Diego Quintero
Diego Quintero (Taskent, Uzbekistán, 1990). Es estudiante ocasional de Literatura y Filosofía en la Universidad Nacional de Costa Rica. Ha participado en diversas revistas culturales, musicales y literarias independientes. Es autor del poemario Estación Baudelaire (Ediciones Espiral, 2015).
Platón
Para Alberto
Alberto me espera precipitado desde callejones lusitanos. También me espera adolescente. La música no le abarca los vacíos del reloj; cede ante la quimioterapia. Su walkman termina sacrificado en el vaivén de los casetes: una explosión dividida en piezas electrónicas. Las luces del cuarto están apagadas. Todo apaga. Supongo. Pretende quemar linfomas con la fricción del sexo contra el sexo; el goce de exprimir a un efebo. Piensa en los trenes, la imprecisión de los mapas, el margen de error posible en la línea recta. La facilidad con que mi ausencia le astilla las células. 1997 parece ser un año difícil para el amor; la metástasis acelera los procesos naturales del enamoramiento. Cabalga los procesos del enamoramiento. Los días no pueden detenerse en una libélula. En el plástico que invade las bahías de la retina pintora, além das obras. El televisor hace de ruido blanco. Se levanta y lo apaga. Supongo. Da lástima verlo esperar dos cosas a la vez.
Wyoming blues
Llovía un álbum prehistórico
en mi apartamento; la música triste del pulso
en la vena yugular,
esas manchas pequeñitas
que lo recorrían
como un mustang
galopante
mientras fingimos timidez
al acostarnos —una canción hecha trineo contra la estepa.
Todo animal
impacta una masa líquida
y esa masa lo refleja
partido
hacia la distancia
La historia de un hombre
y otro hombre; esa vorágine de marchar
con el miedo
de no saber quién es quién
bajo tanta agua.
Yankees
Cae un sonido
una camisa envuelta en sudor,
la boca el diente
tanto espasmo conjugado en carne
Sing my love, please sing
la carne hecha uno para el otro
adentro del otro.
¿Y mamá?
¿Y la casa?
Ella no sabía de profesiones singulares;
torero
el sutil acto de la tauromaquia
o la gran ópera
de un lugar minúsculo;
necesariamente teatral.
Él termina
lo que necesita terminar
y lo miró vestirse en calma
frente al espejo.
Va silbando
por el pasillo que une
los apartamentos.
Nunca supe lo pequeño de la muerte,
lo necesario.
Un Joven Diego Quintero le propone a Pierre Menard reescribir a Borges bajo los parámetros estéticos del absurdo
*Este poema fue hallado entre las notas del famoso explorador Erick Ulsson, quien fue brutalmente asesinado en 1990. El Crimen aún no se resuelve.
Un Joven Diego Quintero le propone a Pierre Menard reescribir a Borges bajo los parámetros estéticos del absurdo
*Este poema fue hallado entre las notas del famoso explorador Erick Ulsson, quien fue brutalmente asesinado en 1990. El Crimen aún no se resuelve.
Diego Quintero pacta voraz el combate al eye lector: rescribir a Borges como un criminal de cuello blanco, blanquísimo, que hurtó la ceniza del tiempo. Ahora el francesito sorbe su café, ahora el francesito saca un papel, ahora el francesito escribe una pregunta: ¿El secreto a la biblioteca universal? ¿Un simple garabato? ¿La luna? ¿La mónada? ¿El sur? Quintero no responde porque no distingue ficción de ciudad árabe ni principado de fusil nazi. Sí, nazi—dice Quintero—, Borges era nazi; rescribamos a Borges como un nazi. Menard, tan esfinge, acepta el duelo: le pregunta al latinoamericano quién o cuál o cómo es el nazi jugador de la cábala, ajedrecista de los cuartetos, matemático de la Torá. No sé, no sé, no sé y no me importa, yo solo quiero convertir a Borges en el sueño mojado de Barthes; el espejo que refleja los muertos, mi espejo, nuestro espejo. Pierre, el loco Pierre, se ríe quijotesco del joven Diego y le contesta: yo no puedo morir, no puedo nacer, yo no existo. Usted, Quintero, tampoco.
[Textos envíados por el autor para esta Web]
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