miércoles, 22 de julio de 2015

HERMAN MELVILLE [16.609]


Herman Melville

Herman Melville (Nueva York, 1 de agosto de 1819 – ib., 28 de septiembre de 1891) fue un escritor estadounidense que además de novela y cuento escribió ensayo y poesía.

Herman Melville nació en Nueva York el 1 de agosto de 1819. Su familia paterna, originalmente apodada Melvill, estaba emparentada remotamente con la aristocracia inglesa, y la materna, los Gansevoort, provenía de uno de los primeros pobladores neerlandeses de la isla de Manhattan, y directamente de un afamado héroe de la Revolución estadounidense. Su madre, ejercía la prostitución y era incapaz de mantener a su familia. Su padre, no obstante, vivió más de ilusiones de grandeza que de méritos propios, y apenas pudo mantener a flote un negocio de importación de productos europeos, teniendo que acudir repetidamente a préstamos y ayudas de los familiares, y hundiéndose poco a poco hasta que en 1830 tuvo que declararse en bancarrota. Un año después, agotado psicológicamente, murió de manera repentina en circunstancias que podrían apuntar a un suicidio encubierto. Dejó viuda y ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro hombres.

Herman era el segundo de los varones y el tercero en total. Cuando su padre murió contaba doce años. La muerte del padre supuso una debacle familiar que obligó a lo hijos mayores a dejar los estudios y al traslado familiar desde Nueva York a Albany, en el mismo Estado, donde Herman Melville fue empleado en un banco local. Pasó luego a desempeñar diversos oficios, entre ellos el de maestro rural, lo que indica que a pesar de su falta de estudios oficiales había logrado adquirir un cultura relativamente amplia.

Viajes y primeras publicaciones

Con diecinueve años recién cumplidos, viendo que sus oportunidades no eran muchas, decidió embarcarse. Era ésta en la época una opción relativamente común para los jóvenes, entre los que gozaba del atractivo de la aventura. Se embarcó en un barco mixto –carguero y de pasaje–, que hacía la travesía Nueva York–Liverpool. Su experiencia no debió ser muy satisfactoria, pues a su regreso volvió al puesto de maestro rural e hizo un viaje a visitar a un tío suyo establecido en Illinois, buscando oportunidades de trabajo en aquel Estado, por entonces aún en la frontera de la expansión hacia el oeste. De regreso a Nueva York y no logrando abrirse paso en ningún oficio que le satisficiera, se embarcó por segunda vez, ahora un ballenero —una opción más desesperada y también más romántica—, el Acushnet, que partió de New Bedford en la Navidad de 1841. Un año y medio después, cuando el barco arribó a la isla de Nuku Hiva, la mayor del archipiélago de las Islas Marquesas, desertó junto con un compañero y ambos fueron a caer en manos de una de las tribus con peor fama de canibalismo de todos los Mares del Sur: los Typee. Aquejado de una extraña lesión en una pierna que se hizo durante su huida, permaneció entre ellos durante un mes, transcurrido el cual fue “vendido” por los nativos a otro barco ballenero, el Lucy Ann, escaso de marinería. Un mes y medio más tarde, cuando este barco llegó a Tahití, fue desembarcado junto con el resto de la tripulación, que acusados de amotinamiento fueron encarcelados en una muy relajada prisión de la isla. Una vez liberado, vagabundeó por el archipiélago de la Islas de la Sociedad durante unos meses.

Embarcó después en un tercer ballenero, el Charles and Henri del que se despidió cuando este fondeó en Lahaina, la antigua capital de Hawai, en la isla de Maui. Allí vivió unos meses, hasta que finalmente se enroló en la fragata de la marina norteamericana United States, en la que sirvió como marinero raso durante más de un año, hasta que en octubre de 1844 fue licenciado con todos los honores cuando el barco llegó a Boston. En total había estado ausente tres años y nueve meses.

Nuevamente en tierra sin oficio, al observar hasta qué punto eran apreciadas entre sus allegados las historias que narraba sobre sus aventuras, y siguiendo el ejemplo de Richard Henry Dana, que en 1840 había publicado con gran éxito Two Years before the Mast, sus memorias como marino y emigrante en California, Melville se aplicó a redactar el relato de su deserción del Acushnet y su estancia entre los caníbales. El resultado, Typee, fue un libro que le valió una instantánea fama y unos aceptables ingresos, y que acabaría convirtiéndose en un clásico de la novela de aventuras. Visto el éxito obtenido, redactó una secuela de esas memorias, titulada Omoo –“vagabundo” en lenguaje nativo–, en la que narraba su posterior estancia en las Islas de la Sociedad. A pesar de que ambos libros fueron presentados como libros testimoniales, ambos tenían tantos elementos novelescos, que más propio hubiera sido calificarlos de ficción. En cualquier caso, la notoriedad que le proporcionaron sirvió para abrirle las puertas de los círculos literarios de Nueva York, así como el aplomo suficiente para contraer matrimonio, lo que hizo en 1847 con Elizabeth Shaw –hija de un eminente juez de Boston–.

Su tercera obra, Mardi, presentada ya como una obra de ficción, volvía a incidir en la temática de los Mares del Sur, pero su naturaleza alegórica y enciclopédica no resultó del agrado ni de la crítica ni del público. Este fracaso, que coincidió con el nacimiento de su primer hijo, lejos de desanimar a Melville, supuso un acicate para él. Decidido a recuperar su prestigio como escritor, realizó la hazaña de redactar las más de setecientas páginas que suman los textos de sus dos siguientes libros, Redburn y White Jacket, en sólo cuatro meses. Ambas novelas están basadas también en su experiencia en el mar, la primera en su travesía de Nueva York a Liverpool, y la segunda en su servicio en la fragata United States.

En esta época colabora también en la revista Literary World. Allí publicará, entre otras, reseñas de The Oregon Trail, de Francis Parkman, de Etchings of a Whaling Cruise, de J. Ross Browne, una narración de una expedición ballenera escrita por un tripulante bisoño, y sobre todo de Mosses from an old Manse, una obra de Nathaniel Hawthorne que le causará una profunda impresión. El editor de Literary World, Everet Duyckinck, su contacto más estrecho en el mundo literario neoyorquino, poseía una amplísima biblioteca que le sirvió a Melville para calmar una insaciable voracidad de lectura. Sus lecturas de estos años abarcan un espectro verdaderamente impresionante que comprende: una gran parte de la extensa literatura testimonial de la época; obras generalistas de historia y de ciencia; las obras fundamentales de la rica ensayística inglesa (Carlyle, De Quincey, Hazzlit, Edmund Burke,); la de los grandes autores de los siglos XVII y XVIII (Robert Burton, sir Thomas Browne, el doctor Johnson, Lawrence Sterne); autores clásicos de otras nacionalidades (Rabelais, Montaigne, Camoens); filosofía (Séneca, Platón, Kant, el obispo Berkeley); la ficción más destacada, en especial la novela gótica (Anastasius, Frankenstein, Vatek, Caleb Williams), los poetas más populares del romanticismo (Coleridge, Byron, Keats, Southey, Goethe, Schiller); los ensayos de Emerson y Thoreau, y con especial entusiasmo, Milton, Shakespeare y la Biblia.

Moby-Dick

En 1849 realizó un viaje a Europa, en parte para gestionar la publicación de su obra de Inglaterra y en parte por avidez de cultura. A su regreso emprendió la redacción de la que sería su obra maestra y uno de los libros fundamentales de la historia de la literatura universal: Moby-Dick. Su redacción le llevó casi dos años, durante los cuales se trasladó de Nueva York a una granja situada en Pittsfield (Massachusetts) que adquirió gracias a un préstamo de su suegro, el juez Shaw. Cerca de dicha granja vivía el escritor Nathaniel Hawthorne, con quien durante estos años mantendrá una estrecha amistad. El esfuerzo de la creación de una obra como Moby Dick, unido a su fracaso comercial, le pasará factura psicológicamente.

Últimas publicaciones y muerte

Su siguiente obra, Pierre es un caótico melodrama en el que a última hora incluye una serie de alusiones a su fracaso con Moby Dick, que supone un fracaso aún mucho mayor y su descrédito literario. Aislado en su granja, publica a continuación una serie de narraciones breves de gran originalidad, de las que algunas –en especial Bartleby el escribiente– se convertirán en clásicos de la literatura universal.

Acosado por las deudas, se verá obligado a vender la granja y trasladarse a vivir de nuevo en Nueva York, donde acabará aceptando un modesto trabajo como inspector de aduanas. Aunque todavía publicará dos novelas más, Israel Potter y Confidence Man, durante la última parte de su vida se dedicará a la poesía, y en especial a la redacción de un larguísimo poema épico –16000 versos– titulado Clarel basado en sus experiencias durante un viaje a Tierra Santa. Su vida, por lo demás, estuvo marcada por problemas físicos y psicológicos, en especial a raíz del suicidio de su hijo mayor.

Falleció en 1891 completamente olvidado, pero su obra prevaleció entre unos pocos aficionados, y a partir de la segunda década del siglo XX su figura fue revalorizándose hasta convertirse en uno de los más apreciados escritores no sólo de la literatura norteamericana, sino de la mundial.

Obra

Narrativa

Herman Melville en 1861.
Taipi Un edén caníbal (1846)
Omoo A Narrative of Adventures in the South Seas (1847)
Mardi And a Voyage Thither (1849)
Redburn His First Voyage (1849)
White-Jacket o The World in a Man-of-War (1850)
Moby-Dick o The Whale (1851)
Pedro o las ambiguedades (1852)
Bartleby, el escribiente (1853) (cuento)
Las encantadas o Enchanted Isles (1854) (relato en secciones)
Benito Cereno (1855) (cuento largo o novela corta)
Israel Potter His Fifty Years of Exile (1855)
The Piazza Tales (1856) (recopilación de relatos)
The Confidence-Man: His Masquerade (1857)
Billy Budd (1891), inacabada y publicada póstumamente en 1924.

Poesía

Battle Pieces and Aspects of the War (1866) (colección de poemas)
Clarel: A Poem and Pilgrimage in the Holy Land (1876) (poema épico)
John Marr and Other Sailors. With Some Sea Pieces (1888) (colección de poemas). Edición en español, trad. José Manuel Benítez Ariza (Zut ediciones, 2008)
Timoleon (1891) (colección de poemas)




Un epitafio

Cuando las noticias dominicales sobre el frente
hicieron palidecer al párroco y al pueblo,
y se prodigaron bendiciones,
y las campanas enmudecieron en la torre,
la viuda del Soldado (pasando un agradable verano,
a la sombra de hayas ondulantes)
sintió hondo en el corazón su fe satisfecha
y el párroco y el pueblo tomaron prestada esa alegría.




Fuentes solitarias

Aunque veloz vuele la gloriosa fábula de la juventud,
no mires al mundo con ojos mundanos,
ni cambies con el clima de los tiempos.
Evita la llegada de la sorpresa:
quédate donde la Posteridad se quedará;
quédate donde los Antiguos antes se quedaron,
y sumergiendo tu mano en solitarias fuentes
bebe del saber que nunca cambia:
sabio una vez, y sabio para siempre.




Arquitectura griega

Ni magnitud, ni fastuosidad,
sino la Forma –el Espacio-;
no una innovadora obstinación,
sino una reverencia por el Arquetipo.

(H. Melville. Lejos de Tierra & Otros Poemas. Edición Bilingüe. Selec., trad., pról. y notas Eric Schierloh. Buenos Aires: Bajo La Luna, 2008)





Fragmentos de un perdido poema gnóstico del siglo XII

Fundes una familia, construyes un estado
El tiempo prometido es aún el mismo:
La materia nunca habrá aplacado
Su clamor brutal y antiguo.

La indolencia es aquí la aliada
Y la energía una criatura infernal:
El Buen Hombre vierte del cántaro agua clara
Pero orilla el envenenado brocal.




Arte

En horas plácidas contentos soñamos
Bravos, incipientes argumentos.
Pero en la forma que se presta y crea el pulso de la vida,
Cuántas cosas y hechos desiguales deben hallar acuerdo
La llama ha de fundir, el viento debe enfriar;
La triste paciencia, valiosas energías,
Humildad, aún orgullosa, y agravios,
Instinto y estudio, amor y odio,
Audacia y veneración. Estos deben unirse
Y fusionarse en el mítico corazón de Jacobo,
Y su lucha con el Angel, eso es el Arte.




Shiloh: réquiem

Girando suavemente, sin esfuerzo
Las gaviotas vuelan bajo
Sobre los campos nublados
Los boscosos campos de Shiloh,
Y las llanuras donde la lluvia de Abril
Alivia al febril conmocionado en su dolor
A través de la tregua nocturna
Tras la batalla un domingo.
Alrededor de la capilla de Shiloh,
La desolada iglesia hecha de troncos
Recoge el eco de muchos que parten con quejidos,
La plegaria natural de los rivales allí entremezclados
Rivales en la mañana, pero amigos al anochecer.
Ahora la fama o la Nación pueden ahorrarse sus cuidados:
(¡Nada tan poco decepcionante como una bala!)
Ahora ellos descansan allí abajo,
Mientras las gaviotas vuelan a flor de tierra
Y todo es calma y silencio en Shiloh.



El témpano (un sueño)

He visto una nave de construcción marcial
(Estandartes enarbolados, temeroso aparejo)
Timonear por mera locura hacia un impasible témpano,
Y luego sin demora, su fatua robustez irse a pique.
El impacto partía bloques enormes de hielo por el aire,
Que iban a dar la cubierta de modo tétrico,
Pues esa sola avalancha fue todo
Para hacer zozobrar la nave de súbito.

A lo largo de las espuelas pálidas del hielo
Ni un madero ni una frágil traza de la nave
El imponente prisma de verde hielo no siente el topetazo
Ni un ornamento ni un vestigio queda,
Ni las gotas pendiendo de las grutas se inquietan,
Cuando la nave se va a pique.
Ni siquiera las gaviotas  como una nube rondan
Un pico alejado, ni otras aves que descendían
Ni las playas de cristal, se conmueven.
Tampoco el menor estremecimiento bulle
Como para que bruscas agujas de hielo se levanten
Cuando los mástiles colapsan entre olas
E inconmovible el bloque se mantienen en su sitio.
Ni las focas amodorradas en los resbalosos y brillantes flancos
Resbalaron desde pesadas placas
Disparadas a ambos lados de la nave  
La impetuosa nave que en vana resistencia sucumbe.  

Inquebrantable el témpano parece, tan vasto, tan frío
Su mortal desánimo lo ensombrece;
Y sin embargo le hace exhalar su insano aliento-
Disolviéndose a la deriva y destinado a estar muerto
El témpano, pesado y torpe, que holgazanea y pierde el tiempo
Invade el barco con lamentos y lo hunde
Lo hace resonar en la profundidad abisal 
Sin perturbar demasiado el cieno
Y a la viscosa caracola, que se revuelven
Junto a la exámine indiferencia de sus flancos.




Inmolado

Niño de mi feliz albor
Cuando aún vivías conmigo, y enviabas
Tu arco iris por sobre la vida y el tiempo,
¡Incluso sobre la Esperanza, mi esposa, y madre para vos!
Oh, nutrido en el dulce aire pastoral
Alimentado de flores, luz y rocío de los prados matinales,
Sálvame , y con tu salvación repruebame;
Pero no, no reproches mi escaso temple fértil y mi inestable humor
Aunque celoso de tu amplio futuro te haya sellado en un dócil destino.
¿Acaso hubiera podido salvarte del temeroso ladrón
Incluso ignorando el triunfo de la más insincera y unánime mediocridad? 
Descansa, pues, libre, absolutamente libre
Mecido en los brazos de la serena noche.  




Remordimiento

Cuando desde el oceáno las nubes se levantan
Sobre las colinas y revuelven la sequedad del otoño
Y con horror desbordan los cauces de los valles
Y en el pueblo la cúpula se partió y ha caído
Entonces pienso en las enfermedades de mi país                     
El vendaval sopla encendido desde los despojos del Tiempo
Por sobre la más puras esperanzas de este mundo
Y entre los más necios crímenes de los hombres.

El lado oscuro de la naturaleza se revela
Ah! Ligera y  descorazonada corriente
Hasta un niño podría advertir la apesadumbrada faz
De la negra y joven montaña desolada
Entre gritos los torrentes corren, surgen, saltan
Y otras tormentas se forman en la tormenta que sentimos:
La cicuta se sacude en su tallo, el roble en la quilla





El tiburón de Maldivas

Junto al tiburón, ese flemático
Y pálido borracho del mar de Maldivas,
Va el pez piloto, de azul estampa fina
Y qué alerta va, atento a los dientes de serrucho,
Pero ningún daño ha de temer
Y ágil y vivaz se desliza acompañando al flanco atroz
O incluso delante antes de la cabeza górgonica
O es que custodian los aserrados dientes
Que en triple franja relumbran 
Como si fueran las mismas puertas del cielo
Que los peligros no atraviesan
¡Y allí encuentran asilo en las mandídulas de los Destinos!
Los peces piloto, que son amigos del tiburón
y lo guían hasta la presa,
jamás toman parte del banquete,
ellos son todo ojos y cerebro
del viejo letárgico y de expresión pasmada
pálido devorador de horrible carne.
  

Herman Melville acusaba la arrogancia humana para con Dios y la naturaleza, y se colocó del lado de los primitivos y los salvajes cuando vivió entre estos, (en las Islas Marquesas habitó con caníbales habiendo escapado de un barco donde el trato era brutal); va a situarse en un extremo del tiempo y de su espacio vital, más precisamente en el punto de vista del primitivo, incluso, poniendose a resguardo de la civilización. En su sensibilidad tallaron el júbilo generoso y animado de la vida colectiva y placentera de los buenos salvajes, muy en contrario de las inclinaciones caníbales de estos. Hay indicios de que Melville se imbuyó del espiritualismo oriental, (no podía pasarle desapercibido) y lo extendiera a su reflexión y preocupaciones morales acerca de la religión y el mal, el destino común y la civilización, que lo enriqueciera a la influencia de Shakespeare y la Biblia, donde ya estaba el tema de la consustanciación, o confusión de los opuestos. De aquellos viajes regresó con fascinantes experiencias que desembocaron en sus primeros relatos de aventuras de ultramar entre culturas exóticas. Melville relataba a sus familiares y conocidos las alternativas de estos viajes y fueron sus oyentes, algunos, personajes influyentes de la época, quienes lo alentaron a grabar en papel sus relatos.

Se supone que al tiempo de escribir Moby Dick estuvo loco, sino gravemente enfermo, casi espiritualmente paralizado. Borges, en un poema que le dedica, con significativo barbarismo, dice: y el mar lo rodeó. 

Aquí se quiere elogiar la hondura y sutileza filosófica de Melville acerca del destino humano, como Tomas Hardy, de su carácter fatal, de la vasta e incesante naturaleza de los destinos. En el poema El tempano (un sueño)  sugiere que todo cuanto el mundo persigue debe implacablemente fracasar, pero además y como una cosecuencia irónica, el fracaso también ha de fracasar, ¿y entonces qué?. Con agudeza, enfrenta el error y la arrogancia humana. Por momentos, podría imaginarse un solo y único tema situado de transfondo a toda su obra, y que postula que el hombre accionando contra el mundo sólo termina por accionar contra sí mismo, es decir, el mal. Hay una líneas de un poema de  Guillaume Apollinaire que hubiera gustado a Melville: Piedad para nosotros que combatimos siempre en las fronteras de lo ilimitado y del porvenir. En unos poemas donde el tema es la guerra civil norteamericana, si bien defiende el lado de la causa antiesclavista no deja de condenar la falta de una debida honorabilidad de los vencedores deben para con los vencidos. En esta época comparte con Whitman la preocupación por la guerra y el destino de su país.   

El tema de la interacción de los  opuestos, aparece una y otra vez. En Bartleby, la recurrente y seca respuesta del escribiente recuerda al principio de no-acción del Taoísmo, y la relación entre la consideración del escribano y la parquedad de Bartleby, esta última como un elemento insólito, sobre el que Melville dobla la apuesta con otro elemento insólito aunque previsible en la cadena de hechos; cuando Bartleby termina trabajando en la Oficina de Cartas No Reclamadas. 
  
En los poemas aquí elegidos encontramos esa voluntad reflexiva por sobre el poema de raíz estética, sensible o simplemente mundana, estos provienen de sus libros Battles pieces and aspects of the war, (en este trata acerca de la Guerra entre el Norte y el Sur, en la que hubo alrededor de seiscientos mil muertos), y Timoleon. También escribió un largo poema llamado Clarel. Sus poemas bastante adustos, en apariencia, son poemas que no parecen tener demasiada gratitud; considerar que un tiburón debe ser guiado hasta su presa; imaginar que la vastedad de la noche da cobijo a los hijos perdidos y que la pasan mejor allí que aquí abajo; la imagen de los enemigos, de los caídos cuyos lamentos y gemidos de dolor se entrelazan en el aire; o cuando describe el vendaval que agita a la vez las esperanzas del mundo y la vileza de los crímenes humanos. Sin dudas, Melville combate aún en las fronteras de lo ilimitado y del porvenir.


Herman Melville (1819 / 1891, Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica)
De: Preferiria no hacerlo N° 3, Septiembre 2006
Nota y traducción: Alberto Gagetti

http://elpoetaocasional.blogspot.com.es/2011/10/herman-melville.html





After the Pleasure Party: Lines Traced Under an Image of Amor Threatening

Fear me, virgin whosoever
Taking pride from love exempt,
Fear me, slighted. Never, never
Brave me, nor my fury tempt:
Downy wings, but wroth they beat
Tempest even in reason's seat.

   Behind the house the upland falls
With many an odorous tree—
White marbles gleaming through green halls—
Terrace by terrace, down and down,
And meets the star-lit Mediterranean Sea.

   ‘Tis Paradise. In such an hour
Some pangs that rend might take release.
Nor less perturbed who keeps this bower
Of balm, nor finds balsamic peace?
From whom the passionate words in vent
After long revery's discontent?

   “Tired of the homeless deep,
Look how their flight yon hurrying billows urge,
   Hitherward but to reap
Passive repulse from the iron-bound verge!
Insensate, can they never know
’Tis mad to wreck the impulsion so?

   “An art of memory is, they tell:
But to forget! forget the glade
Wherein Fate sprung Love's ambuscade,
To flout pale years of cloistral life
And flush me in this sensuous strife.
’Tis Vesta struck with Sappho's smart.
No fable her delirious leap:
With more of cause in desperate heart,
Myself could take it—but to sleep!

   “Now first I feel, what all may ween,
That soon or late, if faded e'en,
One's sex asserts itself. Desire,
The dear desire through love to sway,
Is like the Geysers that aspire—
Through cold obstruction win their fervid way.
But baffled here—to take disdain,
To feel rule's instinct, yet not reign;
To dote, to come to this drear shame—
Hence the winged blaze that sweeps my soul
Like prairie-fires that spurn control,
Where withering weeds incense the flame.

   “And kept I long heaven's watch for this,
Contemning love, for this, even this?
O terrace chill in Northern air,
O reaching ranging tube I placed
Against yon skies, and fable chased
Till, fool, I hailed for sister there
Starred Cassiopea in Golden Chair.
In dream I throned me, nor I saw
In cell the idiot crowned with straw.

   “And yet, ah yet, scarce ill I reigned,
Through self-illusion self-sustained,
When now—enlightened, undeceived—
What gain I, barrenly bereaved!
Than this can be yet lower decline—
Envy and spleen, can these be mine?

   “The peasant-girl demure that trod
Beside our wheels that climbed the way,
And bore along a blossoming rod
That looked the sceptre of May-Day—
On her—to fire this petty hell,
His softened glance how moistly fell!
The cheat! on briers her buds were strung;
And wiles peeped forth from mien how meek.
The innocent bare-foot! young, so young!
To girls, strong man's a novice weak.
To tell such beads! And more remain,
Sad rosary of belittling pain.

   “When after lunch and sallies gay
Like the Decameron folk we lay
In sylvan groups; and I—let be!
O, dreams he, can he dream that one
Because not roseate feels no sun?
The plain lone bramble thrills with Spring
As much as vines that grapes shall bring.

   “Me now fair studies charm no more.
Shall great thoughts writ, or high themes sung
Damask wan cheeks—unlock his arm
About some radiant ninny flung?
How glad with all my starry lore,
I'd buy the veriest wanton's rose
Would but my bee therein repose.

   “Could I remake me! or set free
This sexless bound in sex, then plunge
Deeper than Sappho, in a lunge
Piercing Pan's paramount mystery!
For, Nature, in no shallow surge
Against thee either sex may urge,
Why hast thou made us but in halves—
Co-relatives? This makes us slaves.
If these co-relatives never meet
Self-hood itself seems incomplete.
And such the dicing of blind fate
Few matching halves here meet and mate.
What Cosmic jest or Anarch blunder
The human integral clove asunder
And shied the fractions through life's gate?

   “Ye stars that long your votary knew
Rapt in her vigil, see me here!
Whither is gone the spell ye threw
When rose before me Cassiopea?
Usurped on by love's stronger reign—
But, lo, your very selves do wane:
Light breaks—truth breaks! Silvered no more,
But chilled by dawn that brings the gale
Shivers yon bramble above the vale,
And disillusion opens all the shore.”

   One knows not if Urania yet
The pleasure-party may forget;
Or whether she lived down the strain
Of turbulent heart and rebel brain;
For Amor so resents a slight,
And hers had been such haught disdain,
He long may wreak his boyish spite,
And boy-like, little reck the pain.

   One knows not, no. But late in Rome
(For queens discrowned a congruous home)
Entering Albani's porch she stood
Fixed by an antique pagan stone
Colossal carved. No anchorite seer,
Not Thomas a Kempis, monk austere,
Religious more are in their tone;
Yet far, how far from Christian heart
That form august of heathen Art.
Swayed by its influence, long she stood,
Till surged emotion seething down,
She rallied and this mood she won:

   “Languid in frame for me,
To-day by Mary's convent-shrine,
Touched by her picture's moving plea
In that poor nerveless hour of mine,
I mused—A wanderer still must grieve.
Half I resolved to kneel and believe,
Believe and submit, the veil take on.
But thee, arm’d Virgin! less benign,
Thee now I invoke, thou mightier one.
Helmeted woman—if such term
Befit thee, far from strife
Of that which makes the sexual feud
And clogs the aspirant life—
O self-reliant, strong and free,
Thou in whom power and peace unite,
Transcender! raise me up to thee,
Raise me and arm me!”

                         Fond appeal.
For never passion peace shall bring,
Nor Art inanimate for long
Inspire. Nothing may help or heal
While Amor incensed remembers wrong.
Vindictive, not himself he’ll spare;
For scope to give his vengeance play
Himself he'll blaspheme and betray.

   Then for Urania, virgins everywhere,
O pray! Example take too, and have care.




Art

In placid hours well-pleased we dream
Of many a brave unbodied scheme.
But form to lend, pulsed life create,
What unlike things must meet and mate:
A flame to melt—a wind to freeze;
Sad patience—joyous energies;
Humility—yet pride and scorn;
Instinct and study; love and hate;
Audacity—reverence. These must mate,
And fuse with Jacob’s mystic heart,
To wrestle with the angel—Art.






The ribs and terrors in the whale

The ribs and terrors in the whale,
   Arched over me a dismal gloom,
While all God’s sun-lit waves rolled by,
   And left me deepening down to doom.

I saw the opening maw of hell,
   With endless pains and sorrows there;
Which none but they that feel can tell—
   Oh, I was plunging to despair.

In black distress, I called my God,
   When I could scarce believe him mine,
He bowed his ear to my complaints—
   No more the whale did me confine.

With speed he flew to my relief,
   As on a radiant dolphin borne;
Awful, yet bright, as lightening shone
   The face of my Deliverer God.

My song for ever shall record
   That terrible, that joyful hour;
I give the glory to my God,
   His all the mercy and the power.






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