humana pues llevan a una noción de razón más absoluta, más real. El orden, la razón y la certeza no son buenas herramientas a las que recurrir. Ya lo ha hecho el hombre. Nuestra poeta lo sabe, no sólo por su (digamos) instinto creador, sino porque en su fuero interno lee que ese orden establecido no es el huracán que siente por dentro como mujer. Intuye que la realidad que quiere y necesita instaurar en su poema no es materia de la razón antropocéntrica, sino de la conjunción de todos los sentidos (internos y externos), de su comunión. No Polifemo, sino Ariadna.



Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal y perfecto.
Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.
El amor imperfecto (1987)


Y como Ariadna, poeta que conduce a Teseo a los montes de un mar (su mar) sin minotauros. Un amor realmente inexplorado por el hombre, cuyo sextante sólo puede poseerlo Afrodita que se funde con todos los elementos de la naturaleza y que transforma en naturaleza a la mujer. “Manifiesto”:


Hoy declara que os ama porque oléis a madera,
porque habéis socavado en su cuerpo una brecha
por donde corren ríos
y vienen a romperse los cristales del sueño.
Las palabras son vuestras
y son vuestras las manos y el miedo que sostienen.
Y son vuestros los nombres
y la pena que lleva por dentro de la sangre.
Son vuestros el paisaje que guarda en la mirada
y el que tiene plantado delante de la casa,
el mar, los aguacates,
y esos amaneceres que esconde en la cocina
y enseña algunas veces tan sólo a quienes ama.

La fajana oscura (1990)


Como la poeta brasileña Hilda Hilst (3), Elsa López habla desde una orfandad de las palabras, ya que, como siempre ocurre y ya casi he apuntado anteriormente, el lenguaje que le tocó aprender y aprehender a la mujer no contiene y, a veces, no respalda lo que ese yo femenino se atreve a decir, pues sólo nombran el afuera. De ahí ese acercamiento a una suerte de misticismo y despojamiento de la vida mundana que hace que en Hilda Hilst se resuelva planteándose el sentido de la muerte y llegando al verdadero sentido de la vida fundiéndose con la naturaleza.


Descansa.
El hombre ya se hizo
el oscuro ciego rabioso animal
que pretendías.

Hilda Hilst, Amavisse (1989) Trad. Leo Lobos.



No el descanso del guerrero, sino de la guerrera, la diosa madre. En cambio. Elsa López opta por una posible reconciliación con el amor del hombre, o, más bien, no renuncia en su tarea de búsqueda de ese amor ideal.


El que se arroja al agua con su cuerpo magnífico
y luego deja gotear el mar por sus caderas y las mías
como una prueba incontestable de perfección y afecto.
Aquel que me sonríe
desde la hilera mágica de su terrible boca,
inocente guerrero,
putrefacto montón de espléndida hermosura,
el único que sabe cómo he perdido la batalla
y por eso me observa, todavía,
con una cierta sombra de dulzura.
El que arrastra mi cuerpo por el campo de batalla
despedazado el tronco y la plateada cabellera,
y aún tiene conmigo la deliciosa costumbre
de besarme los pies,
ese es el que amo.

Cementerio de elefantes (1993)


He aquí la posibilidad del encuentro con esa esquina del paraíso llamada Amor, donde el uno no entorpece la presencia de la otra, donde sólo el silencio puede crear ese diálogo constante. Silencio de una isla- mujer, que aspira más bien a un amor terreno pero transcendental de ese sentir aquí en el poema y en su carne viva.

Sujeto femenino que dentro de su idealismo sabe bajar a la realidad circundante de lo rutinario e imponer sus dulces y sensitivas reglas al receptor amado, a veces de forma rotunda:


Me importaban un carajo las mareas,
el aire que respiras
y ese montón de hormigas
que pisas al mirarme.
(A mí lo que me importan son tus piernas,
el tono algo inquietante de tu melancolía
y esa forma que tienes de quererme
cuando estás frente al mundo)

Al final del agua (1993)


Muchos poemarios y poemas llenos de matices y diálogos con otros mundos y otras mujeres. Activismo el de Elsa que va más allá del poema mismo, que hace, deshace e investiga todos los recovecos del espíritu femenino a través de la historia y la memoria y que la hacen acudir al ensayo antropológico y a la narración.

Muchos temas se manifiestan con fuerza y vigor en la poesía de Elsa López, temas que le dan ese toque singular a su condición insular con ansias de universalidad más allá de la balconada que mira al mar.

Hace mucho tiempo me encontré con Elsa y aún resuena su voz en mis tímpanos a la hora de escribir esta semblanza-reseña o como quieran llamarla. Desde luego, no me inspira el espíritu academicista que tenía como una fina capa sobre mi piel por ese entonces tan lejano y que tanto Elsa López como otros queridos amigos y compañeros contribuyeron a espantar. Nunca me pongo tapones de cera ni me ato al mástil de mi nave cuando emprendo una singladura, y menos cuando el final de ese viaje es la ilusión por llegar a la isla, sabiendo que en ese ahí no hay descanso y que llegaremos con el arco astillado; pero llenos de humanidad y con la fuerza del asombro en nuestros huesos.

Como dice Hilda Hilst en uno de sus poemas visionarios pertenecientes a Pequenos funerais ao poeta Carlos Maria de Araújo,


Tu sueño no es un sueño común.
Extiendes la vigilia
Y aprendes a través de la oscuridad.
También así
El mar reposa.

Hilsa Hilst (trad. Leo Lobos)



NOTAS:

(1) Jorge Rodríguez Padrón, “El barco de la luna. Clave femenina de la poesía hispanoamericana.” Fundación para la Cultura, Caracas, 2005.
(2) Roberto Juarroz, Casi Razón, de Poesía Vertical.
(3) Para este acercamiento entre la poesía de Hilda Hilst y Elsa López he utilizado con el permiso debido las traducciones que el poeta y artista visual Leo Lobos realizó de la poeta brasileña Hilda Hilst (1930-2002) en la universidad de Campinas y que figuran en los archivos de Proyecto Patrimonio de la Universidad de Chile. El que escribe no tiene noticia de otra traducción al castellano de la poeta brasileña y por ello le corresponde a Leo Lobos el honor de traernos a la luz de nuestro idioma la poesía de Hilda Hilst.

Publicado por Antonio Arroyo Silva





VIAJE A LA NADA de ELSA LÓPEZ

Viaje a la nada                
Hiperión (Madrid, 2016)


Sobre la blanca sábana
el cuerpo desnudo de una mujer.
El cuerpo triste de una mujer
sobre las sábanas blancas

Viaje a la nada. Ediciones Hiperión



Al pasar por delante del espejo
se vio de perfil, caídos los pechos, 
la barriga hinchada, la cara
enrojecida, enrojecidas la frente
y las mejillas, los ojos enrojecidos
más aún que la frente y la barbilla .
Y se odió a sí misma. O no.
No lo supo muy bien.

Viaje a la nada. Ediciones Hiperión



Me viene a la memoria, inducido por la lectura de otro libro, el poema “Vida”, epílogo al libro “Cuaderno de Nueva York”, del poeta José Hierro, que comienza con los siguientes versos: «Después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de la nada, o después de todo / supe que todo no era más que nada», y concluye el poeta, presa del desaliento o la desesperanza, con estos otros: 


Que más da que la nada fuera nada 
si más nada será, después de todo, 
después de tanto todo para nada. 



Aparente juego de palabras, pero hay más que palabras, existe en ellas una forma de “ser” y “estar” en la vida, una particular concepción del mundo, una experiencia vital totalizadora. Algo similar podemos encontrar en la lectura de “Viaje a la nada”, de la poeta  Elsa López (Fernando Poo, 1943) e ilustraciones de Irma Álvarez-Laviada. Esta nueva propuesta poética de Elsa López nos aventura en una experiencia vivida, en las percepciones y sentires que se producen en un viaje hacia las islas del norte de Europa. 

Así Elsa López nos irá describiendo las secuencias de ese viaje, que irá construyendo desde la soledad y el silencio, unas veces en prosa y otras en verso, y donde el vacío y la nada vienen a ser un único paisaje: 

Así es la nada: blanca, gris y silenciosa. 
Solo el mar para nombrarla. 

Parte la poeta hacia lo desconocido, en la certeza de descubrir un nuevo horizonte, una resplandor único. Tal vez ese viaje al norte sea una metáfora. Atravesar un mar de nieve («La nieve cubre el mundo y ella, quizá, lo sabe», sentir el deslumbramiento del blanco como un continuo abismarse en el vacío y el más tremendo de los silencios es todo uno: 



Recurrir al vacío. 
Sentirlo dentro como un anillo 
que te envuelve y ahoga. 
Sentir la nada como sentir la náusea 
o el bullir de las plumas de un ángel desplumado. 
Su aleteo constante, su constante alborozo, 
su energía, sus pausas, su lenta agonía 
y sus abrazos. 


La nieve, incesante, en la mirada detenida de unos ojos que aprehenden todo lo existente a su alrededor. La nieve, incesante, vuelve a ser verso: 


Cae del cielo la nada.
Nubes blancas y pequeñas
tienen su forma.
Y así caen desde el cielo.
Esponjosa la nada.
De algodón la nada.
Los cuervos gritan alborozados
el paso de la muerte».



No es este un viaje cualquiera y Elsa López lo sabe bien. Un constante sentimiento de soledad se afianza en la poeta, de manera que lo real queda trascendido a través de la palabra, y así nos dice: «los aeropuertos lo dejan a uno como dormido, como ajeno a la realidad, a lo que sucede ahí afuera». Ahonda, bucea en esa realidad que sucumbe ante su mirada hasta desnudarla entera, y añade ahora en verso: «La nada se desvanece, / forma claros en la lejanía / y, poco a poco, / se transforma / en negras extensiones de abedules. / Atrás va quedando el frío, / la noche y sus estrellas, / el resplandor de la luz / y las constelaciones». Es el regreso del frío, del mar de hielo, inmenso, infinito en su blancura, resplandor de la nada en el blanco intensísimo de la nieve:

Aquí la vida es el blanco radiante de la nada, 
el final de las cosas, el sueño más profundo, 
la malograda pretensión de estar aún vivos. 

Es un vuelo hacia lo desconocido, a todo lo inmaterial, hacia adentro mismo del ser, único, por mucho que describa la realidad vivida: «Sobre mis hombros colocaron dos alas de metal. / Dos alas de metal blanco. / Debajo un valle de cemento / y el sol por el oeste al declinar el día», existe la necesidad de abismarse en el misterio de lo oculto: «La nada es solo aire muerto. / El agua es mansa. / El agua es un espejo negro. / Negra el agua. / La muerte, negra. / Helada la muerte. / Debajo del cristal la nada espera». 

Es un continuo ir y venir al sentimiento de vacío, de negritud, como si todo se hubiera convertido de la noche a la mañana un paisaje desolador y despoblado. El silencio es un témpano de hielo adherido a la carne y el alma, todo es aterradoramente frío: 

Y siempre en mí ese frío. 
Siempre pegado a mí ese frío 
como una tela de araña… 
Siempre al acecho el frío. 

De vuelta de ese frío y ya en la calidez de su Isla de Palma, nos dejará la poeta estos versos finales: 

Y detrás, la nada. 
Y después de la nada, nada. 
Solo el silencio que llevamos dentro.  

Es “Viaje a la nada” un libro necesario para reencontrarse con la esencia poética de Elsa López.

José Antonio Santano






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