martes, 23 de septiembre de 2014

MAR ALZAMORA-RIVERA [13.424] Poeta de Panamá



Mar Alzamora-Rivera

Panamá, 1,981. Contrabajista, poeta y animadora sociocultural. Su obra ha sido publicada en la revista virtual costarricense Las Malas Juntas, en la Audioteca de Poesía Contemporánea y La Raíz Invertida en Argentina, Editoral Literal en México y Revista Cultural maga de Panamá. Su libro «El día que no tuvo noche» fue ganador de la Mención de Honor del Concurso Nacional de Poesía Joven, Gustavo Batista Cedeño 2011, organizado por el Instituto Nacional de Cultura y dirigido a poetas panameños menores de 35 años. Pertenece al Comité Organizador del Festival de Poesía Internacional Ars Amandi y además es curadora del blog Afinidades Electivas-Panamá.
Desde el 2008 es co-directora y co-productora del colectivo musical paisaxe. Amante del yoga, el cine, los atrapasoles y los gatos.



"¿Cuánto le toma a la luz de la luna
alcanzarnos? - Sólo un segundo
¿Y al sol? - Ocho minutos
¿Entonces no vemos las cosas en el 
instante que las miramos? No, esa
es la trampa. El presente no existe, quizá
el presente más próximo sea 
el que se encuentra en nuestra mente"
Gaspar Galaz


Eterno retorno

El tiempo sólo regresa en la casa
del ferrocarril,
en los días con sudor de aguardiente,
bajo el móvil que colgaba
del cuello de la estufa.

Todos se mudaron lejos,
y yo volví a casa.
Allí las horas se pudren
y rompen
en las manos de otro hombre.

A veces las voces del desierto
crecen como espuma,
se convierten en historias
de fantasmas,
como los huesos de Atacama.

Esta ciudad nos persigue.
Nos paraliza.
Somos, sin saberlo,
gajos de otros cuerpos,
apenas escombros.

Debemos volver.
Me niego a convertirme en
el eco de estos días:
escupitajos de vacíos y murallas.
En estos tiempos,
quedarnos sería la muerte.

---
Tomado de Apresurada cicatriz, instantánea de poesía centroamericana. Primer Edición en México, Julio 2013. Proyecto Literal





Fractura

Cuando cierres la puerta
y me dejes aquí
como campo de batalla malherido,
abierta: Yo,
con los cadáveres del tiempo
   arrimados a mi pecho,
con la sangre derramada
   de la huida,
con tu voz que me llama
   desde un corazón en guerra,
llegaré a deshora.

No mires hacia atrás.

No nombres este cuerpo.

(El mar que nos unió)




Café da manhã I

El silbato sonará irremediablemente cuando los zapatos de tacón rompan el viento y de eso lo importante nunca será que me vaya o me quede, sino que los paraguas negros goteen la posibilidad de un estornudo antes del golpe.

Pronostico una simbiosis resumida en una foto y varias botellas vacías. Esa palabra se convertirá en años, igual que un cuerpo adicto al vértigo. Del que huye no sabremos nada, como es costumbre.




Mayo

A veces esta lluvia trae consigo imágenes, bajo llave, olvidadas:
un cielo de matices naranjas,
los ojos alegres de la polaroid.

Trato de no ser eso engavetado
que no se comparte y muere,
aún intentando.




Antipajareo

Desde anoche empecé a creer que los pájaros se llevan las cosquillas de las fotos felices, los sombreros de fiesta, las sonrisas temporales y después se sientan en los postes de luz a cagar en el viento los recuerdos.

He decidido dejar de echarle la culpa a las fotos y los diarios: bien puedo matar a los pájaros o aguantarme la desazón de la melancolía.

Hoy me regalé un vestido de espantapájaros.





Sin retorno

Nadie habla de la posibilidad de perderse. A la vuelta de la esquina la esposa puede decidir no volver jamás. Al cruzar el puente, la idea decide cambiar de concha. Una mirada se pierde de la ceja al ojo. Las palabras se deshacen entre los dientes, igual que una noche de amor  Silencio  Yo nunca me enteré de que podía perderme porque siempre abrí mi tiempo con boletos de ida y vuelta, tiempo rotatorio, allí donde estabas vos; si pasó fue en los viajes que hicimos cada cual por su lado, para luego volver a encontrarnos. Por eso no partí más allá, pretendía seguir jugando cuatro esquinas. Sospecho que donde más pasa es en las fronteras: se deja un poco de memoria en los audífonos, se padece de olvido, se tumba uno al lado de una mujer con reuma y caderas de barco  El calor  La lluvia  Las maletas en la aduana. Y allí, después de tanto evitarlo, cuando me volteé a comprar horas volcánicas, te me escapaste entre canciones tristes. Silencio… Vienen en caravana la nostalgia que corroe, las despedidas deshonestas, el beso de la cobardía y el gran e indiscutible vigor de la distancia. Después de que nos perdimos, nadie habla de eso: de los celos soleados, del silencio egoísta, de la puerta 11, del jarrón de papel, de la Alonso resucitando durante la siesta, del amor con espinas, de la última noche, de las lunas rotas.

Nadie habla de eso, pero hoy les quema la pérdida.





Salvaturas

Ya lo he dicho: Quiero salvarme, como la mujer de fábula que a veces coincide conmigo. Salirme de todas las voces y volverme algo más que un pasatiempo, más que la ficción. Alguien que se inventa sobre una almohada, e imagina de qué color será el mañana.





el día que no tuvo noche

Nadie habla de la posibilidad de perderse, nos dice Mar en el verso inicial de su primer libro, El día que no tuvo noche. Y uno se pregunta, a partir de esa sentencia, por qué nos atrevemos a tan poco. ¿No será que quizás el asunto sea al revés y, estando ya perdidos, no atinamos a modular palabra alguna sobre la posibilidad de encontrarnos?

Confieso que me inclino, en mi lectura, por esta segunda interrogante y me digo que una de las pocas formas de hallarnos profundamente es la poesía. Adentrarse en ella es adentrarse en nosotros, y es una cosa que muchos intentan pero que pocos logran, y no porque sea un asunto de iniciados, sino porque supone el acopio de un haz de valentías que se nos da con muy poca frecuencia.

A ratos hay que desnudarse de la forma más descarada y descarnada, hacer un estriptís voluntarioso luego de confrontar los miedos y sobrevivir los desencantos. No menos veces hay que dar cuenta de un anecdotario personal que, por más que lo diluyamos en el sentir y en el pensar de personajes imaginarios, nos delata, porque lo que estos dicen está indisolublemente ligado a nuestra biografía. Es decir, si esto último hiciéramos, por algún lado la costura del poema se rompe y quedan expuestas nuestras propias vísceras, y ya taparse un seno o el pubis viene a ser lo de menos, porque lo que mostramos es la dulce y amarga, la dolorosa y esperanzada, la latente e ininteligible corrosión o ascensión de nuestro espíritu en disputa o armonía con las circunstancias, emocionado hasta la médula, anegado en sangre.

De modo que lo primero que hay que celebrar en el poemario de Mar es ese haz de valentía que lo ha detonado y caracterizado. Luego, por supuesto, la grata música con la que la autora le ha dado forma a este cuerpo de 27 poemas que son testimonio de una travesía en la que ella, hablante lírica en este caso, se ha medido frontalmente con sus miedos: el mayor de todos ellos, el miedo a la muerte. Miedo éste que es el único que en realidad nos atenaza y nos lleva al límite.

Recordar, siguiendo a hurtadillas a Eduardo Galeano cuando celebra la semántica de este verbo, es volver a pasar por el corazón. Así las cosas, en su miedo a padecer los estragos del olvido, que es una forma de muerte, Mar ha querido recordar y recordarse, desnudarse ante nosotros al ritmo de una música de cabaret místico para contarnos, en su catarsis, un mundo de goces y desasosiegos amorosos.

Su canto es hermosamente mujer, abiertamente nostalgia, sensualmente temblor. Ya lo verán ustedes en cada palabra resonando entre la altivez y la ternura, el triunfo y la derrota. Ya lo sentirán en los matices de una confesión sin penitencia, hecha despacio, verso a verso, página a página. Ya bailarán, a son de ojo, su tango absoluto, bajo el ronroneo rebelde de su contrabajo poético. Niña y amante lacerada por el fragor de las despedidas, heroína vengada de sí misma y de los otros en los golpes de arco que ha dejado caer en las cuerdas graves de su instrumento, ella las ha forzado a vibrar y a convocar las notas musicales de la comunión: Dinámica memoriosa en la que lo alguna vez amado resurge:

Hoy desperté pensando en lo interminable y/ se hizo infinito el silencio. Lo interminable, lo infinito, lo silencioso. En medio de esas tres abstracciones se halla el ser concreto que alguna vez amó; uno o muchos, poco importa. Pero amado sin duda en esos contextos alucinados en los que No existió la noche/ porque perdimos los ojos./ (Y) Pasaron varias horas/ sin saber en qué voces/ habíamos danzado. Figuras edípicas las de estos versos en el sentido de que, tras la falta o en medio mismo del escollo, se arrancarían los ojos por designio del Oráculo, quedando a expensas de unas voces desconocidas que, sin embargo, sostenían y guiaban a los dos ciegos en los cortejos de la danza. ¿Ceguera apasionada del amor? ¿Pérdida de la visión a consecuencia de los zarpazos de la ira? ¿En realidad destino inexorable en el que la ceguera de la pasión se torna en lesión incurable de amantes fatales? Que cada quien responda según su lectura.

Si tuviéramos que asignarle un tempo musical a este primer libro de poemas de Mar Alzamora, yo diría que es un Adagio compuesto a contraluz. En esa región de claroscuros en la que se gestan las melodías más intensas y entrañables de la vida. Sí, el suyo es un Adagio en que se piensa y se siente; se imagina y se recuerda; se danza y se deja de danzar tras la señal terminante de un pizzicato misterioso.

Los versos de El día que no tuvo noche han sido escritos en una zona de encrucijadas en donde no queda más remedio que decidir, dejar atrás, tomar nuevos rumbos. Son la mímesis obligada de la experiencia misma, epílogo del desgarramiento que comete la distancia, prólogo del salto hacia adelante que el ritmo de la existencia te obliga a dar.

Veo en estos versos a una mujer que se ha arrancado la piel más que los ojos, que ha generado diálogos con lo ausente, y evocado e invocado presencias que tal vez jamás acudan a su llamado. Viuda cicatrizada o cicatrizando o virgen incandescente entre los remolinos de su soledad, cela y reclama lo suyo, para cuando el hombre y el mundo se despierten a sus espaldas: Quizás el motivo de nuestra soledad/ es una roca que jamás alza vuelo./ Debería ser dictadora y alejar a tus visitantes,/ esconderte en mi bolsillo cuando amanezcas.

Debajo del inquietante sello inviolable de sus palabras, hay un volcán a punto de erupcionar: Hoy desnudé tu guitarra/ y mis versos./ Me quité los ojos;/ los lancé al mar. Estallado el volcán, encima de los escombros, hay una nube blanca. El volcán parió su infierno, nos dice, sepultó todos los caminos: Pero un día,/ meu carinho./ Un día diremos mañana.

Extrañamente luminiscentes en su nocturnidad, los poemas de El día que no tuvo noche han sido amparados bajo un título truculento, que viene a ser la antítesis de su contenido. A confesión de partes, el relevo de pruebas que lo incriminan. Es decir, los poemas son noches que no tienen día. Y se acercan más a este verso de Gerbasi que a la claridad que pregonan: Venimos de la noche y hacia la noche vamos… Pero, qué más da, el día está de por medio, y el amor, como un pequeño dios, los salva.

Salvador Medina Barahona
2 de octubre de 2013, Alianza Francesa de Panamá








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