Erwin Rommel
Erwin Johannes Eugen Rommel (Heidenheim an der Brenz, 15 de noviembre de 1891 – Ulm, 14 de octubre de 1944) fue un militar, y el más famoso mariscal de campo alemán (en alemán Generalfeldmarschall), durante la Segunda Guerra Mundial. Recibió el apodo de Zorro del Desierto (Wüstenfuchs) a raíz de su habilidad como comandante del Deutsches Afrika Korps durante las campañas militares de dicho cuerpo en África del Norte, entre 1941 y 1943. Posteriormente recibió el mando de las unidades alemanas estacionadas en Francia para contener la previsible invasión aliada, que acabó materializándose en Normandía.
Rommel es recordado frecuentemente no sólo por sus señaladas proezas militares, sino por su caballerosidad con sus adversarios (fue uno de los mandos alemanes que se negó a obedecer la Kommandobefehl). Tras el atentado del 20 de julio de 1944 contra Adolf Hitler, fue acusado de haber participado en el mismo y obligado a suicidarse para evitar represalias contra su familia y su personal cercano.
Rommel y el complot del 20 de julio de 1944
Contactos con los conspiradores
La verdadera implicación de Rommel en el complot y su opinión sobre el mismo han sido tema de intenso debate a lo largo de los años. Lo que está más allá de toda duda es que los dos hombres clave del complot del 20 de julio, el doctor Carl Friedrich Goerdeler y el Generaloberst Ludwig Beck, habían puesto sus ojos en Rommel para que los apoyara. Necesitaban desesperadamente una figura de gran renombre que pudiera contrarrestar ante al pueblo alemán la sombra de cualquiera de los lugartenientes de Hitler que intentara ocupar su lugar, y también les hacía falta un militar de prestigio y alto rango que pudiera unir bajo su mando al ejército, enfrentándose a las SS si fuera necesario. Rommel era ambas cosas. A pesar de sus enemigos en el OKW, era una figura ampliamente respetada en el ejército, e incluso en las Waffen-SS, y además era la figura más popular en Alemania después del propio Hitler.[cita requerida]
Los conspiradores tenían dos contactos con Rommel: uno era Karl Strolin, alcalde permanente de Stuttgart y antiguo amigo y camarada de armas de Rommel en la Primera Guerra Mundial; el otro, el teniente general Hans Speidel, quien siendo ya parte del complot había sido nombrado jefe de Estado Mayor de Rommel en Francia. Strolin visitó a Rommel en febrero de 1944 para informarle de la conspiración. También le reveló en ese momento la existencia de los campos de exterminio.6 Strolin declararía después que Rommel desconocía la intención de asesinar al Führer y creía que lo que se haría con Hitler era capturarle y encerrarle para ser juzgado posteriormente. El 17 de mayo Rommel asistió a una reunión de altos cargos militares del Frente Occidental en la que el Generaloberst von Stülpnagel habló abiertamente del complot para matar a Hitler. Según numerosos testimonios (principalmente de Speidel y de Lucie, la esposa de Rommel), Rommel se opuso al magnicidio, prefiriendo una acción más suave por la que Hitler dimitiese o fuese depuesto pero no asesinado.
El éxito del desembarco aliado del 6 de junio convenció definitivamente a Rommel de que era imposible que Alemania ganase la guerra. El 12 de junio se entrevistó con el Generalfeldmarschall Gerd von Rundstedt y le explicó que la guerra en el Oeste no podía ganarse militarmente. El 26 de junio se entrevistó en persona con Hitler, por última vez. Ese mismo día Claus von Stauffenberg comenzó los preparativos para el atentado del 20 de julio.
El 9 de julio, los conspiradores hicieron un último intento por ganarse Rommel para su causa. Cesar von Hofacker, emisario de Von Stülpnagel, informó al mariscal del atentado inminente contra el Führer. Existen opiniones contradictorias sobre si Rommel dio por fin una respuesta afirmativa6 o bien prefirió no implicarse. En cualquier caso, el 13 de julio Rommel redactó una versión ampliada y actualizada de su informe del 12 de junio sobre la imposibilidad de ganar la guerra contra los Aliados Occidentales y se la envió al Generalfeldmarschall Günther von Kluge, sustituto de von Rundstedt. Von Kluge no lo enviaría a Berlín hasta días después del atentado, lo cual aumentaría los rumores contra Rommel.
Rommel fuera de combate
Desde que se inició el desembarco de Normandía, Rommel ejercía su cargo como jefe del Grupo de Ejércitos B visitando un cuartel general tras otro a fin de coordinar directamente las acciones de cada jefe. El 17 de julio de 1944 visitó por la mañana los cuarteles generales de las divisiones de infantería 276ª y 277ª. Al mediodía se reunió con Sepp Dietrich en el cuartel general del II Cuerpo de ejército blindado de las SS y hacia las cuatro de la tarde se encaminó de vuelta a su propio cuartel general. A pesar de evitar las carreteras principales, bombardeadas y abarrotadas de refugiados, su coche fue ametrallado por una pareja de Spitfires de la RAF (se atribuye oficialmente el ataque al jefe de escuadrón Charley Fox).
El coche fue alcanzado por una de las ráfagas, que hirió a su conductor, y se estrelló fuera de la carretera, quedando boca abajo en un canal de riego cercano. El conductor, soldado Daniel, murió unos días después. El comandante Neuhaus sufrió una fractura de cadera. El capitán Lang y el sargento Holke salieron con magulladuras leves. Rommel salió despedido del vehículo y quedó tendido en el centro de la carretera, inconsciente. Sufría una fractura cuádruple de cráneo, heridas en la cara producidas por fragmentos de parabrisas y una enorme hinchazón que le cerró el ojo izquierdo.8 Los sucesivos doctores que le fueron atendiendo se mostraban muy pesimistas en cuanto a sus expectativas de supervivencia. La mayor parte del tiempo estaba inconsciente. Se despertaba de forma esporádica, pero era incapaz de moverse y apenas podía hablar.
Por tanto, cuando tres días después el coronel Claus von Stauffenberg intentó matar a Hitler con una bomba, Rommel se debatía entre la vida y la muerte en una sala de operaciones en la que el Dr. Esch, uno de los mejores neurocirujanos de Alemania, se esforzaba por reconstruir su destrozada cabeza. Y lo consiguió. Para sorpresa de todos, Rommel superó las operaciones con el ojo izquierdo totalmente cerrado, completamente sordo del oído izquierdo y con terribles jaquecas transitorias, pero vivo. Era la sexta herida que recibía en acto de servicio.
Declaraciones en su contra
En las investigaciones posteriores al atentado, varios de los detenidos implicaron de forma ambigua a Rommel. El Generaloberst Carl-Heinrich von Stülpnagel fue llamado a regresar a Berlín de forma urgente. Sabiendo que sería detenido nada más llegar, intentó suicidarse en el camino pegándose un tiro, pero colocó mal la pistola en la sien y sólo consiguió saltarse un ojo y casi perder el segundo. Según declaró a la Gestapo el médico que le atendió, repitió varias veces el nombre de Rommel mientras convalecía bajo los efectos del sedante. Luego fue llevado bajo arresto a Berlín, torturado durante algunos días y juzgado, condenado y ahorcado en un tiempo récord. La ejecución se llevó a cabo el 30 de agosto de 1944, y no se sabe con certeza qué más llegó a declarar bajo las torturas. Se considera posible que le ejecutaran con tanta urgencia debido al precario estado de salud en que quedó tras su fallido intento de suicidio y las torturas subsiguientes.
Speidel, su jefe de Estado Mayor, fue también arrestado. Llevado a Berlín y sometido a continuos interrogatorios por parte de la Gestapo (pero, sorprendentemente, no a torturas), Speidel consiguió pasar esa fase de la investigación sin denunciar a ninguno de sus camaradas conspiradores. Sin embargo, sí admitió haber declarado que cuando se enteró del plan para atentar contra Hitler por boca de Stülpnagel y otros, lo puso en conocimiento de su superior directo, Rommel. Con eso dejó al mariscal en muy mala posición, ya que implicaba que, o bien estaba abiertamente a favor del atentado, o bien pecó de omisión al no informar de ello.
Martin Bormann, uno de los jerarcas nazis más poderosos, redactó un informe sobre estos interrogatorios en el que compilaba los testimonios que denunciaban a Rommel. Concretamente acusaba a Rommel de haberse puesto a la disposición del gobierno que tomase el poder tras el atentado.9 Sin embargo, los historiadores consideran que Bormann no es una fuente imparcial porque era un adversario declarado de Rommel.[cita requerida]
Por último, también jugó en contra de Rommel el hecho, circunstancial según todos los implicados, de que Von Stauffenberg había sido ayudante en el Cuartel General del Afrika Korps.
Otros indicios de su implicación
Rommel estaba convencido de que Alemania debía firmar la paz con los Aliados Occidentales y sabía también que estos no aceptarían la rendición incondicional mientras Hitler continuase en el poder. Existen indicios de que en los meses de junio y julio de 1944 Rommel cambió su postura inicial en contra de matar al Führer. Según su hijo Manfred, Rommel planeaba rendir su Grupo de Ejércitos B a los Aliados a fin de que estos avanzasen hasta Berlín y terminasen así la guerra.10
Bruno Ceppa, que era uno de los oficiales de Estado Mayor de Rommel en Francia, afirma que en la entrevista del 17 de julio entre Rommel y Sepp Dietrich el mariscal le preguntó al SS si estaría dispuesto a obedecer sus órdenes incluso si contradijesen a las órdenes del propio Hitler. Dietrich respondió que Rommel era su jefe y serían sus órdenes las que él seguiría.11 El apoyo de Dietrich era esencial para Rommel porque comandaba el cuerpo de ejército más potente de los tres que componían las fuerzas de Rommel.
Otro indicio sobre la opinión positiva de Rommel hacia el complot proviene de Melcior von Schlippenbach, oficial de Estado Mayor que fue a visitarle durante su convalecencia y que afirma que éste le preguntó: «¿No cree usted que habría sido mejor que el atentado del 20 de julio hubiese salido bien?».12 En cualquier caso, todas las fuentes concuerdan en que Rommel estaba al corriente de los planes contra Hitler y que decidió no delatar a los conspiradores.
Indicios de la no implicación de Rommel
El 24 de julio, el convaleciente Rommel le escribió a su mujer diciéndose sorprendido por el atentado contra el Führer y alegrándose de que éste hubiese sobrevivido. La mujer de Rommel siempre mantuvo que su marido no estaba implicado o al menos no apoyaba el complot para asesinar a Hitler.
Según el almirante Friedrich Ruge, Rommel le dijo al enlace naval de su Estado Mayor —con el que mantenía una abierta amistad— en el hospital mientras estaba convaleciente, refiriéndose al intento de asesinato: «Es una mala manera de resolver las cosas. Ese hombre es la encarnación del demonio. ¿Por qué convertirle en héroe y mártir? Mejor sería dejar que el ejército lo detuviera y lo juzgara. No destruiremos la leyenda de Hitler hasta que el pueblo alemán conozca la verdad.»
Según uno de los generales enviados por Hitler para forzar a Rommel al suicidio, éste habría dicho en los últimos minutos antes de salir definitivamente de su hogar: «He querido al Führer y todavía lo quiero».16
El controvertido historiador David Irving sostiene que algunos altos jerarcas nazis, en particular Martin Bormann y Hermann Göring, deseaban incriminar a Rommel para quitárselo de encima. Esto les habría llevado a ofrecer a Speidel librarle de la muerte a cambio de un testimonio acusador sobre Rommel. El hecho es que Speidel fue el único conspirador reconocido como tal que no fue ejecutado, aunque también es posible que ello se deba a que no llegó a ser expulsado del ejército. En efecto, recibió el apoyo de Von Rundstedt y sobre todo de Heinz Guderian, que había sido nombrado presidente de los tribunales de honor que expulsaron a todos los implicados, poniéndolos en manos del Tribunal del Pueblo de Roland Freisler.
Muerte de Rommel
Rommel pasó la convalecencia del accidente en su casa de Herrlingen. Su hijo Manfred, alistado en una unidad de defensa antiaérea de la Wehrmacht, recibió un permiso especial para acompañarle. Se encontraban también en la casa su esposa Lucie, el capitán Aldinger y un ordenanza. Al principio Rommel tenía asimismo un servicio de centinela en la puerta del jardín, proporcionado por un cercano cuartel de la Wehrmacht, pero conforme transcurrían los días se le retiró dicho servicio «por orden superior».
Rommel hacía ya meses que aseguraba saber que sus enemigos en el Alto Estado Mayor confabulaban en su contra a oídos de Hitler, pero según declararon posteriormente sus allegados, no empezó a sospechar que se le pretendía inculpar en algo mucho más serio hasta que Speidel fue detenido por la Gestapo el 7 de septiembre. Desde entonces, comenzó a salir a sus paseos diarios llevando su pistola de servicio en el bolsillo, y en uno de esos mismos paseos con Manfred le hizo fijarse en dos hombres de uniforme que les observaban desde lejos, diciéndole a su hijo: «Hace ya días que estamos bajo vigilancia».
Durante los días siguientes Rommel, aquejado aún de jaquecas dolorosas de forma ocasional, realizó diversas gestiones para liberar a Speidel, llegando incluso a presentar una carta de queja a Hitler por mediación de Sepp Dietrich. Amigos y conocidos de los Rommel les informaron de la presencia de desconocidos rondando su casa y haciendo preguntas entre los vecinos.
El 7 de octubre el Generalfeldmarschall Wilhelm Keitel telefoneó a Herrligen ordenando a Rommel que acudiera el día 10 a Berlín para «una entrevista sobre su futuro». Rommel se negó, alegando no tener permiso médico para hacer viajes tan largos. Confidencialmente, comunicó a su hijo y a Aldinger que no creía que se le permitiera llegar vivo a Berlín en caso de emprender tal viaje. Rommel procuraba en todo momento hacer este tipo de comentarios cuando su esposa no estaba presente, sabiendo que vivía en un terror constante desde que Speidel fuera arrestado.
El 8 de octubre Manfred se reincorporó a su batería hasta el 14 del mismo mes. Un día antes, el 13 de octubre, Rommel recibió una llamada del Cuartel General Central avisándole de que al día siguiente recibiría la visita de los generales Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel, del Estado Mayor General. Burgdorf era el jefe de personal del ejército y Maisel actuaba como su adjunto. Ambos se presentaron exactamente a las doce del 14 de octubre, en un coche oficial de la Wehrmacht conducido por un chófer con uniforme de las SS. Manfred había llegado por la mañana y ya se encontraba en la casa.
Mientras se retiraba a una habitación para hablar a solas con ambos generales, Rommel le pidió a Aldinger que tuviera a punto la carpeta con los papeles: sospechaba que pensaban acusarle de negligencia de algún tipo, de modo que desde que empezó el desembarco había estado acumulando documentación sobre todas las órdenes e informes que había enviado y recibido. Aproximadamente una hora después Maisel salió de la habitación, seguido tras unos minutos por Burgdorf, y ambos fueron a esperar junto al coche. Rommel subió directamente al piso superior y entró en la habitación de su esposa, donde conversó con ella unos minutos. La mujer de Rommel narra que al entrar, su marido le declaró lo siguiente tras mirarla durante un rato en silencio: «Vengo a decirte adiós. Dentro de un cuarto de hora estaré muerto. Sospechan que tomé parte en el intento de asesinar a Hitler. Al parecer, mi nombre estaba en una lista hecha por Goerdeler en la que se me consideraba futuro presidente del Reich... Jamás he visto a Goerdeler... Ellos dicen que Von Stülpnagel, Speidel y Von Hofacker me han denunciado. Es el mismo método que emplean siempre. Les he contestado que no creía lo que decían, que tenía que ser mentira. El Führer me da a elegir entre el veneno o ser juzgado por el tribunal popular».
Luego bajó a hablar con Aldinger y su hijo, que le esperaban en el piso inferior, y les contó lo mismo. Según narraron ambos posteriormente, Rommel se mostró cada vez más decidido a medida que descartaba, con una calma absoluta, todas las demás posibilidades. Aunque afirmaba ser inocente, no contaba con salir con vida en caso de enfrentarse a un juicio. El teléfono estaba cortado, con lo que no cabía pedir auxilio a alguna unidad militar cercana. Las calles (según le habían dicho Burgdorf y Maiser) estaban cortadas por patrullas de las SS, y todo el armamento disponible eran las pistolas de Rommel y Aldinger, con muy poca munición disponible. Además, le habían amenazado con tomar represalias radicales contra su familia y todos los miembros de su Estado Mayor, más sus familias respectivas, si no se suicidaba. La otra condición era que todo el asunto debía mantenerse en secreto. Nadie podía saber que su muerte era un suicidio ordenado. Si sus parientes o amigos hablaban, serían juzgados y ejecutados por traición. «Ante todo, debo pensar en mi esposa y en Manfred...».
Funeral de Rommel.
Una vez tomada su decisión, se despidió de todos, tomó su gorra y su bastón de mariscal y subió al coche donde le esperaban Burgdorf y Maisel. Según declararon posteriormente tanto Maisel como Dose, el chófer, se dirigieron por la carretera en dirección a Ulm durante unos minutos. Luego Burgdorf ordenó parar en el arcén y salir ambos a caminar por la carretera, alejándose del coche, mientras él se quedaba dentro con el mariscal. Al cabo de unos minutos Burgdorf salió también y les llamó. Al acercarse, declararon haber visto a Rommel encorvado y tendido en el asiento trasero, con la gorra y el bastón de mariscal en el suelo del vehículo, en los últimos estertores de su agonía.
Media hora después de su marcha, Aldinger recibió una llamada notificándole que Rommel había sufrido un derrame cerebral que le causó la muerte. El cuerpo fue llevado al hospital de Ulm, donde se prohibió terminantemente que se realizara la autopsia requerida por la ley. Tras el velatorio, el cadáver fue incinerado y las cenizas enterradas en Herrlingen tras un funeral de Estado el 18 de octubre y la declaración de un día de luto nacional. Von Rundstedt, que había sido destituido de su cargo por contradecir la opinión de Hitler y de quien todos sabían que detestaba al partido nazi, pronunció una elegía fúnebre en la que afirmó que Rommel estaba «imbuido de los principios del nacionalsocialismo, motor de todos sus actos», y que «su corazón pertenecía al Führer». Durante la misma no miró ni una sola vez a la viuda ni a Manfred, se equivocó y tartamudeó varias veces, y una vez finalizada abandonó el lugar sin asistir a la cremación. Ruge, que no conocía la verdad, declaró más tarde que el comportamiento de Von Rundstedt fue el primer indicio que tuvo de que la muerte de Rommel no había sido natural, aunque el propio Von Rundstedt ha negado tal cosa, afirmando que de haberlo sabido, se habría negado en redondo a hacer tal espectáculo.
Llegaron notas de pésame de todas partes de Alemania, con dos curiosas excepciones: Keitel y Jodl. Ninguno de los dos envió el pésame a la viuda ni hizo acto de presencia en el funeral. Himmler hizo llegar a la esposa de Rommel una nota en la que declaraba conocer los detalles de la muerte de su marido y afirmaba estar totalmente horrorizado por lo ocurrido, añadiendo que nunca se habría prestado a algo semejante.
Burgdorf se suicidó durante la caída de Berlín. Maisel sobrevivió a la guerra, sufrió el correspondiente juicio de desnazificación y quedó en libertad en 1949, muriendo en 1978. Durante el juicio declaró la realidad de la muerte de Rommel, confirmada entonces públicamente por su viuda, su hijo y Aldinger. Esto supuso un fuerte impacto en la opinión pública, especialmente entre los veteranos que sirvieron con Rommel. Uno de ellos, el general Hans Cramer, declaró a Desmond Young que «Me gustaría poder coger entre mis manos a ese Maisel».
Rommel es el único miembro del Tercer Reich que tiene un museo dedicado a su persona.
La extraña ternura. Fragmentos de un diario secreto
ERWIN ROMMEL
Traducción: ADRIANA GALÁN
y CARLOS FERNÁNDEZ SALAS
¿Qué es el mundo si se oscurece de este modo?
El espíritu puro en fragmentos, una canción hecha añicos
Tobruk ha caído. Sus defensores han peleado como leones. ¿Por qué lucho contra estos hombres? Les respeto, les admiro.
A medida que el tiempo me desgasta, más absurda me parece esta guerra, más absurdo me voy siendo. En el ahora, apenas me reconozco. Esta escritura cuyos pedazos ya no puedo unir. Sintaxis: inclemencia
El discernimiento perfecto (la otra orilla) requiere la más extrema delicadeza. Para ello: polvo en los pies, silencio en el cielo, temblor en esa fragilidad que a falta de un nombre más precavido llamaremos “alma”.
No es ociosa esta inquisición.
Me obstino en hallar una forma de concebir-me, un aprehender el no-yo que se me cuela como la arena del desierto bajo las gafas y obstruye cada poro, cada pensamiento. Inútil tentación, la del mundo, cuando se ha instalado el vacío entre lo antevivido y lo vivido. No hay lugar a donde ir ni palabras para el trayecto:
aniquilado lo sublime, demolido el Rostro Enigmático, sólo la realidad de la guerra es, sólo el desierto me prolonga.
Un solo deseo: la destrucción de la luz.
-arrasar, primero, la arquitectura metafórica del logos. Si es que es posible pensar(nos) sin metáfora, sin matriz, sin ruina.
[Nota al margen: no hay nada que separe lo suprasensible (noeton) de lo sensible (aistheton). Esa escisión fue producto de una contradicción lógica, tal vez de una mentira política. ¿Reconciliar ambos extremos? No. Sería urdir otra tram(p)a. Mejor abandonar la discusión: abolir, desmembrar. Esta noche me despertaron los chacales; rondaban a uno de nuestros caballos enfermos. Matar al caballo (¿la luz en él?) por compasión al animal. También para que coman los chacales. Por compasión a ellos.]
[Segunda nota al margen: ¿puedo suponerle una economía moral a un acto “trascendente”? No acto, quizá: sólo tacto. Y el tacto sólo se ofrece en su materialidad. ¿La piel del alma? Otra forma de decirnos. Lo más profundo que tenemos (si la profundidad no fuera, también, una impostura).]
Las líneas de suministros cada vez son más diluidas, más inalcanzables. El Afrika Korps es una sinfonía cuyas notas se estiran hasta rozar un silencio de roca viva. ¿Somos atonales? El desierto: lugar de las indefiniciones pautadas, el caos sometido a un ritmo. Me gustaría que fuéramos ratones, pero no: somos una serpiente desdibujada, hambrienta, contaminada de no-ser.
Esto es un desastre: en su estricta etimología, una lluvia de estrellas sobre el hombre. destrucción como música
He pensado en la rosa de Jericó como símbolo.
Una flor vagabunda en el desierto.
Hiberna en la arena durante décadas esperando su diminuta redención en forma de gota de agua.
La rosa de Jericó mira al cielo, al alto cielo infinito, con una rabia incontenible.
Es arrastrada por el viento, que la talla y la pule como si de una piedra se tratara.
Una planta sin raíces: ¿habrá mejor imagen para quien aspira a destruir su mente?
Íntima rosa nómada,
desmiémbrame
no me entregues al simulacro
no te alejes de mi convulsión.
(Estas palabras no me llevan a ninguna parte
pero sé que al final se me ofrecerá la flor del Vacío)
Ha llegado el ascenso. Mariscal de campo. Preferiría que me enviaran otra división y él se guardara las condecoraciones para quienes aspiran a ser enterrados en mármol, al son de las ridículas fanfarrias militares. ¿Para qué negarlo? Ese hombre está loco: no sabe que no se puede hacer la guerra sin hombres, sin combustible, sin víveres, hostigados por la superioridad aérea aliada. Se ha apostado el destino de un pueblo en el frente del Este, y esa batalla no se puede ganar militarmente. Cuando el gran oso ruso despierte nos aplastará a todos y arrancará el enloquecido corazón de Alemania de un zarpazo. Y esto es más que una profecía autocumplida: es una tristeza que no puedo arrancarme, como el viento no acierta a borrar de mis facciones el leve temblor humano que aún las sostiene.
Este es el Reino de la Mosca
que apuntala el Temblor – arquitectura de la fe
no hay devastación más gozosa que la lengua muda
pero hemos venido al desierto a escribir en los cuerpos
a borrarles la letra con todos los adverbios
–la metralla hará el resto
pensamiento – arena – pensamiento
arena que piensa – cuando erosiona el rostro
arena –para descomponer –un mundo –
El rostro cae – dejamos de definir
arena – para desestructurar
es pobre en lenguaje nuestra casa
–impermanencia
soy asimétrico – mi discurso se extenúa
mientras – la tentación de un Afuera nombrable
El coronel Claus Von Staufenberg me ha contado cosas inquietantes. La podredumbre es aún mayor de lo que sospechaba. Una carcoma se instala en mi interior: me roe las palabras, la raíz que aún creo ser, a pesar de todo. “Quien quema libros, más tarde quemará hombres”, se ha dicho. ¿Qué balbuceo podrá dar cuenta de esta atrocidad? Algo se mueve en la Wehrmacht: los conjurados cada vez son más, pero aún no ha llegado el momento.
El mundo se ha ido: de lo extraño a lo extraño, no hay arcilla para modelar este acontecimiento
trazar el marco: no
arrasar: no
tan sólo: simplificar mi espectro
Recordé las palabras de Dogen: “Preguntad a los árboles y a las piedras, atravesad arrozales y aldeas, interrogad al pilar solitario, estudiad tejas y muros. En la más lejana antigüedad, Tentaishaku preguntó a un zorro salvaje, le mostró sus respetos y lo convirtió en su maestro”.
He encontrado al zorro en el desierto.
[Nota al margen: en el desierto no hay madre. No hay materia-memoria. La multiplicidad engendra la multiplicidad en una regresión infinita. No cabe la superstición del origen. No hay lugar para el Rostro primero. Tan sólo el viento cortante, abrasador, que nos conduce al pulso des-originario, a lo cíclico vital. Otros lo llaman el animal.
Vinculante: es notorio dos, tres veces.]
El encuentro en sí no puede contarse: misterios de Eleusis + demolición interior (¿la sombra y la llama?) + la tergiversación que opera, inevitablemente, una conciencia alerta + ¿ficción animista? + campo de incertidumbre (“la Brecha”)
(no se puede narrar el abismo)
el ojo, aún: a herirse.
donde raíz
desvertebra
el hambre
-donde se forma el vacío compasivo
en la noche he visto un color verde. una tonalidad del verde.
creo que ese verde bastaría para aniquilar el azul, el alto cielo infinito, la Voz, lo pobre que el Absoluto es cuando se prueba a sí mismo
me gustaría, a herida, a palabras, traer del sueño ese verde mortal
Si sucumbiera, si abdicara, el centro, empezaría el reino del animal totémico. signo dónde decantado. el antes sin sabor. don de la pureza ilegible
¿qué fe marca el gesto en ara?
El zorro: ¿Una cosa espiritual transferida, deportada?
¿Cómo asombra el zorro al desierto?
¿Qué intraducibilidad deviene animal aquí?
¿Qué se (nos) desertiza?
El animal carece de mundo, está privado de mundo, se ha dicho.
Ahora puedo afirmar que esto es una falacia.
El zorro: algo que fluye, tan solo. Pura contingencia que ningún vocablo logra atrapar. Descomposición del tejido del mundo.
Lo animal me indica el camino tenue. Algo se va borrando. Me va borrando. El aliento, tal vez.
Apartarse, entonces. apartarse
Sin centro, el mundo cede.
(Para respirar un poco, ¿acaso la ex-centricidad no es de rigor?)
Cuando el sol cae y observo el horizonte, acaricio la idea de morir aquí y que el lento sol ardiente calcine mis huesos. Una muerte anónima y despiadada. A fin de cuentas, no hay gran Ojo que nos observe: lo hemos arrancado de los libros sagrados. Ahora el desasosiego se escribe en la arena. Con lengua muda.
Dentro, algo insiste en vivir aún, algo vive.
Es extraña esta ternura
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