miércoles, 6 de agosto de 2014

LUISA PÉREZ DE ZAMBRANA [12.708]



Luisa Pérez de Zambrana

Luisa Pérez y Montes de Oca pasó a la historia con el apellido de su esposo, por eso se la conoce como de Luisa Pérez de Zambrana. Fue unan poetisa cubana de marcado acento elegíaco.

Luisa Pérez de Zambrana nació en la finca El Melgarejo, cerca de las minas de El Cobre, Santiago de Cuba, el 25 de agosto de 1837. Bautizada Luisa Pérez y Montes de Oca, "perdió" el apellido materno al casar con el renombrado crítico literario, intelectual y promotor cultural Ramón de Zambrana. Huérfana de padre tempranamente, se mudó con su familia a la ciudad de Santiago donde se dio a conocer como poeta. Al casarse se estableció en La Habana.

Es una de las poetisas de las que se dice «nació con el don de la poesía» y está considerada entre las mejores de Cuba e Hispanoamérica. Su padre era originario de las Islas Canarias. A la edad de 14 años compuso su primer trabajo literario y sus versos, que recogió en un cuaderno publicado con la ayuda de los intelectuales que la rodeaban -y admiraban su poesía- en Santiago.

El libro dio la vuelta a la Isla, y ya en La Habana, el intelectual Don Ramón Zambrana quedó prendido de su obra, yendo a Santiago de Cuba para conocerla y comprometerse con ella, una vez que la conoció por una foto, para luego llevársela a La Habana. Por sus grandes dotes poéticas y su gracia y finura, Luisa fue elegida para coronar a la gran Gertrudis Gómez de Avellaneda en el Teatro Tacón en 1860.

Contrajeron matrimonio en 1858 y tuvieron cinco hijos pero a los ocho años de casada quedó viuda. Más tarde murió su hermana Julia, también poetisa, y vio a morir a sus cinco hijos. Esto tuvo consecuencias tanto en su estado de ánimo como en su obra. A causa de que su vida estuvo marcada por la presencia constante de la muerte, ya que perdió a su esposo y a sus cinco hijos paulatinamente entre 1886 y 1898, su obra estuvo llena de sensibilidad, melancolía, pasión y ternura, con reflexiones religiosas y de toque filosófico sobre la muerte: estas dos últimas características se dan a notar en sus elegías. En el año 1918, recibió un homenaje por parte del Ateneo de La Habana y posterior a esto apareció una nueva edición de sus poesías con prólogo de Enrique José Varona quien la bautizó como «la más insigne elegíaca de nuestras líricas». Fue fundadora del Liceo Artístico y Literario de Regla. Sus obras fueron premiadas en los selectos Juegos Florales de la ciudad de Madrid. Entre dichas obras se encuentra el libro de oraciones llamado Devocionario, La vuelta al bosque, Dolor supremo, Martirio. De ella dijo José Martí: «se hacen versos de la grandeza, pero sólo del sentimiento se hace poesía».

Muerte

Vivió sus último años en el municipio habanero de Regla, donde murió el 25 de mayo de 1922.




MI CASITA BLANCA

En medio de esta paz tan lisonjera
que nunca turba doloroso invierno
no sé por qué de mi alma se apodera
siempre un recuerdo pesaroso y tierno.

Un recuerdo tan grato como triste,
que convida a llorar, pero no abruma,
un celeste recuerdo que se viste
de aromas, de celajes y de espuma.

Que trae de un bosque la amorosa sombra,
que trae de un río el cariñoso ruido,
cuyo rumor dulcísimo me nombra
algún pasado que me fue querido.

No sé si es sueño; nero entonces creo
conocer el murmullo de la ola,
y entre las ramas levantarse veo
mi casita de guano, blanca y sola.

¡Oh mi verde retiro! quién pudiera
ver otra vez tus deliciosos llanos,
y quién bajo tus álamos volviera
como antes a jugar con mis hermanos.

Y ver mi lago de color de cielo
donde yo con mis pájaros bebía,
mi loma tan querida, mi arroyuelo,
mi palma verde a cuyo pie dormía.

Mis árboles mirándose en el río,
mis flores contemplando las estrellas,
mis silenciosas gotas de rocío
y mis rayos de sol temblando en ellas.

¡Oh mi casita blanca! recordando
el tiempo que pasara sin congojas,
viendo correr el agua y escuchando
el himno cadencioso de las hojas,

he llorado mil veces; que allí amaba
una rama de tilo, un soto umbrío,
un lirio, un pajarillo que pasaba,
una nube, una gota de rocío.

¡Oh mi risueño hogar! ¡oh nido amado!
lleno de suavidad y de inocencia!
que en tu musgo sedoso y azulado
se deshoje la flor de mi existencia.

Y cuando llegue entristecida y grave
la muerte con las manos sobre el pecho,
mire vagar como un celaje suave
el ángel de la paz sobre mi lecho.

Y al cerrar mis pupilas dulcemente
que vaya la virtud sencilla y pura
a apoyar melancólica la frente
en la cruz de mi triste sepultura.





DULZURAS DE LA MELANCOLÌA

¡Pensativa deidad! ¡cómo diviso
tras ese velo de dolor amable
que tu semblante angelical esconde,
la adorable expresión de tu dulzura,
el suave brillo de tus ojos tristes,
tu mirada dulcísima y sombría
y en tu sonrisa compasiva y pura
la celeste bondad. ¡Melancolía!

¡Virgen que bajas de la luna triste,
y que llevas, con lágrimas del cielo
humedecidas las pupilas bellas!
en todas partes pálida te miro,
en el aire, en el éter, en el suelo,
entre las sombras de la noche grave,
en la luz de la luna, en las estrellas,
del viento gemebundo en el suspiro,
en el cantar armónico del ave,
y más que en todo, en la callada hora
en que el sol va ocultando sus fulgores
cuando plegan los céfiros sus alas
y bajan a dormir sobre las flores.

¡Es tan hermoso ver bañado el pecho
de blanda y celestial melancolía,
eclipsarse del sol el rayo de oro
con el postrer crepúsculo del día!
¡Es tan dulce mirar cómo derrama
allá en la cumbre de elevada sierra,
el genio grave de la noche augusta
su cabellera azul sobre la tierra!

¡Es tan grato mirar en el silencio
y en la tranquila soledad del campo
cómo destila en luminosas hebras,
rasgando los blanquísimos celajes,
su luz de perla la callada luna
entre el húmedo azul de los ramajes!

Tú respiras allí, Melancolía,
allí en silencio meditando vagas
y derramando por doquier que flotas,
dulce, embelesadora poesía,
en vago encanto el corazón embriagas.

En esa hora de quietud inerme
en el trémulo rayo de la luna
bajas del cielo blanca y fugitiva,
y en el aire que duerme,
velada por la sombra que en tu rostro
las alas de los ángeles esparcen,
te meces vaporosa y pensativa.

Y yo sigo tu vuelo entristecido,
porque tú sabes suavizar las penas
y del doliente corazón herido
los sufrimientos y el dolor serenas.

¡Oh Virgen ideal! ¡Melancolía!
en tu santa y poética tristeza
pueda siempre decir en lo futuro
mientras doblo en tu seno mi cabeza
y descienden las gotas de mi llanto:
“de la amable ilusión perdí el encanto,
pero hallé de la paz el bien seguro.”




HORAS POÉTICAS

La tarde asoma la diadema triste,
mueve la brisa con amor sus alas,
y montes y colinas a lo lejos
se ven en apacible ondulación.
Sobre las yerbas en silencio llueve
sus cristalinas perlas el rocío
y a recoger tan delicioso llanto
su cáliz abre con placer la flor.

Los crepúsculos vagos que la ciñen,
la estrella virginal que la corona,
y los celajes que en su frente velan
la aureola magnífica del sol;
del lago inmóvil los espejos tristes
que reproducen la sublime escena
¡cómo en profundo y religioso encanto
llevan el alma a meditar en Dios!

De esbeltas palmas ondulantes líneas,
de árboles verdes majestuosas calles
y altas colinas que parecen sombras,
o islas de misterio y soledad,
se retratan allá en el horizonte
o en el seno profundo de los mares,
cuyos vastos extremos se confunden
figurando una misma inmensidad.

Del mar se pierde la asombrada vista
en la brillante majestad serena,
cuyas inquietas y lucientes aguas
tocar parecen la región del sol.
Y en la infinita magnitud del éter
y en la bella extensión del océano
confundida la atónita mirada
flota en mares de luz y tornasol.

Con el manto de estrellas, y la luna
como un topacio en la divina frente,
aparece la noche derramando
melancólicas lágrimas de amor.
La reina de la pálida corona
al trono sube pensativa y casta,
y al mundo baña en celestial tristeza
su amable y sosegado resplandor.

Al verla enamorado y halagüeño
como un manto de trémulos diamantes
desplega el mar sus deslumbrantes olas
para ofrecer espejos a su faz.
Y ella sonriendo, la amorosa seda
deja de sus poéticos celajes
para mecerse en las azules ondas
de luciente y purísimo cristal.

¡Oh, cuánta deliciosa analogía
existe en estas horas ideales,
en esta lobreguez, este silencio,
en este mar de encantadora paz,
con las profundas emociones dulces
que rebosa mi seno conmovido,
con la ternura espiritual de mi alma,
con el llanto que corre por mi faz!

Pues el brillo dudoso de la tarde
o al pálido lucir de las estrellas,
¡cómo en celeste arrobamiento el alma
medita grave y recogida en Dios!
Y cómo anhela sumergirse entonces
en el azul y transparente cielo
para postrar la deslumbrada frente
y mirar de rodillas su esplendor.





SONETO

Dicen que cuando cubre la pureza
una frente de virgen con su velo
suaves miradas le dirige al cielo,
y le dan las estrellas su belleza.

Pero si el vicio mancha su limpieza
vertiendo en ella su funesto hielo,
levanta el ángel de su guarda el vuelo
y Dios torna a otro lado la cabeza.

Yo en el mundo soy joven y soy pura;
Divino Salvador, Dios poderoso,
contémplenme tus ojos con ternura.

Y que el ángel me guarde cuidadoso,
pues cayera a tus pies agonizante
si Tú al verme volvieras el semblante.




A OSSIAN

¡Umbrosas soledades! ¡desiertos misteriosos!
en que las hojas tristes gimiendo siempre están,
¡colinas desoladas! ¡cipreses temblorosos!
donde llora la musa dulcísima de Ossián.

Haced que en los celajes de aljófar del ocaso,
su sombra melancólica contemple aparecer,
y pálida, doliente, con inseguro paso,
al bosque de los túmulos la mire descender.

Que allí la encuentra siempre la luna peregrina
cuando los altos tilos empiezan a platear
y hablando con las sombras de Oscar y de Malvina,
el alba cuando sale diamantes a llorar.

¡Oh bardo de las tumbas! tus lúgubres pesares
mi espíritu arrebatan con mágica atracción;
pues son tus nebulosos y olímpicos cantares
portentos de tristeza, de encanto y de pasión

El ángel de la muerte segó la dulce vida
de Oscar, el hijo invicto, tu gloria y tu ilusión,
y el inmortal lamento de tu alma adolorida
aún suena en Caledonia con honda vibración.

Malvina, el cisne herido, con los cabellos de oro
flotando sobre el rostro helado y sin color,
es ¡ay! de aquel sepulcro que inunda con su lloro,
la estatua, la escultura, el ángel y la flor.

Visión divina y pálida, celeste y dulce astro,
que lleva traspasado su virgen corazón,
paloma solitaria de nítido alabastro
sobre la esbelta cúpula de negro panteón.

Y al fin, sobre tu seno, el lirio del semblante
para jamás alzarlo doliente reclinó,
en tanto que un gemido inmenso y vacilante
de Escocia, en las salvajes montañas, sollozó.

Las aves, en su losa, sobre las ramas bellas
detienen lastimadas el vuelo desigual,
y en hilos silenciosos las pálidas estrellas
desatan de su llanto el triste manantial.

Las lágrimas enlutan con perdurable velo
de tu mirar profético el húmedo turquí,
se nublan a tus ojos los ópalos del cielo
y sus luceros de oro se apagan para ti.

Los bardos no repiten tus quejas inefables,
callados te contemplan con trémula inquietud,
mas ya las cuerdas buscan tus manos venerables
y en inmortales lágrimas se exhala tu laúd.

¡Estrella inmensa y triste del cielo de la Historia!
mi alma te erige un templo de apasionado amor,
que llevas en tu manto el llanto de la gloria,
y llevas el bautismo sagrado del dolor.

¡Oh Dios grandioso y solo, oue estás en el santuario
con el sublime plectro en la mano inmortal!
el cielo, es a tus ojos un manto funerario;
mas llevas en tus sienes el mundo sideral.

Tu genio excelso imita, sobre la tumba oscura,
un sol gigante de oro que el mundo ve brillar;
los siglos se desploman, y eterna tu figura
se eleva inmarcesible sobre el divíno altar.

¡Oh gran entristecido! ¡Oh celestial poema
de azules paraísos, de ensueños y de luz!
Yo beso, sollozando, tu tétrica diadema
y las inmensas lágrimas que tiemblan en tu cruz.




LA TUMBA DE MARTI

A DULCE MARIA BORRERO DE LUJAN

Hay un sepulcro con un nimbo de oro
y allí enjugando su divino lloro
un arcángel en pie,
baña la santa losa ardiente y bella
de una radiante y solitaria estrella
la móvil brillantez.

¿De quién guarda esta tumba la memoria?
Aquí, bajo el sudario de la gloria
duerme un Rey inmortal,
rey de los pensamientos insondables
que tornó en certidumbres inefables
su grandioso ideal.

El genio errante, pálido y sin calma,
que sintió en las tinieblas de su alma
estremecerse un sol,
y sintió por sus sueños abrasada
nacer alas gigantes y estrelladas
en sus hombros de Dios.

¡Héroe sublime que la muerte hiela!
¡duerme! que un pueblo de rodillas vela
esta tumba, este altar,
pues de un iris espléndido ceñida,
de la rosa de fuego de tu herida,
surgió la Libertad.





“La poesía esclava” 

a Aurelia Castillo

Con túnica de nácar, pasa pura
una dulce, una espléndida figura
más blanca que el jazmín.

Es un ángel con alas estrelladas,
un ángel celestial que lleva atadas
las manos de marfil.

Tú eres esa beldad tierna y sombría
¡adorable y celeste Poesía!
¡prisionera inmortal!

¿Cuál es tu culpa, ¡oh cándida acusada?
-¡Sobre mi frente pálída y sagrada
llevar la Libertad!






Poetry Enslaved

to Aurelia Castillo

In her pearl-pale tunic, sweetness
steps lightly, pure, a splendid figure
whiter than jasmine.

She’s an angel with starry wings,
a celestial angel, her ivory hands
in chains.

You are that beauty, tender and grave,
adored and heavenly Poetry!
Immortal prisoner!

What is your crime, oh innocent accused?
“On my pallid, sacred brow I bear
the mark of Liberty!”

 English translation by Liz Henry.






Retrato

No me pintes más blanca ni más bella;
Píntame como soy; trigueña, joven,
Modesta, sin belleza, y si te place,
Puedes vestirme, pero solamente
De muselina blanca, que es el traje
Que a la tranquila sencillez del alma
Y a la escasez de la fortuna mía
Armoniza más bien. Píntame en torno
Un horizonte azul, un lago terso,
Un sol poniente cuyos rayos tibios
Acaricien mi frente sosegada.
Los años se hundirán con rauda prisa,
Y cuando ya esté muerta y olvidada
A la sombra de un árbol silencioso,
Siempre leyendo encontrarás a Luisa.





Portrait

Don’t paint me whiter or more lovely;
paint me like I am; sunbrowned, young,
modest, without beauty, and if you please,
put me in clothes, but only
in white muslin: that’s the dress
that, for the tranquil nature of my soul,
and the paucity of my fortune,
suits me best. Paint me, too,
a blue horizon, a limpid lake,
a setting sun whose warm rays
caress my unfurrowed brow.
The years will pass by quickly,
and when I’m dead and forgotten
in the shade of a great silent tree,
you’ll find Luisa–still reading.

English translation by Liz Henry.






¡Ya Duermes!

(En la muerte de la ilustre poetisa Mercedes Matamoros)

¡Paloma de alas de águila, ya duermes!
y anegadas en llanto mis mejillas,
beso, a la luz de los luceros tristes
tus divinas estrofas, de rodillas.

Que tu lira ¡oh sublime soñadora!
lleva en sus cuerdas de zafiro el día,
y de tu voz, se escuchará en los siglos
la inmortal, la dulcísima elegía.

¡Ay! que irradiaban en tu mente excelsa,
mares tornasolados e indecisos,
lunas de plata, en ignorados cielos,
soles iluminando paraísos.

Y sollozaron en tu herido pecho
suaves lamentos de un laúd sin calma,
y exhalaron celestes armonías
ruiseñores divinos en tu alma.

¡Dulce sirena griega! como Safo,
fuiste sueño, pasión, fuego y delirios,
y fuiste un cáliz de luciente nácar
sobre un altar de inmaculados lirios.

¡Musas, que sobre el féretro inclinados
las veis dormida con el arpa de oro!
Cubridla ¡oh musas! con el mar de perlas
de las acerbas lágrimas que lloro.

Que amé el pesar de su sonrisa triste,
y el inmenso dolor de su mirada,
y aquella luz que circundó su frente
por sueños de otros mundos abrasada.

Y adoré, con la túnica de mártir,
su imagen blanca, pálida y herida,
y vengo a ungir con oloroso nardo,
su inspirada cabeza de elegida.

Que algo que no se ve, miraba sola,
en las azules medias noches bellas,
siguiendo su inefable melodía
la música de luz de las estrellas.

¡Cisne del cielo sobre alada nube!
en el imperio azul recibe en calma,
el amor infinito de mi seno
y el incienso sagrado de mi alma,

mientras la patria de azucenas cerca
tu figura de pálido alabastro,
y tú amorosamente la bendices,
pasando dulcemente sobre un astro.






So soon you sleep!

(on the death of the illustrious poetess Mercedes Matamoros)

Dove with eagle wings, so soon you sleep!
and, my cheeks brimming with tears,
on my knees, under the light of sorrowing stars,
I kiss your divine verses.

How your lyre–oh sublime dreamer!
bears daylight in its sapphire strings,
your voice will be heard for centuries;
elegy immortal and most sweet.

Ay! how they shine from your lofty mind:
light-reflecting, ambiguous oceans,
silver moons in unimagined skies,
suns illuminating utopias.

And they sob on your wounded breast,
with the soft laments of a restless lute,
and they sigh celestial harmonies,
those divine nightingales of your soul.

Sweet Greek siren! like Sappho,
you were dream, passion, fire and delirium,
and you were a calyx of shining nacre
on an altar of immaculate lilies.

Muses, you who gather round the coffin,
gaze upon her, sleeping with her golden harp!
Cover her, oh muses! with an ocean of pearls
from the bitter tears I weep.

How I loved the weight of her sad smile,
and the immense sorrow of her gaze,
and that light that surrounded her brow
from her burning dreams of other worlds.

And I adored her, her white image,
pale and wounded with her martyr’s shirt,
and I come to anoint her with perfumed balm,
her inspired mien, her air of being a chosen one.

How something which can’t be seen, gazing alone,
in the blue midnights, lovely,
how it follows her ineffable melody–
the music of starlight.

Swan of the skies on winged mist!
receive in peace, in the imperial blue,
the infinite love from my breast
and the sacred incense of my soul,

while your country wreathes
your pale alabaster form with lilies,
and you most lovingly give your blessing
as you step neatly over a star.

English translation by Liz Henry.









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