MERCEDES ALVARADO
Mercedes Alvarado (Ciudad de México, 1984). Es autora del poemario Apuntes de algún tiempo (Verso Destierro, 2013) y Cuerpos Ajenos (Ed. Factor 22, 2006). Parte de su trabajo se ha publicado en revistas y periódicos en México, Portugal y Noruega. Fue reconocida con la Mención Honorífica en los XXXVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino de Los Cabos (2008).
Chamberí
I
A veces una vuelve
y la ciudad es un montón de calles de gente adulta de edificios.
Hay en cambio ciudades – hombre
plazas que nos detienen
fuera de lo que somos
en un tiempo que huele todavía a regalices.
Miro cien veces a mi abuela en cada mujer con mascada.
No soy la niña que brinca pero las palomas son las mismas.
La memoria es esto: un silencio
en medio de la ciudad que no se avejenta.
Madrid es el tirón sobre la piel que nos deja el invierno.
II
El latir de la ciudad son mis pasos
porque voy sobre ella como quien no se fue
porque la miro como quien camina, sí
hacia dentro
más allá
del metro, los cables, los sótanos
más allá
de la historia que nos ocurrió
cuando eran sus callen quienes nos habitaban
más allá
de cuando infancia no era palabra siquiera
(porque el infante no sabe de la infancia,
ese páramo que luego
nos venden cual promesa vencida
sin política de cambios ni devoluciones)
más allá
pero mucho, muchísimo más allá
de lo que puede decir cualquier poeta.
Memoria de las caídas
(Fragmentos)
Y no era yo
ni mi sombra
ni mi luz
ni mi noche.
No eran mis ojos sangrantes
en el dibujo.
No era grava encarnada.
Esa memoria de lápiz
nunca coloreó mis formas.
No era la mancha
no el papel carcomido.
No era yo
ni mi sombra
era una copia de mi cuerpo
en otra historia.
*
Esta niña duerme con un reloj ruidoso
y despierta pensando que la luz
no alcanza motivos para despertar.
He sido pasos de mujer
corriendo
hasta hacer de la voz un muro
luego fui quien salvó
en el miedo por conocer
una calma nunca vista.
Entonces volví a quien había sido
al tiempo en que perdí el tiempo.
*
Los escalones del puente que subo
huyendo a casa por la noche
son los únicos que saben los horarios
de los amantes que no pasan por ellos.
La sombra de una mujer que no soy
se hace una luz que hiere
en cada paso más dentro.
Sin que la mano llegue a ellas,
miro las piedras de mí.
Me falta un rincón donde el mundo vea
una intimidad no conocida
la palabra que se sabe
intuida fatal risueña;
una niña qué cuidar cuando se oculta.
Las baldosas están cubiertas
y los tejados
los quicios de las ventanas
el copete de los arbustos
la escalera hacia la biblioteca
las bancas del parque
las bicicletas en el patio
los árboles
las calles que dan al puerto
las casetas en las paradas del bus
el punto de espera en el muelle
la ciudad entera es una sola capa
antes de los peatones.
Lamento por la vida de David
No voy a llorar tu muerte, David,
porque nadie me la ha dicho.
No voy a llorar tus pasos en el desierto
(ésos que fuimos buscando
de casa en casa)
ni tu piel
bajo la península
ni tu falta de todo
excepto de ti.
No voy a llorar, David, aunque estés
en el silencio que se adueña de cada mesa
en la angustia que nos hacemos al nombrarte.
(sobre todo cuando tu nombre se nos ausenta
en presente)
Te fuiste, David, con la noche.
Es que todos nos vamos solos porque
es imposible
estarse yendo acompañados.
Pero te fuiste, sin querer huir
sin ningún sitio
del cual irte, sin ninguna cosa
de la que despojarte, sin exilio
que te cobije
de esa distancia tuya.
Instalado en un sillón de la sala, este duelo
como visita que no se marcha,
nos mira a todas horas.
Te vamos callando
cada vez que falta tu voz
tu sentencia
tu inexacta acusación al mundo.
No voy a llorar tu andar, David,
ni la quietud constante de la incertidumbre.
No voy a decir que no vuelves
no voy a olvidar la palabra TODAVÍA
para acompañar tu nombre
cada vez,
todas las veces que alguien pregunta.
II
Ayer pasó un hombre por la puerta de casa
descalzo
con la mirada de los que sólo saben a dónde no van
y las manos llenas de tierra.
Tenía los ojos manchados, también.
Es que los hombres pierden algo con la memoria
cuando se quedan en ese paraíso de la deriva
y se les hace en la mirada un huequito
por el que esperan que les entre algún retorno.
A veces me pregunto a solas
luego de ver tanta tierra,
tanto cerro
erizo y seco
tantos arbustos
desperdigados
tanta carretera
tanto mar;
luego de tantas noches
de tanta hambre
de tanto hablar contigo
-si es que te hablas todavía-,
cómo vas a encontrar el tiempo
para volver.
Has de tener en los ojos el mismo huequito
del hombre que caminaba por la banqueta
cuidándote
para que nadie irrumpa tu camino.
III
No sé si sepas que los días siguen pasando
que se nos han acumulado los minutos
que tus hijos van creciendo
y a tu mujer se le hace honda la mirada.
Has de haber recolectado historias
-también tú-
de ésas que se quieren contar un día
-sin urgencia -
cuando la gente pregunta qué ha sido.
Es que el tiempo se hace
entre nosotros
como un muro al nombrarte:
David.
IV
No te pido que vuelvas
-a quién se le ocurre que volver
es un acto posible –;
no se puede andar sobre uno mismo
si acaso dejar
la sal
en el camino
para que el hueco propio
nos hable de algún tiempo.
Por eso, David, no creas
que volver es una forma de hallarnos.
Ya nadie es: dejamos de sernos
tan pronto íbamos sucediendo.
Sobre todo ahora, que las fiestas
se llenaron de juegos infantiles
y las noches parecen acortarse.
Ahora, que el mundo baila
cada cinco o seis días
y las mareas siguen llegando temprano.
Todavía no aprendo la guitarra.
Tu padre sigue hablando fuerte.
Mikael no ha dejado de comer.
Pero no, David, no trates de volver:
no estamos en quienes fuimos.
V
Esto no tiene nada qué ver con la espera
-ridícula –
de verte venir
-sobre tus pasos –
por el mismo camino
porque TODAVÍA
(todavía,
todavía,
todavía)
nos queda muy grande el hueco
para que seas memoria.
-
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