Novalis
Novalis es el seudónimo o nombre poético de Friedrich von Hardenberg (1772-1801), sin duda el poeta más profundo y de mayores vuelos del romanticismo alemán. Él fue quien inmortalizó el símbolo romántico de «la flor azul» (die blaue blume), el objetivo nunca alcanzado y siempre anhelado, encarnado en la Poesía y el Amor.
En su breve obra, sintetiza y poetiza los grandes sistemas filosóficos del romanticismo alemán, de su maestro Fichte y de Scheiermacher. Su quijotesco propósito era «romantizar» el mundo, «transformar lo cotidiano en sublime, lo finito en infinito» y hacer de las artes –derribando arbitrarias barreras– el Arte universal, intensificando las interrelaciones entre las ciencias naturales, la poesía, y la filosofía, sobre una base religiosa. Como buen romántico, murió presa de la tuberculosis antes de alcanzar los treinta años.
Estudió –contra su voluntad– derecho en Jena, pero asistía principalmente a las clases de historia de Schiller y a las de filosofía de Fichte. Continuó sus estudios en Leipzig, donde conoció a Friedrich Schlegel con quien traba amistad y quien influirá notablemente en su obra. Las matemáticas y las ciencias naturales le atraían más que el derecho, y acabó por dedicarse a la ingeniería. Consiguió a continuación un puesto administrativo en las salinas de Weissenfels.
En 1794 conoció y se enamoró locamente de una niña de 13 años, Sophie von Kühn, quien tendrá un papel decisivo en su vida y obra… Sophie muere a los 15 años después de larga enfermedad, quedando el poeta sumergido en la soledad y la desesperanza. Unos meses después de la muerte de su amada, en mayo de 1797, comenzará a escribir los famosos Himnos a la Noche (Hymnen an die Nacht), que no concluirá hasta 1799.
Novalis procedía de una familia pietista. Su profunda religiosidad y una vivencia –que nos recuerda a Cadalso, aunque solo en lo anecdótico–, una especie de éxtasis junto a la tumba de su amada, marca el nuevo rumbo que tomó su vida. Novalis es una especie de místico protestante con evidentes afinidades con el catolicismo. El poeta Novalis, versado en ciencias naturales y en la filosofía fichteana, corporiza en su obra poética y narrativa, en sus «fragmentos» y aforismos, una nueva religión natural de sello ecuménico. Y un idealismo apodado mágico.
La poesía para Novalis es la realidad mágica del sueño, en la que éste se convierte en realidad y la realidad en sueño. Sueño y realidad, misteriosos secretos mágicos, serán el final –inconcluso– del Enrique de Ofterdingen (Heinrich von Ofterdingen), el gran proyecto novelístico de Novalis que su muerte prematura le impidió terminar. La historia del poeta medieval que se lanza en un largo viaje a la búsqueda de «la flor azul», símbolo de la belleza, la felicidad, y las ilusiones inalcanzables.
La primera parte, titulada La espera, aparecida en 1802, permite apreciar la grandeza de este proyecto truncado. Llegado a Ausburgo, Enrique asiste a los preparativos de una nueva Cruzada, tiene un encuentro con Zulima (la Naturaleza), halla los metales preciosos en una misteriosa caverna, y por último el amor de Matilde. De un viejo poeta llamado Klingsohr (Goethe) oye un cuento, que concluye la primera parte de la novela y que es como una síntesis de sus objetivos. El propio Novalis lo comentó así: «El antagonismo entre la luz y la sombra, la nostalgia de un éter claro, cálido, penetrante…, la mezcla del elemento romántico de todos los tiempos, la razón petrificante y petrificada… así es como veo yo mi cuento».
La primera muestra del talento literario de Novalis fue su breve narración Los discípulos en Saís (Die lehrlinge zu Sais, 1798), basada en un poema de Schiller, donde introduce uno de los cuentos más bellos del romanticismo alemán: Jacinto y Rosaflor (Hyacinthe und Rosenblütchen). El discípulo que busca revelaciones en el mundo circundante no las encontrará finalmente más que en su propio ser.
La cristiandad o Europa (Die christenheit oder Europe, 1799) es un ensayo político-filosófico en el que Novalis, fascinado por la edad media, ensalza «los hermosos tiempos en los que Europa era un país cristiano, cuando una cristiandad única habitaba este continente».
Eduardo Acuy en: "El Ocultismo y la creación Poética", libro al que me he referido ya con anterioridad, nos dice: "El sentido poético representa a lo no representable, ve lo invisible y siente lo insensible", escribió Jorge Federico Felipe, Barón de Harderiberg, más conocido por Novalis, en aquel movimiento espiritual que conmovió al pensamiento europeo a fines del siglo XVIII. Su vida, breve e intensa es un ejemplo de hiperlucidez. Tan profundo como Pascal; tan universal como Pico; tan vidente como Rimbaud y tan "abierto" como Rilke; Novalis sintetiza el mayor nivel de conocimiento de su época. Su obra, aparentemente inorgánica, -poemas en prosa y verso, meditaciones, relatos inconclusos, apuntes, aforismos- aparece como un repositorio de intuiciones fulgurantes y pensamientos generales. Inmerso en el universo romántico, su temprana amistad con Schiller, su admiración y rechazo de Goethe, su profunda coincidencia con los hermanos Federico y Augusto Guillermo Schleegel y con Ludwing Tieck, fueron conformando una personalidad volcada a la intuición poética y a la experiencia mística pero también a la indagación científica.
El pensamiento romántico propone un hombre integral que habrá de realizarse en la apertura metafísica y en la proyección escatológica. Combate la tiranía de la razón e intenta integrarla con otros modos de conocimiento. Toma cuerpo una nueva actitud gnoseológica basada en el valor de la intuición. Baader habla de la importancia del sentido interno, que da acceso a una percepción no habitual del mundo y a un saber de lo real sólo trasmisible por símbolos. Se desciende a los abismos interiores, a las profundidades del Ser; como dice Ricarda Husch, se colma en gran medida la conciencia con el contenido de lo inconsciente. Frente a la multiplicidad de la visión ordinaria, se exalta el deseo de retomar al reino de la no-individualidad, por hallar -como quería Novalis- "el camino que lleva a casa".
El ensueño romántico penetra con particular agudeza los misterios de la vida y de la muerte. Intenta reconstruir la fabulosa Edad de Oro e intuye .en el origen de los mitos una suprahistoria sagrada signada por irrupciones verticales.
Al considerar a la razón como un instrumento insuficiente para aprehender a la Naturaleza y penetrar en la intimidad del fenómeno, se busca un conocimiento unitivo, una verdadera aproximación a la realidad. El arte se revela entonces como el plano más original y profundo, y dentro de él, los románticos privilegian la palabra en su dimensión de Logos, de Verbo. La palabra poética es un agente de reintegración a la Totalidad de la que el hombre se ha desgajado, pues conserva, en ese sentido, la virtualidad creadora de la palabra divina. De ahí que el artista, el poeta, "comprenda a la naturaleza mejor que el sabio" y sea el único que "puede penetrar el sentido de la vida".
Capaz de atraer sobre sí las vibraciones de lo Absoluto, el poeta percibe los mensajes de una esfera superior y los trasmite a los demás hombres. A través de su palabra es posible acceder a intuiciones primordiales y a una visión "abierta" y "porosa" de la realidad. En virtud de su naturaleza el poeta romántico opera naturalmente Un retorno al origen fabuloso. Abre una "puerta en el muro" hacia la patria perdida que Swédenborg denomina Jerusalén Celeste y que no es otra cosa· que una nueva traducción de la noción de "Jardín de los Dioses" o "Paraíso Perdido".
Novalis insiste en que todo buen poema es infinito porque el sentido poético posee íntima relación con el sentido religioso y profético. "Toda obra de arte es un elemento espiritual" y "todo poema un individuo viviente". Como diría Ouspensky, la poesía ve más y a mayor distancia, en el principio de la visión; el verdadero poeta es de hecho un clarividente. “Sólo ese fino aparato al que se llama el alma del poeta puede comprender y sentir el reflejo de los-'significados ocultos en el mundo formal"
Novalis, "doctor maravillado frente a las correspondencias invisibles que enlazan a las cosas" , no se dedica exclusivamente a la poética, a la teosofía, a la teúrgia, a la pneumatología trascendental, a la cosmología metafísica, ni a nada de lo que se encuentra en los círculos especiales de la mística formal. Si todo pensamiento que comunica con lo infinito es un pensamiento místico, su modo natural de pensar es místico. "Nada ve aisladamente. Tiene el sentido y la suave obsesión de la unidad".
La prematura muerte de su prometida Sofia von Kuhn, de sólo quince años, marcó al poeta con un sentimiento dramático del mundo y exaltó su deseo por superar los límites penetrando en los dominios de lo desconocido. Se acentúa entonces su ambición gnoseológica. Considera que la palabra poética debe constituir el centro y la base del conocimiento supremo. "Escribir un poema es engendrar", anota en sus Fragmentos. "El poeta es mago". "La poesía es lo real absoluto. Esto constituye el núcleo de mi filosofía. Cuanto más poética es una cosa, tanto más real es".
Este clima de permanente tensión hacia lo real, culmina en una experiencia de orden intemporal que habrá de generar sus celebrados Hymnen an die Nacht, El 13 de mayo de 1797, Novalis visita la tumba de. Sofía y padece una extraña conmoción. El texto correspondiente de su Diario describe una experiencia espiritual profunda en la que Sofía se confunde con la "Sophia" de los gnósticos y asimismo se fusiona con la imagen intercesora de la Noche, en su versión del arquetipo de la Madre Cósmica.
“Por la tarde fui a ver a Sofía. Allí se apoderó de mí un indecible gozo. Instantes de entusiasmo surgían como relámpagos. De un soplo dispersé la tumba como si fuera polvo; los siglos parecían minutos; se la sentía próxima: creí que iba a aparecer...”
Dos años después, en marzo de 1799, Novalis da término a los Himnos a la Noche . Frente a ellos se experimenta una turbadora sensación de vacío. El discurso se abre a múltiples valencias y propone una lectura total. El mundo de la naturaleza es leído, es interiorizado. Un gran símbolo opera a través de los himnos y si bien adquiere connotaciones diversas mantiene un mismo soporte estructural: la Noche, la Amada, la Madre, la Muerte.
Como símbolo de lo infinito, la Noche proyecta al poeta hacia un cosmos abierto sin referencias ciertas. La Noche es la gran intercesora, el abismo húmedo de vida primordial donde lo sagrado y lo profano confunden sus contornos. Para Novalis, la Noche pertenece a ese orden de vivencias que se hallan ligadas al presentimiento de lo Absoluto y permiten obtener un contacto arracional con el mundo invisible. En la tiniebla nocturna las cosas adquieren particular ingravidez, se liberan de su orden cotidiano y se reagrupan con un sentido imprevisible. El espíritu experimenta el asombro y la exaltación de lo maravilloso: todo es nuevo, como en el momento auroral. Adviene entonces la despersonalización, el anonadamiento de la criatura ante el vasto paisaje de fosforescencias extrañas.
De la Noche primordial, de ese estado espiritual impregnado de sensaciones numinosas, Novalis reaparece con los sentidos purificados. Es capaz de "ver", de "oír", de descubrir impensables analogías, de hacernos comprender la fugacidad de lo transitorio e inducimos cambios cualitativos a partir de los cuales nos sea posible intuir la realidad del "otro reino".
La palabra del poeta convoca símbolos de insólita belleza. Estallan y se recomponen imágenes arcaicas liberadas de su contexto mítico. El gran organismo universal revela su rostro sagrado. El poeta oye "la voz del silencio" y se entabla un profundo diálogo con el Ser desconocido. Novalis experimenta entonces el sentimiento de lo inaccesible y de lo majestuoso; el espanto ante el caos; el vértigo; la revelación; el llamado a la sumisión del ser. "La alegría de expresar -como él mismo dice- en este mundo lo que está fuera de él".
La Noche adquiere por fin su máximo valor de alteridad. Una transrealidad pocas veces alcanzada. Es la "ventana a lo infinito", la "abertura" que se comunica con los niveles invisibles, la vía por la que se accede -después de haber superado la soledad y la desesperación- a la plenitud de un nuevo nacimiento, a ese estado de ser que no es distinto del amor.
A través de los Himnos se produce la verdadera transposición de la experiencia mística novaliana. Para Beguin constituyen "la obra maestra de la poesía propiamente romántica y uno de los más bellos testimonios que poeta alguno haya dejado de una aventura personal metarmofoseada en mito".
En el Himno primero, la Noche se internaliza en el poeta y establece un canal que permite la aproximación de Novalis a la Totalidad. En el segundo, la Noche se carga de profundos contenidos y el amor se revela como energía; los ojos infinitos del sueño se abren sobre la eternidad. El sueño como prefiguración de la muerte o anticipo' de la reintegración a la Conciencia Cósmica, se revela como la clave del "reino". " ¡La luz tiene fijado su tiempo -dice el poeta- pero fuera del tiempo, fuera del espacio, está el Reino de la Noche!".
En el tercero el éxtasis es finalmente alcanzado, se produce el acceso a la experiencia intemporal y el poeta recrea los momentos mágicos vividos junto a la tumba de Sofía. El tiempo se aleja rápidamente como una tormenta más allá del horizonte. En el Himno cuarto, Novalis retorna en un plano cósmico el tema de la experiencia trascendente. La luz aparece prisionera en la Noche que la contiene; por eso, quien contemple el "país nuevo", "la morada de la Noche", no volverá a descender hacia el tumulto del mundo, hacia el lugar donde se mueve la luz en permanente inquietud.
Finalmente en los himnos quinto y sexto, la ambición novaliana por irrumpir en la "patria celeste", se despliega en un marco cristiano. El Dios-Hombre, reaparecido con "rostro nunca visto" en la "poética cabaña de la pobreza", es el centro de toda contemplación. Queda atrás la época del Sol, cuando los Seres Celestes habitaban la tierra. Ahora el nuevo dios impone su religión de la Noche. El epílogo es la resurrección, la derrota de la muerte, el Nuevo Nacimiento.
En la Canción de los muertos, composición extraña, que según el testimonio de Tieck, Novalis pensaba incluir en la segunda parte de Enrique de Ofterdingen, el autor de los Himnos avanza un paso más en la caracterización del "reino".
En medio de la tempestad y el peligro existe un universo superior, "otro reino" en el que rigen otras normas; en el que imperan otras realidades. Allí mora Sofía, pero no sólo ella, también las almas de los muertos. El espacio infinito, la noche estrellada, se ha convertido en "cielo", en hábitat, en lugar inaprehensible; un determinado "arriba", al que la presencia del Dios - Hombre, la Virgen y las jerarquías angélicas le confieren un sesgo marcadamente cristiano.
La vivencia del cosmos unitario, ese oscuro sentimiento de participación en el Todo, donde los elementos viven, sienten y se corresponden por misteriosos lazos, fue sin duda propiedad común y espontánea de la generación romántica, adquirida en un clima de intensa exaltación espiritual.
La concepción unitiva de la Naturaleza, la integración del hombre a sus ritmos profundos y el permanente afán de obtener una síntesis entre espíritu y materia, constituyeron ideales románticos que hallaron formas coherentes de expresión al concebir un monismo integral diferenciado. Este monismo peculiar habría de permitir dentro de la síntesis, otorgar valores distintos al alma y al cuerpo. En la naturaleza, pensaba Herder, los sistemas de fuerzas pueden ser diferentes y no obstante seguir una sola clase de leyes, pues en la naturaleza, cada cosa depende de todo lo demás y por lo tanto no puede haber sino una intencionalidad primordial conforme a la cual las fuerzas más diferentes estén ordenadas.
El concepto romántico de la organización infinita -una continuidad interminable de eslabones finitossaparece con nitidez en la obra Sobre la Naturaleza de J.B. Robinet publicada en 1761. A través de la intuición y la reflexión de Herder, Schellíng, Steffens, Carus, Schlegel, Novalis, Baader, Oken, Schubert y Ritter, se va conformando la visión unitaria del mundo como una sola realidad interconectada; un organismo universal pleno de sentido, que sólo puede comprenderse a partir de una re-estructuración del concepto de realidad.
El genio romántico prepara el advenimiento de de una era metafísica. "La percepción de la unidad -escribe Beguin- es una premisa que los románticos aplican al mundo exterior pero que tiene su fuente en una experiencia absolutamente interior y básicamente religiosa". Los románticos perciben el mundo como una prolongación de sí mismos e intuyen a su propio ser inserto en el flujo de la vida cósmica. Para ellos el universo es un ser viviente, un organismo animado no divisible en sus distintos elementos. La multiplicidad de las apariencias es reductible a una Unidad fundamental. En el tiempo, ella se despliega en un ciclo infinito en que toda existencia individual nace y muere sin tener sentido sino por su subordinación al conjunto; en el espacio, la naturaleza abarca todos los fenómenos. Por influencia de las teorías galvanistas se considera a la vida como una especie de circuito cósmico en que los organismos individuales -como precisa Ritter- no son más que remansos que interrumpen la corriente para intensificada. Lo que posee de vitalidad el individuo como tal, lo toma de la vida universal y es preciso que un trabajo continuo de asimilación y desasimilación -cuyos límites extremos son el nacimiento y la muerte- restablezca incesantemente el circuito interrumpido y encauce la corriente de vida, “el Todo –dice Bauer- es lo único que vive; cada individuo sólo vive en su relación con lo Absoluto, esto es en la medida en que supera la individualidad por el éxtasis". De ahí que morir es acceder a otra forma de vida, pues "todo lo que es perfecto en su especie debe elevarse por encima de ella y convertirse en otra cosa, en un ser incomparable". (Goethe).
A la zaga de Herder y de Baader, Novalis ha poetizado esa intuición organológica y simbólica de la naturaleza. Si la esencia del Todo organizado ha sido inculcada en el hombre por el Creador, existe un grado determinado de interdependencia entre lo infinitamente pequeño, representado por el hombre, y la infinita grandeza del universo. Aproximar los planos distintos, avanzar en lo desconocido a través de lo conocido, es función de la analogía. El conocimiento de sí abre las puertas del conocimiento total. A partir de ese conocimiento surge la presencia de lo real en el interior del hombre y adviene un nuevo estado de conciencia.
En los Fragmentos, Novalis intuye los grandes misterios y afirma que el hombre está en contacto con todo el universo, así como con lo porvenir y lo pasado. "El mundo de los espíritus -escribe- está ya abierto para nosotros, es siempre manifiesto. Si de pronto tuviésemos la elasticidad necesaria, nos veríamos en medio de ese mundo." Su concepción del universo, fruto de sus vivencias profundas, mantiene hoy inalterable vigencia. Tanto en los Fragmentos, como en Los discípulos en Sais, como en Enrique de Ofterdingen, avanza sobre la ciencia de su época preanunciando el sentido de las más modernas y audaces hipótesis cosmológicas: "Los mundos superiores se hallan mucho más cerca de nosotros de lo que nos atrevemos a pensar. Es nuestra conciencia la que vincula a nuestro limitado mundo sensorial con esos mundos superiores". Veamos uno de sus tantos apuntes, breves y taxativos, perdido en el abigarrado conjunto de sus gérmenes: "Cosmología. Universo-multiverso-omniverso. Para lo más elevado, para lo más universal, una expresión que no tiene nombre".
Antoni Marí en la obra “El entusiasmo y la quietud” añade: “Nadie ha realizado como Novalis el ideal romántico: el ideal de la síntesis absoluta y de acceso al Todo. Su obra es la expresión del sentimiento de sentirse y saberse el centro del universo; un espacio donde no tienen lugar las desavenencias y la eterna lucha de contrarios deviene Unidad inseparable, unidad en constante devenir y mutación. "Destruir el principio de contradicción es tal vez la más alta tarea de la más alta crítica.» Todo concepto sintético tiene dos conceptos opuestos: vida y muerte constituyen una unidad, el consciente y el inconsciente se confunden, como se confunden la altura con la profundidad y el interior con el exterior.
La obra de Novalis no está concebida desde el camino que conduce a la unidad, sino desde la unidad misma: "Soñamos en viajar por el espacio cósmico: ¿acaso no está en nosotros? Ignoramos las honduras de nuestro espíritu. La senda misteriosa va hacia dentro. En nosotros o en ninguna parte se encuentra la eternidad con sus mundos, lo pasado y lo futuro».
El hombre es una representación analógica del Universo. Microcosmos y macrocosmos en perfecta analogía y correspondencia proporcionales. Este sentirse uno con el Todo, esta armonía cósmica está descrita por Novalis en el concepto Stimmung. La palabra designa el acorde de un instrumento musical y la disposición (humor) del alma, y es, en la unión de los dos senntidos, en la que tiene lugar el fenómeno: un alma en estado de Stimmung es un alma bien atemperada. «La palabra Stimmung se refiere a las relaciones anímicas de carácter musical. La acústica del alma es aún un campo muy oscuro, pero quizás muy importante. Oscilaciones armónicas e inarmónicas». El Stimmungen es aquel cuya melodía y ritmo interiores está en perfecto acoplamiento y acorde con la melodía y ritmo universales. El Stimmung es uno de los efectos de una causa más vasta todavía: el Gemüt -armonía de todas las fuerzas espirituales.
Toda mística tiene como punto de partida el Ser, uno y absoluto, idéntico al pensamiento. Su objeto es la reducción a este Uno primitivo, infinito y eterno, emanación del pensamiento individual, limitado en el tiempo y en su potencialidad. El pensamiento de Novalis enlaza con toda la tradición mística occidental desde los Elatas hasta el maestro Eckhart; en ellos encontrará el reconocimiento de su propio pensamiento y su afirmación, no influirán ni torcerán su pensamiento puesto que estaban en él, previamente a su lectura.
En el idealismo absoluto de Fichhte, encontrará su propio pensamiento explicitado y sistematizado que con el tiempo, y sin renunciar a él, devendrá idealismo mágico. Para Fichte, fuera del Yo no existe nada. «Fichte, dice Novalis, lo sitúa todo en el interior.» Sólo el Yo es real: el No-Yo (todo lo que está fuera del Yo) no existe sino por una decisión del Yo que lo pone. El Yo es el Absoluto en quien y para quien existen todas las cosas. Si, a la vez, todas las cosas creadas por el Yo están en perfecta armonía con él, estaremos en posesión del Stimmung.
Únicamente la poesía puede hacer sensible esta experiencia y sólo por ella puede expresarse en toda su plenitud y complejidad. No hay otra forma de expresar esta vivencia trascendental sin la pérdida de todos sus infinitos matices. Expresión que se realiza a través de la palabra, del ritmo, y de la resonancia de la palabra en perfecta correspondencia con el mundo interior. «La poesía es representación del alma, representación del mundo interior en su totalidad. Sus intermediarios, las palabras, lo indican, pues son la manifestación exterior de este reino profundo. El sentimiento poético tiene muchos puntos comunes con el sentimiento místico. Este es el sentimiento de todo lo que es particular, personal, desconocido, misterioso, de lo que debe ser revelado, de lo que es a la vez necesidad y azar. Representa lo irrepresentable... Es absurda la crítica de la poesía, puesto que es muy difícil precisar si una cosa es poesía o no, y ésta es la única distinción posible. El poeta es, literalmente, sujeto y objeto, alma y universo. De donde el carácter infinito, eterno, de un buen poema.»
Textos:
LOS HIMNOS A LA NOCHE
1
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a la que todo lo alegra, la Luz
–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,
cuando ella es el alba que despunta?
Como el más profundo aliento de la vida
la respira el mundo gigantesco de los astros,
que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,
la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,
la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,
y el salvaje y ardiente animal multiforme,
pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,
de ojos pensativos y andar flotante,
de labios dulcemente cerrados y llenos de música.
Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,
la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,
ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.
Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.
Pero me vuelvo hacia el valle,
a la sacra, indecible, misteriosa Noche.
Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–
desierta y solitaria es su estancia.
Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.
En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.
–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,
breves alegrías de una larga vida,
vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,
como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.
En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.
¿No tenía que volver con sus hijos,
con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?
¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota
en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?
¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura?
¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?
Un bálsamo precioso destila de tu mano,
como de un haz de adormideras.
Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.
Obscuramente, inefablemente nos sentimos movidos
–alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave,
un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,
y, entre la infinita maraña de sus rizos,
reconozco la dulce juventud de la Madre–.
¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz!
¡Qué alegre y bendita la despedida del día!
Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,
por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,
para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.
Más celestes que aquellas centelleantes estrellas
nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.
Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos
–sin necesitar la Luz,
ellos penetran las honduras de un espíritu que ama–
y esto llena de indecible delicia un espacio más alto.
Gloria a la Reina del mundo,
a la gran anunciadora de Universos sagrados,
a la tuteladora del Amor dichoso
–ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–
ahora permanezco despierto
–porque soy Tuyo y soy Mío –
tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida
–tú me has hecho hombre–
que el ardor del espíritu devore mi cuerpo,
que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente
y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.
2
¿Tiene que volver siempre la mañana?
¿No acabará jamás el poder de la Tierra?
Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega.
¿No va a arder jamás para siempre la víctima secreta del Amor?
Los días de la Luz están contados;
pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche.
–El Sueño dura eternamente. Sagrado Sueño.–
No escatimes la felicidad
a los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche.
Solamente los locos te desconocen, y no saben del Sueño,
de esta sombra que tu, compasiva,
en aquel crepúsculo de la verdadera Noche
arrojas sobre nosotros.
Ellos no te sienten en las doradas aguas de las uvas,
en el maravilloso aceite del almendro
y en el pardo jugo de la adormidera.
Ellos no saben que tú eres
la que envuelves los pechos de la tierna muchacha
y conviertes su seno en un cielo,
ellos ni barruntan siquiera
que tú,
viniendo de antiguas historias,
sales a nuestro encuentro abriéndonos el Cielo
y trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados,
de los silenciosos mensajeros de infinitos misterios.
3
Antaño,
cuando yo derramaba amargas lágrimas;
cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza;
cuando estaba en la estéril colina,
que, en angosto y obscuro lugar albergaba la imagen de mí
–solo, como jamás estuvo nunca un solitario,
hostigado por un miedo indecible–
sin fuerzas, pensamiento de la miseria sólo.
Cuando entonces buscaba auxilio por un lado y por otro
–avanzar no podía, retroceder tampoco–
y un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía:
entonces, de horizontes lejanos azules
–de las cimas de mi antigua beatitud–,
llegó un escalofrío de crepúsculo,
y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,
se rompieron las cadenas de la Luz.
Huyó la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza
–la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable
ebriedad de la Noche, Sueño del Cielo–,
tú viniste sobre mí
el paisaje se fue levantando dulcemente;
sobre el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu,
libre de ataduras, nacido de nuevo.
En nube de polvo se convirtió la colina,
a través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada
–en sus ojos descansaba la eternidad–.
Cogí sus manos. y las lágrimas se hicieron un vínculo
centelleante, indestructible.
Pasaron milenios huyendo a la lejanía, como huracanes.
Apoyado en su hombro lloré;
lloré lágrimas de encanto para la nueva vida.
–Fue el primero, el único Sueño.–
Y desde entonces,
desde entonces sólo,
siento una fe eterna. una inmutable confianza en el Cielo de la Noche,
y en la Luz de este Cielo: la Amada.
4
Ahora sé cuándo será la última mañana
–cuándo la Luz dejará de ahuyentar la Noche y el Amor–
cuándo el sueño será eterno y será solamente Una Visión inagotable,
un Sueño.
Celeste cansancio siento en mí:
larga y fatigosa fue mi peregrinación al Santo Sepulcro, pesada, la cruz.
La ola cristalina,
al sentido ordinario imperceptible,
brota en el obscuro seno de la colina,
a sus pies rompe la terrestre corriente,
quien ha gustado de ella,
quien ha estado en el monte que separa los dos reinos
y ha mirado al otro lado, al mundo nuevo, a la morada de la Noche
–en verdad–, éste ya no regresa a la agitación del mundo,
al país en el que anida la Luz en eterna inquietud.
Arriba se construyen cabañas, cabañas de paz,
anhela y ama, mira al otro lado,
hasta que la más esperada de todas las horas le hace descender
y le lleva al lugar donde mana la fuente,
sobre él flota lo terreno,
las tormentas lo llevan de nuevo a la cumbre,
pero lo que el toque del Amor santificó
fluye disuelto por ocultas galerías,
al reino del más allá,
donde, como perfumes,
se mezcla con los amados que duermen en lo eterno.
Todavía despiertas,
viva Luz,
al cansado y le llamas al trabajo
–me infundes alegre vida–
pero tu seducción no es capaz de sacarme
del musgoso monumento del recuerdo.
Con placer moveré mis manos laboriosas,
miraré a todas partes adonde tú me llames
–glorificaré la gran magnificencia de tu brillo–,
iré en pos, incansable, del hermoso entramado de tus obras de arte
–contemplaré la sabia andadura de tu inmenso y luciente reloj–,
escudriñaré el equilibrio de las fuerzas
que rigen el maravilloso juego de los espacios, innúmeros, con sus tiempos.
Pero mi corazón, en secreto,
permanece fiel a la Noche,
y fiel a su hijo, el Amor creador.
¿Puedes tú ofrecerme un corazón eternamente fiel?
¿Tiene tu Sol ojos amorosos que me reconozcan?
¿Puede mi mano ansiosa alcanzar tus estrellas?
¿Me van a devolver ellas el tierno apretón y una palabra amable?
¿Eres tu quien la ha adornado con colores y un leve contorno,
o fue Ella la que ha dado a tus galas un sentido más alto y más dulce?
¿Qué deleite, qué placer ofrece tu Vida
que suscite y levante los éxtasis de la muerte?
¿No lleva todo lo que nos entusiasma el color de la Noche?
Ella te lleva a ti como una madre y tú le debes a ella todo tu esplendor.
Tú te hubieras disuelto en ti misma,
te hubieras evaporado en los espacios infinitos,
si ella no te hubiera sostenido,
no te hubiera ceñido con sus lazos para que naciera en ti el calor
y para que, con tus llamas, engendraras el mundo.
En verdad, yo existía antes de que tú existieras,
la Madre me mandó, con mis hermanos,
a que poblara el mundo,
a que lo santificara por el Amor,
para que el Universo se convirtiera
en un monumento de eterna contemplación
–me mandó a que plantara en él flores inmarcesibles–.
Pero aún no maduraron estos divinos pensamientos.
–Son pocas todavía las huellas de nuestra revelación.–
Un día tu reloj marcará el fin de los tiempos,
cuando tú seas una como nosotros,
y, desbordante de anhelo y de fervor,
te apagues y te mueras.
En mí siento llegar el fin de tu agitación
–celeste libertad, bienaventurado regreso–.
Mis terribles dolores me hacen ver que estás lejos todavía de nuestra patria;
veo que te resistes al Cielo, magnífico y antiguo.
Pero es inútil tu furia y tu delirio.
He aquí, levantada, la Cruz, la Cruz que jamás arderá
–victorioso estandarte de nuestro linaje–.
Camino al otro lado,
y sé que cada pena
va a ser el aguijón
de un placer infinito.
Todavía algún tiempo,
y seré liberado,
yaceré embriagado
en brazos del Amor.
La vida infinita
bulle dentro de mí:
de lo alto yo miro,
me asomo hacia ti.
En aquella colina
tu brillo palidece,
y una sombra te ofrece
una fresca corona.
¡Oh, Bienamada, aspira
mi ser todo hacia ti;
así podré amar,
así podré morir.
Ya siento de la muerte
olas de juventud:
en bálsamo y en éter
mi sangre se convierte.
Vivo durante el día
lleno de fe y de valor,
y por la Noche muero
presa de un santo ardor.
5
Sobre los amplios linajes del hombre reinaba,
hace siglos, con mudo poder,
un destino de hierro:
Pesada, obscura venda envolvía su alma temerosa.
La tierra era infinita, morada y patria de los dioses.
Desde la eternidad estuvo en pie su misteriosa arquitectura.
Sobre los rojos montes de Oriente, en el sagrado seno de la mar,
moraba el Sol, la Luz viva que todo lo inflama…
(…)
En las grutas cristalinas retozaba un pueblo próspero y feliz.
Ríos y árboles, animales y flores tenían sentido humano.
Dulce era el vino, servido por la plenitud visible de los jóvenes,
un dios en las uvas,
una diosa, amante y maternal,
creciendo hacia el cielo en plenitud y el oro de la espiga,
la sagrada ebriedad del Amor, un dulce culto a la más bella de las diosas,
eterna, polícroma fiesta de los hijos del cielo y de los moradores de la Tierra,
pasaba, rumorosa, la vida,
como una primavera, a través de los siglos.
Todas las generaciones veneraban con fervor infantil la tierna llama,
la llama de mil formas, como lo supremo del mundo.
Un pensamiento sólo fue, una espantosa imagen vista en sueños.
Terrible se acercó a la alegre mesa,
y envolvió el alma en salvaje pavor;
ni los dioses supieron consolar
el pecho acongojado de tristeza.
Por sendas misteriosas llegó el Mal;
a su furor fue inútil toda súplica,
Era la muerte, que el bello festín
interrumpía con dolor y lágrimas.
(…)
Huyeron los dioses, con todo su séquito.
Sola y sin vida estaba la Naturaleza.
Con cadena de hierro ató el árido número y la exacta medida.
Como en polvo y en brisas se deshizo
en obscuras palabras la inmensa floración de la vida.
Había huido la fe que conjura y la compañera de los dioses,
la que todo lo muda, la que todo lo hermana:
la Fantasía.
Frío y hostil soplaba un viento del Norte sobre el campo aterido,
y el país del ensueño, la patria entumecida por el frío, se levantó hacia el éter.
Las lejanías del cielo se llenaron de mundos de Luz.
Al profundo santuario, a los altos espacios del espíritu,
se retiró con sus fuerzas el alma del mundo,
para reinar allí hasta que despuntara la aurora de la gloria del mundo.
La Luz ya no fue más la mansión de los dioses,
con el velo de la Noche se cubrieron.
Y la Noche fue el gran seno de la revelación,
a él regresaron los dioses, en él se durmieron,
para resurgir, en nuevas y magníficas figuras, ante el mundo transfigurado.
(…)
6 - Nostalgia de la muerte
Descendamos al seno de la Tierra,
dejemos los imperios de la Luz;
el golpe y el furor de los dolores
son la alegre señal de la partida.
Veloces, en angosta embarcación,
a la orilla del Cielo llegaremos.
Loada sea la Noche eterna;
sea loado el Sueño sin fin.
El día, con su Sol, nos calentó,
una larga aflicción nos marchitó.
Dejó ya de atraernos lo lejano,
queremos ir a la casa del Padre.
(…)
Medrosos y nostálgicos los vemos,
velados por las sombras de la Noche;
jamás en este mundo temporal
se calmará la sed que nos abrasa.
Debemos regresar a nuestra patria,
allí encontraremos este bendito tiempo.
¿Qué es lo que nos retiene aún aquí?
Los amados descansan hace tiempo.
En su tumba termina nuestra vida;
miedo y dolor invaden nuestra alma.
Ya no tenemos nada que buscar
–harto está el corazón–, vacío el mundo.
De un modo misterioso e infinito,
un dulce escalofrío nos anega,
como si de profundas lejanías
llegara el eco de nuestra tristeza:
¿Será que los amados nos recuerdan
y nos mandan su aliento de añoranza?
Bajemos a encontrar la dulce Amada,
a Jesús, el Amado, descendamos.
No temáis ya: el crepúsculo florece
para todos los que aman, para los afligidos.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos sumerge en el seno del Padre.
Himnos espirituales.
7
El secreto del amor
bien pocos lo saben;
sienten una sed eterna
y sienten hambre insaciable.
La Eucaristía es un extraño enigma
a los sentidos mortales.
Pero aquel que de unos labios
cálidos, amantes,
de la vida el hálito, sorbido
hubiere alguna vez; aquel que sabe
cómo las brasas divinas
al corazón del amante
funden y derriten
en oleadas palpitantes;
aquel que su honda mirada
hacia los cielos levante
y haya alguna vez sondeado
las sacras profundidades,
comerá de su cuerpo,
beberá de su sangre
eternamente.
¿Quién del cuerpo terreno ha descifrado
el gran sentido inefable?
¿Quién decir podría
que entiende lo que es la sangre?
Un tiempo todo era cuerpo,
–un Cuerpo–; flotaban
en sangre celeste
los venturosos amantes.
¡Oh, si de repente
enrojecieran los mares!
¡Oh, si la carne olorosa
en los peñascos brotase!...
Nunca terminarás, dulce convite.
Oh, amor, no dirás nunca bastante.
La intimidad más perfecta
con que al amado poseerá el amante.
Honda bastante no es nunca,
ni el deseo infinito satisface.
Por siempre más, dulces labios
sentirás lo gozado transformarse
en algo siempre más íntimo,
algo que más se adentra a cada instante.
Voluntad, a cada paso más ardiente,
toda el alma invade.
Más sediento, más hambriento
siéntese el corazón que de amor late:
y, por eternidad de eternidad,
el placer del amor vive y renace.
Si pudiesen gustar los hombres sobrios
deleite tan grande,
todo olvidarían,
vendrían con nosotros a sentarse
a esta mesa del infinito anhelo
que nunca vacía verán las edades.
Reconocieran del amor entonces
la plenitud inagotable,
y entonarían himnos al convite
del cuerpo y la sangre.
Canto de Klingsohr de Enrique de Ofterdingen
En verdes montañas nace
el dios que el cielo nos trae.
El Sol lo ha escogido para él:
sus llamas le atraviesan.
Concebido con placer en primavera,
su tierno seno madura silencioso,
y cuando en otoño resplandecen los frutos
brota de él el niño de oro *.
En una cueva, bajo Tierra,
le ponen en angosta cuna:
sueña con fiestas y con victorias,
forja castillos en el aire.
Que nadie se acerque a su morada
cuando se agita impaciente
y, con fuerza juvenil,
rompe cadenas y ataduras.
Invisibles centinelas
le velan mientras duerme;
a quien traspasa sus santos umbrales
le alcanza su implacable lanzada.
En cuanto se despliegan sus olas,
abre también sus ojos limpios,
deja que sus sacerdotes le gobiernen,
deja sus moradas cuando se lo piden.
Del seno obscuro de su cuna
sale vestido de cristal:
lleva en su mano la rosa
de una callada concordia.
Venidos de todas partes,
alegres acuden sus hijos,
y, balbucientes, sus lenguas entonan
cantos de amor y gratitud.
Su vida en mil rayos esparce
por doquier en el mundo;
en sus copas se sorbe el amor
y permanece para siempre en quien lo bebe.
Como espíritu de la Edad de Oro
inspiró siempre a los poetas;
y, embriagados por su fuerza,
cantaron ellos siempre sus amores.
Y a estos fieles servidores
les dio el derecho de besar
las bocas bellas; que nadie se lo impida:
por medio de él Dios os lo hace saber.
Canción de los muertos
Cantad, cantad nuestras tranquilas fiestas,
nuestros jardines, nuestras estancias,
los dulces enseres de la casa,
nuestros bienes, nuestra hacienda.
Todos los días llegan nuevos huéspedes:
éstos pronto, aquéllos tarde;
en el espacioso hogar flamea siempre
el fuego de una vida renovada.
Graciosas vasijas: por miles,
mojadas antaño por tantas lágrimas,
anillos de oro, espuelas,
llenan nuestro tesoro.
Sabemos que en obscuras cavernas
tenemos muchas joyas y alhajas.
Nadie puede contar estas riquezas
–debería estar contando sin cesar...
Hijos de tiempos pasados,
héroes de épocas obscuras,
gigantescos espíritus de los astros,
extrañamente reunidos,
dulces mujeres, graves maestros,
niños y ancianos decrépitos,
todos, sentados en círculo,
viven aquí en este mundo antiguo.
Ya no habrá quien se lamente,
ni habrá quien quiera marcharse,
los que un día, alegres,
a nuestras abundantes mesas se sentaron.
Ya no se oirán más quejas,
no se verán más heridas,
ni se derramarán más lágrimas:
la arena del reloj fluirá eternamente.
Conmovida por la bondad divina,
sumida en celestial contemplación,
el alma abraza en su seno
un cielo azul sin nubes.
Largas y flotantes vestiduras
nos llevan por campos de primavera,
y nunca soplan en este país
brisas frías y cortantes.
Dulce encanto de la medianoche,
tranquilo círculo de secretas fuerzas,
voluptuosidad de juegos enigmáticos,
sólo nosotros os conocemos,
sólo nosotros hemos llegado a la suprema meta:
derramamos en torrentes,
desparramamos en gotas,
bebiendo este agua con delicia.
Para nosotros, ahora, amar es vivir;
las aguas de nuestra existencia,
como los elementos, rugientes,
se mezclan íntimamente, corazón con corazón,
y, lascivas, se separan,
porque la lucha de los elementos
es la suprema vida del amor
y el mismo corazón de nuestro corazón.
Sólo oímos la dulce plática
de secretos deseos.
Sólo vemos la mirada embelesada
de unos ojos en éxtasis.
Sólo gustamos dulces bocas y ardientes besos.
Todo lo que tocamos
se convierte en fruto ardiente y oloroso
–víctima de nuestro audaz placer.
Crece y florece sin tregua
el deseo de estar con el amado,
de acogerlo en nuestra alma,
de ser una sola cosa con él,
de no resistirse á su sed,
de consumirse el uno con el otro,
de alimentarse el uno con el otro
–el uno del otro solamente.
En amor y delicia suprema
estamos siempre sumergidos,
desde que la áspera y turbia centella
de aquel mundo se apagó,
desde que se cerró la colina,
desde que la pira empezó a arder
y desde que nuestro espíritu, estremecido,
vio desvanecerse la faz de la Tierra.
El prodigio de los recuerdos,
el dulce escalofrío de la santa tristeza
han resonado en el fondo de nuestro ser
y han refrescado nuestro ardor.
Hay heridas eternamente abiertas:
una pena divinamente profunda
mora en el corazón de todos nosotros
y nos disuelve en una misma corriente.
Y en el seno de un misterio,
en estas aguas corremos
al océano de la vida,
al seno mismo de Dios.
Y de su corazón salimos;
de nuevo, hacia nuestro mundo;
y el espíritu del supremo anhelo
se sumerge en nuestro torbellino.
Sacudid vuestras cadenas de oro,
adornadas con rubíes y esmeraldas;
arrojad vuestros broches, brillantes y hermosos,
música y rayo a la vez.
De los lechos del húmedo abismo,
de las tumbas y de las ruinas,
con rosas celestes en las mejillas,
volad al polícromo reino de la Fábula.
Si pudieran los hombres saber
–ellos, nuestros futuros compañeros–
que en todas sus alegrías
estamos nosotros presentes,
dejarían exultantes la vida,
contentos dejarían su pálida existencia.
¡Ah!, el tiempo pasa en seguida:
¡ven, amado, ven de prisa!
Ayudadnos a domar el Espíritu de la Tierra,
aprended a comprender el sentido de la Muerte
y a encontrar la palabra de la Vida.
Emprended el camino de vuelta.
Tu poder desaparecerá muy pronto,
la luz que te prestaron palidecerá,
pronto te verás encadenado,
Espíritu de la Tierra, tu tiempo terminó.
Cuando los números y las figuras
Cuando los números y las figuras
no sean la llave de toda criatura.
Cuando, por las canciones y los besos
vayamos más allá que los sabios.
Cuando la sombra y la luz
se reúnan de nuevo en la pura claridad.
Cuando a través de las leyendas y los poemas
conozcamos la verdadera historia del mundo.
Entonces se desvanecerá frente a nosotros la única palabra secreta,
ese contrasentido que denominados realidad.
Jacinto y Rosaflor.
Hace tiempo vivía, en dirección al Poniente, un hombre joven.
Era muy bueno, pero muy extraño también. Se irritaba continuamente,
sin razón, caminaba sin volver la cabeza,
se sentaba en un lugar solitario cuando los demás jugaban alegremente;
le agradaban las cosas singulares.
Tenia predilección por los bosques y las grutas;
conversaba sin cesar con los cuadrúpedos y los pájaros, los árboles y las rocas.
Naturalmente, no eran palabras sensatas sino términos absurdos y grotescos.
Permanecía siempre grave y melancólico
a pesar de que la ardilla, la mona, el loro y el pardillo tenían empeño en distraerlo
y encaminarlo de nuevo.
El ganso narraba cuentos,
el arroyo murmuraba una balada;
una pesada piedra saltaba de modo ridículo,
la rosa se deslizaba amistosamente tras él y rodeaba su cabello,
y la hiedra acariciaba su frente pensativa.
Pero el desaliento y la tristeza eran constantes.
Sus padres estaban muy afligidos; no sabían qué hacer;
su hijo gozaba de buena salud, comía; y nunca lo habían ofendido.
Pocos años antes, era más alegre y jovial que ninguno;
y el primero en todos los juegos. Todas las jóvenes lo amaban.
Era hermoso como un dios y danzaba como un ser sobrenatural.
Entre las vírgenes había una niña admirable y llena de gracia.
Parecía de cera. Tan bella era, con sus cabellos. de seda y oro,
sus labios de grana y sus ojos intensamente negros,
que quien la contemplaba creía morir.
En aquel tiempo, Rosenblütchen (así se llamaba ella),
amaba tiernamente al bello Hyacinthe (tal era su nombre);
y él la quería con pasión.
Los otros niños no lo sabían; pero una violeta les comunicó lo que ocurría;
los gatitos ya lo habían notado.
Las moradas de sus padres eran vecinas
y una noche, cuando Hyacinthe se asomaba a su ventana,
mientras Rosenblütchen aparecía en la suya,
los gatitos que iban a cazar ratones los divisaron, de paso;
y echaron a reír tan estrepitosamente,
que Rosenblütchen y Hyacinthe los oyeron y se enfadaron.
La violeta lo había dicho, confidencialmente, a la frutilla;
ésta lo comunicó a su amiga la grosella
la cual, cuando pasó Hyacinthe, no pudo resistir a la tentación de pincharlo;
muy pronto, todo el jardín y el bosque entero estuvieron al tanto del asunto,
de manera que cuando Hyacinthe salía, por todos lados se oía gritar:
"–¡Rosenblütchen es mi tesorito!"
Hyacinthe se irritaba;
sin embargo, tuvo que reírse de buena gana cuando llegó el lagartito,
arrastrándose, se sentó sobre una piedra, movió la cola y cantó:
Rosenblütchen niña hermosa,
ha perdido la vista,
cree a Hyacinthe su madre
y lo estrecha entre sus brazos.
Mas, sí advierte de pronto
que es un rostro extraño,
sigue abrazándolo,
como si nada hubiera pasado.
Pero, ¡cuán poco duró esa alegría!
Un hombre llegó de países exóticos; había viajado increíblemente lejos;
tenía una larga barba, ojos profundos, cejas impresionantes,
y llevaba una maravillosa túnica de abundantes pliegues,
donde se bordaba con figuras sorprendentes.
Se sentó frente a la casa de los padres de Hyacinthe.
La curiosidad de éste se excitó fuertemente;
aproximándose al recién llegado, le ofreció pan y vino.
El extranjero separó su gran barba blanca y habló hasta el fin de la noche.
Hyacinthe, inmóvil, no se cansaba de escuchar.
Según se supo más tarde, el anciano había hablado de tierras extrañas,
de comarcas desconocidas y de cosas milagrosas.
Estuvo allí tres días y bajó, con Hyacinthe a pozos muy profundos.
Rosenblütchen no pudo menos de maldecir al viejo hechicero,
pues Hyacinthe parecía estar encadenado a sus palabras
y nada ya le importaba, sin lograr contenerse más.
Finalmente, el extranjero partió;
pero dejando a Hyacinthe un pequeño libro que nadie podía leer.
El joven le había dado frutas, pan y vino, y acompañado durante largo trecho.
Regresó, pensativo, iniciando luego una vida completamente nueva:
Rosenblütchen comenzó a sufrir cruelmente
pues, a partir de aquel instante, Hyacinthe no se ocupó más de ella,
permaneciendo siempre encerrado en sí mismo.
Un día, al regresar a su casa, pudo creerse que acababa de renacer.
Cayó en brazos de sus padres y lloró.
–Es preciso que parta –les dijo–;
la extraordinaria vieja del bosque me ha indicado cómo negaré a recobrar la salud;
después de arrojar el libro a las llamas,
me ha ordenado venir hacia vosotros y pediros la bendición.
Quizá regrese pronto, quizá nunca.
Saluden a Rosenblütchen;
hubiera deseado hablarle;
no sé lo que me pasa; algo me empuja, me arrastra.
Cuando quiero pensar en los días transcurridos,
se interponen dominantes pensamientos;
la paz ha huido y, con ella, el corazón y el amor.
Es preciso que vaya en su busca.
Quisiera deciros dónde voy, pero yo mismo lo ignoro.
Me encamino hacia la morada de la Madre de las Cosas, la virgen velada;
mi alma se inflama y consume por ella.
Adiós. Y, apartándose con violencia, partió.
Sus padres se lamentaron y vertieron amargas lágrimas.
Rosenblütchen se encerró en su habitación, llorando desconsoladamente.
Hyacinthe, a través de valles y desiertos, por torrentes y montañas
se dirigió, presuroso, a la tierra desconocida.
Preguntó a los hombres y a los animales, a las rocas y a los árboles,
el camino que conducía hacia Isis, la diosa sagrada.
Muchos se burlaron de él; otros callaron; y en ninguna parte pudo obtener respuesta.
Atravesó, primeramente, tierras salvajes y desoladas;
brumas y nubes le cortaron el camino, y las tempestades no amainaban, jamás.
Luego encontró desiertos sin límites y arenas incandescentes.
A medida que avanzaba, su alma se transformaba también.
El tiempo le pareció largo y la inquietud interior fue atenuándose, suavizándose.
La angustia violenta que lo dominaba
se convirtió, poco a poco, en deseo discreto, pero fuerte,
que consumía lentamente su alma.
Se hubiera dicho que muchos años se extendían tras él.
Pronto se volvieron los paisajes más variados,
las tierras más fértiles,
los cielos más cálidos y azules,
y los caminos menos ásperos.
Bosquecillos, llenos de verdor, lo llamaban,
atrayéndolo hacia su encantadora penumbra;
pero él no comprendía su lenguaje.
Por otra parte, no parecía que ellos hablasen
y, sin embargo, llenaban su corazón de dulces matices verdes
y de la esencia más fresca y serena.
En él se elevaba, con creciente intensidad, ese suave deseo;
y las hojas se extendían, desbordantes de savia.
Los pájaros y las bestias se tornaban cada vez más ruidosos y alegres,
las frutas más profundas y sabrosas, el azul del cielo más intenso,
el aire más cálido, y su amor también.
El tiempo transcurría rápidamente,
como si estuviera presintiendo la proximidad de la meta.
Un día, Hyacinthe encontró una fuente de cristal
y una infinidad de flores en la ladera de una colina,
bajo columnas sombrías que se elevaban hasta el cielo.
Lo saludaron amistosamente, con palabras que él conocía.
"–Queridas compatriotas –les dijo–, ¿dónde hallaré la santa morada de Isis?
Debe encontrarse cerca de aquí; vosotras conocéis estos lugares mejor que yo".
"–Estamos aquí sólo de paso –respondieron las flores–;
una familia de espíritus llegará en breve y le preparamos el camino y el albergue.
Sin embargo, acabamos de atravesar una comarca
donde hemos oído pronunciar tu nombre.
Debes seguir avanzando hacia el paraje de donde venimos y allí te enterarás mejor"
...Las flores y la fuente se echaron a reír al pronunciar estas palabras,
le ofrecieron agua fresca y continuaron su camino.
Hyacinthe obedeció, siguió inquiriendo
y, finalmente, llegó a la morada que durante tanto tiempo había buscado
y se ocultaba bajo palmeras y plantas raras.
Su corazón palpitaba a impulsos de un deseo infinito;
y dulcísima ansiedad lo penetraba, ante la mansión de los siglos eternos.
Se durmió en medio de perfumes celestiales,
pues sólo el sueño podía conducirlo al santo de los santos.
Y, milagrosamente, al son de músicas deliciosas y de acordes alternados,
el sueño le condujo a través de innumerables salas llenas de objetos extraños.
Todo le parecía conocido, pero rodeado, sin embargo, de esplendor jamás visto.
Entonces, y como devorados por el aire,
desaparecieron los últimos vestigios de la Tierra
y se halló en presencia de la virgen celestial.
Levantó el velo resplandeciente y leve, y
...Rosenblütchen se arrojó en sus brazos.
Una música lejana ocultó los secretos del encuentro de los amantes
y de las confidencias del amor,
alejando a los extraños de aquel lugar de éxtasis.
Hyacinthe vivió mucho tiempo aún con Rosenblütchen,
en medio de sus padres y de los compañeros de sus juegos;
e innumerables nietos agradecieron,
a la maravillosa anciana, sus consejos y sus llamas;
pues en aquel tiempo, los hombres tenían, aún, tantos hijos cuantos querían...
Novalis como ya hemos dicho con anterioridad murió muy jóven a la edad de 29 años, pero su obra, contiene en si misma la máxima expresión del Romanticismo poético.
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