"Foto Retrato de A.H. Mestre ante el espejo © 2015 Osvaldo Hopfer"
Alejandro H. Mestre
Poeta de origen austro-portugués, nació a principios de 1978 en la frontera entre Austria e Italia mientras sus padres viajaban en dirección sur. A los pocos años de establecerse en el Bel Paese, falleció la madre Hannah. A partir de ese momento será su padre, ingeniero electro-acústico, quien se hará cargo de su formación escolar. Con él, "Hache" (como le llama afectuosamente el padre) viaja principalmente por el norte de Italia y luego también a las mayores ciudades de España y Portugal. Con el cambio del milenio, Hache viaja también a Europa del Este, del Adriático al Báltico, y poco después empieza a trabajar como traductor literario. Entra en contacto con el mundo editorial y gracias a eso viaja también a América Latina. En la actualidad, se desconoce su paradero. Algunos de sus escritos y poemas aparecieron en páginas web y blogs literarios. Por expresa voluntad del mismo autor, el único curador de su obra y depositario de todos los derechos es el amigo y crítico literario Alessandro Mistrorigo.
Hadas, demonios y otros cercos
© Alejandro H. Mestre
© Editorial Aurora Boreal® ebook
Poesía
2015
HADAS
Hay hadas con los ojos finos, cerrados aún
que no me miran y no quieren mezclarse ya que
tienen la piel de porcelana azul y que de las manos
sueltan pétalos de melocotón. Hay hadas comiéndome
al lado sin el más mínimo ruido y sin el más mínimo
rumor me acaricia el paladar un néctar de queso y ciruela,
de agua caliente y miel, de rosa con espinas. Hay hadas
sin hablar, hadas que no hablan mi lengua y que
me queman las palabras en el fondo del mar.
Hay hadas rubias con piel de seda y pelo largo
ojos verdes y un jersey rojo con cremallera de mantequilla;
hay hadas con cara blanca, con labios grandes y sonrisa
que me llama: dos besos han de ser suficientes,
dos besos son un sacrificio, son un blando desvío
y un meñique colgando sobre el vacío la única
salvación. Hay hadas rubias que son
hilos tensos de equilibrista sin red.
Hay hadas a quienes sólo les importa comer
y tienen una barriga ancha como una nuez,
que toman el pelo como el viento a medida que
el tiempo se va despojando de sus manos amarillas. Hay
hadas con labios en alquiler, rojos como granadas rotas
con mejillas suaves y muletas para saltar más allá.
Hay hadas con zapatos negros de siete leguas y hadas
descalzas que miden setenta y siete metros en los pies.
Hay hadas diáfanas y casadas que van entre las nubes
encima de sus tacones. Hay hadas silenciosas que yo veo
dentro del humo de un cigarrillo, dentro del fuego compartido
y con un pelo suelto de un color indefinido; no hubo palabra,
no hubo sonido, sólo una mirada miope entre las piedras
acantiladas y los hijos del alcohol. Hay hadas que son hadas
sólo un momento y que lo saben bien y hay hadas que
no lo saben, aunque lo son.
Hay hadas y sonrisas con el pelo aún mojado,
con ríos negros que se derraman por sus espaldas
y hay hadas que te calan un dique en la garganta
nada más intentar hablar de las hojas y del reflejo
del viento. También hay eucaliptos gritando
agarrados a las movedizas riberas del envase.
Es que yo sólo quería nombrar la curva imprevisible
de una superficie en las manos tímidas del aire.
Es que yo sólo quería hablar de la atención.
Hay hadas negras silenciosas y suaves como gatos,
hay hadas que andan a solas con flores en las manos,
que sólo esperan caricias nuevas del viento,
que sólo miran en los ojos para matar. Hay hadas
con sonrisas venenosas, blancas y traidoras como soy yo.
Hay hadas que ya no están solas y se van cogidas de la mano
de espaldas al mar. ¿Qué manera de portarse es ésta?
Qué manera si sólo esperas que te llame una silla vacía
o un árbol sonando. Hay hadas sueltas y enganchadas,
hay hadas, hay hadas y yo soñando de cara al sol.
Hay hadas con manos de ramas que se mueven flotando,
calladas y ni siquiera mirando hacia aquí. Y hay hadas
con sabor a vino tinto en las bocas y en los ojos cerrados
pizarras verdes como tulipanes. También hay hadas con nariz
delicada que no soportan la sensualidad del viento, ni sus juegos.
Hay hadas que, en el puente donde las mujeres del pueblo
orean lienzos blancos, se esparcen como polen de cerezo.
Hay hadas que no te miran para no caer, dicen,
pero no se van y allí cerca se quedan esperando
que las acaricies, esperando la mano. Hay hadas
atándose al brazo para hundirse, apretándolo tanto
contra su pecho que casi les falta la respiración.
Hay hadas que andan al lado como si fueran mujeres
casadas y lo saben bien que no puede ser, mientras
se ríen, y miran hacia abajo, al suelo, a todos los pies.
Hay hadas bajando la cuesta de paso leve y sencillo
sobre alquitrán como sobre arena y dejando huellas
que nunca pasarán.
(2003/2004)
No hay comentarios:
Publicar un comentario