Raciel Quirino
(Ciudad de México, 1982) es egresado de la Licenciatura de Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Publicó el libro de poemas Western (2012), en Fondo Editorial Tierra Adentro, de Conaculta. Poemas suyos han aparecido en las revistas Tierra Adentro (Conaculta), La palabra y el hombre (Universidad Veracruzana), Casa del tiempo (Universidad Autónoma Metropolitana), Crítica (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla), Opción (Instituto Tecnológico Autónomo de México), entre otras. Forma parte de la Antología general de la poesía mexicana, Vol. II, realizada por Juan Domingo Argüelles para la editorial Océano. Fue becario del Programa Jóvenes Creadores, del FONCA en el periodo 2013-2014. Ha impartido talleres de creación literaria a adolescentes y adultos en Distrito Federal, Chilpancingo y Acapulco. A continuación nos presenta un adelanto de próximo libro.
¿Qué es la muerte?
La sensación de haber vivido esto antes es una demencia breve. Se trata de un cambio de intensidad de la descarga eléctrica en el curso de los pensamientos. Cuando nos volvemos locos hay un viaje instantáneo al pasado que nunca ocurrió sino en el futuro. Pensemos en esa película donde un Delorean deja marcadas con lumbre las llantas en el asfalto antes de desaparecer del tiempo. Mi papá, por ejemplo, se volvió loco y me dijo: “el pasado es un gif del futuro”, y se tejieron guirnaldas de kevlar en su cabeza y con ellas un mago se desplazó en el aire ante tres mil personas el día que nací. Mi mamá a punto de quedarse en la locura volvió con una carta fechada el 30 de marzo de 1982, y dibujó caritas felices y corazones alrededor de mi nombre el último día de colegio de 1971. Podemos decir, entonces, que la sensación de haber vivido esto antes es una ruta de migración que se activa a penas llegan a cierta edad animales como tarántulas, golondrinas y seres humanos. Para entender el fenómeno totalmente, recordemos a los elefantes que vuelven al lugar donde los padres se quedaron fríos y balancean la trompa sobre un montoncito de huesos como zahorí. O pensemos en la imagen fácil, manoseada por oportunistas new age, de la espiral que vuelve al mismo punto pero diferente.
¿Podré formar una familia?
Para amordazarte,
para decir: “quiero esas flores, cariño”,
para impedir
que no arroje el auto al desfiladero,
puedes darme un cigarro con una sonrisa,
puedo mirarte unos segundos más
antes de poner mis ojos
en las manchas de aceite
de la carretera.
Llevo un revólver para darte flores
y comer en los paraderos.
Quiero que me retengas definitivamente
con una canción country
que hable de cómo escapamos,
aunque ya nadie pueda escapar
con una mujer
y morir
en un auto en llamas.
¿Encontraré trabajo?
Tenemos máquinas dispensadoras.
Hay una exquisita selección musical
de Yanni
en los altavoces
(está comprobado
las vacas producen más leche
con música clásica).
El reloj checador es su amigo;
las cámaras
son para cerciorarnos
de sus buenas costumbres;
los uniformes,
la materialización
de nuestra excelencia.
Somos la familia
con dientes
blan
quí
si
mos
que siempre han querido tener.
Antes de dejar
nuestras instalaciones,
les pedimos
por favor
limpien la sangre
y levanten del piso
los pedazos de cerebro.
¿Se encuentran bien mis amigos?
Los niños perdidos
son animales
que juegan a la guerra
con los indios.
Los pequeños zorros.
Las pequeñas ardillas.
Los pequeños mapaches.
El dolor fantasma
de la mano cortada
por Peter.
El galeón de Garfio,
el terror,
la envidia,
señor Smith.
Y Campanita se sacude
como una epiléptica
sobre sus cabezas
en vano.
Y el aura de los animales
enfermos
es una luz
encarnada
que brilla cada vez
más lejos.
Al deslizar la mano
sobre el lomo de
Nibs, Curly, Slightly,
Tootles
y los Gemelos,
la luz
se dispersa
como cuando alguien cruza
una estancia de fumadores
y el humo se abre
con lentitud.
¿Cuál es el modo más rápido de adquirir fortuna?
El viejo Carlos Castaneda emprendió el mágico desplazamiento del nahual y se fue a vivir a Los Ángeles con un séquito de brujas en una mansión de Bel Air. Las brujas eran guapísimas y les gustaba el sexo salvaje y los viajes en jeep por el desierto. El viejo Carlos Castaneda podía dar una charla en un auditorio en Lima y al mismo tiempo asistir a una lectura de José Agustín en un bar de Ciudad de México. Recuerdo el bulto oscuro de una mujer que gruñía como cerdo arrojándose de pronto sobre caballos de carga. La muerte llevaba un sombrero del que colgaban dos focos. En la oscuridad de la carretera, Carlos observaba las luces de un auto en el retrovisor. Aparecían cuando el terreno bajaba. Desaparecían cuando el terreno subía. Esa es la muerte.
***
el barco frente al que hicimos la promesa de pasar toda la tarde en el mar
avanza con un grupo de cumbia en cubierta
el mar es una bebida
inventada por el dueño de un hotel llamado Verano Beat
la tonada que recuerdas al quedarte de pie
inmóvil mientras sientes arena entre el elástico del traje de baño y la ingle
intento grabarme el sonido de la playa y el sonido de la avenida
que circunda la playa
al mismo tiempo
cuánta concentración se requiere para mirar
el desplazamiento de un buque de una punta a otra de la bahía
cuánta del muelle a la desaparición
nunca sonríe mi padre cuando me ve
a cuadro en la cámara de video
ahora descubro un alce miniatura en mi huevo kínder
ahora le quito las chispas de luz a una pelota de goma
mi padre llora en el baño
se moja la cara
le baja al retrete
sale con expresión tranquila
queridos padres de familia
Copperfield está sujeto por dos pares de cuerdas
hechas de múltiples hilos de kevlar
que permanecen invisibles
contra el fondo del escenario celeste
al final del sorprendente vuelo
la audiencia sospecha que
puede estar sujetado por alambres
no tenemos de qué preocuparnos
Western,
Raciel Quirino,
Conaculta/Fondo Editorial,
Tierra Adentro,
México, 2012.
por Leonardo Iván Martínez
Cuando le preguntaron a Buffalo Ben si quería formar parte de la brigada comandada por Chris en La Furia de los siete magníficos respondió: Soy un fenómeno. Mitad hombre y mitad pistola. No puedo golpear a una niña de 6 años en una pelea justa pero puedo volarle los ojos a un hombre a 100 metros en una tormenta de arena. Nunca nadie oyó hablar de un pistolero con un brazo.
A veces así es la vida y la poesía es el arma justiciera que con su lengua de fuego reivindica al hombre que se encuentra mordiendo el polvo. Hay poéticas que sangran, que transpiran y que a pesar de las heridas que les pueda infringir la sequedad del horizonte siguen cantado, y de un modo tan certero que corren el riesgo de clavarse en la memoria del hombre y convertirse en libro. Así es Wester, el primer poemario de Raciel Quirino, publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro hace un par de meses. El poemario cuenta con seis apartados, cada uno de ellos constituye una bala en el tambor del arma, y el libro en su conjunto tiene una mirilla afinada que sólo da el conocimiento de la tradición y las formas clásicas en la poesía.
La primera munición pone blanco en el binomio del desierto y el mar. La bala circunda los espacios y las ansias, la desesperación causada por la sequedad. Uno piensa que sólo se muere de sed en el desierto, pero Ulises, el personaje homérico se apersona en la primera bala del poemario para decirnos que también en el mar se muere de sed. Esa primera bala no es de cáliz, se ve la mano firme en la traza del soneto y la prosa poética brindándole al libro un acertado y necesario carácter narrativo:
Hay ojos en todas partes, se dice aguzando el oído; pero los bandidos ya no regresarán sino hasta que acumule suficiente vida que puedan arrebatarle. Está tranquilo. Sabe que todavía le queda en su revólver un nombre de mujer para cuando las cosas se pongan feas.
La segunda munición tiene en su mira la naturaleza humana, la proximidad con la muerte y la certeza de la materia y finitud del que sostiene el arma. El zopilote, el cactus, la cabalgata, el polvo, y la introspección que hace Raciel Quirino en los dos poemas titulados “Desierto Adentro” devuelven al lector la certeza de ser polvo. A partir de este apartado yo escucho el canto de un hombre que defiende sus soledades, un hombre que convoca a, como dice en el primero de estos dos poemas: No solo descubrir el fuego, enamorarlo,/ darle nuestro aliento por rescoldo,/ dejar que nuestra piel se tienda a acariciarse.
Llegamos a la mitad del barrilete. La tercera bala se dispara de espaldas. Su blanco son los retratos familiares porque todo guerrero por más bravo que sea hace una escala en la casa natal. Posa sus armas en la antesala de la imagen materna y paterna. No se necesita ser el príncipe de Dinamarca para conversar con el padre, para hacerle las preguntas necesarias:
Diré palabras que te acerquen,
abran tu mirada,
llenen de sangre tus labios,
para hacer a un lado la noche que te cubre,
el día pculto en el vacío que habitas,
y me platiques cómo lo has pasado estos años,
si allá donde estás puedes dormir, si sueñas,
así repartido entre cerros, viento y luz.
Si existe una sonrisa que logre levantarte,
que te separe del polvo unas horas,
si desde la oscuridad que habitas,
logras divisar el tiempo
que vivimos juntos.
La cuarta munición es la del acecho y la exploración; la de la bravura y el llanto conjugados con la fraternidad de la calle, pero también es la bala que se dispara a los noventa grados, que se dispara al cénit para arriesgar un poco a que el viento sople y la pedrada caiga lejos. La cuarta munición de Western es el resoplido de la lágrima de madrugada, la comunión de una caricia con la estampida de búfalos, tal vez los búfalos de los excesos, excesos germinados a la intemperie donde habita un Gambusino diario y refulgen los filos de las armas. Hay en este apartado un poema que merece mención por la brillantez de su hechura: Canto. Canto es un poema dirigido al poeta mismo, al oficio de bien llevar las riendas del animal que a veces se desboca y escapa de nuestra voluntad; el arte de bien asirse a la crin, metáfora acertada del lenguaje poético, ausente voluntariamente de todo artificio que altere el trote y el libre andar de nuestro espíritu animal.
La quita munición es la que mata. El poema central de este apartado es, a mi parecer, uno de los más certeros que se han escrito sobre el binomio de la muerte y la vida. Ganas de matar y Ganas de morir son dos poemas que se unen como dos opuestos. El primer apartado se enuncia desde la visión del homicida. La cizaña pronuncia sus palabras de odio mientras nace de la polvareda, mientras germina y es vapuleada por las botas y pezuñas de caballo para buscar su venganza. Desde la inmundicia levanta la mano y reclama su turno:
Mientras tanto, espero la eclosión del día,
debajo de botas, trotes de caballo,
golpes de granizo, manos que me quiebran.
Ya levanto el cuerpo, escucho a lo lejos
pronunciar mi nombre:”cizaña, cizaña”.
Su contraparte, Ganas de morir, es el quiebre de la forma occidental sobre la muerte. El concepto de la rendición no siempre significa la derrota, pues las ganas de morir reafirman el acto del sacrificio y un “hallazgo curativo”.
Nos son una desgracia las ganas de morirse,
de reclinar la frente al fondo de la tierra
con el último brillo de los ojos.
El último disparo es el de la retirada, el de la despedida. Los tres poemas que conforman el apartado construyen un paisaje espacial que se mezcla con lo emotivo, describen a un hombre ya curtido por las arenas del desierto, a un poeta “aleccionado en duelos” que tiene una mirada alerta.
Hace un par de años descubrí lo que era el canto cardenche, una melodiosa y al mismo tiempo dolorosa interpretación vocal masculina originaria de los desiertos de Nuevo León, Durango y Coahuila. La palabra Cardenche proviene de la cactácea que cuando hiere la piel abre su punta y se divide para herir aún más al momento de extirparla. Y a pesar de todo el cardenche es sinónimo de canto, de lirismo popular en la soledad de un árido pasaje.
Cuando vemos el conjunto de los poemas que conforman Western observamos que el leimotiv es indudablemente el dolor y la esperanza, pero es un dolor fértil en donde se reconoce la escritura de un hombre que tiene la mirada puesta en el horizonte, como una Utopía lejana que le sirve para crear un mundo a partir del trazo nostálgico del pasado y del andar a trote hacia un espacio construido en su imaginario en donde el hombre saca lo mejor de su temple para reafirmarse.
Western, de Raciel Quirino es un libro en donde el hombre verá reflejado a otro hombre, a un hombre que se levanta después de ver sangrar su boca, y el rastro se mezcla con el polvo del desierto, y donde a pesar de todo, con la boca seca, el hombre sigue cantando.
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