lunes, 9 de febrero de 2015

FRANCISCO DE FIGUEROA [14.792]


Francisco de Figueroa

Francisco de Figueroa, llamado "el Divino" (Alcalá de Henares, c. 1530 - ibíd., c.1588), fue un poeta español del Renacimiento.

Estuvo en Italia como soldado y, como llegó a dominar la lengua toscana como la suya propia, escribió poesía tanto en italiano como en español y realizó estudios universitarios en dicho país. Sirvió a numerosos diplomáticos españoles, por ejemplo al embajador español en Francia, Perrenot de Granvela (1559-61); Antonio Pimentel de Herrera, sexto conde de Benavente y virrey de Valencia (c. 1567) y Carlos de Aragón y Tagliavia, primer duque de Terranova y príncipe de Castelvetrano (1578-79). En 1579 viajó por Flandes con este último. Como demuestra su editor y biógrafo Christopher Maurer, recorrió además Francia, Alemania y Valencia. Se especula que fue miembro de academias de Nápoles, Roma, Bolonia y Siena y se sabe que fue contino del rey Felipe II desde 1561, repartiendo su residencia entre la Corte y Alcalá, adonde finalmente se retiró, junto a su esposa, María de Vargas, con quien contrajo matrimonio en 1575. Se relacionó con los poetas y escritores más importantes de su tiempo, como Pedro Laínez y Miguel de Cervantes. El humanista Luis Tribaldos de Toledo editó su obra en 1625 en Lisboa, y la salvó así de perecer, ya que, según la leyenda transmitida por Tribaldos, Figueroa, como otro Virgilio, mandó quemarla poco antes de morir.

La trayectoria poética de Figueroa es muy personal, pese a inspirarse en la tradición estilnovista y petrarquista y su continuación garcilasiana, que lleva a su punto más alto; es nulo su parentesco con la lírica de Fray Luis de León, por más que se le haya solido situar dentro de la mal llamada escuela salmantina. Le influye poderosamente el neoplatonismo de León Hebreo. Miguel de Cervantes, alcalaíno como él, casi de su misma promoción y gran lector suyo, nos cuenta en su Galatea que en la obra de su coterráneo aparece Figueroa bajo el nombre de Tirsi y su amada bajo el de Filis. Cultivó la canción, la elegía y la glosa, aunque son los más recordados sus sonetos. Redactó además el epitafio de don Diego de Espinosa, presidente del Consejo Real y obispo de Sigüenza. Sus epístolas son también muy interesantes porque revelan la personalidad de un hombre culto y curioso, interesado por los problemas de lengua; entre ellas destaca la enviada en 1560 desde Chartres al humanista Ambrosio de Morales, en la que se diserta sobre cómo hablar y pronunciar el castellano. También hay huellas clásicas en su poesía, como la de Horacio en su canción Cuitada navecilla.

Entre 1911 y 1943, cuando Ángel González Palencia publica una nueva edición de los versos de Figueroa, se agregan a su obra alrededor de 75 poemas atribuidos en manuscritos de Italia y de España, muchos de ellos recopilados por primera vez por Ramón Menéndez Pidal de los cartapacios de la Biblioteca de Palacio. Basándose en nueva información biográfica y textual, Maurer realiza en 1982 y 1988 una operación de poda, excluyendo 107 poemas atribuidos a Figueroa de modo poco firme en los manuscritos e impresos. La edición de Mercedes López Suárez, de 1989, vuelve a añadir a la obra de Figueroa el texto de varios de estos poemas desechados.

Obras

Obras, Lisboa: Pedro Craesbeeck, 1625.




Blanco marfil, en ébano tallado...

Blanco marfil, en ébano tallado;
suve voz indignamente oída;
dulce mirar -por quien tan larga herida
traigo en el corazón- mal ocupado.

Blanco pie por ajeno pie guiado,
oreja sorda a remediar mi vida,
y atenta al son de la razón perdida,
lado -no sé por qué- junto a tal lado;

raras, altas fortunas, ¿no me diera
la Fortuna cortés durar un hora
de alto bien desde vos reparte

o el sol, que cuanto mira, orna y colora
no me faltara aquí, porque no viera
un sol más claro en tan oscura parte?







Esta niña se lleva la flor...

Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no! 
Esta niña hermosa 
cuyos rizos son 
la cuna en que el día 
se recuesta al sol, 
cuya blanca frente 
la aurora nevó 
con bruñidos copos 
de su blanco humor. 
Pues en cuerpo y manos 
tal mano le dio 
de carmín nevado 
cual nunca se vio. 
Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no! 

Arcos son sus cejas 
con que hiere Amor, 
con tan linda vista 
que a ninguno erró. 
Canela y azúcar 
sus mejillas son, 
y quien las divide, 
de leche y arroz. 
No es nada la boca, 
pero allí encontró 
sus perlas la aurora, 
su coral el sol. 
Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no! 

No lava la cara 
con el alcanfor 
porque avergonzado 
de verla quedó. 
Y en sus descuidillos 
siempre confió 
como en los cuidados 
de mi tierno amor. 
Pues si canto, canta, 
llora cuando yo, 
ríe cuando río 
y baila a mi son. 
Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no!







Partiendo de la luz, donde solía...

Partiendo de la luz, donde solía
venir su luz, mis ojos me han cegado;
perdió también el corazón cuitado
el precioso manjar de que vivía.

El alma desechó la compañía
del cuerpo, y fuese tras el rostro amado;
así en mi triste ausencia he siempre estado
ciego y con hambre y sin el alma mía.

Agora que al lugar, que el pensamiento
nunca dejó, mis pasos presurosos
después de mil trabajos me han traído,

cobraron luz mis ojos tenebrosos
y su pastura el corazón hambriento,
pero no tornará el alma a su nido.







Perdido ando, señora, entre la gente...

Perdido ando, señora, entre la gente,
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida:
sin vos, porque no sois de mí servida;
sin mí, porque no estoy con vos presente;

sin ser, porque de vos estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin dios, porque mi alma a dios olvida
por contemplar en vos continuamente;

sin vida, porque ya que haya vivido,
cien mil veces mejor morir me fuera
que no un dolor tan grave y tan extraño.

¡Que preso yo por vos, por vos herido,
y muerto yo por vos d'esta manera,
estéis tan descuidada de mi daño.




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