FRANCISCO DE LA TORRE
(¿1534 - 1594?)
Nació en Torrelaguna, Madrid. Estudió leyes canónicas en Alcalá de Henares. Antes de un viaje a Italia, a donde había ido como militar, se había enamorado locamente de Filis. De regreso, la encontró casada con un viejo adinerado que, irónicamente, había sido mecenas del poeta. Profundamente desilusionado, se retiró a las orillas del Duero. Vivió paupérrimamente y sin olvidarse de su pasión por Filis. Parece ser que, al final, se hizo sacerdote.
El tema principal de su poesía es el amor. Su poesía se caracteriza por los siguientes rasgos: delicadeza en el tratamiento del tema, ternura inefable, sencillez en la expresión y viva fantasía. Posee un tono triste y melancólico, fácil de reconocer. A este tono se une un sentimiento de resignación nostálgica.
Sus modelos fueron sobre todo los clásicos latinos y los renacentistas italianos. Luchó contra el incipiente culteranismo. Sus obras fueron publicadas por primera vez por Francisco de Quevedo quien, al hacerlo, cometió un error: en lugar de escribir el nombre de Francisco, lo sustituyó por el de Alonso. Pero pronto Lope de Vega desmintió el error.
Soneto 1
Si lo que el alma me reuela, quando,
Filis, contemplo la diuina y rara
beldad al mundo más que el cielo clara,
que adoro ardiendo y reuerencio ama[n]do,
con el acento doloroso y blando
que me quexo de ti, significara,
parara el Sol, las fieras humillara,
arrebatara el cielo contemplando.
Mas como el rayo de tus bellos ojos
otras tinieblas amanece agora
en el que fué mi ocaso escurecido,
silencio eterno esco[n]de el que te adora,
a quien los rayos de tu Oriente rojos
encubren nubes de perpetuo oluido.
Soneto 2
La fatal influencia que recibo
del mouimiento de las dos estrellas
al cielo más diuinas, y más bellas
al mundo que de Febo el rayo viuo;
la escura nube del desdén altiuo
impide que resulte agora dellas
bien a mi mal, aliuio a mis querellas,
fin al dolor y fin al llanto esquiuo,
Suspiro de contino y, suspirando,
apenas desminuyo la cerrada
niebla que esconde mi diuina lumbre.
Venus, si agrauios mueuen tu hijo blando,
assegura tu Reyno y de passada
haz que pierdan altiuos gloria y cu[m]bre.
Soneto 3
Lexos Amintas de su fiel ganado,
toro viejo y fortíssimo buscando,
por la espessura de la selua errando,
en la manada de Damón prendado,
bella cabra perdida, el enriscado
cerro paciendo, Cytiso mirando,
su cayado le tira, y, en llegando,
cayó mortal al florecido prado.
Halló dos cabritillos en la dura
concauidad del monte, diólos luego
a su Filis y della vna comida;
y las armas, los pies, la vestidura
y el matador cayado, buelto en fuego,
Pan, dexaron tu planta enriquezida.
Soneto 4
Ay, no te alexes, Fili, ay, Fili, espera
el tu Damó[n], que más q[ue] a su ganado
te reuerencia y ama; y si el osado
curso prosigues, tiempla la carrera.
Ya no te sigo; Fili, la ligera
planta refrena, que el temor elado
de tu mal me detiene y tú el amado
Damón huyes cruel, qual cruda fiera.
Detén, Filis cruel, detén el passo;
no te ofenda la planta riguroso
cardo cruel de tierra no labrada.
Diziendo aquesto triste y doloroso,
esquiuando la vida desdichada,
cayó Damón al Sol del campo raso.
Soneto 5
Viua yo siempre ansí con tan ceñido
laço, Filis, contigo, como aquesta
yedra inmortal en esta enzina puesta,
que le enreda su tronco envejecido.
Mira allí vn olmo seco y vn florido
junto a la fuente, que vna vid le presta
hermosura y valor; y tú dispuesta
a perseguirme, pónesme en oluido.
Por ti, cruel, oluido mi ganado,
y le dexo sin guarda del ardiente
lobo cruel, ganado que tú amaste.
Vn cabritillo deste coronado
monte, vi yo lleuar; lloré, y, presente
a mi dolor, soberuia te gozaste.
Soneto 6
De yedra, roble y olmo coronado,
al pie de vna copiosa y verde enzina
por cuyo tronco y ramas encamina
dorada vid su laço enamorado,
Damón del Tajo, a ti Padre sagrado
Baco, consagro aquesta cabra; inclina
tu rostro agora, si la faz diuina
boluiste al deshojar tu tronco amado.
Esta cabra te ofrezco que solía
agora con el diente y con el cuerno
descomponer tus vides sin sossiego.
Dixo Damón, y, haziendo vn ancha vía
al cuello, cayó en tierra y con el tierno
olor de Arabia, al cielo subió el fuego.
Soneto 7
Ésta es, Tirsis, la fuente do solía
contemplar su beldad mi Filis bella;
éste el prado gentil, Tirsis, donde ella
su hermosa frente de su flor ceñía.
Aquí, Tirsis, la vi quando salía
dando la luz de vna y otra estrella;
allí, Tirsis, me vido, y tras aquella
haya se me escondió, y assí la vía.
En esta cueua deste monte amado
me dió la mano y me ciñó la frente
de verde yedra y de violetas tiernas.
Al prado, y haya, y cueva, y mo[n]te, y fue[n]te,
y al cielo desparciendo olor sagrado,
rindo de tanto bien gracias eternas.
Soneto 8
Filis, más bella y más resplandeciente
que el claro cielo y q[ue] el ameno prado:
este gamo de flores coronado
que a su madre quité, te ofrezco ausente.
Riyéndoseme agora dulcemente,
me lo pidió Testilis; mas cansado
me tienen ya sus risas; que tu elado
zeño me ha de perder eternamente.
A ti le doy y a ti también te guardo
dos tórtolas hermosas y vna bella
garza que ayer cogí del monte al río.
Y si el amor de Tirsis por el mío
quieres dexar, escoge tú de aquella
manada mía vn toro blanco y pardo.
Soneto 9
«Quando Filis podrá sin su querido
Damón viuir ausente y apartada,
la corriente del Tajo acelerada
buscará su principio conocido.»
Leyendo aquesto escrito en vn florido
tronco de vn haya de vna vid cercada,
Tirsis, perdida su color rosada,
cayó llorando en tierra sin sentido.
Después, lleno de rabia el desdichado,
quebrando su zampoña, y en aquella
y en esta rama dando, su mal mira.
Y hablando con el árbol deshojado,
dixo llorando: Filis, dura y bella...
Mas no pudo acabar, vencido de ira.
Soneto 10
Pastor, que lees en esta y en aquella
planta Fili y Damón, que Fili adora,
sabe que tanto fué piadosa agora
Fili a Damón, quanto es terrible y bella.
¡Ay!, yo la llamo, yo la ruego, y ella
mísero no me escucha y huye a la hora,
y quanto me huye más, más me enamora:
que en ella puso su crueldad mi estrella.
Ayer, lleuando mi ganado al río,
al pie de vn verde Mirto, entretexiendo
Violetas y Amaranto la vi sola.
Ladró Melampo, y ella cruel huyendo,
desamparando monte y valle vmbrío,
huyó de mí y el viento socorrióla.
Soneto 11
Mi propio amor entie[n]do q[ue] es la cierta
causa que mi ganado sin contento
se rige apena en pie; no lluuia o viento,
ni pasto amargo de montaña yerta.
Mas ¿qué cuydado es éste, si la incierta
muerte luchando con el alma siento,
y, Filis cruda, nunca me arrepiento
de verte siempre de piedad desierta?
¡O, si al menos sobre este monte yerto,
adonde lloro de contino llanto,
aquel pino cubriesse el cuerpo mío,
y pasando por este valle vmbrío
dixesses, Filis, con amargo llanto:
Allí yaze mi triste amante muerto!
Soneto 12
Santa madre de amor, q[ue] el yerto suelo
vistes de los colores del Oriente,
sereno el cielo y quieto el viento ardie[n]te,
rota la nieue y desligado el yelo,
mientras al descubierto y raso cielo
pacen mus vacas yerua floreciente,
Tirsis, pastor de toros, humilmente
te esparce aquellas flores sin consuelo.
Y quanto puede te suplica y ruega,
con la voz y el espíritu cuytado,
que entienda el cielo su dolor estrecho.
Que Filis, por quien viue apassionado,
no le aborrezca tanto y desta ciega
ligadura de amor lo libre el pecho.
Soneto 13
Títiro, al assomar de dos hermosos
luzeros, con quie[n] haze amor temerse,
vi los ojos de Tirsis encenderse
y andar tirando amor rayos furiosos.
Espera Tirsis, y ellos con piadosos
pero falsos descuydos dexan verse;
arde Tirsis y ciega, y, sin valerse,
entran su alma enemigos engañosos.
¡Ay del estrago que el pastor cuytado
padeció sin razón mirando a Filis!
Oluida el prado y aun a sí se oluida.
Quéxase al cielo, y quéxase Amarilis
también al cielo, su pastor trocado,
sin esperança y con segura vida.
Soneto 14
Títiro, voy por esta solitaria
senda siguiendo mi fortuna sola;
que como el cielo pudo leuantóla
de muy cleme[n]te y ma[n]sa en muy co[n]traria.
Voy tan co[n]fuso y mustio, q[ue] ordinaria-
mente me llaman y me gritan: ¡Ola.
que se despeña tu ganado, Iola!
Yo lloro y sigo mi fortuna varia.
Tal es la deuda que a mis ojos deuo,
que con menos passión de la que passo
no pagaré la gloria que recibo.
¡Ay, yo la dexo y el aduerso caso
que se me da por enemigo nueuo,
sin ella quiere sustentarme viuo!
Soneto 15
Noche, q[ue], en tu amoroso y dulce oluido,
escondes y entretienes los cuydados
del enemigo día, y los passados
trabajos recompensas al sentido.
Tú, que de mi dolor me has conduzido
a contemplarte y contemplar mis hados,
enemigos agora conjurados
contra vn hombre del cielo perseguido,
assí las claras lámparas del cielo
siempre te alumbren y tu amiga frente
de veleño y ciprés tengas ceñida.
Que no vierta su luz en este suelo
el claro Sol, mientras me quexo ausente
de mi passión. Bien sabes tú mi vida.
Soneto 16
Quantas estrellas tiene el firmame[n]to,
la selua flores y el Euxino arenas,
tantas y más son, Títiro, mis penas,
si yo me entiendo con el mal que siento.
Bien es que la ocasión de mi torme[n]to
tiene principio de las más serenas
lumbres del cielo; mas de dos agenas
voluntades jamás viene contento.
Vos que miráis del puerto la torme[n]ta
y descubrís en su rigor el claro
norte que os hizo descubrir la tierra,
mirad mi luz, a quien el cielo auaro
con turbias nubes cubre, porque sienta
quánto mal haze, si vna vez se cierra.
Soneto 17
Solo, y callado, y triste, y pensatiuo,
huyo la gente, con los ojos llenos
de dolor y de llanto, los serenos
ojos huyendo que me tienen viuo.
Allá queda mi espíritu cautiuo
penando su passión; y ellos, agenos
de su primero amor, los bellos senos
humedecen, llorando su hado esquiuo.
Yo, que aguardé la luz de su belleza,
dentro del alma lleua el golpe fiero,
y allí me sigue donde voy su ira.
Gra[n] bie[n] quito a mis ojos; y el primero,
por quien llora mi alma su dureza,
es ver la pena que en su rostro mira.
Soneto 18
Este Enzélado altiuo pensamiento,
por otro atreuimiento derribado,
en este pecho, mongibel tornado,
tal fuego lança, que abrasarme siento.
Y sin memoria del soberuio intento,
por quien en vida viue sepultado,
tan furioso rebuelue mi cuydado,
que mueue guerra al estrellado assiento.
Padece el desdichado eternamente,
y padeciendo a libertad espira;
procuro de ayudalle lo que puedo.
Mas si miro mi cielo reluziente,
tales y tan ardientes rayos tira,
que como el triste pensamiento quedo.
Soneto 19
Camino por el mar de mi tormento
con vna mal segura lumbre clara,
falta la luz de mi esperança cara,
y falta luego mi vital aliento.
Lléuame la tormenta en el momento
por adonde viuiente no lleuara,
si rigurosamente no trazara
dar fin en vna roca al mal que siento.
Espántame del crudo mar inchado
la clemencia que tiene de matarme
y en el punto me gozo de mi muerte.
Caí; la mar, en auiéndome gozado,
y porque era matarme remediarme,
a la orilla me arroja y a mi suerte.
Soneto 20
Tirsis, la naue del cuytado Iolas,
hecha tablas, la buelca mar furioso;
cuerpo muerto y espíritu penoso
le train fiera Leucipe y fieras olas.
Dió mil vozes al cielo y escondiólas
crudo cielo en el manto tenebroso
de la callada noche; y el rauioso
Bóreas le apresuró la muerte a solas.
Salieron a la playa deseada
Lícidas y Damón, del mar echados;
oyéronle, mas no le socorrieron.
¡Ay, teme, Tirsis, la tormenta airada,
que en el lugar donde otros perecieron,
mal te pueden valer tus crudos hados!
Soneto 21
Tirsis, aquí donde los ojos bellos;
de tu Amarilis bella deshizieron
las turbias nubes, que otro tiempo fuero[n]
ira del crudo cielo y rigor dellos,
aquí me tiene amor de los cabellos,
forçando el alma y cuerpo, que se dieron
a enemigos estraños, que truxeron
nueua trayción para matar sin vellos.
Tal me tienen mis ojos engañosos,
dando camino al alma a mis contrarios,
que conozco mi mal y temo el daño.
Yo los trairé por valles solitarios,
entre salces y espinos escabrosos,
para pagar mi bien y ver su engaño.
Soneto 22
Ya quebradas prisiones, ya cadenas
reforçadas amor arrastra, en tanto
que, de tu sinrazón y de mi llanto,
tomas seguro para darme penas.
No son de menos fuerça las serenas
lumbres del cielo que idolatro, quanto
las ligaduras del furioso encanto
con que de mi sentido me enagenas.
No, amor, no dexaré tu real vandera,
menos que con la vida y alma triste;
cantaré donde fuere tu grandeza.
Dame seguro tú de vna firmeza
que vacila en mi daño, que, aunq[ue] muera,
no dexaré de amar lo que me diste.
Soneto 23
La blanca nieue y la purpúrea rosa,
que no acaba su ser calor ni inuierno,
el Sol de aquellos ojos, puro, eterno,
donde el amor como en su ser reposa;
la belleza y la gracia milagrosa
que descubren del alma el bien interno,
la hermosura donde yo dicierno
que está escondida más diuina cosa;
los lazos de oro donde estoy atado,
el cielo puro donde tengo el mío,
la luz diuina que me tiene ciego;
el sossiego que loco me ha tornado,
el fuego ardiente que me tiene frío,
yesca me han hecho de inuisible fuego.
Soneto 24
Este vital aliento que respiro,
que parece la vida que sustento,
quando, con presuroso y presto aliento,
el fuego ardiente que me yela espiro,
si fuera parte de mortal suspiro,
ya huuiera consumido mi tormento.
Fuego deue de ser, que yo lo siento
quando vencido de mi mal suspiro.
Las lágrimas ta[m]bién, q[ue] ardiendo vierto,
si son lo que parecen solamente
de elado fuego y abrasado yelo,
¿qué ordena tras mi graue pena el cielo,
si de los daños de mi estado incierto
alcanço el orden de mi mal ardiente?
Soneto 25
Ninfas, de los Arabios y Sabeos
olores de jazmín, acanto y nardos,
quaxad los aires y cubrid los cardos
destos lugares de sepulcros feos.
Después que derribaron mis trofeos
las prestas Parcas y los hados tardos,
no parecen los cielos, de mil pardos
turbios velos que quaxan mis deseos.
Quiera la magestad del que gouierna
la diuina y humana pesadumbre,
que adorne su beldad tu simulacro.
Dixo Damón, y oyó su endecha tierna
Iúpiter, y, tronando en la alta cumbre,
Iris resplandeció y el cielo sacro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario