MARCO FIDEL CARDONA
Marco Fidel Cardona (Bogotá, Colombia 1987). Profesional en estudios literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Su trabajo de grado se tituló La poesía mestiza de César Vallejo frente a las vanguardias: un conflicto para la historia literaria. Actualmente cursa la maestría en escrituras creativas de la Universidad Nacional de Colombia y se desempeña como editor de texto escolar y de material investigativo. En 2008 fue el ganador del Primer premio nacional de poesía estudiantil El Quijote de acero, de la Universidad Tecnológica de Pereira.
Caída y árbol
El silencio se rasga con la fractura de una rama
y en la caída del niño, en sus lamentos,
se presiente la gravedad frontal de la mirada.
Llamarse hombre es siempre haber sobrevivido,
y el sobreviviente vuelve al bosque en medio de la tala,
como si buscara una palabra,
un ruido, una forma,
un árbol que le caiga en la mollera
para velar por tres jornadas sus escombros.
Puede que así se levante el niño
y vuelva a confundirse con el bosque.
Llevaría nuevamente en sus oídos un zumbido,
la canción del hilo cáñamo y los botones
con que su tío hacía los juguetes,
un trompo de bailar perpetuo.
Así, tal vez,
sus palabras se vuelvan enjambres de abejas,
la condena de las alas de los colibríes,
una tarde de mayo intentando alcanzar a los hermanos
que torturan cucarrones.
Así
sus pupilas seguirán buscando en la copa de los árboles
un lugar para esperar la noche.
La luz de esta mañana
Este conmoverse en la mañana
con la luz que ojalá vuelva un día
(así uno solo sea aunque lejano)
llena de sentido la vigilia
cuando la piel se desprende
en sobresalto de la carne.
Este conmoverse es delirar con las heridas
cuando hace ya tiempo quien presiente,
quien presagia
se ha vuelto un hombre ajeno
a este otro hombre que galopa hacia el trabajo
y en cuyo galopar por caminos prolongados
el rumor de la fiebre delata a un niño.
Este partirse en dos,
tan elemental por comprensible,
y querer llenar de honra
a los niños de la escuela,
que remendaban a mano sus sacos azul oscuro
con hilo blanco,
y que hoy
niños si vuelve la luz de esta mañana,
si esta luz es una promesa,
si este hombre elemental y dividido
es digno de honrar el color empolvecido de sus zapatos
que levantan el cascajo por el camellón,
son aun más niños
enterrando a un perro en lunes de pascua
(víctima de un veneno infame)
y arrojándole terrones al costado mortecino.
Nocturno anfibio
Quebrada arriba
somos dos anfibios que peregrinan
hacia un nacimiento de gotas y raíces,
hacia aquella noche
en que la corriente era un monólogo entre piedras
interrumpido por una rama desgajada.
De vuelta y sobrecogidos
nos detenemos a descifrar las estrellas
cuyo sentido
se acerca y se aleja
al compás de nuestros saltos.
Así seremos el croar de la noche entera.
Hastío laboral
Se despierta uno muerto a veces,
con un sabor a jugos gástricos en la boca,
irremediable,
irreversiblemente amargo por su propia muerte,
y no deja uno de preocuparse
por tanto trabajo inconcluso,
mal pago;
tanto trabajo sobre la cama
y junto a la cama y debajo:
todo el trabajo señalando su cadáver
desde el escritorio.
–Habrá que organizarlo– se dice uno mismo
cadavérico y fijos los ojos en el escritorio –cuando termine.
Y no acaba uno de morirse
cuando se levanta a tender la cama,
por enésima vez con las tablas caídas.
Dejarlas en el suelo
hasta que alguien se tope con la calamidad
y, melancólico, espante a la mosca
que ronda a los muertos,
como si no hubiera más opciones:
Apenas ir a la cocina
y beber café con leche,
padecer con dignidad el ataque de bilis
sin gesticular,
pues uno está muerto
y los cadáveres retorcidos
estropean el ritual de la dulzura.
Apoyarse, entonces, en el páncreas
sin que obste la pila de trabajo
que lo espera a uno junto a su cuerpo
y sobre su cuerpo
y debajo.
Volver a la cama
y no reportarse fallecido.
¿Acaso no es mejor que no se enteren?
¿cómo debe comportarse un cadáver
para quedarse quieto y ponerse frío?
Puede que uno sepa cómo hacerlo:
una rápida mirada a lo simultáneo,
a la batuta alcantarillada de aquella infancia
y su séquito de políglotas
cuyas convicciones apenas si salen de sus dientes.
Ser un desplazado de las sonrisas blancas,
pariente de la caracajada de sangre final
de un romántico en una cena;
diente renegrido y antibióticos.
Así quién no se enfría
y cómo no quedarse quieto,
ya que uno amanece muerto a veces.
Cadáver de colibrí
Solo lo incierto de la muerte
se compara
con la velocidad inmóvil
de sus alas.
Bodas de sangre, de Carlos Saura
Danzar una ironía.
Dos personas duermen
y sus sueños coinciden;
coinciden también sus gestos,
pero el sueño trágico impera sobre el ideal.
Hasta el ideal del sueño
se tiñe de tragedia,
de bailar dormidos
y el inminente despertar.
Ahora dos amantes
parecen bailar al ritmo de los párpados.
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario