Graciela Batticuore
Graciela Batticuore nació en Buenos Aires en 1966. Ensayista, poeta y crítica de literatura, es doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Ejerce de investigadora del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y es docente de la cátedra de literatura argentina del siglo XIX en la Universidad de Buenos Aires. Además de La Noche (Ediciones del Dock, 2017), es autora de: En el 2014 publicó su primer libro de poemas, Cuaderno de espera (del pétalo, 2014) dedicado a su hijo Lucio. El año 2015, Sol de enero (del Dock), además de La mujer romántica. Lectoras, escritores y autoras en la Argentina. 1830- 1870 (Edhasa, 2005); El taller de la escritora. Veladas Literarias de Juana Manuela Gorriti. Lima-Buenos Aires: 1876/7-1890 (Beatriz Viterbo, 1999); compiladora de Resonancias románticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina. 1810-1890 (en colaboración con Klaus Gallo y Jorge Myers, Eudeba, 2005) y responsable de la edición de Cincuenta y tres cartas inéditas a Ricardo Palma. Fragmentos de lo íntimo (Perú, 2004) y Ficciones patrias (Barcelona, editorial Sol- AGEA, 2001), entre otras publicaciones nacionales e internacionales.
de Sol de enero (del Dock, 2015)
Hoy me han dicho que se muere
mi padre.
Hay ruidos, rumores alrededor.
Yo le tomo una mano,
la beso, la acaricio,
le hablo con la niña que hay en mí.
Es un coloso en esa foto
donde yo tengo siete
en una terraza de Mar del Plata.
Comíamos tostadas
él y yo,
mientras veíamos pasar la gente las olas,
poblarse la playa.
Teníamos un Fiat rojo.
Yo estoy sentada sobre el capot
con mi flequillo y mi cola de caballo.
Remerita blanca, short, ojotas, piernas desnudas.
El verano envolvía el aire,
me dejaba crecer.
Para mirarte
yo tenía que elevar
los ojos,
para tomarte
la mano enorme
tenía que subir
mi brazo.
Y así andábamos por la calle o la arena,
mi mano hundida en
tu mano
gigante,
de pliegues
mullidos y ásperos,
consistentes;
tu mano
firme,
mi sostén.
-
Leo y releo poemas
estos días.
Descubro poetas, madreselvas.
Las palabras me hacen un
hoyo un cobijo donde adormecerme:
descansa en ellas
mi alma dolorida.
Como una hamaca que se bambolea.
Como una cuna de primeros días.
Como el agua cuando serpea,
sostiene.
Si no fuera por estas palabras.
Y por los lirios
y los tallos
y los cálices
y todos esos pétalos blancos esparcidos…
Si no fuera por la lluvia que limpia,
sacude…
acaso
muda sombra
sería.
-
Dejo ahora que el tiempo
corra su vuelta. Que sigan
girando sin prisa las agujas del reloj.
he comprendido de pronto
la lógica del universo.
-
Sé que piensa en la muerte,
elabora acaso
un concepto
que le hace temer
y ensombrecerse.
La muerte ajena o la propia,
¿la muerte qué es?
(ausencia,
niebla,
manos que ya no están.
Esto le causa náusea y un terror
irrefrenable.)
Aprende, sin saberlo,
ese costado inabordable de la vida.
-
Ven aquí: dancemos un poco,
que cae algo de nieve sobre mi tejado.
Un pájaro me susurra al oído,
no quiero perder esta claridad.
Ven aquí, andariega,
trotemos junto a la mar.
Ya es la tarde y una brisa corre.
No me deja pensar.
-
A esta hora
alejada del cuarto en que yace
tu cuerpo malherido,
no soporto bien el peso
de la noche.
Ni la soledad custodiada de máquinas
que te conservan vivo allí mismo,
tan lejos de tus objetos queridos:
martillos, tenazas, soldadoras,
autos que no rugen desde que no estás.
Aquí tu niño no deja de conversarme.
Cruza el aire de la casa
con una corta espada de empuñadura dorada,
va vestido de superman,
en amarillo, azul y rojo, a todo color.
Tiene un joven fulgor que lo impulsa
una y otra vez
a interrumpirme,
preguntando acerca de esto o aquello,
e incluso por los poemas que escribo,
el jugo Cepita dónde está
y si mañana vendrá su amiga
a visitarnos.
Pero esta tarde entregado por completo
a la extrañeza de no verte
lloró sin parar. Asombrado
por la novedad de tu ausencia,
tan confusa… Como
anticipando una pena,
como tu estar y no estar.
-
Dos o tres poemas
cada día:
si pudiera escribirlos
me salvaría.
-
Trepa una hiedra
intensa
ante mis ojos.
¿Dónde
late la vida?
Los afectos de la poesía. Sol de enero, de Graciela Batticuore
La muerte del padre potencia la escritura de una poesía de la intensidad afectiva en Sol de Enero, de Graciela Batticuore. En el libro se da la aparición de una voz que se sostiene en la diferencia con el tiempo y con las formas de escribir del presente a través de los afectos. Ofrecemos, además, una selección de algunos de sus poemas.
Por Cristian Molina
Graciela Batticuore, Sol de enero, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2015. pp.60.
Hay sol. En pleno invierno y al costado del río. Un cañaveral se dobla sobre la barranca por el viento que no para de precipitar hojas en el suelo. El invierno y el sol y las hojas ahí son el lugar común de una vida que resiste en pleno luto. ¿Pero qué pasa si el luto sale fuera de sí y se presenta bajo el sol de enero, en pleno verano y cuando la vida es inevitable? Esa podría ser la pregunta que el libro de Graciela Batticuore genera entre palabras mínimas y contadas que se componen desde una voz en contacto con lo ausente.
Porque en Sol de enero, hay una pequeña voz que acompaña, interroga y comprende la muerte de un padre Robin-Hood que ajustaba piezas con sus manos para poner en funcionamiento autos, como ahora la hija-mujer-escritora ajusta y manipula palabras “sin pudor” para que funcione la poesía: “Enero lo ha interrumpido todo./ Ni la playa ni el ritmo severo/ del trabajo consabido. Todo/ ha quedado en pausa,/ reposando/// hecho poesía.”
Frente a la muerte en plena vida, la mujer-hija-niña resiste y escribe para que todo devenga poesía. Como si ahí, a partir de las palabras, se salvara una vida que sigue siendo en las fantasmagorías cotidianas: el niño que se disfraza de Superman, la hiedra que brota en el jardín, los pájaros que remontan el cielo, los cantos en italiano con una amiga, el amor de los gestos. Quizá por eso, “si pudiera escribirlos, me salvaría”. Porque lo que surge es el deseo de una escritura que se piensa imposible, irrealizable, pero que se hace efectiva, mallarmeanamente, como intento a pesar de que “no hay nada firme ni estable” y de que, por ende, todo está sometido al desastre. Lo que leemos, así, es un trabajo con lo imposible que, no obstante, se vuelve posible porque en esa experiencia se salvan los afectos próximos y, por eso, la pequeña voz que los sostiene.
Esa es la apuesta: salvar los afectos “sin pudor”, parece decirnos cada momento del libro: “Crece esta pena. / La dejo estar/ abierta, entregada. // ¿Para qué fingir?”. Desde Cuadernos de espera, un primer librito artesanal de Batticuore que circuló marginalmente, la poesía trabaja con la afección como material y energía reprimida por las valoraciones de la poesía argentina de los últimos años. De este modo, si en ese libro, la afección poética estaba sostenida por una voz que adoptaba-engendraba un hijo; aquí se trata de una inversión: la voz hija acompaña y transita la muerte del padre. En ambos casos, se inscribe lo afectivo familiar en la pequeña voz de un poema. Esta diferencia que instala la afección de Batticuore es la verdadera apuesta y el riesgo que asume el libro en medio de una valoración hegemónica por los tonos neutrales e inexpresivos, incluso cooles y actuales, del presente poético argentino. Se trata de la insistencia de una poesía de la intensidad afectiva, en la cual los tonos múltiples de la melancolía se tocan como extremos: el duelo y el nacimiento, la esperanza, la desesperanza, la nostalgia, pero, por sobre todos, la felicidad de recuperar lo afectivo por medio de la escritura. Por eso, a pesar del tema doloroso, Sol de enero es un libro feliz, vital.
En Intimidades congeladas, Eva Illouz señalaba cómo el capitalismo reguló las relaciones laborales empresarias a partir de la represión de las manifestaciones afectivas y emocionales en los ámbitos laborales, generando mecanismos de valoración y de manipulación afectiva que colocaron en la cúspide a aquellos sujetos capaces de controlar sus afectos o, incluso, de neutralizarlos inexpresivamente en su ámbito laboral. El control de los afectos y su neutralización se convirtieron en una lógica capitalista vital para lograr rentabilidad empresaria y convivencia pacífica, de modo de llegar a determinados objetivos y estándares de calidad presupuestos de antemano, o incluso a un cierto estatus social. En el otro extremo, la exacerbación de algunos afectos por la lógica espectacular para generar consumo a través de diversas estrategias publicitarias, puso en evidencia, según Illouz, de qué modo el capitalismo tiende a regular lo afectivo emocional para su propio beneficio.
Los poemas de Batticuore escapan a cualquier tipo de regulación de lo afectivo que presupondría un acuerdo y hasta una lógica análoga de funcionamiento entre poesía y capitalismo garantizada por mecanismos represivos y prescriptivos sobre los modos de escribir o de comportarse. Perder el pudor afectivo en la escritura, parece ser la diferencia que encuentra Graciela Batticuore para escapar de las lógicas hegemónicas de la sociedad y de la poesía de su tiempo. Y de ese modo logra lo que solo la melancolía puede: atravesar el terrible dolor de la muerte con un exceso de vida.
de La noche. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2017.
Vino la lluvia anoche
regó los pinos
sobre el pasillo aquel
piñas mojadas y esmeraldas
no sé por qué la noche
siempre me amansa
me envuelve con almizcle
y canela blanca
la noche intensa me arrulla
y no sé más nada.
-
Qué bien suena la lluvia
esta mañana
galopa sobre la tierra extenuada
las aves no cantan
blindado parece el cielo
entre relámpagos
los perros se espantan
las mariposas
¿dónde se guardan?
¿cómo aquietan sus alas?
y si la vida es corta
¿podrán trazarla?
El tiempo transcurre sin reparar en nada.
DESDE EL HOYO PROFUNDO
El nuevo libro de Graciela Batticuore crea una escenografía donde interviene la naturaleza nocturna de un amor que reclama el olvido.
Por Daniel Gigena
Gaston Bachelard sugirió que las noches no tenían historia ni futuro. Sin embargo, en el tercer libro de poemas de Graciela Batticuore (Buenos Aires, 1966), llamado La noche, no sólo convergen varias historias, temporalidades y registros sino también el ejercicio de una escritura abierta, fluida y a la vez discontinua que no clausuran la oscuridad ni la intemperie. En el libro se define un territorio y, desde allí, una voz hecha de “hebras entrelazadas”, de “hilos de la suerte”, interroga la noche. Escribir podrá ser, cuando haya ocurrido la transformación que se anhela, “juntar/ los trozos/reunir/ las piezas”. Antes, una especie de máquina de rezar con la que se busca nombres “en la rueda de la noche” hace su trabajo a ciegas.
Batticuore crea pasadizos entre un poema y otro, desvíos que esquivan muros, maneras de salir, como la Alicia de Lewis Carroll, “del hoyo profundo/ de la noche”. En ocasiones, esa manera es la recurrencia y en otras, “entre relámpagos”. El corazón enamorado puede ser ciego, pero las palabras, como se lee en uno de los primeros textos, se asemejan a “destellos de una lengua”. La condensación es uno de los atributos en los que la autora confía.
“Lo que tenía para contar en este libro era la historia de una interioridad que se iba descubriendo a través de una pérdida –dice Batticuore–. No el argumento de una historia de amor en su ocaso sino la interioridad elusiva de un sujeto. Creo que La noche habla en la oscuridad, pero también asoma la noche luminosa de una identidad reencontrada.” Es una identidad femenina la que se perfila. “Mientras iba componiendo poco a poco este librito, a lo largo de los últimos dos o tres años, descubrí la literatura de Marguerite Duras y la de Clarice Lispector: su radicalidad poética, en uno y otro caso, me subyugaron. Yo encuentro en esa narrativa una potencialidad que excede la frontera de los géneros.” También Alejandra Pizarnik está presente: “Los poemas breves, la subjetividad femenina en juego, la intimidad más profunda. Ella también es una poeta de la noche. Sin duda es una equilibrista”, dice la poeta y crítica literaria.
En el libro de Batticuore se advierten varios pliegues. En uno se aprecia una voz no humana, mitad mariposa mitad flor, que podría ser también el arrullo de un órgano inventado, ebrio entre perfumes y hedores, y que no reconoce especies: “¿Será una rosa o un lirio?”. La segunda voz, más definida, cuenta un extravío, un desmadre, una estampida, el desvarío del final de un amor. “El derrumbe es total”, se lee. Y la tercera instancia funde, de manera delicada y hábil, ambas cadencias. “La noche surgió del trabajo con tres series de poemas, en etapas más o menos distanciadas en el tiempo –cuenta la autora–. Pensaba que las dos primeras formarían libros independientes. Pero el tiempo enseña y entendí después que todo era parte de una misma historia. Podría decir que sacrifiqué muchos que me gustaban pero a veces es indispensable quitar para obtener a cambio una cuota de intensidad.” En poesía es una ley el hecho de que cada palabra debe tener peso propio. “El poeta no puede dar un paso en falso si quiere que el poema quede en pie, con su pequeña belleza, su capacidad de producir alguna clase de emoción”, dice Batticuore.
Las emociones a las que se refiere la autora contrastan con los textos mínimos, diminutos como pétalos. “Echada al mar de tu corazón/ como una ráfaga al invierno”, se lee en un poema de dos versos. Allí hay un mundo. La naturaleza, como en la poesía romántica, sintoniza con las pasiones contenidas en las plegarias de La noche e incluso cede ante las demandas: “Soplo sobre tu olvido// me trepo a una ola/ me pierdo entre brumas/ te olvido”. Señala la autora: “Esto me interesa: lo que se desliza sesgadamente pero de un modo que no puede resultar indiferente porque su presencia lo invade todo: ¿quién puede escapar, por ejemplo, al olor de un narciso cuando se pudre en un vaso o al color lila sobre la piel desnuda de una mujer al rayo del sol o en medio de la noche?”
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