Ingrid Tempel
(Montevideo, Uruguay, 1947), construyó casi la totalidad de su obra en el extranjero. Después del golpe de Estado de 1973 vivió en Buenos Aires y Caracas, hasta radicarse definitivamente en París en 1983. Allí trabaja como periodista en el Servicio en castellano para América Latina y España de la Agencia France-Presse y es corresponsal del Suplemento Cultural del diario el El País de Uruguay.
Ha publicado cinco poemarios: Marea baja (Edic. de la Banda Oriental, Montevideo, 1985), Sonrisa al fondo del agua (Edic. Trilce, Montevideo, 1990), Rituels et labyrinthes / Rituales y laberintos, bilingüe francés-castellano con traducción de Pierre de Place (Editions La Porte, París, 2003), Exorcismos (Edit. Artefato, Montevideo, 2005) y Persiguiendo mariposas carnívoras (Edit. Estuario, Montevideo, 2005). Sus poemas también integran las antologías Palabras de mujer (Linajes Editores, México, 2000), Lejos del origen / Loin de l’origine, bilingüe francés-castellano (Editions La Porte, París, 2006) y El País Latinoamericano, Antología de escritores latinoamericanos en París (Ediciones Indigo, Paris, 2006).
Algunos de sus cuentos fueron publicados en el Uruguay y la Argentina por el diario El País, Cuadernos de Marcha y Página / 12. En 2007, la revista francesa Vericuetos incluyó su artículo Omar Prego y la novela del desexilio uruguayo en la compilación Los nuestros en París.
Casas abandonadas
Me pregunto quién habita ahora las casas que abandoné
luego de llenarlas de besos, aromas y canciones
erigiendo un tótem invisible en la puerta de cada refugio.
He instalado mis posesiones en un nuevo territorio
violando quizás recuerdos ajenos
mientras los amantes de mis predecesores
son esas sombras que perturban mi descanso
cuando los rumores de la ciudad se detienen
y otro fracaso me derriba temblorosa
con los ojos irremediablemente abiertos
a la tentación de otras fugas.
Persiguiendo mariposas carnívoras
Sonreímos aunque atravesemos la vida con heridas incurables
y las mariposas carnívoras que guían nuestra errancia
dibujen un recorrido caprichoso en la tibieza vespertina.
A veces basta una frase
para recordarnos un sufrimiento antiguo
mil veces negado y suprimido
asfixiado en las insomnes madrugadas solitarias
como si por un curioso desdoblamiento
fuésemos la mujer que se mira a sí misma
desde ambos lados del espejo
gritando
con las manos crispadas en la superficie mágica del dolor.
A partir de ese descubrimiento somos ella y la otra
la que se niega a vivir su duelo
y la que lo vomita muy a su pesar
en el enfrentamiento permanente en que Eros y Tanatos
se disputan nuestra supervivencia.
Voyage à la mémoire
Dans la distance elle a recomposé nos territoires
et sans reconaître la mort qui dans sa poitrine
avance inexorablement.
elle a tenté de me fléchir une fois encore.
Mais de ce duel de volontés personne ne sortira vainqueur
el lorsque je serai partie
les chats faméliques envahiront la maison abandonnée
ignorant que la sorcière insatiable
pourrit lentement au bord de la mer.
Cuisinière qui dans ton ignorance t'es blindée de haine
appelle-moi pour que la nuit je fasse fuir tes bouchers
convoque-moi quand la terreur t'empêche de te défendre
mens-moi même si tu ne reconnais jamais
qu'au-delà des brefs plaisirs quotidiens
tu n'as jamais osé défier ta religion.
Moi qui ai enfreint tous les tabous
et gardé congelée la mémoire de la douleur
Je suis venue de loin pour te pardonner
avant que la mort ne close pour toujours
ta bouche sans pitié.
Exorcismos, de Ingrid Tempel
Alfredo Fressia
La montevideana Ingrid Tempel es conocida de los lectores de este suplemento por sus excelentes artículos y entrevistas que manda desde París, donde reside desde 1983 y donde trabaja además como periodista en el servicio español de France Presse. Tempel tuvo que dejar Uruguay en 1973, después del golpe de estado. Antes de instalarse en Francia vivió dos años en Buenos Aires y ocho en Caracas. Comparte así su itinerario existencial con toda una generación de uruguayos que vieron sus vidas partidas, que continúan aun hoy, en democracia, sin derecho al voto, pero no renuncian al país que se confunde con su propia identidad, ni a su idioma.
Hasta ahora la obra poética de Ingrid Tempel en español comprendía Marea baja (1985) y Sonrisa al fondo del agua (1990). En francés, su bibliografía incluye Rituels et labyrinthes (París, 2003). Por otro lado, poemas suyos también integraron la antología Palabras de Mujer (México, 2000).
El poeta Horacio Xaubet, en el prefacio del presente Exorcismos (Artefato, Montevideo, 2005), señala en la evolución de la obra de Tempel un desprenderse de la nostalgia por su país natal, que en el segundo libro comparecía con una Montevideo identificada a un “gran camposanto/ velado desde lejos”. Lo que queda en Exorcismos, un libro que exhibe una cincuentena de poemas organizados en tres partes, “Amores”, “Duelos” y “Exilios”, es menos la nostalgia personal, el testimonio sentimental de una primera persona, y más la herida trágica del exilio, ese principio de destrucción para cualquier biografía:
“Una corriente helada llega del norte
anunciando el otoño y una nueva migración
a la que llego con poco equipaje:
fantasmas que cruzaron el Atlántico conmigo
para recordarme que una mujer dormita en mi cuerpo
cuando los alaridos de la violencia cotidiana
descienden a un murmullo fugaz
y los crujidos de las casas que abandoné
se incrustan en mis huesos”
(“Otoño en Greenport”).
Tal vez estos mismos versos citados revelen también la parte frágil de la poesía de Tempel: su locuacidad excesiva. Por un lado, su frase parece negarse a otro orden que no sea el de la sintaxis canónica, y por otro, esa frase de Tempel se vuelve a veces arborescente, casi hasta el agobio, como impelida a no dejar escapar sus sucesiones de complementos, sus segmentos más explicativos. Es decir, se le puede reprochar a esta poesía la desconfianza frente a la capacidad del lector, como si la poesía no resultara de dos inteligencias, la de un discurso en el mismo instante en que es captada por la inteligencia del receptor. Tempel no siempre crea ese espacio constitutivo de toda real poesía, en que el poeta debe callar para que el lector haga su parte.
Pero es posible que este reparo se explique dentro de otra lógica. Obsérvense estos fragmentos:
“Los exiliados se aferran a la memoria
porque el dolor es la única forma de continuar existiendo”
(“Dogmas”)
“los himnos que murmuramos
luego de tantas emigraciones
nos recuerdan la vergüenza
de haber sobrevivido a una era atroz”
(“Los ecos del silencio”)
“Anoche soñé que volvía a la casa de mis padres
cuando mi cuerpo no era todavía
esta prisión que me acompaña por el mundo”
(“Anoche soñé”).
Ese himno, literalmente desesperado, que se construye entre exilio, prisión y vergüenza puede pedir un lenguaje que cubra al mundo de palabras, que busque en su máquina infinita el movimiento que haga la vida tolerable, aun si con eso se hiere a la poesía, que, como los exorcismos, también se destina a garantizar una sobrevivencia. Hay un límite en la pérdida, a partir del cual sólo nos resta el lenguaje, y es el lenguaje el que nos permite reconstruirnos.
Es una hipótesis posible para explicar esa ansiedad denotativa del idioma de Tempel, que lleva a que algunos de estos poemas puedan ser transpuestos en el registro plano de la prosa. La supresión de la espiralidad del poema, en principio porosa y llena de significados, no parece alterar el tejido del sentido: el exorcismo estaba de todos modos consumado.
Sin embargo, la mejor poesía de Tempel se encuentra en aquellos textos que admiten la parte de silencio que hace resonar a la poesía. Son poemas con versos como estos, de “Alter ego”:
“(…)Pero no hay alcohol que borre estos recuerdos:
la memoria es un verdugo cortés que pide permiso
para desgarrar tus madrugadas
quebrando el esplendor de una pesadilla
con rugidos de tanques y monstruos vestidos de uniforme.
Ahora los días transcurren apaciblemente
aunque los niños que claman a medianoche
reabran viejas heridas
y otra ciudad sea bombardeada en primavera.”
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